27/4/09

El ensayo español en el siglo XX

El ensayo español.
Siglo XX.

Edición de Domingo Ródenas
y Jordi Gracia.
Clásicos y modernos.
Crítica. Barcelona, 2009.


Crítica publica en su imprescindible y rigurosa colección Clásicos y Modernos El ensayo español. Siglo XX. Sus autores, Jordi Gracia y Domingo Ródenas, han reunido en esta antología una muestra representativa con textos de casi cien autores, las voces múltiples en tonos y temas de los ensayistas españoles contemporáneos en textos unidos por su pertenencia a un género común y por su altura estética, intelectual o ética.

Juan Marichal reconoció la voluntad de estilo como una de las claves del género. Y bastaría con dar una nómina reducida de autores, de Azorín a Juan Benet, de Pérez de Ayala a Javier Marías, de Ortega a Ferlosio, de Cernuda a Valente, para demostrar que la mejor prosa de la literatura española contemporánea se ha escrito en el género más abierto e indefinible.

Un género que inaugura el ciclo de la modernidad en la literatura española con el regeneracionismo de raíz institucionista del 98 y llega a uno de sus momentos más altos en el Novecentismo, una generación de ensayistas de pensamiento pulcro y prosa aquilatada (Ortega, Marañón, d'Ors, Azaña, Pidal o Américo Castro). A esas alturas ya se había planteado el ensayo español el debate entre individualismo y reformismo, entre casticismo y europeísmo, un debate que atraviesa la historia del género en el siglo pasado.

Vino después el ensayo del arte nuevo en el 27, con Bergamín, o Cernuda, y -tras el corte brutal de la guerra civil- las continuidades asimétricas de los ensayistas en el exilio y en el franquismo. Si el ensayo en el exilio de Ayala o María Zambrano representaba la conexión con el pensamiento liberal anterior a la guerra, el franquismo tuvo que inventar sus referentes y los encontraron en los jóvenes ensayistas de la Falange. Laín, Tovar, Aranguren son los nombres de ese momento en el que se demuestra otro de los rasgos esenciales del género: su incompatibilidad con el pensamiento autoritario, con el ímpetu coercitivo o inquisitorial de la censura política o eclesiástica.

Suma de libertad temática y subjetividad, de pensamiento crítico y viveza de estilo, el ensayo posiblemente no sea –como la novela para Baroja- un saco donde cabe todo, pero es evidente que se trata de un cajón de sastre, de una mesa revuelta en la que conviven la reflexión y el tanteo exploratorio de la realidad.

Y en ese sentido, conviene destacar que el objeto del ensayo, el foco de interés sobre el que se centra la reflexión, es un índice significativo de la evolución de la cultura y del estado de la sociedad. Fue en el ensayo en donde se anticiparon los nuevos aires de libertad durante el tardofranquismo y la transición, con nombres como los de Manuel Sacristán, Castilla del Pino, Benet o Ferlosio.

Y desde ahí a lo que los editores definen como la consagración del estilo en el ensayo actual, de Fernando Savater a Rafael Argullol, de Emilio Lledó a Eugenio Trías o José Antonio Marina. Sus ensayos, como antes los del Novecentismo, asumen planteamientos, enfoques y soluciones que van más allá de lo local. Y en su ambición intelectual o en el tratamiento de temas universales el lector encuentra indicios evidentes de la normalización de la vida española en los últimos treinta años.

Precedidas de una biografía sintética y ambiciosa del género en la España contemporánea, algunas de las mejores páginas de la prosa en español del siglo XX están en esta antología, uno de los libros más importantes de la temporada.


Santos Domínguez