30/3/20

Claudio Magris. Instantáneas


Claudio Magris.
Instantáneas.
Traducción de Pilar González Rodríguez. 
Anagrama. Barcelona, 2020.


SELFI 

El coche está parado en la salida del garaje, bloqueado por otro coche aparcado indebidamente -por poquísimo tiempo, promete el parpadeo de las luces intermitentes- delante de la entrada misma del garaje. El conductor que quiere salir tocar el claxon, cada vez más fuerte pero sin éxito; en el otro coche no está el conductor. Insiste con el ensordecedor claxon hasta que sale de su vehículo y se acerca al que le cierra la calle. Su cara tiene una expresión de furia y rencor. Desde luego, tiene buenas razones para estar irritado, quizá sea el temor a perder el avión lo que imprime en su rostro tanta furia. 

En el coche infractor solo hay una niña de unos siete u ocho años. Está acurrucada detrás, con expresión inquieta, casi espantada; murmura que su mamá se ha ido solo un momento y volverá enseguida. El iracundo bloqueado se impacienta por momentos, pregunta adónde ha ido la madre, a qué tienda; la niña no lo sabe, él toca el claxon del coche, a ella se le saltan las lágrimas, él toca y toca y dice que va a llamar a los guardias. Ella es una cervatilla atemorizada; él, inclinándose sobre el parabrisas, amenaza de nuevo con llamar a los guardias y ve su reflejo en la luna del coche. Me doy cuenta de que nunca me he visto tan feo y desagradable y, mientras veo llegar apresurada y nerviosa a la conductora, también ella molesta por la situación, me alejo deprisa de su coche y para evitar el encuentro desaparezco unos segundos en la oscuridad del garaje. 

Ese texto, fechado el 1 de julio de 2016 cierra la colección de cuarenta y ocho Instantáneas de Claudio Magris que publica Anagrama con traducción de Pilar González Rodríguez.

Ordenadas cronológicamente, estas Instantáneas son una selección de textos breves escogidos entre los que Magris publicó en el milanés Corriere della Sera durante casi dos décadas, entre 1999 y 2016.

Enmarcadas entre una cita inicial del  Diccionario del español actual -“Instantánea: ... obtenida con una exposición de una fracción de segundo...”- y la final -“La muerte fue instantánea”-, del novelista Aldo Palazzeschi, estas cuarenta y ocho miniaturas narrativas captan el instante en una ráfaga, en un destello que resume el mundo en su belleza o su crueldad desde la ironía o la emoción, la reflexión o la melancolía, la seriedad o el humor.

Esas diversas modulaciones matizan la mirada profunda y humana de Magris, que ilumina el momento y lo refleja con su prosa admirable. Porque Magris es en estas espléndidas Instantáneas un cazador de momentos a partir de gestos, diálogos o situaciones. Lo visto, lo oído, lo leído es el punto de partida de una serie de escenas en las que la concentrada intensidad de lo breve provoca una reflexión de resonancias éticas.

Escenas que son epifanías de lo cotidiano, iluminaciones repentinas que dejan fijado en este mosaico de fragmentos un reflejo del mundo actual entre lo público y lo privado, entre el individuo y el grupo, además de trazar un autorretrato del narrador, del observador que no se oculta o que es el protagonista de un texto como el reproducido arriba, con ese giro narrativo en el que pasa de la tercera a la primera persona para irrumpir en la escena.

El mar de Trieste o un bar de Estocolmo, la catedral de San Petersburgo o una calle de Berlín son algunos de los escenarios en los que el autor observa los comportamientos humanos: las relaciones sociales y de pareja, los laberintos burocráticos de la vida académica, la censura de libros o la crisis económica son objeto de la mirada perspicaz de Claudio Magris. Una mirada escéptica y cáustica, pero también benevolente y comprensiva, como en este episodio de Un plácido verano:

 Un hombre que tiene aspecto de haberse informado se dirige hacia su coche. La señora va a su encuentro. "Una larga caravana, ¿hay mucho atasco?", le pregunta. "No", responde el hombre, "es un accidente. Hay un herido tendido en el suelo; en cuanto llegue la ambulancia nos ponemos en movimiento." "Menos mal", dice aliviada la señora, dirigiéndose a su coche. Los demás callan, agradecidos de que haya sido ella la que ha cargado con el peso de decir lo que piensan, lo que pensamos todos.

Santos Domínguez 


27/3/20

Lars Gustafsson. Puentes



Lars Gustafsson.
Puentes. 
Antología (1962-2016). 
Edición y traducción de Mikael Rydén.
Cálamo Poesía. Palencia, 2019.

La vida que fue no es mía. 
Mi vida nunca la hallaré. 

Todo se lo ha llevado el río. 
Sólo el río permanece. 

Con esa réplica implícita a Heráclito termina Sólo el río permanece, uno de los poemas de la antología poética del sueco Lars Gustafsson que Cálamo Poesía publica con el título de Puentes y edición y traducción de Mikael Rydén. 

La nostalgia del tiempo y la conciencia de las pérdidas, la naturaleza y la visión científica del mundo, el papel del poeta como espectador de la realidad o la concepción del poema como una operación mental en la que se conjugan el lenguaje y la conciencia moral, la experiencia y el conocimiento son algunas de las claves de la poesía de Gustafsson, que formalmente se mueve en una línea expresiva muy directa, como la del breve Reloj: 

Sordo, el tictac del reloj en las habitaciones tropicales. 
El tiempo empuja a los niños y los hace grandes. 

Donde antes estaban, sólo reina el silencio. 

En la profecía canónica que cierra El canon occidental Harold Bloom incluía una antología poética de Gustafsson  como una de las ocho obras más representativas de la literatura escandinava del siglo XX. 

Una poesía en la que se equilibran la imaginación y la observación en la configuración de una propuesta meditativa, en la composición de unos textos con un fondo casi filosófico, en la abstracción que surge de su mirada a la vez física y metafísica a lo cotidiano, como en este Lapis Niger VII: 

Al final, el viento pasa por la hierba. 
Es tarde, y se ha perdido mucho. 

La mayoría se ha ido a casa, el verano se ha acabado, 
las puertas están cerradas y algo queda sin terminar. 

Llena de piedras tu mano. Llena tu mano de grava. 
Pesan igual que tantos otros días, 

y esta es la conclusión: 
coinciden el azar y el propósito 
pero solo al final. 

Esta antología reúne cuarenta y tres poemas fechados entre 1962 y 2016 y organizados en siete secciones temáticas que reflejan la variedad de registros de esa poesía, de aparente línea clara pero profunda siempre y misteriosa a veces.

De ella escribe Mikael Rydén en su prólogo, Otros mundos invisibles:

Según Gustafsson, todo lenguaje sirve para la comunicación. De aquí la claridad y llaneza de su idioma, que ofrece pocos problemas de desciframiento. La poesía la ve como un instrumento cognitivo con el cual explorar la realidad y los límites del saber. Buen ejemplo es el poema titulado “Máquina de fuego y aire”. La ascensión sí que es posible, aunque nada se nos comunique ni de las visiones ni del final del viaje.

Precisamente ese poema, Máquina de fuego y aire, una imagen metafórica del mundo que reproducimos aquí, abre la selección:

Un dispositivo antiguo- 
se mueve con fuego y aire, 
las diferentes partes están compuestas 
tan genialmente que el agua misma, 
el agua profunda de muy abajo, 
muy por debajo de todo lo visible, 
de alguna manera se deja tocar. 

También se llama máquina de aire, 
y se pueden hacer ascensiones, 
o mejor dicho, una sola ascensión, 
porque el fuego, la materia caliente, 
se enfría y se evapora despacio, 
mientras que la máquina desde un punto dado 
se eleva a esas alturas 

donde se forman los inviernos venideros. 
Y desde allí no hay retorno. 
Su modo de acción con fuego y aire 
incluso permite en breves periodos 
que se repitan días lejanos: 
veranos antes de tu nombre y tu ansia. 
Funciona lentamente bajo sonidos sordos. 

-¿Te deja ver? 
Su diseño no lo permite.

