9/1/08

Microgramas III


Robert Walser.
Escrito a lápiz. Microgramas III (1925-1932).
Edición de Bernhard Echte y Werner Morlang.
Traducción de Rosa Pilar Blanco.
Siruela. Libros del Tiempo. Madrid, 2007.


Susan Sontag lo definía como un escritor fundamental, dotado de las virtudes del arte más maduro y civilizado. El día de Navidad de 1956, hace poco más de medio siglo, durante un paseo por la nieve, moría Robert Walser. Unos niños encontraron su cadáver cerca del manicomio de Herisau, donde había pasado los últimos años de su vida.

Siruela acaba de publicar el tercer y último volumen de los Microgramas en prosa, con los que completa su edición de las 526 hojas y papeles de distinto formato, cubiertos de una minúscula caligrafía Sütterlin que descifraron rasgo a rasgo Werner Morlang y Bernhard Echte. Dedicaron diecisiete años a transcribir en una labor minuciosa esos textos casi ilegibles que Walser escribió a lápiz entre 1924 y 1932. De esa manera pusieron al descubierto una colección de textos breves, poemas y dramas en verso. Textos de enorme valor literario enterrado bajo lo que en principio parecían los garabatos de un loco. Los publicaron en Alemania en seis volúmenes entre 1985 y 2000 y Siruela los ha venido editando en España desde 2005.

Walser confesaba en una carta de 1927 que había empezado a utilizar el lápiz para librarse del tedio de la pluma, de un cansancio que lo había llevado a un desajuste y al bloqueo estilístico. De esa crisis, de ese desencuentro con la pluma y con un determinado ritmo de escritura, surgen los microgramas, la miniaturización cada vez más intensa de su caligrafía, que llega en los textos de este tercer volumen a una pequeñez extrema con letras de un milímetro.

Quien pasó parte de su vida deambulando de un lado para otro de forma compulsiva acabó convirtiendo su literatura en una cháchara monologante y espiral sin plan premeditado, atento al detalle fragmentario, a una realidad dispersa en el detalle que se ve de paso, en un ir y venir dentro de la página sin rumbo, como sus gustos de paseante:

No es en el camino recto -le dice Walser a una muchacha-, sino en los rodeos donde se encuentra la vida.

Y las palabras fluyen, van y vienen con el paso rápido del dromómano frenético que fue Walser, que el 23 de abril de 1939 resumía así la misión del escritor: El artista tiene que extasiar o atormentar a su público.

Esas dos posibilidades del arte conviven en estos microgramas, una literatura envolvente que, una vez desencriptada, atrapa al lector y le lleva a mirar el mundo desde una perspectiva inédita, humilde y orgullosa a la vez, marginal siempre.

Los textos recogidos en este tercer volumen los escribió Walser en Waldau, entre 1925 y 1932. Son seguramente los últimos que escribió y constituyen su testamento literario. La minuciosa labor de Werner Morlang y Bernhard Echte permite acceder a estas piezas menores, algunas excelentes como las que empiezan Mencionaré un jardín o Hay tigres y obras teatrales.

Está en esos textos el universo literario de Walser y su deseo de no ser nadie, de no llegar a ninguna parte, de perderse, como en sus paseos, entre los objetos sin propósito definido, de borrar el yo y destruir la propia identidad. Porque en Walser la realidad, como la escritura, está en un proceso de desintegración constante, de disolución en lo mínimo, como en estas líneas finales:

Oh, qué hermoso es por una parte olvidar y por otra ser olvidado. Seguro que la gente piensa con mucha frecuencia en fulano y mengano, en esto y aquello. Ahora me siento muy a gusto.


Santos Domínguez