Darío Jaramillo Agudelo.
Historia de una pasión.
Pre-Textos/poéticas. Valencia, 2006.
Historia de una pasión.
Pre-Textos/poéticas. Valencia, 2006.
Pre-Textos tiene en la colección Poéticas una de sus líneas editoriales más admirables. Sus volúmenes de exquisito diseño enlazan con la mejor tradición tipográfica del 27. Y en cuanto a la selección de títulos, basta señalar que autores como Eugenio Montale, Wallace Stevens, Leopardi o Cernuda están convocaados en ellos para exponer en primera persona su poética.
El anterior volumen, Intermedio, reunía y sistematizaba las ideas de Luis Cernuda sobre la creación poética. El último título por el momento es Historia de una pasión, del colombiano Darío Jaramillo Agudelo, un tríptico de reflexiones sobre la lectura y la escritura como dos variantes de una misma pasión gozosa:
Escribo porque con las palabras alucino, porque así atravieso otros umbrales, porque es un oficio quieto, porque es un oficio minucioso, porque disfruto corrigiendo, buscando palabras, efectos entre palabras, resultados rítmicos, escribo porque adoro el silencio, porque me gusta estar solo, porque me salgo del tiempo, porque inventando historias me desdoblo de un modo fascinante que no sé explicar, escribo para manchar con tinta el dedo del corazón, escribo porque al rato de estar escribiendo, ya concentrado, estoy más eufórico que cuando empecé, escribo por puro placer. La ventaja que tienen todas estas hipótesis, y otras que no he dicho, es que todas son felices, hasta la única triste, que olvidé arriba, la catarsis. Se impone el hecho de que mi pasión es gozosa.
En el origen de la pasión de escribir está una arqueología que arranca de una escena infantil en la que su padre le lee un texto que hablaba de la muralla china:
En uno de mis recuerdos infantiles más remotos, yo tengo cuatro o cinco años. Mi padre me lee de un libro. Un texto maravilloso sobre la muralla china. Si se edificara hacia el cielo, la muralla llegaría hasta la luna. Ahora me veo, en el suelo, con la boca abierta, mirando a mi padre sentado en una silla que todavía hoy forma parte del mobiliario de la casa, oigo aquel relato que me hace flotar fascinado de contento y me hace burbujear algo entre el pecho. Mientras escribo ahora, pienso que esta escena lejana sea el origen remoto de mi pasión por escribir.
Sobre la nostalgia del recuerdo se impone el fruto presente y vivo de esa pasión doble y simétrica a lo largo de un texto que es el inmodesto relato autobiográfico, el testimonio de una pasión, la pasión de escribir, cuya etiología puede casi siempre hallarse en otra pasión malsana, como pensaban el cura y el barbero de un lugar de la Mancha, el regusto obsesivo de leer por placer.
Una pasión que despertaron en su infancia fascinada un bisabuelo imaginativo y locuaz, un abuelo ciego y narrador de tradiciones orales y un padre lector. En tres capítulos, escritos en distintas épocas (1987, 1994, 2005), Darío Jaramillo traza su autobiografía intelectual, estética y literaria, su forja como lector y escritor.
En estratos sucesivos las lecturas de juventud se mezclan con la afición al fútbol, y Mozart con el galope de un caballo. Y los inicios como poeta en ejercicio con una visita de Borges a Medellín y las canciones de los Beatles.
Con un tono conversacional y cercano en el que la escritura aparece como una actividad natural, Darío Jaramillo fija aquí su poética y su ética, recuerda con humor distanciado la pérdida de un pie por una bomba, habla del sudor negro de la escritura y hace una reflexión intensa y profunda sobre la poesía:
Virginia Woolf decía que el único género literario era la poesía. La poesía convierte en literatura a la novela o al texto para la televisión, a la nota bibliográfica o a la crónica. La virtualidad de la palabra escrita para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro, esa palabra que está en el poema, en el relato, en el anuncio publicitario o en el cine.
Pertenezco a esa peculiar clase de sujetos, me reconozco como miembro de la más anacrónica subespecie de la grafomanía, los poetas, integrada por obsesos que buscan algo más con la escritura, alucinar, detener el tiempo, obtener revelaciones, instantes mágicos, conocerse, cantar con una pluma sobre un papel, en fin, cuestiones para quien no quiera dejar de ser aprendiz.
