Cuentos completos.
Edición y prólogo de Daniel Gascón.
Páginas de Espuma. Madrid, 2012.
Desde la década de los ochenta, la extensa y peculiar obra narrativa de Javier Tomeo le ha ido confirmando como uno de los más renovadores y libres escritores españoles contemporáneos, como un autor que ha puesto su imaginación al servicio de la creación de un mundo excéntrico, a veces divertido y a veces inquietante, siempre en el límite de la crueldad y de la pesadilla, del humor y el absurdo.
El inconfundible mundo literario de Tomeo, más que en sus novelas, se ha configurado en su narrativa breve, en estos Cuentos completos que se reúnen por primera vez en un espléndido volumen que publica Páginas de Espuma con edición y prólogo de Daniel Gascón.
Javier Tomeo es un narrador de enorme capacidad en la distancia corta y directa del cuento, un autor que se mueve con soltura con una gran economía de lenguaje y recursos, en unos textos breves que son dardos certeros que llegan con facilidad al lector porque son muy directos y apenas hay en ellos descripciones.
Se reúnen en este amplio tomo los animales en primera persona de sus dos Bestiarios, las figuras en diálogo en las escenas dramáticas de las Historias mínimas, los híbridos intercambiables de hombres y animales en Zoopatías y zoofilias, la muñeca hinchable y el hombre bicolor de los Cuentos perversos o el centenar de textos agrupados en el último apartado, Inéditos y reescrituras.
La base de casi todos sus relatos son los personajes, seres lunáticos, solitarios e inestables que, sin barreras morales ni lógicas, actúan por impulsos instintivos ante situaciones extravagantes. Personajes atípicos y esperpénticos, amados monstruos como los que aparecen en el título de una de sus novelas más leídas.
Dotado de un inusual sentido del humor, con una explosiva y chocante mezcla de Buñuel, Valle y Kafka, Javier Tomeo -a quien el lector puede confundir con el narrador en primera persona que suele aparecer en su narrativa- transmite en sus textos una visión ácida de las relaciones humanas a través de una reflexión tierna y benevolente o cruel y desengañada sobre la condición humana.
Una visión valleinclanesca que deforma a los personajes y exagera las aristas de la realidad por medio del narrador-personaje que suele predominar en sus relatos, en los que se alternan con mucha fluidez la narración y el diálogo y se suceden de manera magistral las transiciones entre estilo directo e indirecto en frases relampagueantes y párrafos cortos llenos de expresividad y dinamismo.
Tomeo ha dicho alguna vez que sus narraciones son emanaciones sentimentales que afloran al exterior en forma gaseosa, que el comportamiento de sus criaturas puede resultar poco ortodoxo y que algunas de ellas son incluso víctimas de lo que algunos psicólogos llaman reacciones en cortocircuito, que inscriben por derecho propio a casi todos sus personajes en el poblado censo de los psicópatas.
Por eso con frecuencia el lector tiene la sensación de estar ante una sucesión de viñetas rápidas, como de película de Chaplin o Buster Keaton. Esa economía narrativa de Tomeo afecta también a los personajes, pocos y terminantes en sus palabras, que se mueven en los márgenes de la sociedad, de la realidad y de la lógica para habitar un mundo absurdo, sometido a una lógica sonámbula de pesadilla imposible que mezcla con naturalidad las albóndigas con la Revolución Francesa, el sobrepeso con la suspicacia y los charcos con el apetito. Una lógica tan descoyuntada como esos personajes de Tomeo a los que se les doblan las rodillas.
Siempre a medio camino entre lo previsible y lo sorprendente, el de estos relatos es el mejor Tomeo, tan directo y tan terminante como siempre, con esa primera persona verosímil que nos cuenta historias inverosímiles de personajes excéntricos con un sentido del humor cruel.
A partir de unos planteamientos argumentales en los que lo costumbrista se enriquece con un toque kafkiano de extravagancia o de disparate, en los cuentos de Tomeo asoma la mirada, más despiadada que irónica, del Valle-Inclán esperpéntico, porque la distancia narrativa es siempre la del narrador que descoyunta a sus criaturas y las maneja desde arriba como a marionetas.
Como en el esperpento, como ocurre también en sus novelas, el tratamiento degradante de los personajes es paralelo a la personalización de los objetos. De esa peculiar mirada habla Daniel Gascón en su prólogo El mundo de Tomeo:
“En estos relatos están las preocupaciones más constantes de su literatura: la aceptación de las reglas del azar y el absurdo, la capacidad de sugerencia y la fascinación por lo monstruoso, la animalización de los humanos y la humanización de los vegetales y los animales, la fascinación por los detalles del mundo natural y la desconfianza hacia la tecnología, la fantasía desbocada y la intuición escalofriante, la vivencia traumática del amor y el sexo, la violencia repentina, la importancia del ello y esa mirada que a Tomeo le gusta llamar “psicopática”.
Con su prosa tajante y directa, Tomeo suele transmitir una visión ácida de las relaciones humanas y de la soledad poniendo distancia no sólo con los personajes, sino con la narración misma en unos relatos en los que se concentran los rasgos característicos de su narrativa: el absurdo, el humor y una cierta crueldad que recuerda a Buñuel; con situaciones insólitas, cómicas y lamentables a la vez, que generan una reflexión simbólica y amarga sobre la condición humana.
Sus personajes atípicos, excéntricos e incomunicables son el punto de partida y de llegada de historias inverosímiles en las que Tomeo se maneja con soltura y una enorme economía verbal en la elaboración de los diálogos y las descripciones.
Libertad e imaginación, humor y parábola, mundo y fábula son los materiales literarios que más frecuenta Tomeo. Y a todo eso hay que añadir una evidente tendencia a la abstracción y al simbolismo, una preferencia clara por los personajes masculinos y solitarios y por los finales abiertos como la vida, en esas distancias cortas que le han convertido en un narrador eficaz, en el constructor de una de las obras narrativas más peculiares de los últimos treinta años y en uno de los indiscutibles maestros del cuento contemporáneo en España.
Santos Domínguez