Virginia Woolf.
Una carta sin pedirla.
Correspondencia 1912-1941.
Edición y traducción de Patricia Díaz Pereda.
Editorial Páginas de Espuma. Madrid, 2024.
“Virginia Woolf asegura, en carta a Hugh Walpole, que el escribir cartas «es uno de los dones que las hadas no me dieron cuando se asomaron a mi cuna». Afirmación de la que cualquier lector discrepará a lo largo de estas páginas ya que su vitalidad y frescura epistolar nunca decae, ni siquiera pocos días antes de su muerte. Fue una infatigable escritora de cartas, incluso cuando dispuso de teléfono, si bien con los años insiste en que cada vez detesta más escribirlas, pero le encanta recibirlas. Prueba de ello es que se han conservado casi cuatro mil”, escribe Patricia Díaz Pereda en la introducción con la que presenta Una carta sin pedirla, su magnífica edición de la correspondencia de Virginia Wolf entre 1912 y 1941 en un cuidado volumen publicado por Páginas de Espuma.
Y de este fragmento de otra carta a Walpole, narrador amigo, fechada el 1 de julio de 1928, toma su título esta selección. Escribía allí Virginia Woolf: “Sí, tengo tu carta y fue un gran placer recibirla. Es tan poco frecuente recibir una carta sin pedirla y sin que haya necesidad de escribirla y son las únicas que merece la pena recibir.”
Patricia Díaz Pereda, que reunió en De viaje (Nórdica, 2023) las cartas y notas de viaje de Virginia Woolf, recoge en este volumen una selección anotada de sus miles de cartas, que trazan un retrato cercano con las claves vitales y literarias de una creadora en la que se cruzan constantemente la literatura y la vida, la desazón íntima y el reconocimiento público, la lectura y la escritura, la vida privada y los proyectos editoriales.
“Sí, soy una desgraciada que nunca escribe cartas”, afirmaba en 1932. Y sin embargo escribió miles de cartas. Familiares y amigos, lugares en los que transcurrió su vida, los paisajes campestres y urbanos en los que discurrió su existencia recorren esta abundante correspondencia que refleja de primera mano las claves personales, estéticas y ambientales que convirtieron a Virginia Woolf y al grupo de Bloomsbury en la expresión de la modernidad en la literatura inglesa.
Esta selección de casi doscientas cartas refleja sus cambios anímicos e incluso su evolución personal y literaria, la brillante aventura editorial que bautizó como The Hogarth Press, los laberintos creativos y los desalientos de la depresión, sus lecturas (Henry James, D. H. Lawrence, Proust, Guerra y paz, Chéjov, Dickens…) y sus enfermedades, las vacilaciones creativas y las dudas existenciales, sus relaciones con su marido Leonard Woolf (“queridísima mangosta”), con su hermana Vanessa Bell y con su amante Vita Sackville (“queridísima criatura”, “ángel”, “potrillo”).
Junto con ellos, amigos como Lytton Strachey, T. S. Eliot, Gerald Brenan, John Lehmann, Roger Fry, Dora Carrington o Stephen Spender son los destinatarios principales de sus cartas, afectuosas, espontáneas y desinhibidas con las que “deseaba entretener, divertir, interesarse por la salud o las penas de sus destinatarios y aliviarlas en lo posible. Deseaba intercambiar ideas, comunicarse, conocer cotilleos, saciar su curiosidad por la vida de sus amigos, por sus relaciones, incluso por sus casas”
“En las páginas que siguen -apunta Patricia Díaz Pereda en su Introducción, ‘El don de escribir cartas’- el lector podrá disfrutar de una selección de las mismas, la gran mayoría inéditas en español; el período elegido abarca desde 1912, cuando se casó con Leonard Woolf, hasta su muerte en 1941. La elección de fechas no es aleatoria. Con ella se descubre a una Virginia Woolf a punto de convertirse en escritora de ficción, pues si bien es cierto que había empezado su primera novela antes de casarse, no publicó Fin de viaje, una vez revisada y corregida varias veces y superada su crisis mental, hasta 1915.[…]
La selección ha sido un trabajo exhaustivo y arduo, dado el interés y la calidad de este ingente material, y para ello se ha atendido a tres grandes criterios temáticos: la literatura, las casas y las gentes, tres temas esenciales para Woolf y a menudo entremezclados en una misma carta.”