Y como consecuencia de todo lo que llevamos apuntado, un tomito como este, un volumen que no llega al centenar de páginas de pequeño formato, crece en las manos y en la mente del lector y le tiene gozosamente prendido días y días de lectura y relectura, de conversación con alguien cercano y amigo como Darío Jaramillo.
El anterior volumen, Intermedio, reunía y sistematizaba las ideas de Luis Cernuda sobre la creación poética. El último título por el momento es Historia de una pasión, del colombiano Darío Jaramillo Agudelo, un tríptico de reflexiones sobre la lectura y la escritura como dos variantes de una misma pasión gozosa:
Escribo porque con las palabras alucino, porque así atravieso otros umbrales, porque es un oficio quieto, porque es un oficio minucioso, porque disfruto corrigiendo, buscando palabras, efectos entre palabras, resultados rítmicos, escribo porque adoro el silencio, porque me gusta estar solo, porque me salgo del tiempo, porque inventando historias me desdoblo de un modo fascinante que no sé explicar, escribo para manchar con tinta el dedo del corazón, escribo porque al rato de estar escribiendo, ya concentrado, estoy más eufórico que cuando empecé, escribo por puro placer. La ventaja que tienen todas estas hipótesis, y otras que no he dicho, es que todas son felices, hasta la única triste, que olvidé arriba, la catarsis. Se impone el hecho de que mi pasión es gozosa.
En el origen de la pasión de escribir está una arqueología que arranca de una escena infantil en la que su padre le lee un texto que hablaba de la muralla china:
En uno de mis recuerdos infantiles más remotos, yo tengo cuatro o cinco años. Mi padre me lee de un libro. Un texto maravilloso sobre la muralla china. Si se edificara hacia el cielo, la muralla llegaría hasta la luna. Ahora me veo, en el suelo, con la boca abierta, mirando a mi padre sentado en una silla que todavía hoy forma parte del mobiliario de la casa, oigo aquel relato que me hace flotar fascinado de contento y me hace burbujear algo entre el pecho. Mientras escribo ahora, pienso que esta escena lejana sea el origen remoto de mi pasión por escribir.
Sobre la nostalgia del recuerdo se impone el fruto presente y vivo de esa pasión doble y simétrica a lo largo de un texto que es el inmodesto relato autobiográfico, el testimonio de una pasión, la pasión de escribir, cuya etiología puede casi siempre hallarse en otra pasión malsana, como pensaban el cura y el barbero de un lugar de la Mancha, el regusto obsesivo de leer por placer.
Una pasión que despertaron en su infancia fascinada un bisabuelo imaginativo y locuaz, un abuelo ciego y narrador de tradiciones orales y un padre lector. En tres capítulos, escritos en distintas épocas (1987, 1994, 2005), Darío Jaramillo traza su autobiografía intelectual, estética y literaria, su forja como lector y escritor.
En estratos sucesivos las lecturas de juventud se mezclan con la afición al fútbol, y Mozart con el galope de un caballo. Y los inicios como poeta en ejercicio con una visita de Borges a Medellín y las canciones de los Beatles.
Con un tono conversacional y cercano en el que la escritura aparece como una actividad natural, Darío Jaramillo fija aquí su poética y su ética, recuerda con humor distanciado la pérdida de un pie por una bomba, habla del sudor negro de la escritura y hace una reflexión intensa y profunda sobre la poesía:
Virginia Woolf decía que el único género literario era la poesía. La poesía convierte en literatura a la novela o al texto para la televisión, a la nota bibliográfica o a la crónica. La virtualidad de la palabra escrita para cortarnos la respiración, para hacernos parpadear de la sorpresa, para exorcizarnos, para sonreírnos hacia adentro, esa palabra que está en el poema, en el relato, en el anuncio publicitario o en el cine.
Pertenezco a esa peculiar clase de sujetos, me reconozco como miembro de la más anacrónica subespecie de la grafomanía, los poetas, integrada por obsesos que buscan algo más con la escritura, alucinar, detener el tiempo, obtener revelaciones, instantes mágicos, conocerse, cantar con una pluma sobre un papel, en fin, cuestiones para quien no quiera dejar de ser aprendiz.
Y como consecuencia de todo lo que llevamos apuntado, un tomito como este, un volumen que no llega al centenar de páginas de pequeño formato, crece en las manos y en la mente del lector y le tiene gozosamente prendido días y días de lectura y relectura, de conversación con alguien cercano y amigo como Darío Jaramillo.
Santos Domínguez