28/9/15

Goethe. La vida como obra de arte


Rüdiger Safranski,
Goethe. 
La vida como obra de arte.
Traducción del alemán de Raúl Gabás.
Tusquets. Barcelona, 2015.

Un sabio escribe sobre un genio un libro monumental. 

Eso es Goethe. La vida como obra de arte, de Rüdiger Safranski, que publica Tusquets en su colección Tiempo de Memoria con traducción del alemán de Raúl Gabás. 

Un retrato en el que, como es habitual en Safranski, como hizo en Romanticismo o en Schiller o La invención del idealismo alemán, sobre el rigor de fondo pesa más el impulso narrativo que la seca erudición para construir un relato que va más allá de la figura de Goethe, de su vida, su obra y su pensamiento para ahondar en el estudio del espíritu alemán porque, como avisa desde la primera línea del ensayo, Goethe es un acontecimiento en la historia del espíritu alemán. 

Organizado en treinta y cuatro capítulos, con dos intermedios y unas consideraciones finales y completado con un apéndice cronológico y otro bibliográfico, Safranski ha puesto al frente del libro un significativo fragmento de una carta del 20 de septiembre de 1780, en la que Goethe le escribe a Lavater:

Este deseo vehemente de elevar tan alto como sea posible en el cielo abierto la pirámide de mi vida supera todo lo demás y apenas permite un instante de olvido. No puedo demorarme, tengo ya unos años; es posible que el destino me parta por la mitad y la torre babilónica quede truncada. Digamos por lo menos que fue proyectada con audacia.

Y a partir de ahí, desde la descripción de su difícil nacimiento hasta el momento final el 22 de marzo de 1832 cuando a las doce del mediodía, Goethe se recostó cómodamente hacia la esquina izquierda del sillón, Safranski desarrolla un estudio tan sólido como imprescindible sobre uno de los nombres fundamentales – tan sólido como imprescindible también- de la literatura universal, un concepto que Goethe fundó y promovió con la lucidez que sólo existe en quienes iluminan su tiempo y proyectan esa luz inextinguible sobre el futuro.

Un ensayo en el que en busca del yo profundo de Goethe, Safranski levanta una narración dinámica que funde obra, época, arte y sistema de un clásico que por serlo es un hombre representativo de su tiempo, pero también un contemporáneo constante que mantuvo con firmeza que tenemos el arte para no perecer en la realidad.

Goethe se definía a sí mismo  como un singular colectivo, como alguien que adoptó como principio la máxima de acoger en sí tanto mundo como pudiera elaborar,  creador de una obra que además de expresar la afirmación de su individualidad aspiraba a reflejar el espíritu de su tiempo porque -explica Safranski- desde su punto de vista es imposible sin más pensarse fuera del mundo, como los filósofos hacen a veces por razones metodológicas. Él estaba siempre fuera en el mundo, por más que también permaneciera concentrado en sí mismo. Su orientación es objetiva por completo. La auténtica inteligencia creadora era para Goethe algo con lo que la naturaleza se observa a sí misma y la poesía se produce a sí misma. En cada caso pensaba lo subjetivo desde lo objetivo. Forma parte de este tema el que en las cartas de los últimos años omitiera por completo el “yo”.

Clásico y romántico, aunó escritura y vida, pensamiento y sentimiento, ciencia y arte, naturaleza y filosofía, autobiografía y creación, autorreflexión y mirada al mundo. Complejo y plural, la perspectiva vital y creadora de Goethe aspira siempre a la integración de lo proteico: para los piadosos Goethe era demasiado pagano, a los moralistas les parecía erótico en exceso, y los demócratas lo consideraban demasiado aristocrático.

Entre la admiración por Shakespeare y la amistad decisiva con Schiller, Safranski dibuja la figura poliédrica de un Goethe que se mueve entre la rutina administrativa y la dedicación a la poesía, entre la conciencia de sí mismo y las turbulencias amorosas, describe los problemas digestivos originados por la cerveza y el café, pero a la vez habla de la fuerza creadora del genio, explora los espacios y los ambientes en los que transcurrió su vida: de Leipzig a Italia, de Weimar a Jena, su estilo de vida- el ocio ocupado-, su obra plural, de Werther a Fausto, de la poesía de las Elegías romanas al tratado de óptica en Teoría de los colores, de Las afinidades electivas a su autobiografía Poesía y verdad, donde recuerda a propósito de la relación entre la realidad y la poesía:

Si me sentía aliviado y esclarecido por el hecho de haber transformado la realidad en poesía, mis amigos se confundían por cuanto creían que era necesario transformar la poesía en realidad.

Una incansable fuerza creativa que resume así Safranski: Recorrió, pues, su vida una inquietud creadora. A los veintidós años dice que aspira siempre a ir hacia delante y, por eso, olvida lo que está escrito y tiene que apropiárselo de nuevo; y, al hacerlo, lo apropiado se le presenta como algo extraño. Es cierto que en la edad madura recogía con cuidado sus escritos y, cuando era posible, pedía que le devolvieran sus cartas; quería tener lo propio en torno a él. Con todo, confiaba gustosamente a otros la tarea de encontrar una unidad compacta, una conexión interna. Dudaba de que se diera en él algo así, y decía que el sentido y el significado de sus obras es lo que estas presentan en cada caso, y que eso es comprensible por sí mismo. Se apoyaba en el instante creador, y la vida era para él una serie de esos instantes, que se reflejan en las obras particulares. En conjunto pueden ofrecer una gran “confesión”, pero también acerca de esta hemos de decir que su sentido se abre, no sólo desde el final, sino a partir de todo momento que mueve.

Publicado hace dos años en Alemania, Goethe. La vida como obra de arte es ya una referencia insoslayable en la bibliografía sobre una figura tan decisiva como Goethe, un ejemplo iluminador de lo lejos que puede ir quien asume como tarea de la propia vida el proyecto de llegar a ser lo que él es. 

Santos Domínguez