Reseñar libros malos no es sólo una pérdida de tiempo, sino también un peligro para el carácter (W.H. Auden)
29/11/21
Otoñal y barojiana
26/11/21
Luis Alberto de Cuenca. Por fuertes y fronteras
«No te quejes», escucho. «No te quejes»,
repite una y mil veces el gallo. Son las cinco
de la mañana. Estoy medio dormido.
«Quiquiriquí», tendría que cantar ese gallo,
pero canta otra cosa. ¡Ya puede prepararse
si me levanto y salgo! «No te quejes»,
insiste, «no te quejes», cada vez con más ganas.
Lo ha conseguido. No me quejaré.
¿De qué sirve quejarse?
Lo confirman poemas como esta Advertencia al lector:
Oyendo a Dinah Washington -son las diez de la noche
de un veintitrés de octubre- , se me ocurre decirle
al presunto lector de mi «literatura»
que procure evitarla como se evita a un huésped
molesto -un erudito, una rata en el baño- ,
y que si, por alguna razón que se me escapa,
quiere seguir leyendo, que entienda lo que lee
como lo que es: un grito (o un susurro) de angustia
y soledad.
Realidad y deseo, memoria y presente, lenguaje coloquial y alusiones cultas, vida y arte, experiencia y literatura dan las claves de una poética de la fusión que se canaliza en un cambio de tono y de sujeto poético, en el paso del culturalismo a una desenvoltura mundana compatible con el clasicismo. Fusiones que integran en una síntesis enriquecedora el cómic y la poesía helenística, a Euforión de Calcis y a Tintín, el jazz y la canción de gesta, y a Guillermo de Aquitania con Gerard de Nerval.
¡Larga vida al fantasma del recuerdo!
Santos Domínguez
24/11/21
Emilia, Borriquita... (Cartas que no escribió Galdós)
22/11/21
Canción del ocaso
Santos Domínguez
19/11/21
Francisco Brines. Donde muere la muerte
17/11/21
Ecos de una voz. JRJ y el 27
La amistad traicionada: Juan Ramón Jiménez y la generación del 27 es el significativo subtítulo de este volumen que aborda la relación problemática del maestro con sus discípulos. Una relación que podría resumirse en esta frase: Si al 98 le dolía España; al 27, JRJ.”
A modo de ejemplo, así evoca Expósito el conflicto con Pedro Salinas:
La tarde en que JRJ leyó La voz a ti debida (1933), de Pedro Salinas, exclamó socarrón ante su amigo Juan Guerrero: «La voz a ti debida, ¡no! ¡La voz a mí debida!». Advertía en esa voz mucho sonido propio, le parecía todo demasiado conocido. JRJ llevaba años viendo cómo el Veintisiete se enjoyaba con sus versos. Esa generación era su eco mejor: a veces desarrollo, otras complemento y quizá, en algún caso, superación. Sí, el timbre y el tono del canto de Salinas sonaban suyos. Y las ideas y los recursos y qué sé yo cuánto más… Esta verdad de maldad juanramoniana circuló hasta el coro saliniano, que cantó una ácida coplilla con música de Fray Luis y letra de Miguel Hernández en el restaurante en que brindaron por la publicación de Salinas:
y Jota Barba Jota se suicida,
Salinas, cuando suena
La voz a ti debida.
No era envidia o vanidad, sino desazón de JRJ tras comprobar cómo esos alevines salían de su domicilio y de su poesía cargados con prólogos, ayuda, consejos y versos en los bolsillos. Después, todo lo negaban.
Párrafos como estos, y epígrafes como “JRJ y las gallinas”, “Burradas y otras zarandajas de Buñuel, Dalí y Alberti” o “El ruiseñor y el canario: JRJ y Jorge Guillén” reflejan una combatividad no sólo innecesaria, sino seguramente también perjudicial, porque es el resultado de una toma de partido que carga las tintas de forma excesiva y destemplada contra el 27 y elude cualquier juicio crítico sobre la actitud tan frecuentemente intemperante de Juan Ramón.
Esa única perspectiva se asume por parte de José Antonio Expósito en estas páginas como punto de vista excluyente para enfocar una realidad tan conflictiva como la de las relaciones entre poetas. Esa actitud la había descartado ya Juan Ramón en 1940, cuando envía una carta a Jorge Guillén en la que reconoce que él también tuvo alguna culpa en aquellos desencuentros: “yo no quiero ahora insistir en fealdades pasadas suyas y mías y tampoco deseo insistir en quien fue el primero.”
