Juan Carlos Onetti.
Novelas breves.
Prólogo de Juan José Saer.
Eterna Cadencia Editora. Buenos Aires, 2012.
Eterna Cadencia Editora ha reunido en un solo volumen las siete novelas breves -El pozo, Los adioses, Para una tumba sin nombre, La cara de la desgracia, Jacob y el otro, Tan triste como ella y La muerte y la niña- que escribió Juan Carlos Onetti, el constructor de uno de los universos literarios más transcendentales de la literatura del siglo XX en español.
Presentadas por un espléndido prólogo de Juan José Saer, se recogen en un cuidado tomo desde la obertura que fue El pozo (1939), escrito en una primera versión durante una tarde sin tabaco y en un arranque de mal humor creativo, hasta La muerte y la niña (1973), pasando por esas dos obras maestras indiscutibles que son Los adioses (1954) y Jacob y el otro (1961).
Prácticamente desde el principio, con una sorprendente madurez en la que se conjuntan el vigor y la contención artística, los temas esenciales de la narrativa de Onetti están ya perfilados: la incomunicación, el fracaso, la soledad de unos personajes a quienes la insatisfacción y la pesadumbre los empujan a la evasión.
Claro que El pozo lo publica Onetti con 30 años, tras diez de maduración y luego de haber extraviado una primera redacción de la novela. Onetti es a esas alturas un personaje más de su narrativa, un escritor desordenado, sin método ni horario, que escribe cuando tiene un arranque creativo, un autor que se identifica con frecuencia con sus personajes, esos indiferentes a los que el narrador trata con indiferencia impávida.
Entre las muchas piezas rigurosamente magistrales que escribió Juan Carlos Onetti hay una, Jacob y el otro, que pese a su poca extensión contiene todo el universo narrativo y estilístico del uruguayo. Publicada a veces en colecciones de relatos, tiene sin embargo la condición técnica de una novela corta. Onetti la escribió a la vez que Juntacadáveres y El astillero y resume el canon novelístico de su autor: por su ambientación en el degradado espacio mítico de Santa María, por la aparición de un personaje narrador como el Dr. Díaz Grey, por la opacidad turbia e insondable de la realidad y los hechos, presentados desde una perspectiva múltiple, parcial e incompleta.
Onetti se siente especialmente cómodo en esa Santa María que no es Montevideo ni Buenos Aires pero tiene rasgos de las dos, porque más que una ciudad es un paisaje moral, uno de esos territorios imperecederos de la imaginación que más que un lugar es una atmósfera o un estado de ánimo.
Con prosa deslumbrante y potencia de demiurgo, con profundidad y desesperanza, demoledor y tierno, comprensivo y piadoso a la vez que pesimista, Onetti explora una y otra vez las fronteras confusas de la realidad y el sueño, la necesidad evasiva y las tendencias monologantes de esos personajes problemáticos e incomunicados que en realidad hablan de su autor, porque la literatura, como escribió Onetti, es una larga confesión.
La radical unidad temática y estilística de estas novelas y su relación con las obras más extensas aconseja entender todos estos títulos como entregas sucesivas de una novela única que Onetti fue elaborando a lo largo de más de cincuenta años. Es la "unicidad vívida que justifica a toda obra de arte" a la que hace referencia Saer en su prólogo.
Eso explica una de las peculiaridades del proceso de escritura del uruguayo: toda su narrativa integra un conjunto de piezas interrelacionadas por una mirada escéptica hacia dentro que encuentra su expresión más acabada en el tratamiento de la acción desde el interior del personaje, en la construcción de un estilo cuidado hasta el último detalle, en la arquitectura rítmica de su prosa o en la elección meditada y certera de cada adjetivo, para articular la lección de expresividad de una lengua sometida a una tensión más propia de la poesía que de la narrativa.
Nada se deja aquí al azar o a la improvisación. Todo está calculado y contribuye a tejer un entramado narrativo que prende a un creciente número de adictos a un mundo literario portentoso, un mundo espectral por el que cruzan personajes derrotados por la vida.
Y así como la niebla o la noche difuminan el paisaje de Santa María, abundan las zonas de sombra sobre los personajes y en la acción de las novelas de Onetti, atravesadas siempre por una mirada introspectiva y desesperanzada, habitadas por seres devastados por la fatalidad, el fracaso y la resignación, perplejos y derrotados bajo la bruma o el humo de los cigarrillos y destartalados por el alcohol.
Los personajes de Onetti combaten el pesimismo y la abulia con la fantasía y alivian sus decepciones en el sueño de un mundo imaginario ambientado las más de las veces en la irreal ciudad del sueño que se llama Santa María.
La ambigüedad de los comportamientos, las interpretaciones múltiples de una realidad opaca, tan borrosa como la niebla que difumina el paisaje es otra de las constantes del mundo narrativo de Onetti, que se mueve con soltura en una zona de indeterminación en la que se confunden la realidad y el sueño, la alucinación y la mirada.
Es un mundo narrativo en el que la invención de historias se convierte en ejercicio de insumisión ante la realidad y los mundos imaginarios se integran en la memoria del narrador como una forma de sobrevivir en el desacato y la rebeldía, como una manera de paliar las frustraciones y de cubrir la distancia que separa la realidad y el deseo. Ese es el mecanismo que sostiene a los antihéroes onettianos.
Con el personaje siempre en un primer plano que se antepone a la acción, las novelas de Onetti tienen el clima moral de un tango, su temperatura delirante, su desaliento resignado.
En ese espacio propio, intermedio entre sus novelas largas y sus cuentos, las novelas breves de Onetti viven en la frontera difusa del mundo real y la ficción, entre el discurso y la historia y exploran la realidad a través de unos personajes de perfiles borrosos y comportamientos complejos, cuyo rostro –concluye Saer- “tarde o temprano terminamos por reconocer: es el de cada uno de nosotros.”
Santos Domínguez