Claudio Rodríguez.
Alianza y condena.
Prólogo de Luis García Jambrina.
Cálamo Poesía. Palencia, 2009.
Alianza y condena.
Prólogo de Luis García Jambrina.
Cálamo Poesía. Palencia, 2009.
Alianza y condena, celebración y llanto, exaltación y abatimiento, certezas y dudas, iluminaciones y caídas, revelación y sombra.
Era el libro que Claudio Rodríguez prefería de entre los suyos, un libro que plantea un debate –como gran parte de su poesía- en la lucha de contrarios, en la antítesis y el oxímoron.
Alianza y condena es además un libro central en su trayectoria poética, no sólo porque es el tercero de los cinco que escribió, sino porque tras sus dos libros iniciales -Don de la ebriedad y Conjuros-, llenos de la luminosidad de la alianza, a partir de este empieza a imponerse la condena que ensombrece El vuelo de la celebración y Casi una leyenda.
Los textos de Alianza y condena, que publica Cálamo Poesía, exploran la contradicción entre la luz y la sombra, entre la celebración y la elegía, entre un presente negativo y un pasado de plenitud. De ahí la intensidad de este libro, la tensión que lo sostiene desde el primero de sus poemas, Brujas a mediodía, hasta el último, Oda a la hospitalidad.
Y en medio, organizados en cuatro secciones asimétricas, algunos de los poemas y los versos más memorables de toda la obra de Claudio Rodríguez, como destaca en su prólogo, El misterio de la claridad, Luis García Jambrina.
Ejemplos como estos están en la memoria de los lectores de su poesía:
Tal vez, valiendo lo que vale un día, / sea mejor que el de hoy acabe pronto.
Hoy necesito el cielo más que nunca. / No que me salve, sí que me acompañe
Largo se le hace el día a quien no ama / y él lo sabe.
Déjame que te hable, en esta hora / de dolor, con alegres/ palabras. Ya se sabe / que el escorpión, la sanguijuela, el piojo, / curan a veces.
Escrito en los siete años de estancia en Inglaterra como lector, Alianza y condena resume en su intensidad el doble carácter contemplativo y meditativo de la poesía de Claudio Rodríguez, que presenta una realidad dual y paradójica y ahonda en las limitaciones del lenguaje e insiste en un concepto de poesía como aventura entre la intimidad y el mundo y en la imagen de la ciudad como escenario de la alianza y la condena.
Una condena que –como explicó Claudio Rodríguez- está dentro de la alianza, igual que dentro de la condena existe la alianza.
La extrañeza del cuerpo y la extrañeza del lenguaje son el eje de los poemas más significativos de este libro, en el que las palabras están sometidas a una tensión emocional y conceptual que acaba reflejando su insuficiencia de “palabras muertas” ante el vacío y la pérdida.
La fuerza de esa condena está presente en Cáscaras, Brujas a mediodía o Ciudad de meseta, pero quizá ningún poema la refleje con tanta intensidad como Ajeno, uno de los preferidos por su autor:
Era el libro que Claudio Rodríguez prefería de entre los suyos, un libro que plantea un debate –como gran parte de su poesía- en la lucha de contrarios, en la antítesis y el oxímoron.
Alianza y condena es además un libro central en su trayectoria poética, no sólo porque es el tercero de los cinco que escribió, sino porque tras sus dos libros iniciales -Don de la ebriedad y Conjuros-, llenos de la luminosidad de la alianza, a partir de este empieza a imponerse la condena que ensombrece El vuelo de la celebración y Casi una leyenda.
Los textos de Alianza y condena, que publica Cálamo Poesía, exploran la contradicción entre la luz y la sombra, entre la celebración y la elegía, entre un presente negativo y un pasado de plenitud. De ahí la intensidad de este libro, la tensión que lo sostiene desde el primero de sus poemas, Brujas a mediodía, hasta el último, Oda a la hospitalidad.
Y en medio, organizados en cuatro secciones asimétricas, algunos de los poemas y los versos más memorables de toda la obra de Claudio Rodríguez, como destaca en su prólogo, El misterio de la claridad, Luis García Jambrina.
Ejemplos como estos están en la memoria de los lectores de su poesía:
Tal vez, valiendo lo que vale un día, / sea mejor que el de hoy acabe pronto.
Hoy necesito el cielo más que nunca. / No que me salve, sí que me acompañe
Largo se le hace el día a quien no ama / y él lo sabe.
Déjame que te hable, en esta hora / de dolor, con alegres/ palabras. Ya se sabe / que el escorpión, la sanguijuela, el piojo, / curan a veces.
Escrito en los siete años de estancia en Inglaterra como lector, Alianza y condena resume en su intensidad el doble carácter contemplativo y meditativo de la poesía de Claudio Rodríguez, que presenta una realidad dual y paradójica y ahonda en las limitaciones del lenguaje e insiste en un concepto de poesía como aventura entre la intimidad y el mundo y en la imagen de la ciudad como escenario de la alianza y la condena.
Una condena que –como explicó Claudio Rodríguez- está dentro de la alianza, igual que dentro de la condena existe la alianza.
La extrañeza del cuerpo y la extrañeza del lenguaje son el eje de los poemas más significativos de este libro, en el que las palabras están sometidas a una tensión emocional y conceptual que acaba reflejando su insuficiencia de “palabras muertas” ante el vacío y la pérdida.
La fuerza de esa condena está presente en Cáscaras, Brujas a mediodía o Ciudad de meseta, pero quizá ningún poema la refleje con tanta intensidad como Ajeno, uno de los preferidos por su autor:
Largo se le hace el día a quien no ama
y él lo sabe. Y él oye ese tañido
corto y duro del cuerpo, su cascada
canción, siempre sonando a lejanía.
Cierra su puerta y queda bien cerrada;
sale y, por un momento, sus rodillas
se le van hacia el suelo. Pero el alba,
con peligrosa generosidad,
le refresca y le yergue. Está muy clara
su calle, y la pasea con pie oscuro,
y cojea en seguida porque anda
sólo con su fatiga. Y dice aire:
palabras muertas con su boca viva.
Prisionero por no querer, abraza
su propia soledad. Y está seguro,
más seguro que nadie porque nada
poseerá; y él bien sabe que nunca
vivirá aquí, en la tierra. A quien no ama,
¿cómo podemos conocer o cómo
perdonar? Día largo y aún más larga
la noche. Mentirá al sacar la llave.
Entrará. Y nunca habitará su casa.
Santos Domínguez