Y para defender esa parcialidad no parecen justificaciones convincentes, por inexactas, que hasta ahora se haya impuesto la versión de los poetas-profesores del 27 (“una crítica que otros dictaron a su antojo desde sus cátedras, cuando en España se dictaba todo, incluida la literatura en las aulas”) o que Juan Ramón actuase sólo en defensa propia. Ninguna de esas dos afirmaciones es totalmente cierta.
Y, por otro lado, tratar a los poetas del 27 como “alevines” en 1933, cuando Alberti, Lorca, Aleixandre o Guillén ya habían publicado algunos de los mejores libros de la poesía española del siglo XX, no parece un ejemplo admisible de precisión crítica. Es tan injusto como ese más que discutible título valorativo que asume la condición vicaria de los poetas del 27 y de otros que JRJ proyectaba reunir en un volumen. Aquel proyecto (Mi eco mejor) lo resumió en una cuartilla que es poco más que un caprichoso memorial de agravios y deudas en prosa y verso de toda la literatura contemporánea, no sólo de los poetas del 27, con él. En ese proyectado índice figuran también Unamuno, Antonio y Manuel Machado o Gabriel Miró:
Rebajar a esos poetas -algunos de enorme altura- a la condición de “ecos” juanramonianos ni es asumible ni está justificado. Por supuesto que es indiscutible la influencia decisiva que tuvo sobre el 27 la poesía de Juan Ramón y su papel de guía generoso y protector desinteresado. Ya habló de esa influencia con ejemplos evidentes el propio José Antonio Expósito en el prólogo de su edición de Arte menor en esta misma editorial.
Se suceden en estas páginas una serie de escenas, chocantes unas, divertidas otras, que trazan un curioso y significativo panorama de la vida literaria y las relaciones personales entre escritores: un Antonio Machado que, según Juan Ramón, “olía desde muy lejos, a metamorfosis”; un Azorín de “domingos plácidos entre misa de una y sesión de tarde con el Generalísimo en el Nodo; un Aleixandre “felino”, “discreto en sus amores bisexuales”, que “vivió como los gatos, enroscado alrededor de sus braseros, observando silente la existencia a través de sus pupilas azules”; un Cernuda que “vivió su morenería siempre ladeado” y al que “con el tiempo trasterrado de desdichas se le avinagró el trato, se acernudó”; un Emilio Prados enfermizo que “no hacía carrera pues abandonó Farmacia por Filosofía y esta por la nada”; “el tirachinas Alberti”, sobre el que anotó JRJ en el ejemplar de Cal y canto que le había enviado: “Labia. Labia maricona. Oropel”; el dúo de chismosos Salinas-Guillén: “ladino” “gacetillero del grupo”, “sufragista encaprichada” el primero; “un obispo que va con la lira en la mano paseando por sus jardines” el segundo; un Lorca desnortado que al parecer le copió a Juan Ramón hasta el sombrero y la bata; un Gerardo Diego calculador y avariento, “pregonero del grupo”, que “no pasó nunca de meritorio banderillero”; un Dámaso Alonso que “archivaba a mano entre los estantes de su luminosa biblioteca su retranca de coñac o ginebra con hielo filológico”o la “delgada presencia” de Bergamín, “perito en pesetas”, con “su sintáctica pólvora mojada”, un “Judas poético” que le besaba los versos a JRJ, que le reprochaba que “en sus escritos no acertaba con la tercera palabra nunca.”
Pero todo este complejo entramado de relaciones literarias y personales, de resentimientos y envidias, no se puede reducir a una cuestión de lealtades y deslealtades. Porque quizá no hubo entre Juan Ramón y el 27 tanto como amistad, quizá no se pueda hablar de una traición, sino de un demorado y a veces vergonzante rito de ejecución del padre, que a su vez se resiste a aceptar la emancipación de sus indudables descendientes, sobre los que quiso seguir ejerciendo una tutoría a destiempo. Porque, como escribe Expósito, “JRJ fue para muchos el referente y la diana. La diana por ser referente”. “Tras varios desencuentros, JRJ se sintió solo y traicionado por estos veintisietes a quienes aupó en sus inicios como relevo generacional”.
