20/3/12

Bloom. Novelas y novelistas


Harold Bloom.
Novelas y novelistas.
El canon de la novela.
Traducción de Eduardo Berti
Páginas de Espuma. Madrid, 2012.

Novelas y novelistas, que forma parte de un proyecto más amplio en seis volúmenes de los que Páginas de Espuma ha publicado ya los dedicados al cuento y al ensayo, propone un canon desequilibrado, amplio y discutible, elaborado también por la mano sabia y caprichosa de Harold Bloom.

Discutible no sólo por los narradores elegidos, sino por la elección de sus títulos canónicos. Unas cien novelas y cincuenta y seis novelistas, casi todos de lengua inglesa, con algunos inevitables autores franceses o algún ruso del XIX, no sirven para evitar el excesivo sabor local de este panorama, algo que en principio contradice por su alcance limitado la misma esencia del canon.

Porque llama mucho la atención que a Cervantes Bloom le reconozca un papel central en la configuración de la novela y apenas le dedique página y media de ejercicio comparatista con Shakespeare –brillante, eso sí, como en el mejor Bloom-, mientras que se extiende en la obra de nombres decididamente menores como Kate Chopin o Upton Sinclair.

He dado esos dos nombres prescindibles para cualquier lector que no sea Bloom, pero podría haber dado catorce o quince más, hasta completar la tercera parte más discutible y arbitraria de la nómina.

En todo caso, es la propuesta personal de un lector menos dogmático y seguro de lo que aparenta. Porque Bloom es un lector sabio y magistral, pródigo en iluminaciones y en arbitrariedades, y es habitual que en sus ensayos nos conduzca a espacios luminosos o a callejones sin salida, a laberintos absurdos o a bosques numerosos.

Al ojear el superpoblado índice de este volumen choca en principio que sus casi novecientas páginas dejen fuera el Ulises de Joyce, el ciclo del tiempo perdido de Proust o Moby Dick. Para tranquilidad del lector, en el prólogo ya se le avisa de que esos textos se estudian en otro de los tomos de la serie, el dedicado a la épica. Aunque no se le menciona, supongo que es ese también el caso de Thomas Mann y La montaña mágica.

Y aunque es probable que la tercera parte de estos nombres sobren, la mayoría son imprescindibles en cualquier recorrido por la novela: desde Defoe y Swift, padres de la novela inglesa y practicantes de la distancia narrativa, o el subversivo sutil que fue Sterne, hasta Philip Roth, Cormac McCarthy, DeLillo o Pynchon.

Y en medio, Balzac –un inductor a la lectura-, Dickens –una fiesta interminable-, al que se dedica el mayor despliegue, con casi cuarenta páginas, Dostoievski y su horror visionario; Kafka –un gnóstico moderno-, Faulkner y su visión del abismo o García Márquez y sus Cien años de soledad como un milagro irrepetible porque es menos una novela que una Escritura.

Y en medio, también, un estupendo trabajo de traducción de Eduardo Berti, que ha contado con la ayuda de Salvador Biedma para localizar las mejores ediciones en español de las citas literales que usaba Bloom en el original.

En conjunto este es un estudio lleno de pasión y de lucidez, la propuesta de un sabio con sentido del humor y con una divertida inclinación a lo estrafalario que aprendió de su maestro, el excéntrico doctor Samuel Johnson, otro sabio que de vez en cuando hacía unas apuestas literarias estrambóticas.

Porque cuando un genio hace afirmaciones caprichosas o infantiles sigue siendo un genio, mientras que un tonto a la violeta, por más que se empine sobre los talones de su modestia y su pedantería, sólo conseguirá ser un tonto. Estupendo y a la violeta, pero un tonto.

Santos Domínguez