14 noviembre 2007

La pulga de acero



Nikolái Leskov.
La pulga de acero.
Traducción del ruso de Sara Gutiérrez.
Introducción de Care Santos.
Ilustraciones de Javier Herrero.
Impedimenta. Madrid, 2007.


La tradición crítica – escribía Italo Calvino en el prólogo ya clásico de Cuentos fantásticos del siglo XIX- ha considerado la literatura rusa del siglo XIX bajo la perspectiva del realismo, pero de igual modo el desarrollo paralelo de la tendencia fantástica de Pushkin a Dostoievski se advierte con claridad. Precisamente en esta línea, un autor de primera fila como Leskov adquiere su plena proporción.

Nikolái Leskov (1831-1895), al que Chejov reconoció como maestro y al que elogiaron Tolstoi y Gorki y despreció Nabokov, es uno de los narradores más genuinos de la literatura rusa.

Viajante de comercio por la interminable estepa, su relación tardía con la literatura tuvo mucho que ver con las largas travesías por Rusia, con la observación de tipos y la necesidad de entretener el tiempo con relatos imaginativos que combatieran la monotonía.

Original pese a sus raíces tradicionales, es un narrador eficiente y artesanal (La composición escrita no es para mí un arte liberal, sino una artesanía -escribió), de técnica emparentada estrechamente con la tradición oral.

Sus relatos se levantan siempre, lo destacaba Calvino, como el resultado de la voz del narrador. Un narrador que no enjuicia los comportamientos ni se aventura en la psicología de unos personajes a los que construye con una técnica mostrativa que reproduce sus gestos y transcribe sus palabras. Y precisamente esa ironía distanciada que suele practicar Leskov ha provocado opiniones encontradas y perplejidades de la crítica, desorientada con frecuencia ante la postura del autor.

La pulga de acero, que acaba de publicar Impedimenta, es una de sus obras más divertidas e interesantes. Es un cuento sobre un artefacto minúsculo, un autómata microscópico, y sobre un artesano zurdo y bizco de Tula que demuestra a los ingleses hasta dónde son capaces de llegar los rusos. Posiblemente no sea el personaje más acabado del texto. Hay en ese relato otra figura en cuya caracterización se dan cita las claves cómicas de la narrativa de Leskov: Platov, un cosaco del Don, que fuma sin cesar en el lecho del despecho después de haber sido acompañante y consejero del zar.

Walter Benjamin, que tomó como referente de su ensayo sobre El narrador la producción de Leskov, escribía acerca de este relato:

En su solapada e insolente historia «La pulga de acero», a medio camino entre leyenda y farsa, Leskov rinde homenaje a la artesanía local rusa, en la figura de los plateros de Tula. Resulta que su obra maestra, La pulga de acero, llega a ser vista por Pedro el Grande que, merced a ello, se convence de que los rusos no tienen por qué avergonzarse de los ingleses.

Y añadía: la mitad del arte de narrar radica precisamente en referir una historia libre de explicaciones. Ahí Leskov es un maestro. Lo extraordinario, lo prodigioso, están contados con la mayor precisión, sin imponerle al lector el contexto psicológico de lo ocurrido. Es libre de arreglárselas con el tema según su propio entendimiento, y con ello la narración alcanza una amplitud de vibración de la que carece la información.

La edición que ha preparado Impedimenta tiene el valor añadido del inteligente prólogo en el que Care Santos hace una certera aproximación al mundo narrativo de Leskov, cuya tendencia al juego de palabras y a la creación neologista hace especialmente meritoria la traducción de Sara Gutiérrez.

Santos Domínguez

12 noviembre 2007

El arte de conversar



Oscar Wilde.
El arte de conversar.
Traducción y edición de Roberto Frías.
Atalanta. Gerona, 2007.


Óscar Wilde nació en Dublín en 1854. Murió en el Hôtel d’Alsace, en París, en el año 1900. Su obra no ha envejecido; pudo haber sido escrita esta mañana.

Las palabras, escuetas y definitivas, son de Borges, que le profesó fidelidad literaria durante toda su obra y secreta envidia durante toda su vida. Las traigo aquí a propósito de la admirable edición que ha publicado Atalanta del Wilde más brillante, el Wilde conversacional, agudo y ocurrente. Yeats o Gide fueron algunos de los oyentes que apuntaron aquellos relatos orales, aquellas frases epigramáticas y fulgurantes, a menudo superficiales, que fueron la particular demostración de la agudeza y arte de ingenio de Wilde.

Se ha ocupado de esta edición, que incorpora 28 relatos inéditos y abundante material gráfico, Roberto Frías, que ha traducido los relatos y los aforismos de El arte de conversar, ha escrito la introducción y un estupendo epílogo (Casi una autobiografía), que hace un recorrido por la biografía de quien (con)fundió como pocos literatura y biografía y entendió su vida como la mejor obra de arte que dejaría a la posteridad.

En torno a esos relatos inéditos y a los aforismos se organizan las dos partes de este libro, cuidado hasta el menor detalle, como es norma de esta editorial que ha hecho de la elegancia y el buen gusto uno de sus signos de identidad.

Wilde, que fue un conversador ingenioso, deslumbrante y provocador, como su literatura, no limitó su fulgor al ámbito privado y efímero de la conversación. Muchos de sus epigramas ocurrentes y brillantes los fue esparciendo en sus obras de teatro, en su narrativa, en sus ensayos. Y de esos textos proceden la mayor parte de sus aforismos, organizados en el libro alrededor de unos cincuenta ejes temáticos relevantes, que son los que configuran su amplio universo literario.

Los cazadores de perlas tienen aquí el botín asegurado. Entre la literatura y la vida, la política y el genio, la sociedad y sus dos juicios, todo un repertorio de citas sobre los más variados asuntos. Y, sobre todos, al final, el que es el tema vertebral de la obra de Oscar Wilde: Oscar Wilde.

Vuelvo a Borges, que aludía a la eterna juventud literaria de aquel seductor (otra vez vida y literatura) que escribió El retrato de Dorian Gray:

Observa Stevenson que hay una virtud sin la cual todas las demás son inútiles; esa virtud es el encanto. Los largos siglos de la literatura nos ofrecen autores harto más complejos e imaginativos que Wilde; ninguno más encantador. Lo fue en el diálogo casual, lo fue en la amistad, lo fue en los años de la dicha y en los años adversos. Sigue siéndolo en cada línea que ha trazado su pluma.

Santos Domínguez


11 noviembre 2007

Un enemigo del pueblo


Henrik Ibsen.
Un enemigo del pueblo.
Traducción de Max Lacruz.
Postfacio de Laura López Sánchez.
Funambulista. Madrid, 2007.

Funambulista publica, con traducción de Max Lacruz, una de las obras fundamentales de la literatura del siglo XIX: Un enemigo del pueblo.

Es la más obra más controvertida del noruego Henrik Ibsen, un clásico que sigue planteando problemas al lector o al espectador de la historia protagonizada por el doctor Stockmann, que empieza denunciando la corrupción de las aguas en un balneario y acaba comprobando que esa corrupción es una metáfora de la sociedad.

El 21 de junio Ibsen le contaba en una carta a su editor, Frederik Hegel:

Ayer concluí mi nuevo trabajo teatral. Se titula Un enemigo del pueblo y tiene cinco actos. No sé todavía si llamarla comedia o drama, puesto que tiene muchos elementos propios de una comedia, pero a la vez una base muy seria.

La ambigüedad genérica de Un enemigo del pueblo es tal vez la menor dentro de una obra conflictiva, en la que se unen realismo y simbolismo y chocan los principios morales del individuo con los intereses de una sociedad degenerada por la corrupción del poder, la mentira y la manipulación de la realidad en los medios de comunicación.

Las virtudes intemporales y universales que caracterizan a los clásicos se manifiestan en la vitalidad de un texto como este, que sigue planteando, igual que el teatro griego, los grandes temas conflictivos que siempre están de actualidad: el poder y la libertad, la verdad y la manipulación, la conciencia y los intereses, el individuo y la sociedad.

Un enemigo del pueblo
es, entre otras cosas, un texto de teatro político y moral lo suficientemente complejo como para permitir lecturas encontradas o interesadas, la coartada ideólogica de las dictaduras a través de la justificación del despotismo de los mejores y una descalificación explícita del sufragio universal.

Reflejo de la complejidad psicológica de su autor, la integridad del texto ibseniano en esta edición permite ahondar en los conflictos entre el hombre y su entorno, en las contradicciones entre la teoría política y la práctica ética.