Quizá eso fuera todo y quizá de ahí surgieran unas desavenencias éticas y estéticas que se enconaron en las dos direcciones. En todo caso, Ecos de una voz es un libro valioso, imprescindible para conocer, aunque sea desde una perspectiva parcial, la intrahistoria de una parte fundamental de la poesía española, y constituye una importante aportación de documentos verbales y gráficos -algunos inéditos- en torno a aquel “solo por voluntad y por destino” que parafrasea el endecasílabo de Lope (“ciego por voluntad y por destino”), a aquel Juan Ramón desengañado y cansado de su nombre que incluía en su Guerra en España esta agria ‘Respuesta jeneral’:
15/11/21
Peter Kingsley. Realidad
El hecho es que el poema de Parménides no es ningún desastre. Unos pocos académicos contemporáneos han intentado acercarse a sus escritos con una mirada nueva y han comprendido que contienen algunos de los versos más hermosos y sutiles jamás escritos en cualquier lengua, incluida la griega. Es más, el desprecio que ha merecido Parménides como poeta se basa en el supuesto de que la mayor aspiración de la poesía es entretener. Como iremos viendo, el poema de Parménides servía a un propósito muy distinto.
Organizado en dos partes, Realidad es un viaje a las fuentes de la sabiduría y la civilización a través de los fragmentos poéticos de Parménides en la primera parte (El viaje final) y de Empédocles en la segunda (Sembradores de eternidad), presentados por Kingsley a la luz de una nueva hermenéutica: no sólo como filósofos presocráticos y protofísicos, sino como guías espirituales y como fundadores de una tradición que indaga en el conocimiento esotérico de la realidad exterior y en la conciencia personal.
Brillante continuador de Jung y Campbell, Kingsley, que dedicó dos espléndidos libros a analizar el contenido sapiencial del enigmático poema de Parménides y a vincular a Empédocles con la tradición pitagórica, publicados también por Atalanta, reivindica en este potente ensayo el sentido iniciático del nacimiento de la filosofía occidental con los presocráticos, el componente místico y religioso de sus textos sagrados o su mirada a la realidad física y a la conciencia espiritual.
Porque el territorio de estos dos autores es el de la poesía, la leyenda y el esoterismo. Por eso, la triple relación filosofía-mito-magia es la clave desde la que Kingsley propone una reinterpretación de Parménides y Empédocles, cuyas obras han sido tergiversadas por el pensamiento racionalista aristotélico.
Santos Domínguez
12/11/21
William Wordsworth. Antología poética
a través de los bosques y los prados;
¡y tú eras una esperanza, un ser amado,
nunca percibido y todavía anhelado!
Y aún puedo escucharte;
puedo yacer en la llanura
y escuchar, hasta que vuelvo a engendrar
aquellos tiempos dorados.
¡Oh, Pájaro bendito! La tierra sobre la que caminamos
de nuevo parece ser
un lugar etéreo, feérico;
¡he aquí el hogar adecuado para Ti!
Gracias al humano corazón que nos hace vivir,
gracias a su ternura, sus gozos, sus temores,
la flor más humilde que alardea puede proporcionarme
pensamientos que a menudo yacen demasiado profundos para las lágrimas.
…Pues he aprendido
a mirar a la naturaleza, no como en la hora
de la irreflexiva juventud, sino escuchando a menudo
la queda, triste música de la humanidad,
ni discordante ni áspera…
… Y he experimentado
una presencia que me perturba con el júbilo
de elevados pensamientos; un sentido sublime
de algo mucho más profundamente entremezclado,
cuyo hogar es la luz de soles en el poniente,
y el redondo océano y el aire viviente,
y el cielo azul, y del hombre la mente:
un movimiento y un espíritu que impele
todo lo pensante, todo objeto y todo pensamiento,
y que se desliza a través de todo lo existente.
10/11/21
Pérez Reverte. El italiano
8/11/21
Macedonio Fernández. Una novela que comienza
Y es que “la idea del borrador, de la obra en constante revisión” parece presidir toda la escritura de Macedonio Fernández, que tuvo en Borges su máximo valedor y su mejor lector, fascinado por un personaje y una escritura que dejó también una marcada influencia en la poesía de Oliverio Girondo y en la narrativa de Cortázar: hay en Rayuela y en 62, Modelo para armar abundantes huellas del influjo de Macedonio y su concepción de la escritura como juego adulto que implica al lector para exigirle una actitud cómplice, colaboradora y creativa.
Además del que le da título, el volumen contiene otra media docena de textos diversos -relatos, fragmentos y poemas-, desde el breve Prólogo para el lector de comienzos hasta un Poema de trabajos de estudio de las estéticas de la siesta, que termina con estos párrafos:
El mundo en Siesta no marcha; a la Noche las estrellas le ponen direcciones múltiples. Por ello la Inteligencia prospera en la Siesta y no en la Noche.
(Pero esto ha de ser dado en versión, es decir, en metáfora, no en definición. Quien tenga la metáfora de la Siesta, la dé. Yo se la pediré al gallo insomne de la Noche de la Siesta.
Hay que hacerle arte al místico, a la Pasión, pero no a lo Real, a la pasión de vivir).