Ordenadas de forma cronológica en cinco bloques (desde 1912, a punto de convertirse en escritora de ficción, hasta su muerte el 28 de marzo de 1941), las cartas de esta selección recorren los tres temas principales de su correspondencia -la literatura, las casas y las gentes-, para acercar al lector el retrato íntimo y el mundo literario y humano de Virginia Woolf, su papel como lectora y escritora, el ámbito literario de la casa, la habitación propia y sus espacios vitales en Monk’s House, Hogarth House o Bloomsbury.
O su papel como editora, por ejemplo cuando renuncia a editar el Ulysses. El 17 de mayo de 1918 le escribe a Harriet Weaver, mecenas de Joyce: “Hemos leído los capítulos de la novela del señor Joyce [Ulysses] con gran interés y desearíamos poder imprimirla. Pero en estos momentos su extensión es una dificultad insuperable para nosotros. No tenemos a nadie que nos ayude y a nuestro ritmo, un libro de trescientas páginas nos llevaría producirlo al menos dos años, lo que es inadmisible, por supuesto, para usted o para el señor Joyce.
Lamentamos mucho esto, puesto que nuestro objetivo es producir libros de valía que los editores corrientes rechazan. Sin embargo, nuestro equipamiento es tan pequeño que nos resulta difícil sacar un libro de más de cien páginas.”
La presencia de lo doméstico y lo trivial en muchas de esas cartas, llenas de humor, de complicidad y cotilleos contribuye a acercar al lector la imagen de una Virginia Woolf espontánea y directa, cuando le cuenta sus problemas el 21 de agosto de 1921 a su amigo Roger Fry, pintor y crítico de arte: “He estado fastidiada por todo tipo de dolencias menores desde que llegamos y así hemos llevado una vida aburrida, triste y apenas humana, hasta la semana pasada, cuando me recuperé y gracias a Dios retomé la escritura. Pero ¿por qué inventaron el sistema nervioso?”
O cuando hace esta autocrítica jocosa al final de una de sus cartas más largas: “¡Vaya carta! ¡Vaya carta! Es como el monólogo interminable de una vieja de pueblo a su puerta. Cada vez que le dices buen día e intentas irte, piensa en algo nuevo y todo empieza otra vez.”
El primer bloque lo constituyen las cartas escritas entre 1912, cuando Virginia Woolf se casa con treinta años, y 1918, cuando conoce a T. S. Eliot, al que le acabaría publicando en Hogarth Press La tierra baldía. De ese periodo es una carta a su amiga y protectora Violet Dickinson, del 11 de abril de 1913 en la que le cuenta: “Toda la mañana escribimos en habitaciones separadas. Leonard va por la mitad de su nueva novela [Las vírgenes prudentes], pero en cuanto el reloj da las 12 empieza un artículo sobre el trabajo para algún pálido periodicucho, o una crítica de literatura francesa para The Times o una historia del movimiento cooperativista.
Cosemos artículos para todo el mundo. Yo también estoy escribiendo para The Times, reseñas, artículos y biografías de mujeres muertas, así que esperamos ganar lo suficiente para mantener a los caballos.”
Las cartas de 1919 a 1925 forman otro apartado. En 1919 Leonardo y ella compraron Monk’s House, la que sería desde entonces su casa de campo: una casa de madera del siglo XVII, en Sussex, donde escribió gran parte de su obra y donde en 1925 terminaría La señora Dalloway. En ese periodo conoció a Vita Sackvile-West, que acabaría siendo su amante. “¿Tienes alguna opinión acerca de amar al propio sexo?”, le pregunta en una carta a su amigo Jacques Raverat el 24 de enero de 1925, a propósito de Vita.
