Isaac Rosa.
El país del miedo.
Seix Barral. Barcelona, 2008.
El país del miedo.
Seix Barral. Barcelona, 2008.
En un artículo que publicó en la prensa en 2005, denunciaba Isaac Rosa el alejamiento de la sociedad por parte de una narrativa evasiva que había renegado del realismo:
Predomina una narrativa acomodaticia, miope, desentendida de los problemas (que existen, aunque no sean nombrados), y donde las pocas muestras de realismo derivan en un flojo costumbrismo, inofensivo. La responsabilidad del autor se considera algo obsoleto, y el compromiso suele ser una etiqueta comercial antes que una actitud. Al parecer los lectores son mayoritariamente de clase media o clase alta, y los autores les ahorran saber no sólo acerca de los problemas de las clases inferiores, sino también los de su propio grupo social.
Si alguna vez se consideró que la literatura tenía un valor de representación de su tiempo, eso quedó atrás. Dentro de varios siglos, un historiador, un arqueólogo, podrá hacerse una idea aproximada de los conflictos, intereses y actitudes del siglo XIX a través de un buen número de novelas de su tiempo. Sin embargo, poco podrá saberse sobre la realidad de nuestro tiempo a través de unas obras que presentan una visión dulcificada, aproblemática de nuestra convivencia.
Bien lejos de esa posición estética e ideológica, Isaac Rosa ha dado muestras de su compromiso con la realidad en La malamemoria, El vano ayer y Otra maldita novela sobre la guerra civil.
Como en las pesadillas infantiles, como en los cuentos, Carlos, el protagonista de El país del miedo, que publica Seix Barral, tiene miedo. ¿A qué, a quién? A las noches, ya hemos visto.
A las noches, como los niños, y a muchas más cosas. La novela es un catálogo de los miedos y sus lugares, un mapa de terrores y peligros. El miedo al otro y a lo otro, al inmigrante y al pobre, al que es distinto, al joven, a las armas, al mundo exterior, a sus fantasmas.
Es un miedo contagioso, una enfermedad que se transmite, una sensación que se aprende. El miedo del triángulo familiar Carlos-Sara-Pablo (los padres y el adolescente acosado en el instituto) los paraliza y los hace ciudadanos dóciles e infantiles.
El miedo, en su dimensión individual y colectiva, en sus formas domésticas y en sus manifestaciones sociales, el miedo ante el peligro real o imaginario, es una patología de la sociedad actual, el resultado del diseño perverso de una construcción política, de una ingeniería del poder que provoca efectos de dependencia y necesidad de protección y un retraimiento enfermizo:
En cuanto a la calle, apenas la pisan, y se excusan en el frío para moverse en automóvil, del garaje de casa al garaje del centro comercial.
Como en sus novelas anteriores, Isaac Rosa combina un doble enfoque en El país del miedo: la narración y la reflexión se van alternando en secuencias que abordan lo sicológico y lo social, lo individual y lo colectivo, la acción externa y la introspección para hacer un análisis de los miedos contemporáneos, generados o amplificados por los medios de comunicación, interiorizados por los personajes en una espiral de miedos asumidos que se alimentan de su misma materia, de más miedos, de otros miedos.
El país del miedo es además de una buena novela (de terror y sobre el terror) una alegoría, una denuncia moral y el diagnóstico lúcido de una sociedad enferma, de una dictadura global. La terapia no es tarea de la literatura, sino del ejercicio de la ciudadanía: un hombre asustado es un hombre inseguro, un ciudadano controlado que ha renunciado a ejercer como tal.
Pocos autores – escribía Isaac Rosa en el discurso de aceptación del Premio Rómulo Gallegos- tienen el coraje de acercarse lo suficiente a la realidad como para iniciar una colaboración con ella.
Él, evidentemente, es uno de esos pocos autores comprometidos con la función ética y política de la novela.
Predomina una narrativa acomodaticia, miope, desentendida de los problemas (que existen, aunque no sean nombrados), y donde las pocas muestras de realismo derivan en un flojo costumbrismo, inofensivo. La responsabilidad del autor se considera algo obsoleto, y el compromiso suele ser una etiqueta comercial antes que una actitud. Al parecer los lectores son mayoritariamente de clase media o clase alta, y los autores les ahorran saber no sólo acerca de los problemas de las clases inferiores, sino también los de su propio grupo social.
Si alguna vez se consideró que la literatura tenía un valor de representación de su tiempo, eso quedó atrás. Dentro de varios siglos, un historiador, un arqueólogo, podrá hacerse una idea aproximada de los conflictos, intereses y actitudes del siglo XIX a través de un buen número de novelas de su tiempo. Sin embargo, poco podrá saberse sobre la realidad de nuestro tiempo a través de unas obras que presentan una visión dulcificada, aproblemática de nuestra convivencia.
Bien lejos de esa posición estética e ideológica, Isaac Rosa ha dado muestras de su compromiso con la realidad en La malamemoria, El vano ayer y Otra maldita novela sobre la guerra civil.
Como en las pesadillas infantiles, como en los cuentos, Carlos, el protagonista de El país del miedo, que publica Seix Barral, tiene miedo. ¿A qué, a quién? A las noches, ya hemos visto.
A las noches, como los niños, y a muchas más cosas. La novela es un catálogo de los miedos y sus lugares, un mapa de terrores y peligros. El miedo al otro y a lo otro, al inmigrante y al pobre, al que es distinto, al joven, a las armas, al mundo exterior, a sus fantasmas.
Es un miedo contagioso, una enfermedad que se transmite, una sensación que se aprende. El miedo del triángulo familiar Carlos-Sara-Pablo (los padres y el adolescente acosado en el instituto) los paraliza y los hace ciudadanos dóciles e infantiles.
El miedo, en su dimensión individual y colectiva, en sus formas domésticas y en sus manifestaciones sociales, el miedo ante el peligro real o imaginario, es una patología de la sociedad actual, el resultado del diseño perverso de una construcción política, de una ingeniería del poder que provoca efectos de dependencia y necesidad de protección y un retraimiento enfermizo:
En cuanto a la calle, apenas la pisan, y se excusan en el frío para moverse en automóvil, del garaje de casa al garaje del centro comercial.
Como en sus novelas anteriores, Isaac Rosa combina un doble enfoque en El país del miedo: la narración y la reflexión se van alternando en secuencias que abordan lo sicológico y lo social, lo individual y lo colectivo, la acción externa y la introspección para hacer un análisis de los miedos contemporáneos, generados o amplificados por los medios de comunicación, interiorizados por los personajes en una espiral de miedos asumidos que se alimentan de su misma materia, de más miedos, de otros miedos.
El país del miedo es además de una buena novela (de terror y sobre el terror) una alegoría, una denuncia moral y el diagnóstico lúcido de una sociedad enferma, de una dictadura global. La terapia no es tarea de la literatura, sino del ejercicio de la ciudadanía: un hombre asustado es un hombre inseguro, un ciudadano controlado que ha renunciado a ejercer como tal.
Pocos autores – escribía Isaac Rosa en el discurso de aceptación del Premio Rómulo Gallegos- tienen el coraje de acercarse lo suficiente a la realidad como para iniciar una colaboración con ella.
Él, evidentemente, es uno de esos pocos autores comprometidos con la función ética y política de la novela.
Santos Domínguez