Walter Kappacher.
El palacio de las moscas.
Traducción de Richard Gross.
Pre-Textos. Valencia, 2012.
Pre-Textos publica El palacio de las moscas, la primera novela que se traduce al español del austriaco Walter Kappacher (Salzburgo, 1938).
Centrada en la figura de Hugo von Hofmannsthal y ambientada en un balneario de Salzburgo en agosto de 1924, es una intensa indagación en la noción de pérdida de un escritor abandonado por su fantasía, sin capacidad creativa y con una constante mirada retrospectiva y melancólica a un pasado irrecuperable.
Con el telón de fondo ruinoso de la desaparición del imperio austrohúngaro como consecuencia de la Gran Guerra, Hoffmannsthal, con su mala salud y su irreversible agotamiento literario, es un símbolo que encarna aquel final de un mundo cultural e histórico que parecía ya más cerca del XIX que del XX.
En 2009, el mismo año en que apareció esta novela, Kappacher obtuvo el Premio Georg Büchner, el más importante de los que se conceden a escritores en lengua alemana. Entre otras razones por esta obra, que muestra un difícil equilibrio de sutileza y solidez, aunque la traducción de Richard Gross no siempre sea irreprochable.
Juan Carlos Onetti.
Novelas breves.
Prólogo de Juan José Saer.
Eterna Cadencia Editora. Buenos Aires, 2012.
Eterna Cadencia Editora ha reunido en un solo volumen las siete novelas breves -El pozo, Los adioses, Para una tumba sin nombre, La cara de la desgracia, Jacob y el otro, Tan triste como ella y La muerte y la niña- que escribió Juan Carlos Onetti, el constructor de uno de los universos literarios más transcendentales de la literatura del siglo XX en español.
Presentadas por un espléndido prólogo de Juan José Saer, se recogen en un cuidado tomo desde la obertura que fue El pozo (1939), escrito en una primera versión durante una tarde sin tabaco y en un arranque de mal humor creativo, hasta La muerte y la niña (1973), pasando por esas dos obras maestras indiscutibles que son Los adioses (1954) y Jacob y el otro (1961).
Prácticamente desde el principio, con una sorprendente madurez en la que se conjuntan el vigor y la contención artística, los temas esenciales de la narrativa de Onetti están ya perfilados: la incomunicación, el fracaso, la soledad de unos personajes a quienes la insatisfacción y la pesadumbre los empujan a la evasión.
Claro que El pozo lo publica Onetti con 30 años, después de diez años de maduración y de haber extraviado una primera redacción de la novela. Onetti es a esas alturas un personaje más de su narrativa, un escritor desordenado, sin método ni horario, que escribe cuando tiene un arranque creativo, un autor que se identifica con frecuencia con sus personajes, esos indiferentes a los que el narrador trata con indiferencia impávida.
Entre las muchas piezas rigurosamente magistrales que escribió Juan Carlos Onetti hay una, Jacob y el otro, que pese a su poca extensión contiene todo el universo narrativo y estilístico del uruguayo. Publicada a veces en colecciones de relatos, tiene sin embargo la condición técnica de una novela corta. Onetti la escribió a la vez que Juntacadáveres y El astillero y resume el canon novelístico de su autor: por su ambientación en el degradado espacio mítico de Santa María, por la aparición de un personaje narrador como el Dr. Díaz Grey, por la opacidad turbia e insondable de la realidad y los hechos, presentados desde una perspectiva múltiple, parcial e incompleta.
En ese espacio propio, intermedio entre sus novelas largas y sus cuentos, las novelas breves de Onetti viven en la frontera difusa del mundo real y la ficción, entre el discurso y la historia y exploran la realidad a través de unos personajes de perfiles borrosos y comportamientos complejos.
William Faulkner.
Intruso en el polvo.
Traducción de José Manuel Álvarez Flórez.
Alfaguara. Madrid, 2012.
Alfaguara cierra la conmemoración del cincuentenario de la muerte de Faulkner con la edición de Intruso en el polvo, una de las novelas más significativas de la madurez narrativa del maestro de la novela norteamericana del siglo XX.