Santos Domínguez

09 noviembre 2007

Jaikus de Kerouac



Jack Kerouac.
Libro de jaikus.
Traducción y prólogo de Marcos Canteli.
Bartleby Editores. Madrid, 2007.



Lo que está sucediendo en este lugar, en este momento.


Eso es el jaiku para Basho (1644-1694), padre y maestro de un género que va más allá de los límites de la poesía para convertirse en una forma de conocimiento inspirada en la filosofía zen.

Como Kennet Rexroth y otros poetas de la generación beat, Jack Kerouac se acercó a la sabiduría oriental a través del pensamiento y la poesía zen y escribió cerca de mil jaikus. Bartleby publica, en edición bilingüe con traducción y prólogo de Marcos Canteli, una selección de algo más de quinientos jaikus procedentes de su Libro de jaikus y del material desperdigado en cuadernos de notas, novelas y cartas. Ese material, que editó en 2003 Regina Weinrich en Book of Haikus, ha sido el punto de partida de esta traducción.

Kerouac publicó, que yo sepa, tres libros de jaikus: American Haiku (1959), The Northport Haikus (1964) y Book of Haikus (1968), pero gran parte de estos textos estaban inéditos en español.

Allen Ginsberg, otro beatnik, decía de Kerouac que era el único que sabía escribir jaikus en Estados Unidos, porque esa era su forma natural de hablar y de pensar: la sencillez expresiva, la sobriedad estilística, la síntesis de un pequeño cuadro que contiene una historia grande y extensa comprimida en tres versos breves, con una imagen de intensidad visual o emocional.

Kerouac no respetó, en su propuesta y en la práctica de un jaiku americano y occidental, las diecisiete sílabas que tiene el género en su modelo japonés, aunque sí el esquema de los tres versos y el espíritu zen de esos textos, en los que practicó el minimalismo y la concentración de un destilado poético que toma como punto de partida la intuición y la contemplación:

Cuanto más te acercas –escribió una vez- a la auténtica materia, a la piedra y al aire y al fuego y a la madera, el mundo resulta más espiritual.

De esa manera se salta del instante y el detalle a la revelación del mundo mediante una poesía que es una liberación de los límites simbólicos del lenguaje. Porque lo más importante en el jaiku, su mayor carga comunicativa reside más en lo que calla que en lo que dice, más en la intuición de lo invisible que en la percepción de lo visible. Como en la mejor poesía, en definitiva, de lo que se trata es de comunicar lo incomunicable, de expresar lo inefable.

Ese es el alto propósito, no siempre conseguido, de estos textos, que muchas veces tienen intuiciones hechas desde la melancolía:

Luna de primavera-

¡Qué lejos ya

Aquellos pétalos de naranjo!

Y otras no van más allá de una ocurrencia trivial:

LA BOMBILLA
DE REPENTE SE APAGÓ-

DEJÉ DE LEER


O una mera simpleza:

Falló la patada
a la puerta de la nevera

Igualmente se cerró.

Y gatos, ardillas, flores, árboles, lluvias y lunas en un paisaje habitado por el poeta y su mirada y recorrido por Mao y por el delicado espíritu oriental, pero también por Cochise, Custer o Jerónimo.

No hace falta ser muy avispado para saber que será uno de los libros de poesía que más se van a vender en los próximos meses.

Santos Domínguez

08 noviembre 2007

La glorieta de los fugitivos

José María Merino.
La glorieta de los fugitivos.
Minificción completa
Páginas de Espuma. Madrid, 2007.


José María Merino acaba de reunir en La glorieta de los fugitivos, que publica Páginas de Espuma, su minificción completa: los relatos que ya aparecieron en Días imaginarios (2002) y en Cuentos del libro de la noche (2005), más algunos inéditos y dispersos que se recogen en la primera parte, Ciento once fugitivos. A ellos se añaden en una segunda parte los veinticinco textos de La Glorieta miniatura, que fueron su aportación – teórica y práctica a la vez- al IV Congreso Internacional de Minificción que se celebró en Neuchátel hace ahora casi un año.

No es José María Merino un recién llegado al género de la minificción, que por otro lado es tan antiguo como el impulso narrativo del ser humano y empieza por manifestarse en las historias cortas, en las leyendas o en las fábulas orales:

La ficción –escribe Merino en uno de los textos reflexivos del libro- fue la primera sabiduría de la humanidad, el jardín literario en donde está la verdadera historia de la humanidad.

Y allí, en uno de los extremos de ese jardín literario, lindando con los alcorques de la leyenda, los macizos de la fábula, los parterres y pabellones de la poesía y las praderas del cuento, se halla la Glorieta Miniatura. Hay muchos que al llegar allí quedan desorientados, porque los relatos diminutos no les permiten ver el inmenso bosque de la ficción pequeñísima.

Las leyendas medievales, el Patrañuelo, la Sobremesa y alivio de caminantes de Timoneda o algunos pasajes cervantinos dan razón del antiguo origen de una modalidad que para muchos escritores es un género de llegada, una meta que alcanzan algunos narradores privilegiados como Merino cuando descubren la capacidad expresiva del minicuento, en el que se condensa la quintaesencia de la narratividad con la intensidad de unas pocas líneas.

Un género que desde el chispazo de la intuición inicial, desde la inspiración y la subjetividad que relaciona el microrrelato con el poema, requiere la elección de un título atractivo pero que no dé pistas sobre un desenlace a menudo inesperado, en el que caben el humor y la ironía de la última frase, el ritmo del relato y la imprescindible tensión narrativa que distingue el minicuento de la mera ocurrencia chistosa.

Por eso al microrrelato le exige Merino que sea pequeño pero que sea volátil, que desaparezca enseguida de nuestro campo de visión, pero que nos deje una intensa imagen de ese mundo paralelo, certero, hecho sólo con palabras que tiene que suscitar la narrativa verdadera.

José María Merino viene reivindicando a través de toda su obra narrativa, larga o corta, la tradición de la literatura fantástica que tiene uno de sus referentes en Hoffmann y en sus narraciones inquietantes, pero también en una tradición española que está ya en Don Juan Manuel y en los libros de caballerías y que fue arrasada por la labor inquisitorial de la iglesia tridentina y por una crítica posterior no menos inquisitorial, encabezada por Menéndez y Pelayo con las perniciosas secuelas que aún hoy pueden leerse en los suplementos periódicos de los diarios nacionales.

Tal vez sea en esta recopilación, al ver reunidos estos textos, en donde se puede rastrear con más nitidez la intensa reivindicación de lo fantástico que conecta a Merino también con un larga tradición de relatos hispanoamericanos, de Borges a Cortázar.

Cuentos nocturnos en los que la fragilidad de límites entre el sueño y la vigilia, la metamorfosis y la identidad, lo fantástico y el misterio del tiempo, los espejos y las simetrías, la muerte o el terror apenas sugerido en el acecho invisible de lo cotidiano, que son algunos temas fundamentales de su universo narrativo, aquí se abordan con el rigor y la depuración que exige el género.

El fulgor breve pero intenso de estas narraciones, la elipsis de los datos o la inquietante e invisible fauna doméstica que las habita, producen en los lectores un vértigo pendular que les lleva de la ficción a la realidad, de la orilla de la vida a la de la muerte y de un tiempo a otro, con la conciencia de vivir un sueño o una pesadilla como parientes próximos de Kafka, uno de los padres del microrrelato contemporáneo.

Acabamos con un ejemplo modélico, porque resume los temas, la tonalidad y la concentración estilística de estos textos:

A las doce, hora de límites, el tiempo separa cada jornada con su peligrosa cuchillada. Es la hora en que, a veces, se reúnen. Hablan en voz muy baja, con murmullos tenues, pero desde la cama, forzando mi atención, puedo advertir esos cuchicheos, sus risas, el tintineo de los vasos. Varias noches me he levantado con sigilo para intentar sorprenderlos. Camino a tientas por el pasillo, abro despacio las puertas, enciendo de repente la luz del salón. Ya no están, nunca están cuando llego. ¿Que si dejan rastros? Una vez, mi gato tenía en el cuello un lazo verde. Otra, había un clavel sobre la mesa. Ayer, una postal de un templo hindú cuyo destinatario no soy yo, con una letra poco inteligible que, al parecer, habla de calor y recomienda no olvidarse de los peces.

Santos Domínguez


06 noviembre 2007

El paseante solitario


W. G. Sebald.
El paseante solitario.
Traducción de Miguel Sáenz.
Siruela. Madrid, 2007.


W. G. Sebald publicó en 1988 este homenaje en recuerdo de Robert Walser, una auténtica joya que acaba de editar Siruela con traducción de Miguel Sáenz.

