2/3/07

¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!




Isaac Rosa.
¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!
Seix Barral. Barcelona, 2007.


Una edición crítica o una reedición autocrítica de La malamemoria. Eso es ¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!, la novela de Isaac Rosa que edita Seix Barral.

Hace ocho años, en 1999, Isaac Rosa publicaba en la editorial extremeña Los libros del Oeste su primera novela. Se titulaba, como la tercera de las cinco partes que la componían, La malamemoria, y era una reconstrucción de las circunstancias de la guerra y la posguerra a través de Julián Santos, un escritor a sueldo a quien le encargan la escritura de las memorias de un político de la posguerra y la transición. Un personaje siniestro, Gonzalo Mariñas, que ha intentado lavar su pasado como aquellos laínes y tovares que Isaac Rosa denunció en un artículo (Los espinazos curvos de la dictadura) publicado en Babelia el 14 de octubre de 2006.

Cuando su autor se plantea la reedición de La malamemoria, construye un juego de espejos y narradores. Un complejo sistema de estirpe cervantina en el que el autor que firma la advertencia y la fecha en octubre de 2006 está más lejos de Isaac Rosa que el lector distante y crítico que apostilla el texto original con sus comentarios.

La primera frase de esos comentarios al margen, expresiva del desagrado de ese lector (¡Otra maldita novela sobre la guerra civil!) es la que da título a esta lectura crítica de La malamemoria, el subtítulo que aparece, si no en la portada, sí en el interior.

Una novela sobre otra novela, pues, y ahí la ironía y el efecto de profundidad de la literatura dentro de la literatura vuelve a remitir al modelo del Quijote. Las apostillas, individualizadas tipográficamente con letras en cursiva, permiten comprobar en primer lugar cómo ha madurado el estilo de Isaac Rosa desde aquella novela inicial. Y en segundo término manifiestan también cómo ha cambiado su perspectiva en el análisis de la realidad. Dicho de otra manera, no sólo ha cambiado el escritor Isaac Rosa, sino el ciudadano que propone un determinado enfoque de la historia reciente en una postura moral cercana a veces a Ramiro Pinilla y emparentada en otras ocasiones con Manuel Longares.

No se trata, pues, de una revisión del texto desde dentro, de una reelaboración hecha por el autor, sino de un procedimiento más complejo que superpone no sólo mentalidades distintas, sino planteamientos técnicos y estilísticos más maduros.

La distancia irónica del lector capta las debilidades argumentales, la inocencia primeriza de algunos planteamientos, denuncia la confusión de narradores, la falta de consistencia de algunos personajes, la inverosimilitud impostada de algunos diálogos o la cursilería de alguna metáfora.

Parecería a la vista de todo lo expuesto que La malamemoria era una antología del disparate y una mala novela. Y nada más incierto que eso: entre la busca de Alcahaz y la breve tragicomedia final, La malamemoria era y sigue siendo una novela más que digna, pese a algunos defectos propios de su edad.

El lector de esta novela no debería caer en la trampa de identificarse totalmente con el fingido lector de La malamemoria, un crítico que se va creciendo a medida que avanza en la lectura y se permite excesos como hablar de la “inseguridad púber” de su autor y descalificaciones no siempre razonables ni razonadas.

El autor cursivo de esa lectura crítica se confunde con el verdadero autor (otra vez Cervantes) cuando remata el libro con este párrafo en el que se dan cita las claves del libro y se reflexiona, como en toda la novela, sobre la escritura:

Y a todo esto, ¿qué queda de esa mala memoria contra la que se alzaban las armas de la literatura?¿Y qué queda de las víctimas? ¿Y de la guerra? ¿Qué queda de las intenciones vindicativas del autor? Nos tememos que, una vez más, la guerra, la memoria, las víctimas, se convierten en pretexto narrativo, y lo que se pretendía una novela revulsiva se conforma con una historia entretenida, un ejercicio de estilo, una convencional trama de autoconocimiento y, por supuesto, de amor. Eso sí, con la guerra civil al fondo, actuando de referente atractivo, reconocible, donde el lector se siente cómodo y se muestra curioso. Novelas como ésta pueden hacer más daño que bien en la construcción del discurso sobre el pasado, por muy buenas intenciones que se declaren. Debido a las peculiaridades del caso español, a la defectuosa relación que tenemos con nuestro pasado reciente, la ficción viene ocupando, en la fijación de ese discurso, un lugar central que tal vez no debería corresponderle, al menos no en esa medida. Y sin embargo lo ocupa, lo quiera o no el autor, que tiene que estar a la altura de esa responsabilidad añadida. Vale.

Santos Domínguez