Tentar y no dar… El mundo es una mesa tendida de la Tentación con infinitos embarazos interpuestos y no menor variedad de estorbos que de cosas brindadas. El mundo es de inspiración tantálica: despliegue de un inmenso hacerse desear que se llama Cosmos, o mejor: la Tentación. Todo lo que desea un trébol y todo lo que desea un hombre le es brindado y negado. Yo también pensé: tienta y niega. Mi consigna interior, mi tantalismo, era buscar las exquisitas condiciones máximas de sufrimiento sin tocar a la vida, procurando al contrario la vida más plena, la sensibilidad más viva y excitada para el padecer. Y logré que en esto el dolor de privación tantálica la estremeciera. Mas no podía mirarla ni tocarla; me vencía de repulsión mi propia obra; (cuando la arranqué, en aquella noche tan negra a mi espíritu, no miré hacia donde estaba y su contacto me fue por demás odioso). El rumor de lluvia sin alcanzarle su húmedo frescor hacíala retorcerse. ¡Vergüenza!
Cierra la edición un amplio epílogo -Macedonio Fernández y el colapso del relato- en el que Gastón Segura, tras reivindicar la importancia de un autor “cuya obra literaria germina en el seno de la vanguardia creacionista y ultraísta bonaerense” y vincularlo en sus provocaciones y experimentos literarios con Gómez de la Serna, señala que “publicar en estos días una novela que comienza es una verdadera provocación”, porque “aun descartándolo como escritor, en absoluto me atrevería a hacerlo como literato -desde su faceta de luminoso teórico-, e incluso añadiría que lo considero un eximio esteta, pues contribuyó como muy pocos a cambiar la concepción de la ficción en la literatura mundial, lo que se mire como se quiera mirar, es merecedor de todo encomio; por tanto, ¿cómo no va a estar más que justificada su publicación y divulgación?”
5/11/21
Catulo. Poesías
Cuando se asume el reto de traducir a un
poeta como Catulo (84-54 a.C), que vivió hace dos mil cien años, se
corre un doble riesgo: o mantener los textos en la sagrada frialdad
filológica de los sarcófagos y los columbarios o excederse en la
actualización y hacer de un clásico un transeúnte de expresión trivial y
pasajera.
Ambos escollos los
evita Antonio Ramírez de Verger en su traducción de la poesía completa
de Catulo en una versión en español de los ciento trece poemas del Catulli Veronensis Liber que
mantiene “la forma externa del verso latino, aunque la traducción no
sea en verso”, como señala en el prefacio de esta edición en El libro de
bolsillo de Alianza Editorial.
La poesía amorosa de Catulo, dedicada a mujeres como Lesbia o a muchachos como Juvencio, es una poesía de la experiencia que va de la calma a la exaltación, del placer a la separación, de la bronca a la reconciliación. Con ella se inaugura una línea fructífera en la poesía occidental: la de los amores extramatrimoniales en los que habrían de incurrir Tibulo y Ovidio y mucho después los poetas provenzales, algún poeta cortesano como Macías en la Castilla del XV, Garcilaso o el Salinas de La voz a ti debida.
Pero Catulo no es sólo un poeta del amor carnal o sentimental, homoerótico o heterosexual. Hay en sus textos una diversidad de tonos poéticos con los que construyó una obra variada en temas y en registros estilísticos, como corresponde a quien gustó de la variedad en sus tendencias sexuales y alimentó su poesía del rumor de la calle y de la materia agridulce de la vida.
Por eso señala Antonio Ramírez de Verger sobre su traducción: “He intentado recoger las diferentes tonalidades de las poesías de Catulo y no he dudado en evitar los eufemismos de casi todas las traducciones al uso. La censura en la traducción constituiría una traición más al propio Catulo y un insulto a los lectores.”
Porque Catulo es también el poeta que llora el recuerdo de su hermano muerto, enterrado en Asia Menor, el que critica con agresividad a los malos poetas en las Saturnales, el que con violentas invectivas personales denuncia a los políticos corruptos o desprecia a los alcahuetes o los delatores:
Si tu canosa vejez, Cominio, manchada con impuras
costumbres muriera por decisión del pueblo,
no tengo dudas de que primeramente tu lengua, enemiga de los buenos,
te sería cortada y entregada a un buitre voraz,
un cuervo de negro pico devoraría tus ojos vaciados,
tus tripas los perros y el resto los lobos.
Un poeta desgarrado entre la seriedad y la burla, entre la ternura y la obscenidad, un radical irreductible, un francotirador. Un poeta poliédrico: epigramático, lírico, épico, satírico, autor de largos epitalamios y narraciones mitológicas, que tiene que ajustar su tono y su lenguaje a los diversos temas que abarca su poesía.