Santos Domínguez

25/3/20

Ida Vitale. Resurrecciones y rescates



Ida Vitale.
Resurrecciones y rescates.
FCE España-Universidad de Alcalá. 
Madrid, 2019.

“La poesía, como la muerte, quizás, está rodeada de explicaciones [...] diversas e insuficientes”, escribe Ida Vitale en Poemas en busca de iniciados, el artículo inicial de la primera de las tres secciones en las que se organiza la colección de artículos, ensayos y notas que reúne en Resurrecciones y rescates, el volumen de la Biblioteca Premios Cervantes que publican el Fondo de Cultura Económica de España y la Universidad de Alcalá.

Entre el análisis de textos concretos, la visión panorámica de la obra de un autor o las notas reflexivas, esta selección de textos críticos de diversas épocas agrupa apuntes breves y síntesis globales de las que dice Ida Vitale en la Justificación que abre el volumen:

Esta selección, obviamente muy parcial, para no alcanzar una dimensión excesiva, incluye material de distintos tiempos y lugares. No siempre los nombres incluidos parecerán obvios: responden a lealtades, veneraciones, caprichos sostenidos, a veces descubrimientos felices que reclamaban ser  compartidos. Este material deja en reserva una gran parte cuya postergación responde en parte al azar.

La primera parte es una miscelánea en la que la autora reflexiona sobre la creación poética, la traducción o los modos del kitsch y en la que destaca el amplio capítulo titulado La ley de Heisenberg, que reúne notas breves y agudas sobre la lectura y la escritura que aparecieron en Vuelta y Letras libres entre 1997 y 2002. Esta es una de ellas:

Una espléndida biblioteca universitaria algo me ha curado la obsesión de andar de librerías, pero a veces curioseo en una de desafectados, que me deparó un Montale con su dedicatoria. La emoción de ver su letra pequeñita llegó  junto a un recuerdo por el que quizás alguien me pida cuentas al pasar la última frontera. Recién llegada a Austin, conocí en una reunión a una profesora americana especialista en Dante. Le dije cuánto compartía sus gustos. Me preguntó, glacial, que para qué leía a Dante. Presenté excusas con todo mi ser y escapé, como la última mujer de Barba Azul al recibir la revelación del peligro: había entrevisto el acorchado fruto de la academia. La dama viva fue la propietaria del libro; difunta quizá la inquietó mi compra.  

La segunda sección reúne artículos y ensayos sobre narradores y prosistas, desde una evocación de Bergamín en Montevideo a varios textos sobre Onetti y la unidad de su oscuro mundo de ficción, pasando por una certera aproximación a las claves de la obra de Rulfo, por un recorrido por la trayectoria narrativa de César Aira o por la singularidad de Felisberto Hernández.

La tercera parte, dedicada a los poetas, incluye un acercamiento a la poesía de Cernuda, un artículo sobre la obra ensayística y poética de Valente, textos que expresan su deslumbramiento por la poesía de Zagajewski o su admiración por la poesía de Octavio Paz, Nicanor Parra, Gonzalo Rojas u Olga Orozco.

En todos ellos sobrevuela la concepción de la poesía como conocimiento que descifra la realidad, como en este fragmento:

Dice Maurice Blanchot: «Hoy el escritor creyendo bajar a los infiernos, se contenta con bajar a la calle». En la calle lo aguarda la koine con sus problemas, que suelen no tener relación con la exactitud del lenguaje que debe preocupar al poeta ni con la trascendencia de la poesía, ni con la ética, en el más hondo y amplio sentido de la palabra. Es cierto que estos problemas que deberían inquietar a todos los hombres parecen haberse ido adelgazando tanto como para ser atendidos cada vez por menos gente. Y quizás ese empobrecerse de su campo es lo que lleva a los conscientes a inquietarse por el sentido actual de la poesía.
Eso de inexplicable que tienen los aciertos poéticos, ese misterio que inquieta a quienes se han habituado a pedir simplificación y acorazada pasividad, suele ser tildado de hermetismo = poesía enrarecida, para pocos, casi para especialistas.
De aquí se puede pasar a suponer que el poeta así estigmatizado codicia la incomunicación, acumula dificultades como bloques para un muro separador. Aquello con lo que tropieza el lector impaciente, el misterio, objeto de fe en términos religiosos, debería ser, para el lector de poesía, objeto de fe poética y pensar que lo secreto y misterioso puede dejar de ser oculto; basta con que el entusiasmo y un cierto sentido poético se apliquen a descifrar y a entender. Una construcción no usual, no desgastada por el uso y un vocabulario más rico pueden ser las dificultades que esperan al lector poco seguro. No son imposibles de enfrentar. El placer del desciframiento entusiasta libera una misteriosa energía, que mueve no solo páginas poéticas: también la buena prosa del mundo.

Santos Domínguez

23/3/20

Anne Brontë. La inquilina de Wildfell Hall


Anne Brontë.
La inquilina de Wildfell Hall.
Traducción de Miguel Ángel Pérez.
Alianza Editorial. Madrid, 2020.

Se cumple este año del bicentenario del nacimiento de la menor de las hermanas Brontë, Anne, que murió en 1849 con 29 años y con dos novelas publicadas, Agnes Grey y La inquilina de Wildfell Hall, que Alianza Editorial incorpora a su colección 13/20 con traducción de Miguel Ángel Pérez.

Si la primera de esas novelas pasó casi desapercibida, eclipsada por la publicación de Cumbres borrascosas, de su hermana Emily, que apareció a la vez, en la misma editorial  en diciembre de 1847, La inquilina de Wildfell Hall, publicada seis meses después, en junio de 1848, con el seudónimo masculino Acton Bell, tuvo una excelente acogida y se agotó en mes y medio.

El 22 de julio fechaba Anne Brontë el Prefacio a la segunda edición, en el que explicaba que “mi propósito al escribir las páginas que siguen no era simplemente el de entretener al lector, como tampoco era el de complacer a mi propio gusto o ni siquiera el de congraciarme con la prensa y el público. Quería contar la verdad, pues la verdad siempre transmite su mensaje moral a quienes sean capaces de recibirlo.” 

Esa voluntad de dejar en la novela un testimonio de la realidad aparta la literatura de  Anne Brontë de la de sus hermanas, la sitúa más cerca del realismo y de la novela de tesis, como un prototipo de novela victoriana en la que se denuncia el papel subordinado de las mujeres en aquella sociedad a través de una protagonista que huye con su hijo de un pasado matrimonial conflictivo, abandona a un marido alcohólico y maltratador y se refugia en esa mansión para vivir una existencia casi clandestina y sobrevivir como pintora de la venta de sus cuadros.

El desafío a la moral victoriana imperante que implicaba esa actitud explica, junto con otras posibles razones menos confesables, por qué su hermana Charlotte, la autora de Jane Eyre, impidió la reedición de la novela después de la muerte de Anne, que en el Prefacio salía al paso de los posibles reproches morales a las situaciones planteadas en la novela:

“¿Qué es mejor -se pregunta en ese Prefacio-, revelar las trampas y dificultades de la vida al viajero joven y reflexivo, o tapárselas con ramas y flores?  [...] Cuando considere que tengo la obligación de decir una verdad desagradable, con la ayuda de Dios la diré, aunque vaya en perjuicio de mi nombre y en detrimento de la satisfacción inmediata de mi lector y de la mía.”

Durante mucho tiempo, Anne Brontë, la menos conocida y la más sumisa de las tres hermanas, ha sido la menos valorada, aunque desde la segunda mitad del siglo pasado se ha reivindicado su literatura como modelo de novela feminista, sobre todo por esta obra.

Organizada en tres partes y cincuenta y tres capítulos, La inquilina de Wildfell Hall está construida como una novela epistolar narrada por Gilbert Markham, la única persona del pueblo con la que se relaciona Helen Graham, que le entrega el diario que ocupa la parte central de la novela, que se transforma a partir de ese momento en una novela de tesis sobre temas como el alcoholismo, la violencia doméstica, el papel de la mujer en la sociedad, los abusos en el matrimonio o la educación de los hijos.