Robert Walser fue el más solitario de los escritores solitarios, huyó de todo vínculo con el mundo, de toda posesión que lo atara a algún sitio de la vida o la literatura. Paseó mucho, compulsivamente, siempre en huida, pero se esforzó en no dejar más huellas que las de sus pisadas en la nieve poco antes de morir y las más persistentes, las de su literatura.

Y estas últimas no se borraron porque Carl Seeling, que lo acogió en su casa y preparó su biografía, recopiló sus textos, los mostró en antologías y conservó parte de su legado. Sin él el recuerdo de Walser se hubiera deshecho como la nieve de aquel 25 de diciembre de 1956 en que unos niños encontraron su cadáver semienterrado.

De la estirpe de Gogol, Kafka o Benjamin, todo en su literatura es rápido y fugaz como sus pasos, desde los personajes a los paisajes. Todo menos la admiración constante y creciente de muchos escritores por su obra.

A la lista de autores que lo admiraron se suma la figura de Sebald, que hace un recorrido comprensivo por la literatura de Walser, por su vida y por algunas de las fotografías que resumen su personalidad y su evolución.

Extraño, inquietante, ausente del mundo, de los hombres y de sí mismo, su biografía es tan opaca que -como señala Sebald- forma parte más de la clandestinidad y de la leyenda que de la historia.

Este excelente ensayo da una imagen certera y global de aquel ser misterioso y es una buena ocasión de visitar a Walser en el único territorio que acogió a aquel escritor "helvéticamente retraído", como lo definió Sebald: el de la literatura.

Santos Domínguez


05 noviembre 2007

Historia de Cardenio


William Shakespeare y John Fletcher.
Historia de Cardenio.
Traducción e introducción de Charles David Ley.
Edición de José Esteban.
Breviarios Rey Lear. Madrid, 2007.



Ni Homero conoció a Virgilio ni Virgilio acompañó a Dante a otro lugar que no fuese el de la literatura inolvidable. La coartada en ambos casos era el tiempo, un argumento que no puede utilizarse para descartar el encuentro de Shakespeare y Cervantes, antes de una muerte que el capricho y el azar de los diversos calendarios sitúan el 23 de abril de 1616.

Astrana Marín y Anthony Burgess fantasearon sobre un encuentro de Cervantes y Shakespeare mucho antes de ese reciente disparate cinematográfico sin ritmo ni sentido que se tituló Miguel y William.

Lo que sí parece que hubo fue un texto teatral escrito por Shakespeare y John Fletcher sobre la Historia de Cardenio, un episodio de la primera parte del Quijote, que tradujo al inglés John Shelton en 1612 y que al parecer leyó con interés Shakespeare.

La obra fue representada en un par de ocasiones por los Hombres del Rey, la compañía de Shakespeare, en 1613. Poco después, un incendio en el teatro del Globo hizo que se la diese por desaparecida. A partir de ese momento la historia de texto es incierta. Hay una noticia del texto en 1656, cuando un editor pide permiso para publicar la Historia de Cardenio, por Fletcher y Shakespeare; y otra en el siglo XVIII, cuando Lewis Theobald dice que ha escrito su Doble falsedad como una refundición parcial del texto original de Shakespeare y Fletcher, que había adquirido con mucho esfuerzo y adaptado con no menor trabajo.

La inconsistencia de esos datos relegaron la Historia de Cardenio a las estanterías imaginarias de las obras perdidas o a la leyenda de los textos que nunca existieron.

Hace sólo unos meses, la Royal Shakespeare Company ha autentificado una de las versiones y con ese motivo Rey Lear reedita la traducción y el prólogo de Charles David Ley que publicó en 1987 José Esteban, que la editó entonces y se ha ocupado de esta nueva edición. Para ella ha escrito una introducción que expone la ajetreada historia textual de esta obra (la historia de uno de los descubrimientos bibliográficos más apasionantes de los últimos años), y rinde un homenaje de amistad al desaparecido Charles David Ley, que escribía estas palabras en 1951, antes de encontrar la Historia de Cardenio:

Lástima el que se haya perdido esta obra; pero es casi seguro que la intervención de Fletcher sería mucho mayor que la de Shakespeare, como efectivamente pasa en Los dos nobles parientes y Enrique VIII. Es más, su participación en Los dos nobles parientes y Cardenio no mereció que los editores, muy cuidadosos, los incluyeran en el primer Folio, lo cual nos hace sospechar que estimaban en poco su contribución en estas obras. (Yo he leído en alguna parte la insinuación de que Cardenio no existió jamás, y que fue mencionado en una lista de obras varias de la época puramente por un error de copia).

Por lo demás, y a pesar del meritorio trabajo del traductor y el encomiable empeño de los editores, la obra parece menos de Shakespeare que de Fletcher. Nada que recuerde ni remotamente al autor maduro y final del Cuento de invierno o al escritor que acababa de estrenar por entonces ese testamento luminoso que es La tempestad.

Santos Domínguez

04 noviembre 2007

Teoría King Kong


Virginie Despentes.
Teoría King Kong.
Traducción de Beatriz Preciado.
Melusina UHF. Barcelona, 2007.

“La diva destroy punk de las letras francesas, escritora de novelas en las que las protagonistas ocupan posiciones tradicionalmente reservadas a los hombres (sangre, sexo y rock-and-roll) y de la controvertida y censurada película Fóllame (2000), nos ofrece un ensayo en primera persona en el que se ataca a los tabúes del feminismo liberal: la violación, la prostitución y la pornografía. La transformación de los viejos modelos del género y de la sexualidad está en marcha. Imprescindible y terapéutico.”

Con esas palabras define Beatriz Preciado, su traductora al español, a Virginie Despentes, que en Teoría King Kong ha unido la experiencia autobiográfica y la voluntad ensayística para acercarse a una serie de temas polémicos con una mirada provocadora que pone en cuestión las bases del feminismo conservador:

El feminismo es una revolución, no un reordenamiento de consignas de marketing, ni una ola de promoción de la felación o del intercambio de parejas, ni tampoco una cuestión de aumentar el segundo sueldo. El feminismo es una aventura colectiva, para las mujeres pero también para los hombres y para todos los demás. Una revolución que ya ha comenzado. Una visión del mundo, una opción. No se trata de oponer las pequeñas ventajas de las mujeres a los pequeños derechos adquiridos de los hombres, sino de dinamitarlo todo. Y dicho esto, buena suerte chicas y mejor viaje...

Despentes fue prostituta y desde su provocador Fóllame, que fue llevado al cine y editó en España Mondadori, se ha convertido en una referencia del postfeminismo:

Escribo desde la fealdad, y para las feas, las viejas, las camioneras, las frígidas, las mal folladas, las infollables, las histéricas, las taradas, todas las excluidas del gran mercado de la buena chica. Y empiezo por aquí para que las cosas queden claras: no me disculpo de nada, ni vengo a quejarme. No cambiaría mi lugar por ningún otro, porque ser Virginie Despentes me parece un asunto más interesante que ningún otro. Me parece formidable que haya también mujeres a las que les guste seducir, que sepan seducir, y otras que sepan casarse, que haya mujeres que huelan a sexo y otras a la merienda de los niños que salen del colegio. Formidable que las haya muy dulces, otras contentas en su feminidad, que las haya jóvenes, muy guapas, otras coquetas y radiantes. Francamente, me alegro por todas a las que les convienen las cosas tal y como son. Lo digo sin la menor ironía.
Teoría King Kong se publicó el año pasado en Francia y vendió más de 50.000 ejemplares con un libro escrito con la fuerza de la primera persona y un estilo muy directo. Un libro que empieza hablando de las tenientas corruptas y se plantea una revisión radical del feminismo y el papel de la mujer en la sociedad occidental a propósito de cuestiones como la violación, las mujeres objeto, el matrimonio y la prostitución o el modelo de las chicas King Kong:

Siento lo mismo como mujer: no siento ninguna vergüenza de no ser una tía buena. Sin embargo, como chica por la que los hombres se interesan poco, estoy rabiosa, mientras todos me explican que ni siquiera debería estar ahí. Pero siempre hemos existido. Aunque nunca se habla de nosotras en las novelas de hombres, que sólo imaginan mujeres con las que querrían acostarse. Siempre hemos existido, pero nunca hemos hablado. Incluso hoy que las mujeres publican muchas novelas, raramente encontramos personajes femeninos cuyo aspecto físico sea desagradable o mediocre, incapaces de amar a los hombres o de ser amadas. Por el contrario, a las heroínas de la literatura contemporánea les gustan los hombres, los encuentran fácilmente, se acuestan con ellos en dos capítulos, se corren en cuatro líneas y a todas les gusta el sexo. La figura de la pringada de la feminidad me resulta más que simpática: es esencial. Del mismo modo que la figura del perdedor social, económico o político. Prefiero los que no consiguen lo que quieren, por la buena y simple razón de que yo misma tampoco lo logro. Y porque, en general, el humor y la invención están de nuestro lado. Cuando no se tiene lo que hay que tener para chulearse, se es a menudo más creativo. Yo, como chica, soy más bien King Kong que Kate Moss. Yo soy ese tipo de mujer con la que no se casan, con la que no tienen hijos, hablo de mi lugar como mujer siempre excesiva, demasiado agresiva, demasiado ruidosa, demasiado gorda, demasiado brutal, demasiado hirsuta, demasiado viril, me dicen.
Cuestiones problemáticas que son enfocadas por Virginie Despentes ( que ha incorporado una cita de referentes feministas como Virginia Woolf, Simone de Beauvoir o Angela Davis al frente de cada capítulo) con crudeza combativa y con una claridad expresiva y una determinación ideológica que romperá muchos esquemas, incluso entre las lectoras femeninas y será un revulsivo para todos.