Hay un Catulo refinado y sensible y un Catulo brutal y grosero, un hombre a veces cáustico y a veces reflexivo ante el paisaje, un poeta vitalista a veces y otras al borde del desengaño, como en Lucha interior, un dolorido texto que para muchos críticos es el mejor poema de la literatura latina. Comienza con estos versos:
Si el hombre encuentra algún placer al recordar las buenas
acciones del pasado, cuando cree ser una persona leal,
y no haber violado el sagrado compromiso ni en pacto alguno
haber tomado en mano el número de los dioses para engañar a los hombres,
muchas alegrías te están reservadas, Catulo,
para el resto de tu vida de ese amor no correspondido.
Y es también el amante despechado que dice de su antigua amante Lesbia, a la que tiempo atrás había dirigido sus poemas más delicados y con la que se reconciliaría luego, pese a versos como estos:
Celio, mi Lesbia, aquella Lesbia,
la Lesbia aquella, a la que sólo Catulo
quiso más que a sí mismo y que a todos los suyos,
ahora en las esquinas y callejuelas
descapulla a los magnánimos nietos de Remo.
El trabajo del traductor, que habrá sido arduo y a ratos divertido también, se ve compensado en un resultado que reescribe en español esos registros, de lo ligero a lo solemne, y que halla sus equivalencias en la lengua actual para proponernos una poesía viva y aún joven y la imagen cercana y fiel de un Catulo que seguramente es el más contemporáneo de los poetas antiguos. Quizá no el mejor, pero desde luego el que menos, por no decir casi nada, ha envejecido.
Lo subraya en su Introducción Ramírez de Verger: “El Catulo sencillo de las poesías breves se convierte en un orfebre de la forma en las poesías largas. El arte por el arte, pero lleno de vida. [...] Son como poemas sinfónicos, pinturas barrocas o relieves escultóricos, en los que hay que aguzar bien el oído, dirigir bien la lista y dejar libre la imaginación para meternos en las obras de arte.”
Pensada para el lector de poesía, esta cuarta edición revisa y corrige la traducción anterior, actualiza la bibliografía sobre Catulo y su obra e incorpora en su segunda mitad unos comentarios esclarecedores de los textos y aclaraciones sobre algunos versos, lo que facilita una lectura exenta del texto, sin la enfadosa perturbación de las llamadas a pie de página.
Cierran el volumen varios apéndices: una somera cronología, un útil índice de términos literarios y otro oportuno índice de nombres propios aludidos en las poesías de Catulo.
3/11/21
Virgil Tanase. Dostoievski
1/11/21
Luis García Jambrina. Muertos S. A.
Usando como hilo conductor la coexistencia con los muertos y los fantasmas y enmarcados entre dos confesiones, esa que les sirve de prólogo y otra que funciona como epílogo, son un conjunto de dieciocho cuentos organizados en dos partes. Nueve de ellos, los de la primera parte, se publicaron en un volumen en 2005 y los otros nueve han ido apareciendo en diversas revistas y se reúnen ahora por primera vez en esta nueva edición corregida, aumentada e ilustrada:
La vida, la muerte y la literatura se cruzan en estas historias de muertos, fantasmas y aparecidos que son signos de la incursión de lo fantástico en lo real. Y en torno al eje temático de la muerte, estos relatos tienden una red de relaciones para elaborar un divertimento metaliterario, para vincular el tema de la muerte a la literatura como lugar de encuentro entre los vivos y los muertos o para indagar en el misterio sobre la autoría de obras como el Lazarillo o el Quijote.
La relación del plagio con el asesinato; la revelación de la autoría del Quijote en un Toledo nocturno, subterráneo y secreto; o la del Lazarillo en una sesión de espiritismo; los muertos que vuelven porque en el Purgatorio no cabe ni un alma más o para desvelar el misterio de un oscuro crimen rural; los objetos con memoria y biografía, como el cáliz de cristal romano que fue depositario de un veneno por orden de Calígula en un asesinato frustrado, a diferencia de lo que ocurre con Unamuno, envenenado con un terrón de azúcar en su último café; la investigación de una fosa de la guerra civil que oculta una venganza reciente y una cadena de asesinatos; un narrador pardillo al que endosan un crimen tras un agitado viaje en tren; el secreto del amor que rejuvenece y mata; una alucinación en Venecia con Wagner, el Grial y Parsifal o tres encuentros dialogados con la muerte son algunos de los argumentos de estos relatos intensos, desarrollados con agilidad y resueltos con soltura y eficacia.