LOS MAESTROS DE HERAT
Ellos solo vivían para quedarse ciegos.
Pero antes, sus ojos convulsos agotaban
resplandores, tatuándolos en libros
para la ilustración de la memoria.
Pintar es recordar, decían entre velas,
alejados del día y de la noche.
Manos que embalsamaban miniaturas
luminosas con cálamos sombríos.
Ellos solo querían engendrar la belleza.
Pero después el tiempo fue dorando
cada contemplación, la paz de sus pupilas.
Pintar es recordar que todo sigue oscuro.
De ese poema, central en el conjunto orgánico del libro y en su significado, toma su título el último libro de María Sanz, Los maestros de Herat, que publica la Editorial Balduque.
Un libro que se abre con esta cita de Orhan Pamuk (“El maestro Mirek estuvo tres días y tres noches contemplando sin parar las páginas maravillosas de los libros legendarios de los antiguos maestros de Herat..., y luego se quedó ciego”) y que desde las tinieblas iniciales del primer poema construye un juego de espejos que da cauce expresivo a un yo oculto y latente, “tan lejos ya de todos y de todo.”
Juego de espejos en los que se reflejan la delicadeza oriental y la sutileza de la percepción, la palabra matizada y la mirada a lo hondo, la contención expresiva del sentimiento y el casi imperceptible trazo del miniaturista, la sensibilidad que se ejercita en lo leve y lo fugaz, la conciencia del tiempo y un secreto latido de jardines en las noches en calma, el fulgor del pájaro y la claridad del astro, la explosión de los sentidos, el perfume y la música o la armonía serena de los versos de sus gacelas que huyen hacia el deslumbramiento y la ceguera.
Y las palabras, que van por dentro del sueño y el silencio, más allá de la soledad y la desazón, hacia la claridad y hacia una luz más alta:
Tus palabras te esperan dentro. Vuelve
a ascender desde ellas sobre el mundo.
Santos Domínguez