5/11/21

Catulo. Poesías

 

Catulo. 
Poesías. 
Introducción, traducción y comentario de
Antonio Ramírez de Verger.
Alianza Editorial. Madrid, 2021.

Cuando se asume el reto de traducir a un poeta como Catulo (84-54 a.C), que vivió hace dos mil cien años, se corre un doble riesgo: o mantener los textos en la sagrada frialdad filológica de los sarcófagos y los columbarios o excederse en la actualización y hacer de un clásico un transeúnte de expresión trivial y pasajera.

Ambos escollos los evita Antonio Ramírez de Verger en su traducción de la poesía completa de Catulo en una versión en español de los ciento trece poemas del Catulli Veronensis Liber que mantiene “la forma externa del verso latino, aunque la traducción no sea en verso”, como señala en el prefacio de esta edición en El libro de bolsillo de Alianza Editorial.

Como todos los clásicos, el veronés Catulo está por encima de los estragos con que el tiempo pasa factura incluso a los poetas vivos. Su poesía ha burlado también los repetidos intentos de censura o de oscurecimiento de la persecución religiosa o la razón moral.

La poesía amorosa de Catulo, dedicada a mujeres como Lesbia o a muchachos como Juvencio, es una poesía de la experiencia que va de la calma a la exaltación, del placer a la separación, de la bronca a la reconciliación. Con ella se inaugura una línea fructífera en la poesía occidental: la de los amores extramatrimoniales en los que habrían de incurrir Tibulo y Ovidio y mucho después los poetas provenzales, algún poeta cortesano como Macías en la Castilla del XV, Garcilaso o el Salinas de La voz a ti debida.

Pero Catulo no es sólo un poeta del amor carnal o sentimental, homoerótico o heterosexual. Hay en sus textos una diversidad de tonos poéticos con los que construyó una obra variada en temas y en registros estilísticos, como corresponde a quien gustó de la variedad en sus tendencias sexuales y alimentó su poesía del rumor de la calle y de la materia agridulce de la vida.

Por eso señala Antonio Ramírez de Verger sobre su traducción: “He intentado recoger las diferentes tonalidades de las poesías de Catulo y no he dudado en evitar los eufemismos de casi todas las traducciones al uso. La censura en la traducción constituiría una traición más al propio Catulo y un insulto a los lectores.”

Porque Catulo es también el poeta que llora el recuerdo de su hermano muerto, enterrado en Asia Menor, el que critica con agresividad a los malos poetas en las Saturnales, el que con violentas invectivas personales denuncia a los políticos corruptos o desprecia a los alcahuetes o los delatores:

Si tu canosa vejez, Cominio, manchada con impuras
costumbres muriera por decisión del pueblo,
no tengo dudas de que primeramente tu lengua, enemiga de los buenos,
te sería cortada y entregada a un buitre voraz,
un cuervo de negro pico devoraría tus ojos vaciados,
tus tripas los perros y el resto los lobos.

Un poeta desgarrado entre la seriedad y la burla, entre la ternura y la obscenidad, un radical irreductible, un francotirador. Un poeta poliédrico: epigramático, lírico, épico, satírico, autor de largos epitalamios y narraciones mitológicas, que tiene que ajustar su tono y su lenguaje a los diversos temas que abarca su poesía.

Hay un Catulo refinado y sensible y un Catulo brutal y grosero, un hombre a veces cáustico y a veces reflexivo ante el paisaje, un poeta vitalista a veces y otras al borde del desengaño, como en Lucha interior, un dolorido texto que para muchos críticos es el mejor poema de la literatura latina. Comienza con estos versos:

Si el hombre encuentra algún placer al recordar las buenas
acciones del pasado, cuando cree ser una persona leal,
y no haber violado el sagrado compromiso ni en pacto alguno
haber tomado en mano el número de los dioses para engañar a los hombres,
muchas alegrías te están reservadas, Catulo,
para el resto de tu vida de ese amor no correspondido.

Y es también el amante despechado que dice de su antigua amante Lesbia, a la que tiempo atrás había dirigido sus poemas más delicados y con la que se reconciliaría luego, pese a versos como estos:

Celio, mi Lesbia, aquella Lesbia,
la Lesbia aquella, a la que sólo Catulo
quiso más que a sí mismo y que a todos los suyos,
ahora en las esquinas y callejuelas
descapulla a los magnánimos nietos de Remo.

El trabajo del traductor, que habrá sido arduo y a ratos divertido también, se ve compensado en un resultado que reescribe en español esos registros, de lo ligero a lo solemne, y que halla sus equivalencias en la lengua actual para proponernos una poesía viva y aún joven y la imagen cercana y fiel de un Catulo que seguramente es el más contemporáneo de los poetas antiguos. Quizá no el mejor, pero desde luego el que menos, por no decir casi nada, ha envejecido.

Lo subraya en su Introducción Ramírez de Verger: “El Catulo sencillo de las poesías breves se convierte en un orfebre de la forma en las poesías largas. El arte por el arte, pero lleno de vida. [...] Son como poemas sinfónicos, pinturas barrocas o relieves escultóricos, en los que hay que aguzar bien el oído, dirigir bien la lista y dejar libre la imaginación para meternos en las obras de arte.”

Pensada para el lector de poesía, esta cuarta edición revisa y corrige la traducción anterior, actualiza la bibliografía sobre Catulo y su obra e incorpora en su segunda mitad unos comentarios esclarecedores de los textos y aclaraciones sobre algunos versos, lo que facilita una lectura exenta del texto, sin la enfadosa perturbación de las llamadas a pie de página.

Cierran el volumen varios apéndices: una somera cronología, un útil índice de términos literarios y otro oportuno índice de nombres propios aludidos en las poesías de Catulo.
 Santos Domínguez