Santos Domínguez

20/3/20

Saint-John Perse. Vientos


Saint-John Perse.
Vientos. 
Traducción e introducción 
de Enrique Moreno Castillo.
Linteo Poesía. Orense, 2019.

Eran unos vientos muy grandes sobre todas las caras de este mundo, 
grandes vientos jubilosos por el mundo, que no tenían área ni refugio, 
que no tenían prudencia ni mesura, y que nos dejaban, hombres de paja, 
en el año de paja con su ímpetu... ¡Ah, sí, grandes vientos sobre todos los rostros de los vivos! 

Rastreando la púrpura, el cilicio, rastreando el marfil y la tejuela, rastreando el mundo entero de las cosas, 
corriendo a su labor por nuestros más grandes versículos de atletas, de poetas, 
eran grandes vientos en búsqueda sobre todas las sendas de este mundo, 
sobre todas las cosas perecederas, sobre todas las cosas aprehensibles, por entre el mundo entero de las cosas...

Así comienza Vientos, el largo poema de Saint-John Perse que acaba de publicar en edición bilingüe Linteo Poesía con traducción e introducción de Enrique Moreno Castillo.

Nacido en las Antillas francesas, traducido por Rilke, Eliot o Ungaretti, es uno de los grandes poetas del siglo XX. Llegó a Estados Unidos en 1940 tras huir de la Francia ocupada, y allí rompió con un silencio poético que mantenía desde la publicación en 1924 de Anábasis, su poema más significativo.

Escribió a partir de entonces varios poemas largos como Exilio, Lluvias, Nieves o este Vientos, que publicó en 1945 organizado en largos versículos que se agrupan en cuatro secciones que contienen seis o siete cantos cada una de ellas.

Escrito “desde los cabos últimos del exilio”, es un monumental fresco de tono épico y con una leve línea argumental sobre la que se articula el conjunto. Hay aquí, como en Anábasis, una travesía, en este caso hacia el oeste. Un viaje de Europa a América, del Atlántico al Pacífico, del Viejo al Nuevo mundo, del pasado al futuro en el que está “¡Todo por empezar de nuevo! ¡Todo por decir de nuevo!”

Deslumbrante y opaca, enigmática y torrencial, la poesía irracionalista de Saint-John Perse está poblada por imágenes visionarias y asociaciones libres que tienen como eje de referencia un viento a la vez destructor y vivificante.

El propio poeta decía en una carta que Vientos, que se mueve entre la densidad metafórica y la brillantez de las imágenes, es un poema “excepcionalmente difícil, tanto en el espíritu como en la letra, y de una dificultad acrecentada por el carácter personal de las asociaciones de ideas o de imágenes”.  

Moreno Castillo resume Vientos en su prólogo como “un poema tentacular, en el que aparecen digresiones inesperadas, avances y retrocesos, alusiones al pasado remoto, a épocas históricas diversas, al presente y al futuro. Varias voces intervienen en él, voces que en ocasiones se contradicen y que otras veces dan la impresión de fluir al unísono. En determinados momentos, el poema se lanza por un camino transversal que se diría que va a abrir un nuevo espacio, pero luego ese camino es abandonado de golpe para volver al punto de partida. La obra está como traspasada por una ambición delirante, por un deseo de inagotabilidad, de ir y venir sin tregua, de desmesura torrencial.”

Entre la leyenda y la profecía, entre la naturaleza y la historia, los paisajes y las civilizaciones se suceden en estos versos en los que el viento, a la vez destructor de civilizaciones e impulsor de cambios, impone el futuro frente al pasado, lo abierto y lo dinámico sobre lo cerrado y lo quieto, la velocidad de la nueva civilización frente a la inmovilidad de lo antiguo:

Eran muy grandes vientos sobre la tierra de los hombres -grandes vientos actuando entre nosotros, 
que nos cantaban el horror de vivir, y nos cantaban el honor de vivir, ah, nos cantaban y nos cantaban en la cima más alta del peligro, 
y al son de las flautas salvajes de la desgracia nos conducían, hombres nuevos, hacia nuestras costumbres nuevas.

La poesía, dijo Perse en el discurso de recepción del Nobel, “es acción, poder, innovación que desplaza los límites [...] Lo propio de la poesía es iluminar.”

Desde esa concepción de la poesía como conocimiento y como revelación visionaria del sentido más allá de la razón y de la lógica, la obra de Saint-John Perse tiene al hombre como constante referencia central: 

Y el hombre vuelve a proyectar su sombra sobre la calzada de los hombres.
Y la humareda del hombre está sobre los tejados, el movimiento de los hombres en el camino, 
y la estación del hombre sobre nuestros labios como un tema nuevo...
[...]
Y más allá, y más allá, ¿qué otra cosa hay sino tú mismo? -¿qué otra cosa hay sino lo humano? 

Afirmación de la realidad, celebración de la poesía y del hombre, Vientos -señala el prologuista- “parece más bien una especie de masa poética en ebullición, siempre al borde de lo ilegible, pero de la que continuamente van destacándose facetas deslumbrantes, momentos de una profundidad y una belleza vertiginosas, todo en un despliegue de atmósferas y cadencias que posee un poder casi hipnótico.”

Y es que “la verdadera poesía -añade- es en realidad palabra escuchada; no algo que decimos, sino algo que nos habla.”

Por eso, intentar reducir Vientos y el resto de la poesía de Saint-John Perse a una etiqueta o caracterizarlo como superrealista es reconocer la insuficiencia crítica en su abordaje, porque su obra funda un universo poético y lingüístico inclasificable, un mundo  estético propio que constituye una de las aventuras espirituales más admirables de la poesía del siglo XX.

Santos Domínguez

18/3/20

Jude el oscuro


Thomas Hardy.
Jude el oscuro.
Traducción de Miguel Ángel Pérez. 
Alianza Editorial. Madrid, 2020.

Para bien de la poesía, el escándalo que provocó entre los lectores y críticos de la Inglaterra victoriana la publicación en 1895 de Jude el oscuro cerró la carrera novelística de Thomas Hardy, que no volvió escribir novelas e inició una trayectoria poética que lo convirtió en uno de los más importantes poetas ingleses del siglo XX. 

Casi veinte años después, en 1912, Hardy recordaba en el Post Scriptum de la edición definitiva de la novela “el infeliz comienzo de la carrera de Jude como libro. Tras esos veredictos de la prensa, su siguiente infortunio fue ser quemado por un obispo -probablemente por la desesperación de no poder quemarme a mí-, y que éste hiciera apología de su meritoria acción en los periódicos" y lamentaba que " el esfuerzo artístico siempre paga un alto precio por extraer su contenido trágico de la forzada adaptación de los instintos humanos a arquetipos fastidiosos y oxidados que no casan con ellos. Para ser justos con Bludyer y el obispo incendiario, supongo que lo que querían decir solo era esto: 'Nosotros, los británicos, odiamos las ideas, y vamos a estar a la altura de tal privilegio de nuestra tierra natal. Tal vez tu retrato no muestre algo falso, o algo poco común, o ni siquiera algo contrario a los cánones artísticos, pero no es una visión de la vida que los que prosperamos gracias a los convencionalismos podamos consentir que sea retratada.'”

El escándalo lo habían provocado no sólo las alusiones sexuales, sino también su mirada crítica ante las convenciones sociales, el matrimonio, la religión o la educación. Porque Jude el oscuro se centra en la figura de Jude Fawley, un muchacho pobre e idealista del imaginario condado de Wessex, en el sur de Inglaterra, y en sus aspiraciones de dejar su pueblo y su oficio de albañil para ingresar en la universidad y convertirse en estudioso en Christminster (Oxford), distante sólo treinta kilómetros, pero muy alejada vitalmente, cuyas torres, veletas, ventanas y cúpulas llegó a ver a lo lejos como una revelación fugaz un atardecer cuando levantaba la niebla. 

