23/3/20

Anne Brontë. La inquilina de Wildfell Hall


Anne Brontë.
La inquilina de Wildfell Hall.
Traducción de Miguel Ángel Pérez.
Alianza Editorial. Madrid, 2020.

Se cumple este año del bicentenario del nacimiento de la menor de las hermanas Brontë, Anne, que murió en 1849 con 29 años y con dos novelas publicadas, Agnes Grey y La inquilina de Wildfell Hall, que Alianza Editorial incorpora a su colección 13/20 con traducción de Miguel Ángel Pérez.

Si la primera de esas novelas pasó casi desapercibida, eclipsada por la publicación de Cumbres borrascosas, de su hermana Emily, que apareció a la vez, en la misma editorial  en diciembre de 1847, La inquilina de Wildfell Hall, publicada seis meses después, en junio de 1848, con el seudónimo masculino Acton Bell, tuvo una excelente acogida y se agotó en mes y medio.

El 22 de julio fechaba Anne Brontë el Prefacio a la segunda edición, en el que explicaba que “mi propósito al escribir las páginas que siguen no era simplemente el de entretener al lector, como tampoco era el de complacer a mi propio gusto o ni siquiera el de congraciarme con la prensa y el público. Quería contar la verdad, pues la verdad siempre transmite su mensaje moral a quienes sean capaces de recibirlo.” 

Esa voluntad de dejar en la novela un testimonio de la realidad aparta la literatura de  Anne Brontë de la de sus hermanas, la sitúa más cerca del realismo y de la novela de tesis, como un prototipo de novela victoriana en la que se denuncia el papel subordinado de las mujeres en aquella sociedad a través de una protagonista que huye con su hijo de un pasado matrimonial conflictivo, abandona a un marido alcohólico y maltratador y se refugia en esa mansión para vivir una existencia casi clandestina y sobrevivir como pintora de la venta de sus cuadros.

El desafío a la moral victoriana imperante que implicaba esa actitud explica, junto con otras posibles razones menos confesables, por qué su hermana Charlotte, la autora de Jane Eyre, impidió la reedición de la novela después de la muerte de Anne, que en el Prefacio salía al paso de los posibles reproches morales a las situaciones planteadas en la novela:

“¿Qué es mejor -se pregunta en ese Prefacio-, revelar las trampas y dificultades de la vida al viajero joven y reflexivo, o tapárselas con ramas y flores?  [...] Cuando considere que tengo la obligación de decir una verdad desagradable, con la ayuda de Dios la diré, aunque vaya en perjuicio de mi nombre y en detrimento de la satisfacción inmediata de mi lector y de la mía.”

Durante mucho tiempo, Anne Brontë, la menos conocida y la más sumisa de las tres hermanas, ha sido la menos valorada, aunque desde la segunda mitad del siglo pasado se ha reivindicado su literatura como modelo de novela feminista, sobre todo por esta obra.

Organizada en tres partes y cincuenta y tres capítulos, La inquilina de Wildfell Hall está construida como una novela epistolar narrada por Gilbert Markham, la única persona del pueblo con la que se relaciona Helen Graham, que le entrega el diario que ocupa la parte central de la novela, que se transforma a partir de ese momento en una novela de tesis sobre temas como el alcoholismo, la violencia doméstica, el papel de la mujer en la sociedad, los abusos en el matrimonio o la educación de los hijos.

Santos Domínguez