Con este título, la editorial Melusina inaugura su sello UHF (Ultra High Frequency), una serie que acogerá los títulos más radicales e iconoclastas en su análisis de la realidad actual.


Luis E. Aldave

03 noviembre 2007

El ataque contra la razón


Al Gore
El ataque contra la razón
Debate. Barcelona, 2007

El ataque contra la razón, escrito por el antiguo vicepresidente de Estados Unidos y publicado en España por Debate, es fundamentalmente una crítica y dura descripción de la situación política de los Estados Unidos bajo el gobierno de George W. Bush, quien derrotó a Gore en las elecciones presidenciales del año 2000.

Para Gore los años de gobierno tras los atentados del 11 de septiembre han supuesto un enorme deterioro de la situación interna y exterior de su país. El senador acusa a Bush de rodearse de un conglomerado de neocons, evangélicos integristas, directivos de multinacionales petroleras y otras gentes de mal vivir que han conducido a los Estados Unidos a una dramática realidad política.

Empieza Gore culpándoles de fomentar el miedo al terrorismo entre los estadounidenses con la única intención de mantener a la población sumisa (“el miedo es el enemigo más poderoso de la razón”) ante cualquier decisión gubernamental. El objetivo de este miedo inoculado a través de los medios de comunicación no sería otro que conseguir mayores parcelas de poder para la presidencia, que con la excusa de la guerra contra el terrorismo amordaza a cualquier tipo de oposición (mediática, política o ciudadana), tachándola de antipatriótica.

En este contexto destaca la promulgación de la Patriot Act, ley que autoriza al gobierno a prácticas abiertamente anticonstitucionales como las escuchas telefónicas indiscriminadas, la lectura de correos electrónicos o registros domiciliarios sin autorización judicial.

Al Gore acusa sin rodeos a Bush de sobreactuación al exagerar la amenaza terrorista para alterar los equilibrios constitucionales en favor del poder ejecutivo, que durante su presidencia ha ninguneado al Congreso y al Senado y ha amenazado la independencia judicial. Y todo ante la apatía del electorado, que entre el miedo y la resignación ha aceptado la devaluación del régimen político y los recortes de libertades individuales.

Pero además la actuación internacional de la administración Bush, basada en el unilateralismo más flagrante, que ha llevado a Estados Unidos a promover la legalidad del ataque preventivo, al menosprecio de la ONU y a la violación de numerosos tratados internacionales como la Convención de Ginebra o los acuerdos medioambientales de Kyoto, han desacreditado la imagen internacional de su país de una forma que hoy parece irreparable.

Gore se pregunta por qué evidentes mentiras como la posesión de armas de destrucción masiva por Irak, o la colaboración entre Saddam Hussein y Bin Laden pudieron llegar a ser creídas por la mayoría de sus compatriotas (sorprende que incluso hoy, cuando los que las urdieron han reconocido tácitamente su falsedad, casi el 40 % de los norteamericanos sigue pensando que los que tripulaban los aviones del 11 de septiembre eran iraquíes y que Saddam tenía armas atómicas).

Decisiones tomadas por incompetentes, expertos que son apartados cuando sus informes no coinciden con los deseos de sus superiores, asesores de medioambiente que trabajan para corporaciones petroleras y gerentes que anteponen sus creencias religiosas a los intereses públicos, son algunos de los síntomas del ataque contra la razón al que alude el título elegido por Al Gore.

El panorama que describe este libro, a mitad de camino entre el ensayo político y una dramática jeremiada, es deprimente: el electorado estadounidense, alejado de las urnas y terriblemente desinformado, las elecciones decididas con anuncios televisivos, los medios de comunicación cada vez más concentrados (ni la CNN, ni la CBS, de la Fox mejor no hablemos, alzaron su voz contra las mentiras de la guerra contra Irak) y maniatados, configuran un escenario perfecto para que un grupo de lunáticos gobierne el país a su antojo. Y como se trata de un país que es la única superpotencia mundial, y cuyos líderes dicen estar en guerra contra el terrorismo en un conflicto que durará generaciones, esto deja en manos de su presidente, comandante en jefe de su gigantesco ejército, los destinos del mundo.

Cuando estas cosas las escribe Chomsky o las filma Michael Moore, siempre es fácil pensar que son exageraciones apocalípticas. Pero cuando las firma alguien que es miembro desde la cuna de la élite estadounidense es tiempo de asustarse.

Lo que queda meridianamente claro tras la lectura del libro es que media un abismo intelectual y moral entre aquellos ilustrados que fundaron los Estados Unidos de América (como Jefferson, Madison y Hamilton, citados profusamente en el libro) y las personas que han dirigido la Casa Blanca los últimos años.

También parece ya evidente que cuando en noviembre de 2000 los norteamericanos, por medio de unas elecciones muy reñidas (de hecho Gore sacó un puñado de votos más que Bush), con unas papeletas impropias de una potencia tecnológica y con un conteo de votos que apestaba a pucherazo, al final se quedaron con el tonto.
Jesús Tapia

02 noviembre 2007

Encuentro en el infinito


Klaus Mann.
Encuentro en el infinito.
Traducción de Heide Braun.
Epílogo de Fredric Kroll.
El Nadir. Valencia, 2007.

El Nadir publica por primera vez en español Encuentro en el infinito, de Klaus Mann, una novela muy visual, elaborada a base de secuencias que completan un mosaico representativo de una sociedad decadente, una obra coral habitada por personajes problemáticos y contradictorios que evidencian la crisis de un mundo.

Complementaria y contemporánea de algunos de sus mejores artículos, que publicó esta misma editorial en el volumen El condenado a vivir, el nazismo y la llegada de los bárbaros que quemaron la mayor parte de la primera edición de 1932 están en el fondo de esta novela que como sus artículos es, más que una mirada al pasado, un pronóstico lúcido y pesimista, una profecía del caos y de la guerra.

Algo de ese carácter profético tiene este Encuentro en el infinito en el que un suicidio en Niza parece anticipar el suicidio en Cannes de un Klaus Mann tan obsesionado aquí con su destino como en los artículos.

De todas sus novelas, esta es la que refleja con más claridad su estado de ánimo, su desasosiego en medio de aquellos preparativos de la catástrofe, su relación con las drogas y los círculos bohemios, su viaje por el norte de África contratado por una revista y su instalación definitiva en la Riviera francesa, donde escribe este Encuentro en el infinito bajo la influencia técnica y temática del Contrapunto de Huxley. Sus secuencias, que, como las líneas paralelas, se encuentran en el infinito, muestran la vida como en un mosaico en el que las existencias individuales forman parte de un conjunto que les da sentido.

Klaus Mann publicó esta novela a la vez que su primera autobiografía, Hijo de este tiempo. Diez años después, en Cambio de mundo, calificó este Encuentro en el infinito como una obra irresponsable y derrotista, porque asumía la situación sin un gesto de rebelión que su autor echaba de menos cuando la catástrofe se había consumado y él era una de sus víctimas más conocidas e irrecuperables.

Santos Domínguez

01 noviembre 2007

Campo Santo


W.G. Sebald.
Campo Santo.
Traducción de Miguel Sáenz.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Cuando publicó Los anillos de Saturno a mediados de los noventa, W. G. Sebald empezó a escribir un libro sobre Córcega. Lo interrumpió para llevar a cabo su empresa más ambiciosa, Austerlitz, y un accidente de tráfico el 14 de diciembre de 2001 truncó de forma definitiva aquel proyecto de libro.