Ese impulso lo había despertado el maestro de escuela Phillotson, con cuya salida del pueblo para estudiar una carrera universitaria en Christminster se inicia la novela. Pero en su camino se cruzan dos mujeres, Arabella Donn, con la que se casa y tiene una relación matrimonial que se rompe en tres años, y Sue Bridehead, su prima, uno de los más inolvidables personajes de Hardy, una mujer poco convencional con la que Jude tendrá una larga e intensa relación amorosa de la que nacieron dos hijos a los que matará su hermanastro. 

El triángulo amoroso entre Arabella, Sue y Jude acaba de complicar una historia trágica de humillaciones, fracasos y errancias que frustran las aspiraciones del protagonista y no le deja otra salida que la muerte.

Pero más allá de sus peripecias amorosas y de los avatares familiares y matrimoniales que provocaron esa reacción escandalizada, Jude el oscuro es una excelente novela sobre la condición humana, sobre la soledad y las relaciones amorosas, sobre la frustración de las ilusiones perdidas y sobre la dificultad de la vida en sociedad. 

Jude el oscuro, que aparece ahora con una nueva traducción de Miguel Ángel Pérez en la colección 20/13 de Alianza Editorial, es la novela más sombría de un Hardy pesimista y crítico con aquella sociedad que frustraba las expectativas individuales. Sus temas (la tiranía de los vínculos matrimoniales, el control de la vida social por la iglesia, la educación, la sociedad aniquiladora del individuo, la imposibilidad de progreso de las clases humildes) aparecen también en otras de sus novelas, por ejemplo en Los habitantes del bosque, traducida también por Miguel Ángel Pérez en Letras Universales Cátedra. 
Santos Domínguez 

16/3/20

Ocnos. Variaciones sobre tema mexicano


Luis Cernuda.
Ocnos. 
Variaciones sobre tema mexicano.
Edición de Jenaro Talens.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2020.


Hacia 1940 y en Glasgow (Escocia), comenzó L.C. a componer Ocnos, obsesionado entonces con recuerdos de su niñez y primera juventud en Sevilla, que entonces, en comparación con la sordidez y fealdad de Escocia, le aparecían como merecedores de conmemoración escrita, y al mismo tiempo, quedaran así exorcizados. El librito creció (no mucho), y la búsqueda de un título ocupó al autor hasta hallar en Goethe mención de Ocnos, personaje mítico que trenza los juncos que han de servir de alimento a su asno. Halló en ello cierta ironía sarcástica agradable, se tome al asno como símbolo del tiempo que todo lo consume, o del público, igualmente inconsciente y destructor.

Poco antes de su muerte, Luis Cernuda escribió esas líneas para la contracubierta de la tercera edición de Ocnos, su libro de prosa poética. Una edición que aparecería, ya póstuma, en México, en 1963.

Este es el fragmento de un artículo de Goethe, que Cernuda incorporó como pórtico, del que toma su título el libro: “Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces, ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no lo estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de este modo Ocnos halla en su asno una manera de pasar el tiempo.”

El libro fue creciendo -“no mucho”, como señalaba Cernuda- desde la primera edición, que apareció en Londres en 1942, con treinta y un poemas, hasta los sesenta y tres de la edición definitiva. 

Antes de esa versión definitiva, en 1949, había aparecido una segunda edición ampliada en Madrid, con cuarenta y seis poemas. Y entre esa edición y la mexicana de 1963 Cernuda había publicado otro libro de prosa poética, Variaciones sobre tema mexicano, que el autor deseaba reunir en un solo volumen con Ocnos, como se viene haciendo habitualmente desde los años setenta y como se presenta en esta estupenda edición en Cátedra Letras Hispánicas, de la que se ha encargado Jenaro Talens, que en su prólogo defiende que Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano son “textos integrables en la estructura significante de La Realidad y el Deseo”, aunque editorialmente nunca se haya planteado así.

Esta edición -señala Talens- reproduce “como volumen exento de Ocnos solo aquellos textos que integraban la primera edición londinense de The Dolphin de 1942, dejando para un apéndice las versiones 2ª y 3ª, por entender que los añadidos [...] cambiaban la función y el sentido del volumen, aunque se mantuviese el mismo título en todas ellas.”

Desde la soledad y el malestar del desterrado en un Glasgow desagradable y feo, ese primer Ocnos se trenzaba sobre la evocación del paraíso perdido de la infancia en una Sevilla que Cernuda no nombra, porque pertenece al territorio intemporal del mito, como explicaría en El poeta y los mitos:

Que tú no comprendieras entonces la casualidad profunda que une ciertos mitos con ciertas formas intemporales de la vida, poco importa: cualquier aspiración que haya en ti hacia la poesía, aquellos mitos helénicos fueron quienes la provocaron y la orientaron. Aunque al lado no tuvieses alguien para advertirte del riesgo que así corrías, guiando la vida, instintivamente, conforme a una realidad invisible para la mayoría, y a la nostalgia de una armonía espiritual y corpórea rota y desterrada siglos atrás entre las gentes.

Infancia recreada por la memoria en evocaciones que recuperan el tiempo perdido de la niñez y la juventud. Lo expresaba así el poeta al final de Jardín antiguo, uno de los textos más representativos del conjunto:

Se atravesaba primero un largo corredor oscuro. Al fondo, a través de un arco, aparecía la luz del jardín, una luz cuyo dorado resplandor tenía de verde las hojas y el agua de un estanque. Y ésta, al salir afuera, encerrada allá tras la baranda de hierro, brillaba como líquida esmeralda, densa, serena y misteriosa.
Luego, estaba la escalera, junto a cuyos peldaños había dos altos magnolios, escondiendo entre sus ramas alguna estatua vieja a quien servía de pedestal una columna. Al pie de la escalera comenzaban las terrazas del jardín.
Siguiendo los senderos de ladrillos rosáceos, a través de una cancela y unos escalones, se sucedían los patinillos solitarios, con mirtos y adelfas en torno de una fuente musgosa, y junto a la fuente el tronco de un ciprés cuya copa se hundía en el aire luminoso.
En el silencio circundante, toda aquella hermosura se animaba con un latido recóndito, como si el corazón de las gentes desaparecidas que un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras de las espesas ramas. El rumor inquieto del agua fingía como unos pasos que se alejaran.
Era el cielo de un azul límpido y puro, glorioso de luz y de calor. Entre las copas de las palmeras, más allá de las azoteas y galerías blancas que coronaban el jardín, una torre gris y ocre se erguía esbelta como el cáliz de una flor. 
*** 
Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos. Más tarde habrías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada.

A ese mismo lugar regresaría Cernuda en El patio, de Variaciones sobre tema mexicano, para afirmarse en la infancia no como vía huida de la realidad, sino como clave explicativa del presente: 

El hombre que tú eres se conoce así, al abrazar ahora al niño que fue, y el existir único de los dos halla su raíz en un rinconcillo secreto y callado del mundo. Comprendes entonces que al vivir esta otra mitad de la vida acaso no haces otra cosa que recobrar al fin, en la presente, la infancia perdida, cuando el niño, por gracia era ya dueño de lo que el hombre luego, tras no pocas vacilaciones, errores y extravíos, tiene que recobrar con esfuerzo.

Esa prosa evocadora, limpia y transparente, marca el estilo de Ocnos desde el texto inicial, La poesía:

En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música.
¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario, y ya oscuramente sentía cómo no bastaba a esa otra realidad el ser diferente, sino que algo alado y divino debía acompañarla y aureolarla, tal el nimbo trémulo que rodea un punto luminoso.
Así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela de la vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos: tal aquel resplandor vago que yo veía dibujarse en la oscuridad, sacudiendo con su ala palpitante las notas cristalinas y puras de la melodía.

Poesía y música unidas en ese texto inicial, que abre un círculo que se cierra con el texto final de Ocnos, El acorde, donde 

El instante queda sustraído al tiempo, y en ese instante intemporal se divisa la sombra de un gozo intemporal, cifra de todos los gozos terrestres, que estuvieran al alcance. Tanto parece posible o imposible (a esa intensidad del existir qué importa ganar o perder), y es nuestro o se diría que ha de ser nuestro. ¿No lo asegura la música afuera y el ritmo de la sangre adentro?