Como en toda novela policial, en Intruso en el polvo al principio hay un asesinato, un cadáver y un sospechoso: el arrogante Lucas Beauchamp, a quien se acusa sin pruebas de un crimen que no ha cometido. Y otros dos personajes esenciales: Gavin Stevens, el abogado de negros que en El villorrio, La mansión, La ciudad o Gambito de caballo se convierte, como aquí, en detective y en portavoz moral de Faulkner, y su sobrino Charles Mallison, el narrador adolescente y perplejo que se erige en el dueño del secreto.
Si en la trama policial lo normal es que haya que demostrar la culpabilidad del sospechoso, en Intruso en el polvo se trata de lo contrario: de buscar pruebas que exculpen a quien orgullosamente se niega a defenderse.
Era justo mediodía aquel domingo cuando el sheriff llegó a la cárcel con Lucas Beauchamp, aunque toda la ciudad (y todo el condado también) sabía desde la noche anterior que Lucas había matado a un blanco.
Desde ese primer párrafo, la potencia del estilo de Faulkner atrapa al lector en la vertiginosa intriga narrativa de la que ya no saldrá hasta la última línea.
Un Faulkner maduro en una novela intensa, concentrada en tiempo y espacio, y en la que se combinan la intriga policial, los prejuicios racistas y la violencia de las relaciones sociales en el Sur profundo de Jefferson.
Maurice Walsh.
El hombre tranquilo.
Prólogo de Javier Reverte.
Traducción de Susana Carral.
Reino de Cordelia. Madrid, 2012.
A los sesenta años del estreno en 1952 de El hombre tranquilo, la memorable película dirigida por John Ford, Reino de Cordelia edita un volumen con cinco relatos del irlandés Maurice Walsh. El hombre tranquilo, que se publicó en una revista en 1933, es la narración central de ese conjunto (Green Rushes) traducido por Susana Carral y prologado por Javier Reverte.
Es la primera vez que se edita en España el relato protagonizado por el boxeador irlandés Paddy Bawn, que vuelve a Kerry para acabar sus días en un lugar pequeño y tranquilo sobre alguna ladera, y que ya siempre tendrá la cara de John Wayne, y la joven irlandesa Ellen Roe, que ya siempre será la pelirroja Maureen O’Hara.
La película de Ford, todo un clásico del cine, tuvo un enorme éxito, que fue la confirmación del interés que había generado la narración original veinte años antes, cuando se publicó en The Saturday Evening Post. Lo recuerda así Javier Reverte en su introducción:
La historia impresionó a muchos miles de lectores en América, entre ellos a un director llamado John Ford, que dio a Walsh en 1936 un adelanto simbólico de diez dólares mientras intentaba captar el dinero suficiente que le permitiera llevar el relato al celuloide: tardaría quince años en conseguirlo.
George MacDonald.
Cuentos de hadas.
Traducción de Ana Becciú.
Prólogo de Javier Martín Lalanda.
Atalanta Ars brevis. Gerona, 2012.
Uno de los escritores más relevantes del siglo diecinueve, dijo W. H. Auden del escocés George MacDonald (1824-1905).
Auden es uno más de una larga lista de escritores que expresaron su admiración por los cuentos de MacDonald sobre mundos invisibles y seres mitológicos. Fue amigo de Lewis Carroll, que lo fotografió y siguió sus consejos para publicar Alicia en el país de las maravillas, y su influencia fue decisiva en Chesterton y Tolkien.
Con traducción de Ana Becciú, prólogo de Javier Martín Lalanda –Los sueños y el otro lado- y las ilustraciones originales de Arthur Hughes, Atalanta edita una antología de ocho de sus Cuentos de hadas, precedidos de un breve ensayo sobre la imaginación fantástica. Entre ellos La llave de oro, quizá su relato más conocido, en el que se cruzan las líneas de la literatura fantástica y las claves esotéricas y telúricas de las tradiciones celtas.
La imaginación victoriana y visionaria de George MacDonald utilizó las leyendas tradicionales escocesas para elaborar cuentos infantiles que evitan la moraleja y el aleccionamiento y son el cauce expresivo de quien se veía a sí mismo como poeta y vidente, como heredero de los bardos.
Victor Hugo.
Nuestra Señora de París.
Traducción de Carlos Dampierre.
Alianza 13/20. Madrid, 2012.