Hace ahora cuatro años se publicaba en Alemania Campo Santo, un conjunto de textos que las circunstancias convirtieron en el testamento literario de Sebald. Anagrama acaba de publicar la traducción que ha hecho Miguel Sáenz de esa narrativa incompleta y de otros textos dispersos, una miscelánea que recoge cerca de veinte textos organizados en dos secciones: cuatro fragmentos narrativos de aquel libro frustrado, entre ellos la conmovedora descripción del cementerio de Piana y los ritos funerarios corsos en el texto del que toma título el volumen, y una sección de ensayo en la que se recogen trece artículos de crítica teatral y literaria y el excelente y breve discurso de ingreso en la Academia alemana de Lengua y Poesía.

Los muertos siempre me han interesado más que los vivos - escribió Sebald una vez. Y tal vez por eso la destrucción, el luto y el recuerdo son, como recuerda Sven Meyer en su nota editorial, los temas que unen su labor narrativa con su producción ensayística. Pero no es sólo una cuestión de temas. Hay en este volumen una voluntad expresa de borrar las fronteras genéricas clásicas para proponer formas nuevas que son el resultado del mestizaje expresivo.

Mi medio es la prosa, no la novela -declaraba Sebald en 1993. Con esa afirmación daba la clave de una literatura como la suya en la que la fusión de géneros determina la tonalidad estilística y la temática de su obra.

El cine, la música o la pintura, la literatura de Nabokov, Grass, Chatwin o Handke son algunos de los objetivos de la mirada crítica y profunda de Sebald, uno de los grandes del fin de milenio, con una posición privilegiada para hacer de puente entre los escritores europeos del siglo XX y los del XXI.

En el texto estremecedor que da título al libro, un híbrido de narración, ensayo y dietario, hay un compendio de ese tono literario de la madurez de Sebald: el que está ya en Vértigo y sus páginas inolvidables sobre Stendhal, o en Los anillos de Saturno, que arranca también de un viaje, y se expresa a través de una prosa de textura bernhardiana y de excepcional calidad:

El recuerdo de los muertos nunca acaba realmente. Todos los años, el Día de Difuntos, se ponía especialmente una mesa para ellos o, al menos, como para los pájaros hambrientos en invierno, algunas galletas en el alféizar de la ventana, porque se creía que venían de visita para comer algo en mitad de la noche. Y también se ponía un cubo de castañas cocidas ante la puerta para los mendigos vagabundos, que en la mente de la población asentada representaban los espíritus que vagaban sin descanso. Y dado que los muertos, como es sabido, tienen siempre frío, se cuidaba de que el fuego del hogar no se extinguiera antes de amanecer el día. Todo ello apunta tanto al duradero pesar de los deudos como a su miedo difícil de calmar, porque los muertos pasaban por ser sumamente susceptibles, envidiosos, vengativos y pendencieros, y astutos. Si se les daba el menor pretexto, descargaban indefectiblemente sobre uno su descontento. No se los consideraba personas que estuvieran en la distancia segura del más allá, sino como parientes presentes igual que antes, que se encontraban sólo en una situación especial y, en la communità dei defunti, formaban una especie de comunidad solidaria frente a los que todavía no habían muerto. Aproximadamente un pie más pequeños de lo que habían sido en vida, deambulaban en bandas o grupos, y a veces recorrían las carreteras en auténticos regimientos, siguiendo una bandera. Se los oía hablar y susurrar con extrañas voces chillonas, pero no se entendía nada de lo que se decían entre sí, salvo el nombre del siguiente que pretendían llevarse.

Una página como esa sirve para acreditar no sólo la calidad literaria de Sebald, la tensión contenida de su estilo, sino también la solvencia indiscutible del traductor.

Santos Domínguez


31 octubre 2007

Juan Eduardo Zúñiga en Letras Hispánicas


Eduardo Zúñiga.
Largo noviembre de Madrid.
La tierra será un paraíso. Capital de la gloria.

Edición de Israel Prados.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2007.


Cátedra Letras Hispánicas reúne en un volumen preparado por Israel Prados la trilogía narrativa de Eduardo Zúñiga sobre el Madrid de la guerra civil y la posguerra: Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003) son los títulos de esas tres colecciones de relatos cortos que pueden leerse como cuentos aislados o como si fueran las piezas de un mosaico que les da un sentido en el conjunto, casi como si fueran capítulos de una novela.

Con un fondo de realidad autobiográfica de quien vivió aquel Madrid asediado durante novecientos días, lo que hay en estos tres libros es un ejercicio sostenido de reivindicación de la memoria. Porque recordar y mantener esa llama del recuerdo es la condición imprescindible para preservar la dignidad que es también un patrimonio, doloroso pero irrenunciable, del derrotado.

De manera que estos cuentos, además de una considerable altura literaria, tienen mucho de testimonio moral, porque en Zúñiga, como en pocos escritores españoles contemporáneos, ética y estética son sinónimos.

- Pasarán unos años y olvidaremos todo, es la primera frase del primer cuento (Noviembre, la madre, 1936) de Largo noviembre de Madrid.

Si humanamente esa actitud se justifica en una elemental razón de superviviencia, el escritor tiene la obligación moral de luchar contra el olvido o el encubrimiento.

Por eso, en la última frase del último cuento de Capital de la gloria, una madre le dice a su hijo tras un bombardeo:

-Esto es la guerra, hijo, para que no lo olvides.

La reunión, por primera vez, en un solo volumen de estos treinta y tres relatos que constituyen las tres obras de este ciclo narrativo sobre la vida en el Madrid de la guerra y la posguerra permite valorar en su justa medida el sentido unitario de estos tres libros, su unidad estilística y su valor moral y literario.

La intrahistoria de la ciudad asediada en Largo invierno de Madrid, las vidas clandestinas de La tierra será un paraíso o el deterioro físico y moral de los personajes de Capital de la gloria tras el largo asedio están enfocados con una técnica mixta que se mueve siempre entre la elaboración simbólica y el realismo crítico y da lugar a cuentos magistrales como Rosa de Madrid.

Luis Mateo Díez reivindicaba la importancia de Juan Eduardo Zúñiga en una reseña que publicó en 2003, cuando apareció Capital de la gloria. Escribía allí estas palabras, justas y reivindicativas:

Los autores secretos pueden resignarse con su destino, pero los lectores cabales tenemos la obligación de no permitírselo.

La incorporación de estas tres obras al catálogo de Letras Hispánicas, precedidas de un extenso prólogo en el que Israel Prados analiza las claves temáticas y estilísticas de esta trilogía, no sólo le rescata de ese injusto lugar de olvido, de su condición subterránea, sino que le pone a la altura que su obra merece.

Santos Domínguez

30 octubre 2007

Poéticas de Wallace Stevens


Wallace Stevens.
Sur plusieurs beaux sujects.
Traducción y prólogo de
Laura Romero y Jorge Gimeno.
Pre-Textos Poéticas. Valencia, 1998

Sur plusieurs beaux sujects es el título del cuaderno de citas (lo que se conoce en el mundo anglosajón como un commonplace book) en el que Wallace Stevens fue recogiendo durante más de veinte años sus ideas estéticas. Forma parte de la imprescindible y creciente colección Poéticas que publica Pre-Textos.

Se publicó póstumo con el material que Stevens fue recogiendo en un par de cuadernos que cumplen una función parecida a la del cuaderno de campo del naturalista.

En manos de un buen lector, este tipo de recopilaciones dicen mucho del universo literario de su autor, de los intereses creativos o ideológicos convocados en esas palabras ajenas que el escritor hace suyas al incluirlas, comentadas en ocasiones, en esos cuadernos de trabajo. Lo explica el propio Wallace Stevens:

Las citas tienen un interés especial, ya que uno es incapaz de citar algo que no sean sus propias palabras, quienquiera que las haya escrito.

Con citas y fragmentos de obras ajenas y algunas reflexiones propias que luego incorporaría en sus Adagia o aprovecharía en algún verso de su obra poética, las ciento cuatro entradas que lo integran resumen las concepciones estéticas del norteamericano a través de una reflexión constante sobre la poesía, la música, la pintura o la filosofía y son también un extracto de lecturas entre 1932 y 1953.


Santos Domínguez

29 octubre 2007

El Gran Duque de Alba


William S. Maltby.
El gran duque de Alba.
Prólogo de Jacobo Siruela.
Traducción de Eva Rodríguez Halffter.
Memoria mundi. Atalanta. Gerona, 2007.



