11/3/24

Un artista del hambre



Franz Kafka.
Un artista del hambre. 
Traducción de Isabel Hernández. 
Ilustraciones de Federico Delicado.
Nórdica. Madrid, 2024.

Nórdica conmemora el centenario de la muerte de Kafka con la publicación en una bellísima edición conmemorativa de uno de sus relatos más perturbadores y significativos, Un artista del hambre, con una estupenda traducción de Isabel Hernández  y espléndidas ilustraciones de Federico Delicado.

Se abre con este párrafo:

En las últimas décadas ha disminuido mucho el interés por los artistas del hambre. Mientras que antaño merecía la pena organizar por cuenta propia grandes exhibiciones de este tipo, hoy resulta completamente imposible. Eran otros tiempos. Entonces la ciudad entera se entretenía con los artistas del hambre: con cada día de ayuno aumentaba el interés, todos querían ver al artista del hombre al menos una vez al día; las últimas jornadas había abonados que se pasaban horas enteras sentados delante de la pequeña jaula, incluso se hacían visitas por la noche para aumentar el efecto a la luz de las antorchas. Los días que hacía bueno sacaban la jaula al aire libre y entonces el artista del hambre se exhibía especialmente para los niños; mientras que para los adultos a menudo no era más que una diversión en la que participaban porque estaba de moda, los niños, asombrados y boquiabiertos, agarrándose de la mano unos a otros por seguridad, veían cómo el artista, sentado en la paja esparcida por el suelo, despreciando incluso una silla, pálido, con su maillot negro y las costillas muy marcadas, respondía a las preguntas con una sonrisa forzada, asintiendo a veces cortésmente con la cabeza, incluso sacando el brazo por entre los barrotes para que pudieran percibir su delgadez; pero luego volvía a sumirse en sus pensamientos, sin preocuparse de nadie, ni siquiera de las campanadas, tan importantes para él, del que era el único mueble de su jaula, el reloj, sin dejar de mirar al frente con los ojos casi cerrados y, de vez en cuando, beber un sorbito de un diminuto vaso de agua para humedecerse los labios.

Kafka lo publicó en 1922, dos años antes de su muerte, en la revista literaria Die neue Rundschau. Ese mismo año había muerto Arnold Ehret, uno de aquellos artistas del hambre que se habían puesto de moda como espectáculos circenses. Se había encerrado en una jaula de vidrio en Colonia en junio de 1909 y había estado casi cincuenta días sin comer. 

Ese ayunador o el italiano Giovanni Succi podrían haber sido el punto de partida de esta parábola kafkiana sobre cuyo sentido se siguen proponiendo diversas interpretaciones. El aislamiento y la muerte, la incomprensión y el fracaso, la degradación de las relaciones humanas o la soledad son los ejes temáticos de una alegoría irónica sobre el papel del artista, marginado en una sociedad indiferente, sobre la relación con el público, que lo acaba despreciando, y sobre la dificultad de la creación a través de un personaje que ayuna inevitablemente, porque no puede hacer otra cosa:

Porque -dijo el artista levantando un poco la cabecita y, redondeando los labios como para un beso, le habló al inspector al oído para que no se le escapara nada-, porque no he podido encontrar una comida que me guste. De haberla encontrado, créeme que no habría levantado ningún revuelo y me habría hartado de comer igual que tú y que todos. 

Fue uno de los pocos relatos que salvaba de todos los suyos cuando pidió a su amigo Max Brod que destruyera casi toda su obra. Un intenso y frustrante relato kafkiano sobre un viaje profesional hacia ninguna parte.

Santos Domínguez