Con Nuestra Señora de París, que publica Alianza en su colección 13/20, Victor Hugo quiso inaugurar un nuevo género que fundiese el drama con la epopeya, en un ejercicio de libertad creadora heredero de un movimiento romántico aún vigente en 1831, cuando se publicó esta novela.
Romántico es, también y todavía, el hecho de que un año después del Rojo y negro de Stendhal, Nuestra Señora de París se ambiente en el siglo XV, siguiendo la estela de Walter Scott, al que Hugo admiraba como un maestro y un “genio poderoso.”
El mediocre poeta Gringoire, la gitana Esmeralda, el deforme campanero Quasimodo, Frollo, el clérigo siniestro, son los personajes principales de un entramado de peripecias que tienen como telón de fondo el París tardomedieval y su catedral, que adquiere aquí la consistencia de un personaje más que la apariencia de un decorado.
Lo pintoresco y la reivindicación de lo gótico, la mezcla de la belleza y la fealdad, el conflicto entre el bien y el mal, la coexistencia entre el idealismo y la vulgaridad resumen en clave romántica el gusto por los contrastes y el claroscuro que es otra de las peculiaridades de la literatura del Hugo más romántico.
Alejandro M. Gallo.
Morir bajo dos banderas.
Rey Lear. Madrid, 2012
Alejandro M. Gallo construye en Morir bajo dos banderas una novela sobre la memoria histórica del exilio republicano y de los combatientes españoles que participaron en los distintos frentes de la II Guerra Mundial contra el nazismo y el fascismo.
Una novela extensa y ambiciosa basada en una amplísima documentación, pero escrita desde la intrahistoria, allí donde la imaginación verosímil tiene que llenar las lagunas de la investigación.
Morir bajo dos banderas, que publica Rey Lear, toma como eje de referencia a la familia Ardura, cuyos miembros se enrolan en la columna de Leclerc, en la Legión Extranjera en el norte de África o en el Ejército Rojo.
De Dunkerque a Indochina, y de la derrota del Afrika Korps a la liberación de París, se reconstruye en sus páginas la peripecia de los republicanos españoles enrolados en las unidades militares que desembarcaron en Normandía, tomaron Berlín o combatieron en las filas vietnamitas contra Estados Unidos.
Narrada con mucha agilidad, organizada en cuatro libros y con una estructura piramidal en la que se acumulan los hechos, en sus primeros capítulos se suceden los escenarios y se reúnen gran cantidad de personajes, pero poco a poco la trama se va concentrando y delimitando hasta que todo el material histórico y narrativo culmina en el vértice de los tres últimos capítulos, en donde se remata una trayectoria colectiva que va desde el exilio a la tumba pasando por las trincheras y la gloria de la épica anónima y la lucha sin fronteras por la libertad y la dignidad.
Javier García Sánchez.
Robespierre.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2012.
Una ligera brisa en el cuello.
Eso fue exactamente lo que a guisa de heraldo sintió Sebastien al cruzar con su carruaje junto al Artefacto, sobre cuya hoja suspendida en lo alto, y en medio de un estrepitoso zureo de palomas, golpeaban en escorzo los incipientes rayos del sol matutino.
Allí permanecía la célebre y temida balanza justiciera de la Revolución. Muda, orgullosa, surgida como obscena protuberancia del adoquinado que, a modo de eco, devolvía el nervioso piafar de los caballos. Un grupo de mugrientos y barbilampiños rapaces, valiéndose de un largo palo con el extremo ganchudo, intentaban quitar la tela que tenía como misión cubrir la hoja de acero de las miradas de la gente.
Así, con brisa en el cuello y la visión de la guillotina del joven Sebastien un día de Vendimiario, comienza Robespierre, la monumental novela que publica Javier García Sánchez en Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Una ambiciosa obra que reivindica la figura política y humana del virtuoso incorruptible frente a una fama que asoció su nombre con el Terror y los peores excesos de la Revolución Francesa:
Durante un tiempo su nombre se convirtió en muñeco de trapo colgante con el que los espadachines practican, descargando tensión y a saber qué más, por ejemplo, bilis, antes de sus lecciones de esgrima.
Y sin embargo, su papel real fue más el de víctima que el de verdugo sanguinario. Las mil doscientas páginas de este Robespierre adquieren su sentido en la demostración de esa tesis.
Santos Domínguez