Entre 1926 y 1931 Virginia Woolf escribió sus mejores novelas, Al faro y Las olas y tuvo una intensa relación amorosa hasta 1929 con Vita Sackvile-West, a la que inmortalizó en Orlando. En la carta que le envía el 9 de octubre de 1927 le dice “no podía atornillar una palabra y al final hundí la cabeza en las manos: mojé mi pluma en la tinta y escribí estas palabras, como de forma automática, en una hoja en blanco: Orlando: una biografía. En cuanto lo hice, mi cuerpo se inundó de éxtasis y mi cerebro de ideas. Escribí con rapidez hasta las doce. Luego le dediqué una hora a la novela. Así que todas las mañanas voy a escribir ficción (mi propia ficción) hasta las doce y novela hasta la una. Pero escucha; suponte que Orlando es Vita Y es todo sobre ti y las lujurias de tu carne y los señuelos de tu mente […] ¿te importaría? Di sí o no.”
Entre 1932 y 1936 se fecha otro conjunto de cartas. La muerte de su amigo Lytton Strachey y el suicidio de Dora Carrington abren ese periodo. En una de esas cartas, del 15 de marzo de 1932, evoca la última visita a Dora, que se suicidó el 11 de marzo, un día después de la visita de Virginia y Leonard: “fue terrible dejarla sola aquella noche, sin nadie en la casa.”
Es la época en la que escribió Los años, la última que publicó antes de morir. En una carta del 29 de septiembre de 1935 dice de ella: “me está llevando más tiempo del que esperaba, pero espero que esté lista para Navidad. He decidido llamarla Los años, pero preferiría no dar ninguna descripción de ella hasta que la haya leído entera […] Me queda aún mucho por hacer en cuanto a revisión y todavía es demasiado larga. En estas circunstancias, me parece difícil ofrecer un resumen inteligible.”
“Disculpa este egotismo. Aún más, disculpa este aburrimiento. No he visto a nadie. Mis amigos se mueren o caen enfermos.[…] solo leo sólida Historia o Dickens, para aliviar mi mente de las comas. El amor me parece algo que nunca sentí, esperé o creí, le escribe a su amiga feminista y música Ethel Smyth,, el 10 marzo de 1936. Y firma una “entintada, amarga y vieja V.”
Ethel Smyth, mucho mayor que ella -había nacido en 1858, casi veinticinco años antes que Virginia Woolf- es sin embargo la destinataria de sus cartas más sinceras. A ella le confiesa en otra ocasión que “como experiencia, la locura es tremenda, te lo aseguro, y no debe menospreciarse; en su lava aún encuentro la mayoría de las cosas acerca de las que escribo.”
Los años apareció el 15 de marzo de 1937, la referencia temporal que se ha tomado como inicio del último bloque de cartas. Por entonces había empezado a trabajar en Tres guineas, que terminó en octubre, y poco después inició la redacción de Entre actos, una novela que no acabó de satisfacerla.
La selección de cartas de 1941, el año de su muerte, más que a los tres criterios que guían el conjunto, responde a su interés biográfico y humano, porque esas cartas permiten comprobar que Virginia Woolf siguió trabajando y escribiendo cartas hasta sus últimos días.
Antes de suicidarse el 28 de marzo de 1941 en el río Ouse dejó escrita esa misma mañana su última carta, dirigida a Leonard:
Queridísimo:
Quiero decirte que me has dado una felicidad completa. Nadie podría haber hecho más de lo que tú has hecho. Por favor, créelo.
Pero sé que nunca superaré esto: y estoy malgastando tu vida. Es esta locura. Nada de lo que me diga nadie puede persuadirme. Puedes trabajar y lo harás mucho mejor sin mí. Ya ves que ni siquiera puedo escribir esto, lo que demuestra que tengo razón. Todo lo que quiero decir es que hasta que llegó esta enfermedad fuimos perfectamente felices. Todo se debió a ti. Nadie podría haber sido tan bueno como lo has sido tú, desde el primer día hasta ahora. Todo el mundo lo sabe.
V.
Encontrarás las cartas de Roger a los Mauron en el cajón del escritorio en el cobertizo. Destruirás todos mis papeles.
Cierran el magnífico volumen, editado en tapa dura, una estupenda selección de fotografías de Virginia Woolf y sus corresponsales epistolares, una biografía de los principales destinatarios y dos índices: uno onomástico y otro general de las cartas seleccionadas en Una carta sin pedirla.
Santos Domínguez