Jules Vallés.
El niño.
Traducción de Manuel Serrat Crespo.
ACVF Editorial. Madrid, 2006.
El niño.
Traducción de Manuel Serrat Crespo.
ACVF Editorial. Madrid, 2006.
ACVF Editorial reedita El niño de Jules Vallés, la primera parte de una trilogía autobiográfica, un clásico del siglo XIX que su autor publicó con seudónimo, como Jules Pascal, durante su exilio en Londres.
Quizá la infancia desgraciada de Jules Vallès (1832- 1885), marcada por una madre brutal y un padre severo explique su temprana identificación con los más desfavorecidos y su integración en grupos revolucionarios mientras estudiaba Derecho y trabajaba como periodista. Fundó periódicos incendiarios como El grito del pueblo, fue encarcelado en varias ocasiones por sus artículos y en 1871 participó en las barricadas de la Comuna, la insurrección popular en las calles de París, y se convirtió en uno de sus cabecillas. Compartió aquellas barricadas hechas con el pavés parisino con un joven Baudelaire, incipiente poeta por entonces.
Andreu Nin firmaba en 1935 un trabajado prólogo para la traducción al catalán de El insurrecto, la tercera parte de la trilogía. Hablaba allí de la infancia hambrienta y dolorosa que predispuso a Vallès contra la familia y la sociedad y marcó su futuro revoltoso e inconformista, su relación en el Barrio Latino con la juventud más inconformista política, social y culturalmente, su rebelión contra la literatura más convencional y sus ataques a los valores morales y literarios de aquella sociedad.
Tras participar en la Comuna, fue condenado a muerte y se pudo exiliar en Londres, donde escribió la Trilogía de Jacques Vingtras que ACVF Editorial completará en los próximos meses con la publicación de El bachiller y El insurrecto.
Elogiado por Flaubert, Vallès, un puente entre el romanticismo de Los miserables y el naturalismo truculento de Zola, reflexionaba en un artículo sobre la función social de la literatura y el arte:
El arte, a mi entender -decía- puede dirigir los destinos de un pueblo. Es el inspirador soberano de los sentimientos que determinan las derrotas merecidas o las victorias justas. Es a los que se ocupan de las causas del espíritu que corresponde la misión y el poder de hacer un pueblo libre.
La humanidad se agita y se debate, lanza al cielo sus gritos de aflicción o de alegría, de dudas o de esperanzas. El común de los hombres sufre pasivamente, las leyes fatales de la pasión o del azar; muchos apenas si son conocidos. En la mayoría, la sensación dura un momento y huye, irreflexiva y loca, como un relámpago; si sobrevive al accidente y deja rastro en el alma eso no quiere decir que el paciente sepa contar esta historia y ofrecer un beneficio al mundo con sus felicidad o con sus sufrimientos.
El artista, al contrario, no se contenta con emocionarse. Su alma retiene y solidifica la impresión que registra; la idea se amolda, los sentimientos toman cuerpo... Por lo tanto, hay que ser sensible hasta el exceso ante las emociones que vienen, haber visto cuando los otros miran, sentir cuando la multitud escucha y saber ofrecer palpitando todo este panal de pensamientos y de emociones con tal de alumbrarlos un día a pleno sol. He aquí la misión y el don del genio.
El artista vibra con todas las alegrías, sufre con todos los dolores. En su punto de vista se reflejan los espectáculos hermosos y los espectáculos malos; en su corazón, profundo como el lecho de un río, tropiezan, mientras corren, las pasiones humanas.
La obra de Jules Vallès mantiene, tantos años después, gran parte de su interés humano y de su vigencia moral y estética. La nota personal que destacaba Zola como principal característica del estilo de Vallès sigue resonando a través del tiempo, atravesando épocas, ambientes y traducciones.
Con mucha agudeza, Jean Prevost decía de Vallès que era “un insurrecto mucho más que un revolucionario. No esperaba de su rebeldía ni cargos, ni dinero, ni siquiera la posibilidad de moldear según sus planes, una nueva sociedad: no tenía planes. Su orgullo tenía pendiente una venganza, y sus esperanzas, como las de la multitud, eran todas sentimentales.”
Dedicada a todos los que se murieron de aburrimiento en el colegio o a quienes hizo llorar su familia, a quienes, durante su infancia, fueron tiranizados por sus maestros o zurrados por sus padres, El niño plantea una serie de situaciones en las que se produce una mezcla violenta de crueldad y ternura para provocar la indignación moral del lector. De esa particular mezcla de sensibilidad y dureza surgen los valores más apreciables de este texto, que tiene la fuerza de lo vivido, de lo recordado:
Mi primer recuerdo data, pues, de una azotaina. El segundo está lleno de asombro y de lágrimas.
Cuando Zola leyó El niño, escribió un artículo emocionado en el que figuran frases como estas:
Los protagonistas del drama son tres: la madre, el padre y el hijo. Voy a describirlos brevemente como único análisis del libro. La madre, hija de campesinos, es una advenediza casada con un humilde celador. A ella le pegaron y ella pega, no por maldad, sino por sentido del deber. (...) Veamos al padre. Recuerden a alguno de sus profesores: uno de esos rostros lívidos, abatidos por las contrariedades de la escuela. Es un don nadie. El magisterio, con sus humillaciones, el miedo a los superiores, la obligación de pasiva obediencia y severa rigidez le han reducido a una figura de madera con apenas un ligero parecido a un hombre. Duro con sus alumnos, hincando la cerviz ante quienes disponen de su suerte, el infeliz se ve obligado a cubrirse, durante toda su vida, con la máscara del cómitre. Ya no le queda alegría, dignidad ni libertad. (...) Escuchen los sollozos de un niño al que están pegando: en sus gritos hay una cólera que debiera asustar al hombre que le golpea. (...) No se trata ya de dulzonas páginas sobre la infancia, sensiblerías de mujer jugando a las muñecas, ni siquiera historias de niños torturados al estilo de Dickens. Es nuestra verdad, la que todos nosotros hemos podido observar a nuestro alrededor.
Deseo que este libro sea leído. Si tengo alguna autoridad, pido que lo lean por amor a la verdad y a la inteligencia. Obras de tanta fuerza son muy raras. Cuando aparece una, debe llegar a todas las manos.
Y terminaba con este lamento: ¿Cómo un hombre con el talento de Jules Vallès puede malograr su vida perdiéndose en la política? Jamás podré perdonárselo.
La trilogía completa de Jacques Vingtras (El niño, El bachiller y El insurrecto), que Vallès escribió entre 1879 y 1886, apareció en español por primera vez más de un siglo después: a mediados de los años ochenta las publicaron Bruguera y Maldoror con traducciones de Manuel Serrat Crespo que son las que recupera ahora ACVF Editorial.
Santos Domínguez