Meditación y memoria, evocación y pensamiento, autobiografía mítica y sentimiento transfigurado en mito. Esas son algunas de las claves tonales y compositivas de un libro que articulan dos motivos centrales, el agua y la luz.

Construido según la pauta musical del tema y las variaciones, Variaciones sobre tema mexicano, con idéntico número de textos -treinta y uno- que la primera edición de Ocnos, representa la recuperación de lo perdido, es la feliz consecuencia del reencuentro de Cernuda con el sur y con la lengua española, a la que dedica la primera de las variaciones:

-Tras de cruzada la frontera, al oír tu lengua, que tantos años no oías hablada en torno, ¿qué sentiste?
-Sentí como sin interrupción continuaba mi vida en ella por el mundo exterior, ya que por el interior no había dejado de sonar en mí todos aquellos años.
*
La lengua que hablaron nuestras gentes antes de nacer nosotros de ellos, ésa de que nos servimos para conocer el mundo y tomar posesión de las cosas por medio de sus nombres, importante como es en la vida de todo ser humano, aún lo es más en la del poeta. Porque la lengua del poeta no sólo es materia de su trabajo, sino condición misma de su existencia.
Y si la primera palabra que pronunciaron tus labios era española, y española será la última que de ellos salga, determinadas precisa y fatalmente por esas dos palabras primera y postrera, están todas las de tu poesía. Que la poesía, en definitiva, es la palabra.

Santos Domínguez


13/3/20

Maya Angelou. Poesía completa


Maya Angelou.
Poesía completa.
Traducción y prólogo de Nieves García Prados.
Valparaíso Ediciones. Granada, 2020.

Una Roca. Un Río. Un Árbol 
anfitriones de especies perdidas hace mucho, 
marcaron el mastodonte, 
el dinosaurio, que dejó señales fosilizadas 
de su estancia aquí 
en el suelo de nuestro planeta, 
cualquier alarma de su muerte prematura 
está perdida en la penumbra del polvo y de los tiempos. 

Pero hoy, la Roca grita, con claridad, con fuerza, 
vengan, pueden ponerse sobre mi 
espalda y encarar su lejano destino, 
pero no busquen cobijo en mi sombra, 
no les daré un lugar donde esconderse aquí abajo. 

Ustedes, creados solo un poco más abajo que 
los ángeles, se han agazapado demasiado tiempo en 
la violenta oscuridad, 
durante demasiado tiempo se han acostado 
bocabajo en la ignorancia 
con sus labios derramando palabras 
armadas para el sacrificio. 

La Roca nos reclama hoy, 
puedes ponerte sobre mí, 
pero no ocultes tu rostro. 

Son las primeras estrofas del largo poema Tomando el pulso de la mañana, que Maya Angelou leyó el 20 de enero de 1993 en el acto de investidura del presidente Clinton. 

Forma parte del volumen que reúne su Poesía completa en Valparaíso Ediciones con traducción de Nieves García Prados, que afirma en su prólogo que “la poesía de Angelou, por primera vez publicada en España con este volumen, no solo responde a cuestiones como la raza o el sexo, sino también, y sobre todo, a las desigualdades sociales, desde un punto de vista mucho más amplio. Fue el canto de un pájaro enjaulado que llevó su autobiografía terrible y sus experiencias vitales a la poesía, para convertirlas en algo más grande, más rico y más inclusivo, como el desafío al que se enfrentaba el siglo XXI.”

Fue camarera, conductora de tranvías, cantante, bailarina, prostituta, poeta, profesora, activista por los derechos civiles, ensayista, directora de cine, actriz de teatro, guionista, amiga de Luther King y de Malcom X. 

No es raro que alguien que ha tenido una existencia tan compleja como la de la estadounidense Maya Angelou haya publicado siete autobiografías que evocan esa complejidad y que a su muerte estuviese preparando un octavo volumen de memorias. 

También en su poesía se pueden rastrear los perfiles de esa existencia que transcurrió entre 1928 y 2014 y en la que sufrió la discriminación racial, la violación en su infancia, la marginación y la pobreza. 

Su obra poética está muy ligada a su vida y es no solo una respuesta testimonial ante la adversidad y la injusticia, sino una forma de supervivencia. La manera de levantarse de quien pese a todo tituló sus libros como Ojalá que mis alas vayan a encajarme bien, Aun así me levanto, quizás su libro poético más representativo, o Celebraciones. 

Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado se titulaba su primera autobiografía, con la que se dio a conocer a principios de los setenta, y Pájaro enjaulado es también el título de un poema que termina con estas dos estrofas: 

Pero un pájaro enjaulado se detiene en la tumba de los sueños 
su sombra grita como en una pesadilla 
sus alas están encogidas y sus pies atados 
así que abre la garganta para cantar. 

El pájaro enjaulado canta 
un temeroso trino 
sobre cosas desconocidas 
pero aun así ansiadas 
y su melodía se escucha 
desde la lejana colina 
pues el pájaro enjaulado 
canta a la libertad. 

Es esta una poesía hímnica vinculada a la tradición oral y pensada para la recitación pública, porque su función principal, desde el primer libro -Denme solo un trago de agua antes de morir- es asumir no solo el testimonio de una vida individual, sino la representación de una colectividad, la afroamericana en los Estados Unidos. 

Una mujer extraordinaria tituló uno de sus poemas más conocidos, que rematan estos versos:

Porque soy una mujer 
extraordinariamente. 
Una mujer extraordinaria, 
esa soy yo.

Santos Domínguez

11/3/20

Galdós. Ángel Guerra


Benito Pérez Galdós.
Ángel Guerra.
El libro de bolsillo. 
Alianza Editorial. Madrid, 2019.

El libro de bolsillo de Alianza Editorial acaba de publicar una edición revisada de Ángel Guerra, una de las Novelas españolas contemporáneas de Galdós y una de sus cimas novelísticas.

La publicó en 1891, después de Torquemada en la hoguera, en tres volúmenes que corresponden a las tres partes en las que se organiza externamente la estructura narrativa de esta que es la novela más extensa de Galdós tras Fortunata y Jacinta.

Extensa, a ratos prolija, “endiablada, compleja y laberíntica” en palabras del propio Galdós, Ángel Guerra es una muestra de la plenitud creadora del novelista y de su capacidad de observación en la captación de ambientes y personajes. 

Su complejidad narrativa, el profundo estudio de los personajes a través de sus comportamientos, su densidad ideológica, la capacidad para elaborar un mosaico novelesco y humano en el que se integran abundantes personajes secundarios (los Babeles, el beneficiado Francisco Mancebo, don Pito, el canónigo Palomeque, Juanito Casado...), la maestría en la recreación de ambientes, las espléndidas descripciones de Toledo o el  final magníficamente resuelto, hacen de este un título imprescindible en el canon galdosiano.

Un título que avisa de que se trata de una novela de protagonista y sugiere su evolución con la simbología del contraste entre el nombre y el apellido de Ángel Guerra, reconvertido de revolucionario violento en místico apostólico. 

Ese contraste está en la base de la magnífica caracterización del protagonista en este retrato: 

Era Guerra uno de esos tipos de hombre feo que revelan, por no sé qué misteriosa estampilla etnográfica, haber nacido de padres hermosos. Bien se veía en sus facciones la mezcla de dos hermosuras de distinto carácter. Nariz, ojos y boca carecían en conjunto de belleza, a causa sin duda de que la nariz pertenecía a una cara, y los ojos a otra. La unión no resultaba, y algunas partes se habían quedado muy hundidas, otras demasiado salientes. A primera vista, no ganaba las voluntades, pues era el rostro ceñudo, áspero y de ángulos muy enérgicos. Pero el trato disipaba la prevención, y mi hombre se hacía simpático en cuanto su palabra calurosa y su leal mirada encendían y espiritualizaban aquel tosco barro. El cabello no era menos áspero y rebelde que la barba, las manos fuertes, velludas y de admirable forma, la figura bien plantada y varonil, aunque algo rechoncha, el andar resuelto, la voz metálica y sonora, con toda la variedad de timbres para expresar desde la ira ronca a la más suave modulación de ternura.

