Charles Dickens.
La Casa lúgubre.
Traducción de Alberto Reyes.
Debolsillo. Barcelona, 2012.
La Casa lúgubre.
Traducción de Alberto Reyes.
Debolsillo. Barcelona, 2012.
Habitualmente traducida al español como Casa desolada, Bleak House es para la crítica contemporánea la mejor novela de Dickens, su empresa más compleja y memorable, como indicó Harold Bloom cuando la destacó como una novela imprescindible en El canon occidental.
La espléndida traducción de Alberto Reyes que acaba de publicar Debolsillo se ha titulado –a última hora, con la portada ya diseñada-, seguramente por algún problema de derechos, La Casa lúgubre, y va precedida de un agudo prólogo de Chesterton, que hace un profundo análisis de su trama, sus ambientes y sus personajes.
No es el único novelista que se ha acercado a esta obra de Dickens. Nabokov le dedicó un estupendo ensayo que forma parte de su Curso de Literatura Europea en el que exploró la red de relaciones que conecta los temas y los personajes de la novela.
Y sin embargo, La Casa lúgubre, que Dickens publicó en veinte entregas de 1852 a 1853, no tuvo una buena acogida entre sus contemporáneos, seguramente porque utilizaba unos planteamientos técnicos avanzados para su época, porque –como señaló W. J. Harvey- su doble sistema de narradores proponía “un elaborado experimento de narración y de composición argumental, único en Dickens.”
Si fue la peor valorada en su momento quizá fuese también por su complejidad argumental y por un radical cambio de tono narrativo. Porque esta es su obra central, pero también la más sombría de sus novelas desde su arranque en un noviembre lluvioso en el que la niebla, el barro y el humo se adueñan del panorama de un Londres fantasmagórico.
Ese comienzo memorable y simbólico marca el mundo narrativo de la novela, centrada en el mundo de los tribunales de justicia. Marcada por una niebla que no levanta en toda la obra y que acaba por invadir los espacios interiores, La Casa lúgubre es una sátira de la burocracia que contiene una trama policiaca.
Dickens es aquí un maestro del claroscuro que se mueve entre el humor y la denuncia y abandona la narración en sarta que había caracterizado sus anteriores entregas para utilizar una estructura cíclica.
No es la única novedad: además prescinde de personajes errantes o erráticos y asume Londres como eje ambiental de una concentrada unidad de lugar y un eje temático de referencia: el prolongado pleito en torno al que se organizan las tramas y los personajes.
Pero La Casa lúgubre es mucho más que un mero recorrido por el mundo de los niños pobres, de la Cancillería y de la maraña detectivesca y judicial que la envuelve como la niebla. Un Dickens poderoso, en su plenitud estilística y en su obra más intensa, crea aquí uno de sus personajes más acabados: Esther Summerson, cuya rememoración del porvenir la conecta con Kierkegaard y la convierte en un personaje prekafkiano.
No es el único personaje consistente y perdurable de los muchos que recorren esta obra maestra: el abogado Tulkinhorn, Harold Skimpole, Mr. Bouythorn, el detective Bucket o John Jarndyce completan una obra en la que el lector encontrará una representación global del mundo y de la vida.
En sus páginas hay intriga y enredos, personajes despreciables y criaturas deslumbrantes, acciones ruines y admirables, altura literaria y ritmo narrativo. De todo menos tedio.
La espléndida traducción de Alberto Reyes que acaba de publicar Debolsillo se ha titulado –a última hora, con la portada ya diseñada-, seguramente por algún problema de derechos, La Casa lúgubre, y va precedida de un agudo prólogo de Chesterton, que hace un profundo análisis de su trama, sus ambientes y sus personajes.
No es el único novelista que se ha acercado a esta obra de Dickens. Nabokov le dedicó un estupendo ensayo que forma parte de su Curso de Literatura Europea en el que exploró la red de relaciones que conecta los temas y los personajes de la novela.
Y sin embargo, La Casa lúgubre, que Dickens publicó en veinte entregas de 1852 a 1853, no tuvo una buena acogida entre sus contemporáneos, seguramente porque utilizaba unos planteamientos técnicos avanzados para su época, porque –como señaló W. J. Harvey- su doble sistema de narradores proponía “un elaborado experimento de narración y de composición argumental, único en Dickens.”
Si fue la peor valorada en su momento quizá fuese también por su complejidad argumental y por un radical cambio de tono narrativo. Porque esta es su obra central, pero también la más sombría de sus novelas desde su arranque en un noviembre lluvioso en el que la niebla, el barro y el humo se adueñan del panorama de un Londres fantasmagórico.
Ese comienzo memorable y simbólico marca el mundo narrativo de la novela, centrada en el mundo de los tribunales de justicia. Marcada por una niebla que no levanta en toda la obra y que acaba por invadir los espacios interiores, La Casa lúgubre es una sátira de la burocracia que contiene una trama policiaca.
Dickens es aquí un maestro del claroscuro que se mueve entre el humor y la denuncia y abandona la narración en sarta que había caracterizado sus anteriores entregas para utilizar una estructura cíclica.
No es la única novedad: además prescinde de personajes errantes o erráticos y asume Londres como eje ambiental de una concentrada unidad de lugar y un eje temático de referencia: el prolongado pleito en torno al que se organizan las tramas y los personajes.
Pero La Casa lúgubre es mucho más que un mero recorrido por el mundo de los niños pobres, de la Cancillería y de la maraña detectivesca y judicial que la envuelve como la niebla. Un Dickens poderoso, en su plenitud estilística y en su obra más intensa, crea aquí uno de sus personajes más acabados: Esther Summerson, cuya rememoración del porvenir la conecta con Kierkegaard y la convierte en un personaje prekafkiano.
No es el único personaje consistente y perdurable de los muchos que recorren esta obra maestra: el abogado Tulkinhorn, Harold Skimpole, Mr. Bouythorn, el detective Bucket o John Jarndyce completan una obra en la que el lector encontrará una representación global del mundo y de la vida.
En sus páginas hay intriga y enredos, personajes despreciables y criaturas deslumbrantes, acciones ruines y admirables, altura literaria y ritmo narrativo. De todo menos tedio.
Santos Domínguez