Cuando se cumplen 500 años del nacimiento de Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba, Atalanta, la editorial de su descendiente Jacobo Siruela, recupera El gran duque de Alba, la biografía canónica del historiador norteamericano de William S. Maltby que apareció en 1985 en Turner con traducción de Eva Rodríguez Halffter y un prólogo de Jesús Aguirre.

Un siglo de España y de Europa (1507-1582) se subtitula este libro que en su nueva edición va presentado por un prólogo en el que Jacobo Siruela explora la leyenda negra y su reflejo en la literatura, la ópera, la emblemática o la historiografía posterior y hace un repaso de la iconografía del personaje en la pintura del XVI.

El tercer duque de Alba, un general en el laberinto de la situación política del XVI, fue una figura compleja, heroica y sanguinaria, en cuya imagen los componentes simbólicos han devorado a los aspectos humanos.

El estudio de Maltby se propone equilibrar la balanza con el estudio en profundidad del personaje y su papel en la política imperial con Carlos V y con Felipe II. El peso de la tradición familiar, su notable educación en las claves cortesanas del ejercicio de las armas y las letras, con preceptores como Boscán, dieron como resultado un joven impresionante, en palabras del historiador norteamericano.

Sobre esa instrucción juvenil de Alba se hizo la forja triple y sucesiva de un soldado, un capitán y un caudillo que fue virrey de Nápoles y capitán general de Milán, para afrontar las dificultades de una época muy problemática y trasladarse a Bruselas en 1558. Allí afronta el problema de los Países Bajos y contribuye de manera decisiva a forjar la leyenda negra con una actuación llena de errores que significaron una tragedia personal y un desastre para la imagen de España, muy deteriorada desde entonces.

Cuando ya estaban a la vista las consecuencias de aquella política se pusieron en marcha los mecanismos que provocaron su caída en desgracia ante Felipe II. Tuvo que producirse un nuevo conflicto externo, la campaña de Portugal, para que Alba, en su vejez, demostrara su mejor sentido político.

Fue el mejor soldado de su generación, un importante hombre de Estado y un símbolo ambivalente: un dechado de virtudes para la España tradicional y una imagen de la crueldad intolerante y el fanatismo sanguinario para el resto de España y el mundo.

El acercamiento a la complejidad de su comportamiento y su carácter, la imagen poliédrica que traza Maltby de Alba es la mayor virtud de esta espléndida biografía y una invitación a evitar las simplificaciones y los tópicos.

Santos Domínguez

28 octubre 2007

Ausencia presente de Spender


Stephen Spender.
Ausencia presente y otros poemas.
Traducción y prólogo de Eduardo Uriarte.
Lumen Poesía. Barcelona, 2007.

Con traducción y prólogo de Eduardo Uriarte, Lumen publica Ausencia presente y otros poemas, un volumen bilingüe que recoge una amplia selección de los New Collected Poems de Stephen Spender.

Resuelto desde joven al ejercicio de la poesía, Stephen Spender (1909-1995), forma parte de la llamada generación de Auden, que surge en los años treinta y acabó convirtiéndose en un referente de la poesía inglesa del siglo XX. T. S. Eliot lo reconoció como el poeta lírico de aquel grupo de escritores desclasados que procedían de una burguesía conservadora, puritana y decadente y encontraron en el compromiso una razón de ser de su vida y su poesía.

En su prólogo, con un elocuente título, Hacia la esencia acendrada, Eduardo Uriarte describe la trayectoria poética del autor como la "búsqueda de un centro absoluto, una esencia inalcanzable." Esa búsqueda de un territorio propio desde una tierra de nadie define en gran medida el carácter exploratorio de la poesía de Spender, que escribía:

Vivir distinto no es vivir en lugares distintos
sino crear en la muerte un mapa...

Para Spender, como para Auden, la experiencia directa de la guerra civil española, aquella guerra de los poetas, se resolvió en un doloroso desengaño de sus expectativas revolucionarias. A partir de entonces, Spender, como Auden, se retrae hacia sí mismo y escribe su autobiografía temprana, Un mundo dentro del mundo; un ensayo crítico, La escritura de un poema, o El centro en calma, un título revelador de ese retraimiento, aunque mantuvo intacta su capacidad de asombro ante el mundo y una práctica de la poesía vinculada a la piedad con el derrotado, con el débil, el pobre o el marginado, como en el espléndido Ultima ratio regum, que termina con estos versos memorables a propósito de un joven acribillado bajo los olivos:

Piensa en su vida sin valor
por lo que se refiere a empleo, registros, archivos periodísticos.
Piensa. Una bala de cada diez mil mata a un hombre.

Pregunta. ¿Estaba justificado semejante gasto
en la muerte de alguien tan joven y tan tonto
tendido bajo los olivos, oh, mundo, oh, muerte?

Spender tradujo con eficiencia a Rilke y a Lorca y sometió sus propios textos a una revisión sistemática en una labor de poda que culmina en los New Collected Poems, que son el punto de partida de esta traducción.

Las últimas décadas de su vida las dedicó a escribir un Diario en poemas, una poesía autobiográfica en la que pesa cada vez más la sensación de fracaso literario. La búsqueda -honesta y exigente consigo mismo- de la luz desde la oscuridad, del centro desde el caos o desde el laberinto de espejos de la existencia, la temporalidad o la compasión están presentes en algunos de sus mejores poemas, como La mascarilla mortuoria de Beethoven, que comienza con esta fuerza evocadora:

Lo imagino aún con el ceño fruncido.
Inmenso, negro, con la cabeza inclinada y el cabello sobre la frente.

El cumpleaños de Auden, la fotografía de un amigo muerto o una muchacha ahogada en el río se convierten en materia poética en la voz y la mirada compasiva de Spender, que escribió uno de sus poemas más altos a propósito del funeral de Auden:

Uno entre los amigos que estaban asomados a tu tumba...

Santos Domínguez


27 octubre 2007

El condenado a vivir

Klaus Mann.
El condenado a vivir.
Traducción de Luis Bonmatí.
El Nadir. Valencia, 2006.

La editorial valenciana El Nadir hace en su catálogo y en su nombre una apuesta por aquellos autores marginales, olvidados o malditos cuyas obras, muchas veces inéditas en español, son fundamentales para comprender la modernidad y sus márgenes.

Uno de esos autores, morfinómano y culto, homosexual y lúcido, es Klaus Mann, del que han publicado dos libros muy distintos pero complementarios: El condenado a vivir, una colección de artículos y ensayos que se traducen por primera vez, y Encuentro en el infinito, una novela inédita hasta ahora en español.

Con más lucidez que talento, a Klaus Mann (1906-1949) le persiguió la sombra de su padre hasta su suicidio en Cannes. Thomas Mann le escribía unos días después a Hermann Hesse:

Mis relaciones con él fueron difíciles y no exentas de un sentimiento de culpabilidad dado que mi existencia desplegaba una sombra sobre la suya. Él trabajaba muy rápido y muy fácilmente; eso explica los errores y las negligencias de sus libros.


El condenado a vivir reúne un conjunto heterogéneo de veintiséis textos -artículos, ensayos breves y un par de poemas- que dan una imagen muy certera de la lucidez intelectual y las obsesiones de un ser tan problemático y angustiado como Klaus Mann, más dotado para el rigor intelectual del análisis que para la pura creación.

Escritos entre 1930 y 1949, en unos años cruciales en su vida y en la historia de Alemania, reflejan el ascenso del nazismo y predicen la proximidad de las catástrofes públicas y privadas que marcaron su vida y la historia de Europa. Klaus Mann se revela en ellos como uno de los intelectuales que mejor y más rápidamente comprendieron que estaban asistiendo al fin de una época, de una idea de Europa y a la crisis definitiva de unos modelos culturales que iban a dejar paso al desfile de los bárbaros. Había llegado la hora de los asesinos que pronosticó Rimbaud y evocaba Mann.

Entre el análisis diagnóstico y el presentimiento de una realidad que confirmaría sus peores pronósticos, estos textos son el testimonio lúcido y doloroso de aquel tiempo, la crónica de una crisis personal, social y política en la que lo exterior se proyecta en el escritor, que a su vez contempla esa realidad como una ampliación de su existencia problemática.

Todo acaba configurando la crónica de una decepción, dibujando un paisaje de catástrofes colectivas y angustias íntimas de quien se ve a sí mismo como un ser aparte que tiene en el aislamiento, la soledad y la distancia la atalaya privilegiada de su lucidez desilusionada y profética.