Marcado por la crisis del positivismo y por las tendencias irracionalistas de fines del siglo XIX, Galdós también ha evolucionado desde el realismo y el naturalismo a un espiritualismo influido por Tolstoi  que había empezado a asomar en las dos últimas partes de Fortunata y Jacinta.

En ese contexto hay que entender también el trasfondo autobiográfico del protagonista, que pasa del radicalismo revolucionario al misticismo como consecuencia de una crisis más emocional que intelectual, reflejo más que probable de la evolución literaria y vital del propio autor. 

Dos sucesos sangrientos sufridos por Guerra -una herida leve al principio, provocada por fuego amigo durante la fallida sublevación republicana del general Villacampa en septiembre de 1886, la otra, mortal, al final- enmarcan el desarrollo de esta novela en la que, como en el ciclo de Torquemada, la muerte de la hija produce un cambio radical en el personaje.

Ángel Guerra irá evolucionando así desde la impulsividad iconoclasta en el bullicioso Madrid de las intrigas y las tertulias al desengaño y a la quietud espiritual de Toledo, de la actividad política a la religiosidad, de la vida activa del conspirador revolucionario a la exaltación de la vida contemplativa del místico: 

Porque su ocupación única, en los días primeros, fue vagar y dar vueltas, recreándose en el olor de santidad artística, religiosa y nobiliaria que de aquellos vetustos ladrillos se desprende; su placer mayor perderse sin guía ni plano, jugando con el ovillo revuelto de las calles. De noche, el misterio y la poesía resaltaban más que a la luz del sol. Las puertas erizadas de clavos, la desigualdad infinita de planos, rasantes y huecos, las fachadas con innumerables dobleces, las rejas, las imágenes dentro de alambrera y con lamparilla, los desfiladeros angostos, entre muros que se quieren juntar, los cobertizos y travesías empinadas, la soledad, la sombra distribuida en masas caprichosas, avivaban más en el espíritu del vagabundo la impresión de leyenda dramática o de histórico lirismo. En sus primeras caminatas, la planimetría de la ciudad érale desconocida; pero pasando y revolviéndose de norte a sur y de levante a poniente, empezó a orientarse, fijó los grupos de edificios más visibles, las torres y cúpulas, y de este modo pudo dominar el sentido de las calles, y entenderlas como signos de endiablada escritura, que se va comprendiendo después de pasar por ella los ojos una y otra vez. Sale ahora este vocablo, después aquel; se despeja parte de una cláusula, luego se trasluce una frase íntegra, hasta que interpretados con cálculo y paciencia los espacios intermedios, llégase a leer de corrido todo el conjunto de garabatos. 

Ese misticismo es la expresión sublimada de la atracción erótica por Leré, la institutriz a la que el viudo Guerra había encomendado la educación de su hija Ción. Ese personaje femenino será decisivo en la transformación del racionalista en un iluso visionario de estirpe quijotesca que coloca la imaginación por encima del pensamiento y que, tras abandonar a la sumisa amante Dulcenombre, se traslada a Toledo para buscar la cercanía de la novicia, convertido ya en utópico apóstol de la caridad, un tema que se repetiría luego en tres novelas: Nazarín, Halma y Misericordia.

Santos Domínguez


9/3/20

Antonio Pereira. Oficio de mirar


Antonio Pereira.
Oficio de mirar. 
Pre-Textos. Valencia, 2019.

No tengo nada que ocultar de mi vida literaria -bueno, alguna cosilla-, pero procuro que en mis biografías y en las solapas de mis libros no consten aquellos pecados de juventud: concursar con una tirada de tercetos encadenados sobre una gloria de la que me informaba astutamente en el Espasa, y si me caía la flor natural, cumplir el trámite del madrigal a la reina de la fiesta mediante un soneto-comodín al que bastaba cambiar un endecasílabo. Uno de esos folclores salió en La Vanguardia y un fabricante catalán me felicitó con grueso membrete mercantil: “No sabíamos, señor Pereira, que fuese usted competente en el ramo de la poesía.

...don Antonio González de Lama, el cura leonés que estuvo entre los fundadores y rectores de la revista Espadaña. Sus críticas de poesía eran temidas en Madrid, y se decía que un poeta garcilasista y vapuleado por el cura le había puesto un telegrama: “Me cago en su padre, padre.” 

En esos dos fragmentos, tomados de las primeras páginas de Oficio de mirar, de Antonio Pereira, que publica Pre-Textos, se aprecia el talento involuntario de un narrador de raza al que cuando se le está leyendo parece que se le oye, un don cervantino al alcance de muy contados narradores. 

Andanzas de un cuentista, 1970-2000 es el subtítulo de la recopilación en un volumen de algunas de las anotaciones de los dietarios inéditos de Antonio Pereira, que toman su título de la columna semanal de los viernes que mantuvo en los años setenta en La Vanguardia. 

Ni una sola de sus trescientas páginas renuncia al gusto por contar y por sonreír; por celebrar la vida y el cuento. Es un Pereira cercano y cordial, con una mirada y una voz cercana y conversacional educada en tantas tardes frías al arrimo del fuego de la amistad y de una chimenea a cuya luz brillan el buen humor y la ironía bondadosa del cuentista que anota en estas Andanzas:

No hago sangre, a lo más me quedo en la ironía sin llegar al sarcasmo, en mi propia biografía no hay desviaciones sexuales ni grandes escándalos. Y para colmo, escribo bien.

En estas anotaciones confluyen la ironía cervantina y el humor comprensivo, la mirada aguda a la vida y a la literatura y la fluidez de la narración oral para hablar de libros y viajes, de comidas de escritores o de una conversación y un paseo con Borges por las calles de Buenos Aires. Y una melancolía en las evocaciones que tiene algo de indecible y que convive en Pereira con la cordialidad zumbona, con esa forma castiza de ironía que llamamos retranca.

Una nueva oportunidad de disfrutar de la mirada penetrante y la prosa admirable de uno de los mejores narradores españoles de la segunda mitad del siglo XX, de su tono zumbón y del uso sutil de esa “arma oblicua” de la ironía, de la que da cuenta esta anotación sobre Pedro Gimferrer:

Le mandé algún libro mío y alguna carta y nunca tuve respuesta. Una de esas cartas se la envié con mi mejor intención cuando vino a Madrid a recoger el Premio Nacional de Poesía José Antonio Primo de Rivera. Lo recogió y cobró de manos de Fraga Iribarne, y ahora se reduce en su biografía a Premio Nacional, supongo que por economía verbal, por qué otra cosa iba a ser.


Santos Domínguez



6/3/20

Geoffrey Hill. Poesía reunida


Geoffrey Hill.
Poesía reunida.
Edición, traducción y prólogo 
de Andreu Jaume.
Lumen. Barcelona, 2020.

“La poesía fuerte es siempre difícil, y Geoffrey Hill es el poeta británico más fuerte de cuantos hoy viven, aunque su reputación en el mundo angloparlante sea ligeramente inferior a la de varios de sus contemporáneos. Debería ser leído y estudiado durante muchas generaciones después de que estos contemporáneos hayan difuminado sus rasgos, lo mismo que debería sobrevivir a todos salvo un puñado (o menos) de los poetas americanos hoy en activo. Esta profecía canónica se basa en la autoridad de su mejor obra, tal como la he experimentado en los quince años transcurridos desde la aparición de Para los no caídos, su primer libro”, escribía Harold Bloom en el espléndido capítulo que dedicaba a la poesía de Hill en su memorable Poemas y poetas. El canon de la poesía. 

Esas palabras, o la alta consideración en que Steiner tenía la obra del poeta inglés, cobran ahora actualidad cuando Lumen acaba de publicar por primera vez en español la Poesía reunida de Geoffrey Hill (1932-2016) en una edición bilingüe editada y traducida por Andreu Jaume, que destaca en su prólogo la intensidad de su obra y “la honestidad de su proyecto crítico y poético. Geoffrey Hill mantuvo hasta el final su fe en el lenguaje y la poesía con un fervor que, si bien en algunos momentos pudo resultar un tanto contraproducente, no por ello deja de constituir su mejor legado en tiempos de escasez.” 

