10/3/07

La soñadora materia



Francis Ponge.
La soñadora materia.
Edición bilingüe de Miguel Casado.
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
Barcelona, 2007.

No sé bien qué es la poesía, pero, en cambio, sé bastante bien lo que es un higo, escribía Francis Ponge el 29 de agosto de 1958.

Y en esa llamativa confesión, Ponge resumía toda una concepción poética.

Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores rescata en La soñadora materia tres libros completos: Tomar partido por las cosas, La rabia de la expresión y La fábrica del prado, de uno de los poetas franceses más singulares del siglo XX, Francis Ponge (1899-1988), en edición bilingüe con traducción y prólogo de Miguel Casado.

Ponge es el poeta de las cosas, el poeta que busca el ser de los objetos. Lo es especialmente en Tomar partido por las cosas (1942). La rabia de la expresión (1952) se centra más en la palabra y en el taller del escritor, y en la escritura como proceso hacia el poema más que en el resultado. Finalmente La fábrica del prado (1971) culmina en feliz síntesis la relación entre objetos y palabras.

Tomada como emblema de la poesía fenomenológica, del existencialismo o del estructuralismo, la obra de Ponge, en constante transformación, es refractaria a este tipo de caracterizaciones. La metamorfosis, el proceso textual, el cambio es su verdadera forma de ser.

Sobre esa capacidad de cambio constante que tiene la poesía de Ponge, escribe Miguel Casado en su introducción:

Quizá no se deba ver en ello un efecto de modas o tácticas culturales, sino la cualidad irreductible de una escritura capaz de crear espacios nuevos, nuevas categorías, de ir precediendo a lectores e intérpretes que no acabarían nunca de alcanzarla.

Los que se reúnen en La soñadora materia son tres libros fundamentales en la obra de Ponge, unidos, si no por el tiempo, sí por un mismo espacio: el paisaje del Chambon, en el Alto Loira y por una misma mirada analógica, proclive más a la actitud metafórica que a la capacidad metonímica que caracteriza a otra parte de la poesía contemporánea.

Con esa mirada metafórica que las anima o personifica, las cosas cobran vida en unos poemas que son el resultado del encuentro entre el poeta y el objeto, entre las palabras y las cosas. En esos poemas las descripciones encubren o aplazan la pregunta más importante, la del sujeto:

Nuestra razón de ser -escribió Ponge en Para un Malherbe- es volvernos decididamente hacia el mundo (tomar partido por las cosas) para realimentar en él al hombre.

Los poetas se convierten de esa manera en “embajadores del mundo mudo” en mediadores de un ejercicio que aúna materia y espíritu, realidad y arte, objeto y palabra. Ponge se sitúa frente a una naranja, por ejemplo, y escribe:

Como en la esponja, hay en la naranja una aspiración a recuperar volumen después de haber sufrido la prueba de ser exprimida. Pero donde la esponja triunfa siempre, la naranja jamás: porque sus células han estallado, sus tejidos se han desgarrado. Mientras la corteza por sí sola restablece blandamente su forma gracias a su elasticidad, un líquido de ámbar se ha vertido, acompañado de un frescor y un aroma suaves, sí -pero a menudo, también, de la conciencia amarga de una expulsión prematura de pepitas.
¿Hay que tomar partido entre estas dos maneras de mal llevar la opresión? -La esponja es sólo músculo y se llena de viento, de agua limpia o de agua sucia, según: su gimnasia es innoble. La naranja tiene mejor gusto, pero es demasiado pasiva -y ese sacrificio oloroso... verdaderamente supone dejar que le salgan demasiado bien las cuentas al opresor.

Y el poeta les presta a las cosas la voz y la palabra para que hablen, para que el lector las conozca o las reconozca a una nueva luz:

Los que no tienen habla, / es a esos a quienes quiero dársela. He ahí donde la posición política y mi posición / estética se juntan. / Rebajar a los poderosos me interesa menos / que glorificar a los humildes. / Los humildes: el guijarro, el obrero, el camarón, / el tronco de árbol, / y todo el mundo inanimado, / todo lo que no habla.

Hay en Ponge un esfuerzo expresivo que recuerda al Neruda metafórico y fenomenológico de las Odas elementales y que a mi parecer tiene su expresión más alta en Fauna y flora, quizá el texto central y más potente del libro.

La rabia de la expresión se abre con Riberas del Loira, la declaración poética de un autor maduro y dueño de su expresión:

Reconocer el derecho preferente del objeto, su derecho imprescriptible, oponible a cualquier poema... Pues ningún poema se da nunca sin apelación fiscal por parte del objeto del poema, ni sin querella por falsificación.
El objeto es siempre más importante, más interesante, más capaz (pleno de derechos): no tiene ningún deber conmigo quien tiene todos los deberes respecto a él.

La avispa, las Notas tomadas para un pájaro o El clavel son algunos de los textos que aparecen en La rabia de la expresión. Con esos textos, escritos y reelaborados durante años, Ponge responde al desafío constante que las cosas plantean al lenguaje, al reto que es la realidad para el poeta. Responder a ese reto es el verdadero motor de esta poesía renovadora y original, en reformulación constante, en ambiciosa lucha con la expresión y por la expresión.

Con cada uno de esos motivos temáticos Ponge abre un cuaderno de trabajo en La rabia de la expresión. Y al lector le abre la puerta de su taller poético, de la cocina de su escritura, le muestra las notas, las intuiciones y los ensayos de aproximación al poema, hacia una profundidad expresiva que ahonda en la profundidad de las cosas a través del matiz y el afinamiento de la palabra. Cuadernos de trabajo, pues, descartes y variaciones que culminan en el excelente Cuaderno sobre un cielo de Provenza que cierra este libro.

“El hecho de la escritura es la lectura de un texto del mundo”, escribe Ponge en La fábrica del prado, donde el poema se ramifica en otras variantes y se concreta en un intenso esfuerzo creativo que aspira a que las palabras y las cosas se fundan en una sola realidad, de manera que las cosas sean palabras y cosas, y las palabras, cosas y palabras. Y ambas, palabras y cosas, aquella “fuente incomparable de emociones” de la que hablaba Camus a propósito de esta poesía.

¿No era algo así lo que buscaba Juan Ramón cuando reclamaba a la inteligencia el nombre exacto de las cosas y quería que su palabra fuera la cosa misma?

Escribe Ponge al final de La fábrica del prado:

Me he tendido a la vera de los seres y de las cosas
Con la pluma en la mano, y mi escritorio (una página blanca) en las rodillas

He escrito, se ha publicado, he vivido.
He escrito Han vivido, he vivido.
Nada mejor que esa declaración para terminar esta reseña.


Santos Domínguez