En Suicidas, un texto de 1931, Klaus Mann parece tener una premonición de su propia muerte en Cannes, dieciocho años después: Un amigo mío, Wolfgang D., se mató en Cannes con un arma de fuego. Le gustaba mucho Francia, sobre todo el Midi; creo que fue a propósito allí para morir.

Y esa, la obsesión creciente por la muerte como la única patria y la autodestrucción como el ángel redentor, es una de las fuerzas temáticas de estos textos, en la variante de la necrológica o en la repetida alusión al suicidio del Himno a la muerte, uno de los mejores artículos del libro, o en La última decisión (1941-42), donde escribe:

El hijo de un famoso novelista se suicida a causa del fracaso de su revista /.../ El primogénito de un premio Nobel, decepcionado por el fracaso de una revista literaria, se suicida. (...)
Tuve que abandonar la revista. Y deseo morir porque era -porque soy- incapaz de afrontar y de soportar la exorbitante acumulación de mediocridad y maldad, ignorancia y holgazanería egoísta que rigen el mundo y este país.

A medida que van pasando los años, el suicidio se acaba convirtiendo en el tema dominante, a propósito de dos escritores suicidas, como Zweig y Virginia Woolf.

El libro se cierra con el que posiblemente es el ensayo más sólido de Klaus Mann, La crisis del espíritu europeo, un texto que se publicó al mes de su muerte y que es su testamento intelectual, su última reflexión sobre el papel de los intelectuales europeos de la posguerra.

Santos Domínguez


26 octubre 2007

Península pentagonal


Mario Praz.
Península pentagonal.
La España antirromántica.

Traducción de Manuel Vicente Rodríguez Alonso.
Almuzara. Córdoba, 2007.


En su serie Noche Española, que recoge la mirada extranjera de distintos escritores sobre España, Almuzara publica Península pentagonal, de Mario Praz (1896-1982), uno de los más interesantes ensayistas italianos del siglo XX.

Es la primera vez que se publica en español este libro con la visión que Praz ofreció de España en 1928, tras el viaje que hizo dos años antes, y ocho años después de la primera España negra de Solana. Una versión cáustica y agresiva que suavizó en la versión revisada de 1955, que es la que se ha utilizado como base de la edición española.

Subtitulada La España antirromántica, el propio autor lo define como un libro pintoresco que intenta desenmascarar la leyenda del pintoresquismo español. El propósito de ir más allá del tópico, de ver lo otro, como destacó Eugenio Montale en la reseña de este libro.

Con el despego irónico y la distancia del anglicista que habla del sur, Praz elabora en este libro una contraguía que rompe los tópicos que se habían venido repitiendo sobre España desde los viajes de los románticos franceses Merimée y Gautier o, luego, aquel primer Barrès, desorientado y superficial.

Una desmitificación que ridiculiza y combate el pintoresquismo castizo y va siempre más allá de la superficialidad del turista que llega con las ideas preconcebidas de plazas con naranjos y pasiones y rejas, con guitarras y caballistas y un fondo de jardines y callejones:

Si existe en Europa un país donde menos se cumpla el requisito capital de lo pintoresco, la rápida sucesión de muy variados efectos, ese país es España.

La primera imagen no puede ser más impactante: en Vizcaya, en un paseo, las señoras llevan bajo el brazo lechones con cintas de colores. Una romería en Alcalá de Guadaira, con cigarras y castañuelas, un prostíbulo malagueño, una procesión en Sevilla o una corrida en Barcelona describen con agresividad un país sórdido y a unos españoles que son gente positiva y practican la civilizada virtud de la pereza y la superficialidad:.

Aquí hablaba Luis de León, aquí, todavía ayer, hablaba Miguel de Unamuno. ¿Ofrecen su mensaje los caracteres grabados en los bancos? No: los estudiantes de Luis de León, como los estudiantes de Unamuno, sólo han grabado sus propios nombres y los usuales garabatos idiotas u obscenos. ¿Para quién agitaba el sacerdote su bandera? ¿Para quién pronunció su palabra el profesor del siglo XVI o el del siglo XX?

Para una España monótona que se refleja en los colores de tierra seca de su pintura, del Greco a Goya, en la arquitectura repetitiva de El Escorial y en la noche oscura de San Juan de la Cruz, en la gastronomía o en los espectáculos públicos de la Semana Santa sevillana y en una corrida de toros vista con decepción y sufrida con aburrimiento por una joven norteamericana. Ese episodio le sirve a Praz para redactar sobre la tauromaquia un interesante capítulo que es un ensayo de interpretación simbólica y antropológica de ese rito de sangre, voluptuosidad y muerte.

Y si como en todo rito lo fundamental es la reiteración de determinados actos, la monotonía vuelve a ser una señal de la vida española, del carácter de los españoles o de sus manifestaciones artísticas. De ahí la visión despectiva de la Alhambra como exponente de un arte frágil y decepcionante, perfecto en su monotonía como las telarañas, las colmenas y los cristales de la nieve. Un arte inmóvil e impersonal que tiene su continuación en el plateresco de San Juan de los Reyes, en el barroco escurialense o en la Sagrada Familia, expresiones renovadas de la monotonía de lo español.

Tras eso, y como contrapunto humorístico e irónico, el memorable retrato grotesco de Mr. Cockerell, uno de esos inglesitos españolizados que tanto abundaron en la Andalucía de la primera mitad del XX, o el episodio esperpéntico de un milagro segoviano en Domingo de Pasión.

Y en un nuevo giro inesperado, otro cambio de tono para elaborar un triunfo de la muerte en la visión del arzobispo Carranza o imaginar un diálogo entre Calleancha y Puertaestrecha sobre el tratado sanjuanista de Baruzzi y sobre el misticismo en la pintura del Greco.

Un último capítulo sobre la devoción mariana como peculiaridad española completa este estupendo baedecker corrosivo y profundo, este relato de una decepción, como subraya Juan Bonilla en su epílogo.

Santos Domínguez


25 octubre 2007

Viento en los oídos

José Marzo.
Viento en los oídos.
ACVF Editorial. Madrid, 2007.


Años antes de que yo naciera, mi tío Isidro fue llamado a filas para defender a tiros las últimas posesiones del imperio.
Decenas de miles de hijos del emperador fueron reclutados en las vastas tierras del interior y enviados a las lejanas colonias de ultramar. Los pastores dijeron adiós a sus montañas y a sus perros, los campesinos abandonaron el arado y los bueyes, los golfillos se despidieron de las billeteras y las comisarías. «Restaurar el honor mancillado de nuestro pueblo». «Proteger los logros de la civilización». Desde la gloriosa época de la conquista, ninguna generación gozó como ellos de la oportunidad de dar su sangre por causas tan elevadas.

Después de un viaje en vagones de tren que duró días y de un viaje en bodegas de barco que duró semanas, arribaron a un luminoso puerto del trópico. Los edificios blancos resplandecían al sol. En la bocana, flanqueada por dos garitas vigía, se enseñoreaban los trapos coloreados de nuestra patria. Por entre las almenas de las murallas asomaban los cañones de bronce bruñido. Posados en ellos, unos pajarones desgarbados y jibosos, de plumas verdes y pico negro, escrutaban la espuma de las olas y emitían un incesante «ñac-ñac».

Los reclutas formaron en la plaza y se les ordenó que dejaran la ropa en las losas. Les lavaron el vómito del barco a baldazo limpio, con un agua de mar tan salada y tan caliente que desinfectaba las heridas y reblandecía los callos de los pies. Les cortaron el pelo al cero y los médicos comprobaron que todos tenían la dentadura completa y dos testículos, y cinco dedos en cada mano y en cada pie. Así, tal como vinieron al mundo, entraban ahora en el Mundo Nuevo. Y para que fueran por completo unos hombres nuevos, les entregaron una gorra de plato, una blusa y un pantalón, un cinto de caña trenzada, un par de botas, una pastilla de jabón y diez céntimos para tabaco.

Con esas líneas intensas, llenas de crudeza y de ironía, empieza la última novela de José Marzo (Madrid, 1967), Viento en los oídos, que publica ACVF Editorial.

Autor de varias novelas y de tres volúmenes de relatos reunidos en la trilogía Aurora, que publicó esta misma editorial, José Marzo aborda en Viento en los oídos la historia novelada y verosímil de unos años convulsos, los que van desde la guerra de Cuba y el desastre del 98 a la guerra civil, con episodios intermedios como la guerra del Rif.