Contra el aire revuelto iba 
aullando los milagros de Dios. 

Y primero hice que el mar soportara 
el peso muerto de la tierra; 
y las olas brotaron con mi plegaria, 
desovaron los ríos sus arenas. 

Y allí en las corrientes altas y saladas 
el duro y terco salmón se afanaba, 
embistiendo el flujo, el golpe de la marea, 
para alcanzar arriba las firmes colinas. 

Ese es el comienzo del poema, significativamente titulado Génesis, con el que Geoffrey Hill abría su primer libro, Para los inocentes. Por poemas como ese, “soberbio en sí mismo, un primer poema perfecto”, Harold Bloom lo consideraba “el más blakeano de los poetas modernos.”

Desde ese libro inicial, de sorprendente intensidad, el tema del dolor, la culpa y la violencia, la confluencia de la creación y la caída, la cultura cristiana y los horrores del nazismo, la latinidad y la desazón del paisaje desolado atraviesan una poesía difícil cuya exigencia procede de su densidad intelectual y de su potencia verbal. Una poesía entendida como búsqueda de “triste y colérico” consuelo, como expresión del asombro o de la la indignación o como propuesta de ordenación de la realidad caótica.

De su libro siguiente, King Log, quizá el más accesible, es Anunciaciones, el que Bloom considera su mejor poema suelto, expresión de “una poética desesperanzada y una visión total de la existencia natural y de las necesarias limitaciones de lo que hemos aprendido a llamar imaginación.”

Organizado en dos partes, esta es la primera en la traducción de Andreu Jaume: 

El Verbo se ha ido y ha vuelto, cocida la apariencia 
de su estancia en el fango que endurece. 
La purificación se ha vuelto asesinato, la recompensa 
palpable, manifiesta, limpia al tacto. 
Ya a cierta distancia del vapor de bestias, 
los repugnantes besuqueos y la gruesa simiente esparcida 
(cada jarra de muestra llena de simiente delicada) 
los buscadores con los curanderos se sentaron a comer 
y están satisfechos. Estas cosas preciosas sofocan 
y la carne se ablanda con la turbulencia el alma 
se tiñe de púrpura; cada ojo se apaga lleno y suave 
mientras todos los que escuchan para tocar o insistir 
con el fin de mejorar, sazonan sus bocas decentes 
con trozos del sacrificio más dulce. 

Himnos de Mercia (1971) es, en palabras del traductor, “el libro que sentó el prestigio de Geoffrey Hill como poeta, hasta el punto de que durante mucho tiempo solo fue conocido por esa obra” en la que “el trabajo con el lenguaje, la historia y el tiempo es verdaderamente asombroso.”

Este es uno de esos treinta Himnos, en los que se superponen tres tiempos: el pasado remoto de la Inglaterra ancestral del siglo VIII, el pasado próximo de la infancia de Hill bajo la guerra y el presente de la escritura:

Sus palas se afanaban a través de la tierra variablemente resistente. Cavaron hasta el tesoro. Saquearon epifanías, vértebras de la quimera, caparazones de larvas de abeja. Golpearon la piel escamada del dragón de fuego. 
A los hombres se les pagaba para calafatear cañerías de agua. Fermentaban y meaban en medio del esplendor; el estuario de su letrina humeaba entre ortigas. Están dispersos en tus colectas, alabeo mohoso. 
Es otoño. Ramas de castaño traman sus hojas inflamadas. El jardín se descompone clamando atención: culturas telúricas enriquecidas con esquirlas, bulbos, nódulos, los hundidos sólidos de la gravedad. He rastrillado una llamarada dorada y pestilente.

Tras la publicación de la espléndida poesía religiosa de Tenebrae (1978) y la meditación sobre ética y estética en la poesía de El misterio de la caridad de Charle Péguy, Hill se instaló en Estados Unidos desde finales de los años ochenta para dar clases en Boston.

Fue allí donde tras un largo silencio revitalizó su escritura poética con libros como Canaan, en el que, sin dejar su exigencia estilística, da rienda suelta a la protesta airada contra la política, a la solidaridad con el sufrimiento de los débiles y a la piedad:

                   La piedad, a solas con su furia, 
se asienta en las multitudes 
                                      como buscó el fénix 
en un centenar de ciudades tributo de llama reparadora.

En las antípodas de la banalidad del populismo poético, el riguroso trabajo estilístico de Hill elabora una poesía exigente por su densidad intelectual, su potencia verbal y su postura ética. Una poesía difícil, ambiciosa y sorprendente en la que se producen múltiples confluencias: de concepto y emoción, de mirada y memoria, de imaginación y observación, de lo profético y lo histórico, de lo visionario y lo testimonial, de la historia remota y la memoria personal para dar cuenta de un mundo oscuro y apocalíptico habitado por la crueldad, la violencia y la desesperanza.

La unidad de tono patente a lo largo de toda su trayectoria es en gran medida el resultado expresivo de su exigencia estilística. “El arte tiene el derecho -no la obligación- de ser difícil si así lo desea”, afirmaba Hill, enfrentado a la degradación del lenguaje de la poesía desde el repudio del prosaísmo y del estilo pobre que aproxima la poesía al lenguaje cotidiano.

Santos Domínguez

4/3/20

La epopeya de una derrota


Luis Gonzalo Díez.
La epopeya de una derrota. 
El demonio de la política en los Episodios nacionales de Galdós.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020.

“Los Episodios constituyen una deslumbrante reflexión narrativa sobre las actitudes psicológicas prevalecientes en una sociedad enferma de política [...]
Igual que a Galdós la experiencia del XIX en España le llevó a un cierto escepticismo respecto de los procesos revolucionarios, a nosotros la experiencia abrumadora del XX también nos ha vacunado, hasta cierto punto, contra las utopías políticas. El novelista canario advirtió que el desmantelamiento del absolutismo provocaba una lucha abierta por el poder entre diversos grupos y personalidades que sumió a España en una espiral de desorden e inestabilidad. La lógica facciosa de la política española del XIX motivó el incumplimiento de la promesa nacional de la revolución liberal. Pero Galdós respondió a este hecho con la esperanza de que el siglo XX cumpliese aquella promesa. El escepticismo histórico inherente a su desencantada visión de la España del XIX no fue su última palabra política, tal y como queda claro en la última novela, Cánovas (1912), de los Episodios.[...]
El tenso equilibrio entre conocimiento histórico y compromiso político representa una herencia sugestiva de los Episodios nacionales. Y más en un presente como el nuestro en que la «política de la fe», debido a las barbaries del XX cometidas en su nombre, suena a totalitarismo, a negra utopía; mientras que la «política del escepticismo» suena a justificación resignada e impotente de lo establecido”, escribe Luis Gonzalo Díez en el prólogo de La epopeya de una derrota. El demonio de la política en los Episodios nacionales de Galdós, que acaba de publicar Galaxia Gutenberg.

Con ese planteamiento inicial, a partir de un recorrido minucioso por las cinco series de los Episodios, el volumen aborda cuestiones centrales como el presentimiento galdosiano de los abismos políticos del siglo XX, entre el destructivo culto a los nacionalismos y los impulsos revolucionarios y autoritarios.

Se enfocan así los Episodios nacionales como una reflexión de fondo que va más allá de las circunstancias históricas para adquirir una dimensión casi profética sobre lo que habría de ser la historia del siglo XX.

Organizado en tres partes, la primera se centra en el despertar de la conciencia nacional, en la aparición de un nacionalismo emocional, apolítico y humanitario que parte de la realidad cotidiana de los hombres comunes en los episodios de la primera serie, porque –escribe Luis Gonzalo Díez- “los Episodios nacionales comienzan con la irrupción del sentimiento de nacionalidad, con el advenimiento de un mundo donde el pueblo toma conciencia de su protagonismo.” 

