Antonio Pereira.
Oficio de mirar.
Pre-Textos. Valencia, 2019.
No tengo nada que ocultar de mi vida literaria -bueno, alguna cosilla-, pero procuro que en mis biografías y en las solapas de mis libros no consten aquellos pecados de juventud: concursar con una tirada de tercetos encadenados sobre una gloria de la que me informaba astutamente en el Espasa, y si me caía la flor natural, cumplir el trámite del madrigal a la reina de la fiesta mediante un soneto-comodín al que bastaba cambiar un endecasílabo. Uno de esos folclores salió en La Vanguardia y un fabricante catalán me felicitó con grueso membrete mercantil: “No sabíamos, señor Pereira, que fuese usted competente en el ramo de la poesía.
...don Antonio González de Lama, el cura leonés que estuvo entre los fundadores y rectores de la revista Espadaña. Sus críticas de poesía eran temidas en Madrid, y se decía que un poeta garcilasista y vapuleado por el cura le había puesto un telegrama: “Me cago en su padre, padre.”
En esos dos fragmentos, tomados de las primeras páginas de Oficio de mirar, de Antonio Pereira, que publica Pre-Textos, se aprecia el talento involuntario de un narrador de raza al que cuando se le está leyendo parece que se le oye, un don cervantino al alcance de muy contados narradores.
Andanzas de un cuentista, 1970-2000 es el subtítulo de la recopilación en un volumen de algunas de las anotaciones de los dietarios inéditos de Antonio Pereira, que toman su título de la columna semanal de los viernes que mantuvo en los años setenta en La Vanguardia.
Ni una sola de sus trescientas páginas renuncia al gusto por contar y por sonreír; por celebrar la vida y el cuento. Es un Pereira cercano y cordial, con una mirada y una voz cercana y conversacional educada en tantas tardes frías al arrimo del fuego de la amistad y de una chimenea a cuya luz brillan el buen humor y la ironía bondadosa del cuentista que anota en estas Andanzas:
No hago sangre, a lo más me quedo en la ironía sin llegar al sarcasmo, en mi propia biografía no hay desviaciones sexuales ni grandes escándalos. Y para colmo, escribo bien.
En estas anotaciones confluyen la ironía cervantina y el humor comprensivo, la mirada aguda a la vida y a la literatura y la fluidez de la narración oral para hablar de libros y viajes, de comidas de escritores o de una conversación y un paseo con Borges por las calles de Buenos Aires. Y una melancolía en las evocaciones que tiene algo de indecible y que convive en Pereira con la cordialidad zumbona, con esa forma castiza de ironía que llamamos retranca.
Una nueva oportunidad de disfrutar de la mirada penetrante y la prosa admirable de uno de los mejores narradores españoles de la segunda mitad del siglo XX, de su tono zumbón y del uso sutil de esa “arma oblicua” de la ironía, de la que da cuenta esta anotación sobre Pedro Gimferrer:
Le mandé algún libro mío y alguna carta y nunca tuve respuesta. Una de esas cartas se la envié con mi mejor intención cuando vino a Madrid a recoger el Premio Nacional de Poesía José Antonio Primo de Rivera. Lo recogió y cobró de manos de Fraga Iribarne, y ahora se reduce en su biografía a Premio Nacional, supongo que por economía verbal, por qué otra cosa iba a ser.
Ni una sola de sus trescientas páginas renuncia al gusto por contar y por sonreír; por celebrar la vida y el cuento. Es un Pereira cercano y cordial, con una mirada y una voz cercana y conversacional educada en tantas tardes frías al arrimo del fuego de la amistad y de una chimenea a cuya luz brillan el buen humor y la ironía bondadosa del cuentista que anota en estas Andanzas:
No hago sangre, a lo más me quedo en la ironía sin llegar al sarcasmo, en mi propia biografía no hay desviaciones sexuales ni grandes escándalos. Y para colmo, escribo bien.
En estas anotaciones confluyen la ironía cervantina y el humor comprensivo, la mirada aguda a la vida y a la literatura y la fluidez de la narración oral para hablar de libros y viajes, de comidas de escritores o de una conversación y un paseo con Borges por las calles de Buenos Aires. Y una melancolía en las evocaciones que tiene algo de indecible y que convive en Pereira con la cordialidad zumbona, con esa forma castiza de ironía que llamamos retranca.
Una nueva oportunidad de disfrutar de la mirada penetrante y la prosa admirable de uno de los mejores narradores españoles de la segunda mitad del siglo XX, de su tono zumbón y del uso sutil de esa “arma oblicua” de la ironía, de la que da cuenta esta anotación sobre Pedro Gimferrer:
Le mandé algún libro mío y alguna carta y nunca tuve respuesta. Una de esas cartas se la envié con mi mejor intención cuando vino a Madrid a recoger el Premio Nacional de Poesía José Antonio Primo de Rivera. Lo recogió y cobró de manos de Fraga Iribarne, y ahora se reduce en su biografía a Premio Nacional, supongo que por economía verbal, por qué otra cosa iba a ser.
Santos Domínguez