La crudeza y la ironía de las primeras líneas son algunas de las claves constantes de esta novela, en una mezcla que quizá pueda explicarse a partir de una reflexión como esta, que le hemos leído a su autor en un artículo en La Fábula Ciencia:

Quien siente el vacío de sus contemporáneos debe distanciarse y mirar el presente con la misma altura desde la que se contemplaría a sí mismo dentro de cincuenta años, dos siglos. Es una ilusión, pero permite alzar la cabeza y respirar.

Narración oral y fábula histórica, Viento en los oídos se ubica en Titulcia, una ciudad imaginaria con catedral y tranvía, telón de fondo de vidas como las de Isidro, Mercedes, Juan Expósito o don Silvestre, unos personajes bien trazados y cuyas existencias individuales, en un ambiente de violencia agazapada, se cruzan en un destino común para trazar el entramado colectivo del que son protagonistas y víctimas.

Por eso, a medida que avanza, la narración gana solidez y hace que aumente el interés del lector por una novela consistente en la que cada uno de esos hilos acaba cumpliendo una función en el conjunto de una obra habitada – como la historia- por personajes de individualidad profunda y contradictoria.

En otro lugar, ha escrito José Marzo unas palabras que resumen el sentido último de su novela: Registrar hoy las injusticias del pasado es un aviso para el presente y una advertencia lanzada desde el futuro.

Una novela que termina así:

Así pasaron los años. Todo pasa, aunque no he visto que el tiempo acabe poniendo a cada cual en su lugar. Algunos tienen más de lo que se merecen, muchos carecen de lo que necesitan. Nunca olvidé ni los cuatro números ni las cuatro letras aprendidas en mi infancia, ni el beso del cariño ni la mano de la amistad. Y por fin he hecho lo que un día me prometí cumplir: una de esas promesas que no se pueden decir hasta que no se han realizado. Tan sólo me prometí contar algún día la experiencia de mi tío Isidro. Para que lo lea quien lo pueda leer, para que lo escuche quien lo quiera escuchar. Para que no caiga en el olvido. Y la he contado sin apartarme un solo punto de la verdad que fluye por debajo de la historia y que seguimos oyendo cuando el viento nos sopla en los oídos.



Mayra Vela Muzot


24 octubre 2007

Exploradores del abismo



Enrique Vila-Matas.
Exploradores del abismo.
Anagrama. Barcelona, 2007.


Voy pensando que un libro nace de una insatisfacción, nace de un vacío, cuyos perímetros van revelándose en el transcurso y final del trabajo. Seguramente escribirlo es llenar ese vacío. En el libro que terminé ayer, todos los personajes acaban siendo exploradores del abismo o, mejor dicho, del contenido de ese abismo. Investigan en la nada y no cesan hasta dar con uno de sus posibles contenidos, pues sin duda les disgustaría ser confundidos con nihilistas. Todos ellos han elegido, como actitud ante el mundo, asomarse al vacío. Y no hay duda de que conectan con una frase de Kafka: «Fuera de aquí, tal es mi meta.»

Enrique Vila-Matas ha contado alguna vez que después de terminar Doctor Pasavento tenía la sensación de estar al final de un camino, ante un abismo. A sondear el precipicio, a explorar el abismo se dedican los diecinueve textos de Exploradores del abismo, que publica Anagrama y que cierran como epílogo unas líneas de Peter Handke en El peso del mundo:

Sostenía yo maquinalmente el bolígrafo apuntando hacia las cosas. Cuando me di cuenta, lo desvié de inmediato en otra dirección, en la que no había nada.

En el otro extremo del libro, Café Kubista, el texto inicial porque funciona como prólogo, aunque es el último que escribió, explica Vila-Matas el proceso que le llevó a recuperar la narrativa corta:

Estoy seguro de que no habría podido escribir todos esos relatos si previamente, hace un año, no me hubiera transformado en alguien levemente distinto, no me hubiera convertido en otro. Justo es decir que el cambio se produjo con una sencillez abrumadora. Un colapso físico, acompañado de una rápida pérdida de peso, contribuyó a ello. De pronto, tuve la sensación de haber heredado la obra literaria de otro y tener ahora tan sólo que gestionar su obra. Desde entonces, soy alguien que necesita de las leves discordancias con el antiguo inquilino de su cuerpo, discrepar con él ligera y sutilmente y, siempre que pueda, a modo de redundancia jocosa, hacerle perder peso en sus razonamientos.

Así pues, tras mirar su propio abismo, el narrador/autor intenta ser otro y emprende la búsqueda de nuevos caminos para ir en su escritura más allá de la trilogía metaliteraria de Bartleby y compañía, El mal de Montano y Dr. Pasavento:

Quién sabe si terminar un libro de cuentos no es como vaciar de golpe un cubo en el Café Kubista. Ver vaciarse todo y conocer su contenido, saber perfectamente de qué se ha llenado todo. Y saberlo en medio de un clima risueño, discreto y geométrico. Un clima en el fondo alegre. Porque mis constantes vitales de esta mañana son el sol que saluda los despertares, el descubrimiento del placer de ser cortés, la revelación algo tardía de que todo es excepcional, el despliegue de gentileza en el trato a las personas, la impresión de vivir en plena tempestad de calma, la satisfacción de haber perdido unos kilos, la gestión de la herencia literaria del antiguo ocupante de mi cuerpo, el abordaje suave de una lógica espartana del trabajo, la creencia de que los gordos son los demás, la utilización de la ironía templada como rasgo de elegancia, de tímida felicidad, en definitiva.

Este es un libro que se puede leer como un conjunto trabado de relatos breves, pero también como los capítulos sucesivos de una novela peculiar, en el territorio peligroso e incierto de la literatura y de la vida, con la ambigüedad de la primera persona, cuyo carácter borroso se sitúa en la frontera del sueño y la realidad, la vida y la ficción, el autor y el narrador.

Un libro hecho con relatos, novelas cortas y ensayos, con formas literarias inestables, pero también con hilos conductores como el equilibrista Maurice Forest-Meyer, que aparece en casi todos los textos acompañado de Delia Dumarchey, la mujer tuerta de elegante cojera y legendario ojo de cristal. Ese funambulista es a la vez un elemento unificador y la metáfora de quien, como el escritor, se mueve sobre el vacío y ha hecho del abismo su medio.

La ironía constante y el distanciamiento unifican además el tono de unos textos escritos a veces con ritmo lento de novela, otras veces con alusiones metaliterarias y hasta con personajes normales.

La decisión de escribir sobre historias de la vida cotidiana es el tema del más irónico de los textos: La gota gorda, un relato que abre y cierra la posibilidad de una nueva manera narrativa de Vila-Matas, que culmina en ese texto y en el libro un viaje de ida y vuelta. Y lo hace con sentido festivo, no trágico, porque comprende que en el centro de la fiesta está el vacío, pero en el centro del vacío hay otra fiesta, como intuyó Roberto Juarroz en versos memorables y verticales evocados por Vila-Matas, o por el fingidor que escribe en ese relato:

He sudado la gota gorda con las secreciones y exudaciones de mis personajes, he hecho un esfuerzo increíble por mostrar ‘apego a la existencia normal de las personas normales’. Y últimamente me siento ya bien adaptado a mi nueva asquerosa vida [...] Me he dedicado a hablar de seres corrientes y vulgares, es decir, de individuos amostazados, apopléticos y analfabetos, pero lo he pasado mal, muy mal. Y todo para que dijeran que he cambiado un poco de estilo. [...] Creo que en el fondo me fascinan todas esas señoras y señores tan enormemente vulgares, con su nariz y su hígado y su patata y en fin, con todas esas cosas tan bien puestas y su existencia normal de personas normales, normalísimas. Además, ¿pero qué diablos?, ¿acaso no se trataba de cambiar de estilo?”

Pese a todo, este es un paso adelante en la narrativa de Vila-Matas, que ha ido más allá de una fórmula y de la autorreferencialidad ficticia y ha escrito en La gloria solitaria, el penúltimo texto del libro una excelente reflexión en la que se unen narrativa y ensayo, Thomas Bernhard y Glen Gould, Walser y Benjamin, DeLillo y Thelonius Monk y los registros más personales y brillantes de Vila-Matas para trazar su poética.

El homenaje a Chejov en Fuera de aquí, el autofictivo ladrón de gestos y frases en el autobús de la línea 24 (La Modestia) y, ya cerca de la novela corta y como eje de la obra, los excelentes Niño y Porque ella no lo pidió son los relatos en los que un Vila-Matas tan paradójico como siempre, tan brillante como en sus mejores páginas, alcanza la mayor altura de un libro que es también un puente levantado sobre el abismo.

Los lectores normales disfrutarán con estos relatos. A los mutantes seguirá sin gustarles. Mala suerte.

Santos Domínguez