En la figura de Gabriel Araceli, el narrador de la primera serie, se concreta la conciencia de ese nacionalismo universalista ilustrado y tolerante que nada tiene que ver con el fanatismo excluyente de los nacionalismos posteriores y que se perfila en Trafalgar, Zaragoza o Cádiz.

Y así se inicia un recorrido minucioso por cada uno de los Episodios nacionales en este estudio que en su segunda parte aborda el cisma ideológico de las dos Españas en las novelas de la segunda serie, desde El equipaje del rey José a El terror de 1824 o Los apostólicos. 

Porque del fervor patriótico idealista se pasaría al prosaísmo y al escepticismo, como de la figura inocente de un Gabriel Araceli bondadoso y patriota, anterior a la política, se pasa a la de otro narrador muy distinto, el atormentado y afrancesado Salvador Monsalud. Dos narradores tan dispares como las circunstancias en las que viven. 

Se transita de esa manera de la idea de la historia como construcción popular frente al poder a una idea de la historia como intriga, en esos episodios de la segunda serie enturbiados por las disensiones y las conspiraciones.

Sobre las herencias del desorden y la división nacional giran los Episodios de la tercera y cuarta series, que Galdós culminó debatiéndose entre la amargura y la esperanza. 

Desde Zumalacárregui a La de los tristes destinos, las tensiones entre tradición y  revolución, entre heroísmo y barbarie atraviesan esas dos series que dibujan una realidad compleja y conflictiva atravesada por la inestabilidad política y el desorden social que generaron las guerras.

Y así el análisis de personajes y situaciones permite seguir en este ensayo el trazado galdosiano de una España problemática de conspiraciones y camarillas liberales y absolutistas, de patriotas y afrancesados, de fanáticos y oportunistas, de idealistas y demagogos, de revolucionarios y reaccionarios.

Son el reflejo de una España dividida en facciones y abocada a las guerras civiles porque “Galdós intuyó en la guerra y la revolución en que se engendró la España contemporánea mucho más que el paso de un sistema de gobierno y de un tipo de sociedad a otros, mucho más que el advenimiento de la idea moderna de nación. Lo que intuyó, tras un primer momento de unidad nacional, fue el cisma ideológico que dividió el país en facciones irreconciliables e inauguró toda una época de desorden e inestabilidad.”  

Entre la moral y la ideología, entre la pasión y el pensamiento acabaron imponiéndose la violencia política y el desorden, “que -explica el autor- ha convertido el sueño de un Gabriel Araceli en una espantosa pesadilla política. [...] Galdós, partiendo del sueño nacional de Araceli, que fue flor de un día, se adentró lanza en ristre en el páramo de los hechos para fabular desde la historia contra la historia.” 

Se completa de esa manera una lectura contemporánea de los Episodios que justifica así Luis Gonzalo Díez: 

Reconozco que no he podido o sabido leer a Galdós sin la experiencia del siglo XX a mis espaldas. Esta lectura creo que me ha ayudado a entender mucho mejor la profundidad de su inteligencia histórica. 

Santos Domínguez

2/3/20

Ángel Olgoso. Tenue armamento


Ángel Olgoso.
Tenue armamento.
Editorial Alhulia. Granada, 2018.

Espléndidamente editados por Alhulia en su colección Mirto Academia, Ángel Olgoso, uno de los narradores más consistentes de la literatura española actual, reúne en un volumen misceláneo sus textos de no ficción.

Como Cartapacio de papeles menores subtitula Olgoso este Tenue armamento, un modo indirecto de acercarse a su mundo literario y un modo directo de entrar en su mundo personal de la mano de la buena prosa que brilla también en estos prólogos, textos de presentaciones de libros propios y ajenos, reseñas o comentarios de cuentos. 

Algunas de las claves creativas del universo narrativo de Ángel Olgoso aparecen en estos textos que son una aguja de navegar que permite orientarse en un recorrido por la génesis y la evolución de su escritura y recogen sus “reflexiones sobre el fantástico, los estudios holmesianos o la Ciencia de las Excepciones y las Soluciones Imaginarias, la Patafísica.”

Como en sus libros de creación, brilla en Tenue armamento la esmerada escritura de un admirable prosista que explica en el Introito del volumen que “esta ecléctica miscelánea de papeles menores -unos conocidos, otros difíciles de encontrar o simplemente inéditos- se limita a dibujar una nada intencionada poética, la efímera sombra de la escritura, del juego de crear; materializa sin querer un corpus de motivos, entusiasmos, obsesiones y encargos, vestigios de la fiebre del letraherido; tiende puentes a un territorio particular donde las fronteras se borran, a un gabinete de curiosidades, las del mismo autor.”

Los esbozos de poética y las reflexiones de narratología conviven en estas páginas con la evocación de su formación lectora y la continua declaración de heredero de los maestros del relato con un elogio de la brevedad del microrrelato, como el que cierra uno de los mejores textos del libro, el titulado, Relatos, teselas, dátiles:

Mucho después, tras escribir más de cuatrocientos relatos, descubrí que la brevedad es el molde más apropiado para mi estilo de cincel y escoplo, de taracea ensamblada tesela a tesela; que es cierto que a las ficciones mínimas les conviene ser feroces como pirañas, pero quizá también frágiles como una gota de rocío en la que, de manera sugestivamente distorsionada, se refleja el mundo que la rodea. Supe de otras propiedades suyas: sacian como dátiles, su corto vuelo deja largas estelas, su parco ladrido siempre engaña, son misteriosas como lágrimas de dragón y, todavía para algunos, inconsistentes como las huellas de los pájaros en el aire. Averigüé que para romper amplias ventanas, Lichtenberg solía usar monedas de dos centavos. Y tuve la certeza de que un buen cuento breve brevísimo puede ser confundido fácilmente con un pequeño lingote de oro de capela, el más puro según los alquimistas.

Junto con ese tipo de reflexiones sobre la escritura, lo más destacable de la colección son los textos que Olgoso elaboró para las presentaciones de sus libros: de los relatos breves de Breviario negro a los haikus chispeantes de Ukigumo; de las narraciones fantásticas de Cuentos de otro mundo a la selva de prodigios de Almanaque de asombros; de la potencia imaginativa y la incursión en lo oculto de Las frutas de la luna a los microrrelatos visionarios y concentrados de La máquina de languidecer.

Y aunque no faltan referencias al mundillo literario, mirado con distancia y benevolencia, como en el episodio del dramaturgo híspido con el que coincidió en Zamora, lo que se impone en estas páginas es una celebración de la literatura y un constante homenaje de gratitud y admiración a los maestros: de Cunqueiro a Merino, de Borges a Denevi, de Calvino a Bioy Casares o a Arreola.

Las reflexiones esparcidas en estos textos iluminan la escritura de Ángel Olgoso, señalan algunos de los motores de su escritura (Memorias del subsuelo), entran en la cocina elaborada de sus cuentos (Cocina en miniatura) y trazan su cartografía creativa, describen sus motivos e influencias, la exactitud de la miniatura de sus formas breves, destacan la excelencia de su escritura armónica, exigente y luminosa o fijan la importancia de la palabra, tratada en sus relatos con un temple más propio de la poesía que de la narrativa.

Junto con ese cuidado por la expresión, hay en los cuentos de Olgoso una libertad imaginativa y una búsqueda de la extrañeza heredada de la mejor zona de la literatura fantástica. Sobre el potencial literario de la imaginación, escribía en la presentación de Cuentos de otro mundo:

Cuando uno tiene imaginación, no puede evitar imaginar: se pirra por lo insólito, lo disparatado o lo imposible, por lo poco común, las ideas asombrosas, el extrañamiento, las epifanías siniestras, los misterios y las quimeras, las secretas perspectivas desde las que el mundo se manifiesta distinto, en definitiva por todo lo que le falta a esta vida cotidiana escandalosamente aburrida. Yo al menos no sé de cosa alguna que lo tonifique a uno tanto como hacer posible, en cualquier ámbito, lo imposible. Aunque, si se piensa con frío detenimiento, la literatura fantástica es realista de un modo inequívoco, porque reflexiona sobre el hecho enteramente fantástico de existir. 

Santos Domínguez