11/12/06

Los dueños del vacío

Luis García Montero.
Los dueños del vacío.

Marginales Tusquets. Barcelona, 2006.


La conciencia poética, entre la identidad y los vínculos es el subtítulo del conjunto de ensayos que Luis García Montero ha incorporado a Los dueños del vacío (Marginales Tusquets), una lectura de los poetas más significativos de nuestra literatura contemporánea, una serie de reflexiones sobre autores como Lorca, Alberti, Neruda o Cernuda que tienen como objetivo común explicar su lección sobre la conciencia poética, sobre una identidad problemática que se mueve entre la intimidad poética y los vínculos sociales, entre la atención a uno mismo y la mirada a los demás, entre la soledad y la sociedad.

Entre la identidad extremada que encierra al poeta en su torre y los vínculos sociales que le diluyen en la comunidad hay un territorio intermedio: el de la conciencia individual que salvaguarda la independencia y la voz personal del creador.

En momentos de perplejidad, la de los poetas suele ser una buena compañía, no porque aporten soluciones sino porque hacen de esa perplejidad y de la desorientación la raíz de la que se alimenta su obra, la que en las palabras de Felipe Benítez Reyes que García Montero toma para el título, los hace dueños del vacío.

Un vacío que nace de un presente conflictivo que está en la encrucijada del pasado y el futuro, entre “el óxido de sus nostalgias y de sus utopías.”

De la crisis del sujeto moderno surge la poesía contemporánea, del descubrimiento del vacío surge el encuentro con la conciencia que habita la voz del hombre deshabitado del que hablaba Alberti, de los hombres huecos de Eliot o el remordimiento en el traje de noche vacío de Cernuda.

Entre la realidad y el deseo, en la desolación de la quimera, hay en todos estos poetas una postura común: la reivindicación de la conciencia poética individual. La historia de la poesía desde el romanticismo se resume en la peripecia del poeta que busca su lugar en el mundo o acercándose a las verdades colectivas o practicando el ensimismamiento individualista. Es la expresión de identidades en crisis que viven instaladas en la nostalgia de la ausencia, en los paraísos perdidos de la infancia, en la falsificación del recuerdo y acaban convirtiendo también la memoria en un lugar en crisis, en una región vacía e incierta como el futuro. O sea, dando tumbos y bandazos como aquel huésped de las nieblas que era Bécquer, recordado por Alberti en Sobre los ángeles, entre la insatisfacción del desarraigo y el acecho del abismo.

De esa manera, la memoria y el deseo, la evasión y el compromiso se convierten en las tendencias dispares que escinden la poesía contemporánea con la ciudad como un espacio poético nuevo y problemático.

Entre la insatisfacción y la búsqueda, el poeta contemporáneo tiene siempre algo de exiliado. No sólo de exiliado político, sino de desterrado del mundo, de evocador sin consuelo posible, porque el desterrado está siempre preso del pasado y tiene que sobrevivir en el presente, entre la lentitud de la nostalgia y las urgencias del compromiso.

En aquellos momentos cruciales del final de los años veinte, la lección decisiva del surrealismo aportó a la búsqueda del ser poético no sólo una forma de libertad creativa sino una propuesta moral: la moral poética y vital del disidente, del que, desde el Romanticismo, vive en las vastas regiones sin aurora, en los márgenes, sin miedo ni esperanza, como mucho después escribiría Antonio Gamoneda.

Santos Domínguez