Cuando la noche del nueve de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín hasta los más escépticos comprendieron que la crisis del mundo comunista era ya irreversible. No han pasado ni dos décadas y ya se han publicado numerosos libros sobre el conflicto que enfrentó durante medio siglo a Estados Unidos y a la Unión Soviética. Este que aquí reseñamos, La Guerra Fría, publicada por la editorial Melusina, obra del historiador Álvaro Lozano, merece entre esos títulos un lugar de honor. Y no porque se trate de una obra enciclopédica y definitiva sobre el período (como el mismo autor reconoce en su imprescindible capítulo primero, son acontecimientos demasiado próximos como para atreverse a dejar zanjados ciertos debates), sino por la claridad expositiva que exhibe el autor y por su impresionante capacidad de síntesis a la hora de tratar las crisis que fueron jalonando ese largo conflicto, característica que convierte a esta obra en lectura obligada para estudiantes de historia contemporánea y para todos aquellos que deseen hacer un primer acercamiento a la historia del siglo XX.
Así, en unas pocas páginas consigue dar una explicación coherente y comprensible de la llamada Primavera de Praga o de la crisis de los misiles de Cuba, siempre procurando no caer (como él mismo explica) en esa trampa tan usual de los historiadores (recuerden que ya conocen el final de la historia) de contar los acontecimientos como una serie de sucesos que se dirigen hacia un final obvio y predecible.
Álvaro Lozano, un lujo en una obra relativamente breve, se permite exponer al analizar algunas de las crisis de la Guerra Fría, los diversos enfoques historiográficos que se han dado sobre estos acontecimientos, unas veces tomando partido y otras dejando el debate abierto. Teniendo en cuenta la cercanía de algunos de esos hechos (y que muchos documentos secretos lo seguirán siendo durante décadas) parece una postura prudente mostrar diferentes interpretaciones.
La Guerra Fría aparece como un conflicto que, por supuesto, fue mucho más allá de lo militar, para entrar en el terreno de la economía, la cultura o la propaganda. Ambos bandos pretendían extender su modo de vida al conjunto del planeta y la presión que ambas superpotencias ejercieron sobre los demás países convirtió a la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América en una confrontación global, en una extraña tercera guerra mundial que nunca sucedió porque ambos contendientes, conscientes de la capacidad destructiva de sus respectivos arsenales nucleares, se enfrentaron siempre en territorio de terceros.
Resulta sorprendente saber que bajo el casi tranquilizante nombre de Guerra Fría se ocultaban muchos horrores, en especial los veinte millones de muertos que calcula Álvaro Lozano se produjeron en los conflictos que tras la Segunda Guerra Mundial enfrentaron a los dos bloques. Más sorprende enterarse que de todos esos muertos, sólo 200.000 fueron occidentales, mientras que los conflictos en África, América y sobre todo, Indochina sumaron el grueso de los fallecidos; zonas donde el conflicto fue paradójicamente abrasador.
Lo peor es que terminada la lectura de este libro, y a pesar de los millones de muertos, los dictadores que ambos bandos sostuvieron en el poder cuando les interesaba (“Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, que dijo Roosevelt de Somoza, podría ser el lema de la Guerra Fría), la indignidad del gasto armamentista y el horror nuclear, no podemos evitar sentir nostalgia por una época en la que no eran posibles casos como el de Arabia Saudita hoy, por un lado financiando el islamismo más radical y por otro comprando armas a Estados Unidos, principal consumidor de su petróleo; o como Pakistán guarida del terrorismo islámico y cuyo presidente es la gran esperanza estadounidense para acabar con Al-Qaeda y capturar a Ben Laden.
Antes de la caída del muro por lo menos sabíamos quiénes eran los nuestros.
Así, en unas pocas páginas consigue dar una explicación coherente y comprensible de la llamada Primavera de Praga o de la crisis de los misiles de Cuba, siempre procurando no caer (como él mismo explica) en esa trampa tan usual de los historiadores (recuerden que ya conocen el final de la historia) de contar los acontecimientos como una serie de sucesos que se dirigen hacia un final obvio y predecible.
Álvaro Lozano, un lujo en una obra relativamente breve, se permite exponer al analizar algunas de las crisis de la Guerra Fría, los diversos enfoques historiográficos que se han dado sobre estos acontecimientos, unas veces tomando partido y otras dejando el debate abierto. Teniendo en cuenta la cercanía de algunos de esos hechos (y que muchos documentos secretos lo seguirán siendo durante décadas) parece una postura prudente mostrar diferentes interpretaciones.
La Guerra Fría aparece como un conflicto que, por supuesto, fue mucho más allá de lo militar, para entrar en el terreno de la economía, la cultura o la propaganda. Ambos bandos pretendían extender su modo de vida al conjunto del planeta y la presión que ambas superpotencias ejercieron sobre los demás países convirtió a la Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos de América en una confrontación global, en una extraña tercera guerra mundial que nunca sucedió porque ambos contendientes, conscientes de la capacidad destructiva de sus respectivos arsenales nucleares, se enfrentaron siempre en territorio de terceros.
Resulta sorprendente saber que bajo el casi tranquilizante nombre de Guerra Fría se ocultaban muchos horrores, en especial los veinte millones de muertos que calcula Álvaro Lozano se produjeron en los conflictos que tras la Segunda Guerra Mundial enfrentaron a los dos bloques. Más sorprende enterarse que de todos esos muertos, sólo 200.000 fueron occidentales, mientras que los conflictos en África, América y sobre todo, Indochina sumaron el grueso de los fallecidos; zonas donde el conflicto fue paradójicamente abrasador.
Lo peor es que terminada la lectura de este libro, y a pesar de los millones de muertos, los dictadores que ambos bandos sostuvieron en el poder cuando les interesaba (“Es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”, que dijo Roosevelt de Somoza, podría ser el lema de la Guerra Fría), la indignidad del gasto armamentista y el horror nuclear, no podemos evitar sentir nostalgia por una época en la que no eran posibles casos como el de Arabia Saudita hoy, por un lado financiando el islamismo más radical y por otro comprando armas a Estados Unidos, principal consumidor de su petróleo; o como Pakistán guarida del terrorismo islámico y cuyo presidente es la gran esperanza estadounidense para acabar con Al-Qaeda y capturar a Ben Laden.
Antes de la caída del muro por lo menos sabíamos quiénes eran los nuestros.
Jesús Tapia