11 noviembre 2020

Éric Vuillard. La guerra de los pobres


 Éric Vuillard.
La guerra de los pobres.
Traducción de Javier Albiñana.
Tusquets. Barcelona, 2020.


A su padre lo habían ahorcado. Había caído al vacío como un saco de grano. Tuvieron que cargarlo a hombros por la noche, y después enmudeció, la boca llena de tierra. Entonces todo ardió. Los robles, los prados, los ríos, los galios de los taludes, la tierra pobre, la iglesia, todo. Él tenía once años.
 
Con ese párrafo comienza La guerra de los pobres, la última novela de Éric Vuillard que publica Tusquets con traducción de Javier Albiñana.

Como en La batalla de Occidente, sobre la Primera Guerra Mundial; como en 14 de julio, con su mirada a pie de calle de la toma de la Bastilla; como en El orden del día, en donde los empresarios alemanes se ponen al servicio del ascenso al poder de Hitler, en La guerra de los pobres Vuillard vuelve a hundir la raíces de su relato en un episodio aparentemente menor para ir un poco más allá del puro relato histórico, para proyectarlo en el presente y para reconstruir desde dentro la intrahistoria del descontento contra los poderosos, los nobles y la iglesia que aprovecharon Thomas Müntzer, discípulo de Lutero, teólogo y predicador, y otros reformistas de comienzos del XVI, radicales al borde del fanatismo, para liderar sublevaciones de campesinos, para encabezar movimientos de agitación de gente indignada por la injusticia y por las diferencias sociales que dieron lugar a revueltas entre 1524 y 1526 que acabaron en masacres de los sublevados.

Con una inusual potencia narrativa, con el envidiable sentido del ritmo de un relato contado por un narrador limitado, como el del Quijote, pero apoyado en la precisión verbal de su prosa afilada y en la fuerza sugerente de sus imágenes evocadoras, Vuillard se asegura desde las primeras líneas de La guerra de los pobres la complicidad del lector en una nueva demostración de maestría con este relato que gira en torno al joven teólogo Thomas Müntzer, “aquel cuyo padre, hacia 1500, por motivos desconocidos, fue ejecutado por orden del conde de Stolberg, unos dicen que ahorcado, otros que en la hoguera.”

En la frontera de la historia y la ficción, organizada en trece capítulos breves y con un tratamiento casi cinematográfico que actualiza la narración, La guerra de los pobres es un libro intenso que tiene como hilo conductor la figura de Müntzer, un agitador complejo y mesiánico, un iluminado intolerante y violento capaz de encabezar aquellos levantamientos de hombres normales contra los príncipes alemanes.

Cincuenta años antes, la invención de la imprenta había favorecido la difusión de la Biblia y dos siglos antes en Inglaterra “se dio el gran salto” con la gran revuelta de 1381 encabezada por John Wyclif en Inglaterra, a quien se le ocurrió traducir la Biblia al inglés.

“Dios y el pueblo hablan el mismo idioma”, se empezó a decir. Y en esa misma línea se movía Jan Hus, otro predicador que provocó revueltas en Bohemia. A esa Bohemia llega Müntzer expulsado de Sajonia y allí  escribe su exaltado y ardiente Manifiesto de Praga, que refleja el proceso de radicalización progresiva de un hombre fanatizado, cada vez más furioso y agresivo, que se siente armado con la espalda de Gedeón, llama a “matar a los soberanos impíos”, dice la misa en alemán y provoca sublevaciones que comienzan en Suabia y se extienden por todas partes, no sólo por los campos, también por las ciudades.

Como en el resto de sus novelas, en La guerra de los pobres Vuillard sitúa la perspectiva del relato en un ahora que actualiza los hechos y los presenta con enorme fuerza visual, como cuando remata el libro con este final abierto en el momento en el que Müntzer es decapitado tras la batalla de Frankenhausen, en la que hubo cuatro mil muertos:

No iré más lejos en sus pensamientos; se los dejo a él. Helo aquí ante nosotros, en el estrado, a mil leguas del goce avaricioso. ¡Lo veo, sí, a Thomas Müntzer! Y ya no es el pequeño Thomas de hace poco, ya no es el pilluelo del Harz, el hijo del muerto, no, ni siquiera es ya un objeto de estudio, es un hombre cualquiera, una vida inaprensible cualquiera.
Va a morir ahora. Va a morir. Tiene treinta y cinco años. Su ira lo ha llevado allí. Hasta allí. Le han retorcido el cuerpo: los brazos, las piernas, sangra. Está exhausto.
Entonces se levanta el hacha. Hay rostros, cientos, a su alrededor. Miran, espantados, nada seguros de haber entendido bien. Los mendigos, los curtidores, los segadores, los pobres diablos miran, ¡miran! ¿Y qué ven? Ven al hombrecillo bajo la pesada carga. Ven a un hombre como ellos, cuerpo inmovilizado. Qué pequeño es un hombre, es frágil y violento, inconstante y severo, enérgico y lleno de angustia. Una mirada. Un rostro. Una piel. De repente cae el hacha y troncha el cuello. ¡Oh!, qué pesada es una cabeza, dos o tres kilos de huesos y de puré. ¡Y cómo salpica la sangre! Empalarán su cabeza. Arrastrarán su cuerpo por el estrado y lo arrojarán a los perros. La juventud nunca se acaba, el secreto de nuestra igualdad es inmortal, y la soledad, fabulosa. El martirio es una trampa para los oprimidos, sólo es deseable la victoria. Yo la contaré.
 
Santos Domínguez


09 noviembre 2020

Fábulas de Esopo

 

Fábulas De Esopo
Ilustraciones de Arthur Rackham.
Selección y traducción de
Pedro Bádenas de la Peña.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.

 El fanfarrón [Esopo 33]
Un hombre que practicaba el pentatlón y que constantemente sufría las críticas de sus conciudadanos por su falta de brío, se marchó un día al extranjero. Cuando después de mucho tiempo regresó, contaba con jactancia las muchas proezas que había hecho en otras ciudades y que en Rodas había dado un salto tal como ninguno de los vencedores en las Olimpiadas; y afirmaba que podía presentar como testigos a quienes lo habían presenciado, si alguna vez venían a la ciudad. Uno de los allí presentes le respondió: «¡Anda este! Si es verdad eso, no te hacen falta testigos, aquí está Rodas. ¡Venga el salto!».
La fábula muestra que cuando es factible una demostración todo lo que pueda decirse sobre ello está de más.
 
Es una de las fábulas de Esopo que publica en una espléndida edición ilustrada Reino de Cordelia. 
 
Basada en la que se publicó en Londres por William Heinemann en 1924, incorpora las clásicas ilustraciones del dibujante inglés de línea prerrafaelita Arthur Rackham (1867-1939) que no se habían publicado en España hasta esta edición preparada por Pedro Bádenas de la Peña, uno de los mayores expertos en Esopo, que ha traducido del griego y el latín su selección de doscientas ochenta y cuatro fábulas.

En la nota previa, Bádenas de la Peña indica que esta edición “ha requerido un trabajo de filiación crítica y selección del complejo corpus, con una larga y complicada historia en la transmisión textual del género fabulístico que la tradición, ya desde la Antigüedad, atribuyó convencionalmente a Esopo. Para esta edición se parte, como referencia obligada, del conjunto de cerca de cien ilustraciones originales en color y en blanco y negro del ilustrador inglés Arthur Rackham (1867-1939) que acompañan a la versión inglesa de las Fábulas, debida a Vernon Stanley-Vernon Jones (1912).”

Y añade que en esta selección “se da entrada a fábulas griegas, claramente atribuibles a Esopo, así como a otras adaptaciones -posteriores a época clásica-, como las griegas de Babrio y las latinas de Fedro. Igualmente se incluyen algunas fábulas transmitidas por la tradición medieval bizantina y occidental, derivadas también de la tradición esópica antigua.”
 
“Esopo, encaramado en un centenar largo de fábulas a él atribuidas, con una biografía de la que nos constan, al menos, tres versiones -una en griego, atribuida al bizantino Máximo Planudes y otra latina medieval-, con un patrimonio de dichos y proverbios, además de una estela multisecular de testimonios sobre él, disfruta justamente de un privilegio similar al de Homero: el de no haber existido nunca. Y es que en ambos casos la inexistencia física del autor significa el reconocimiento de la importancia extraordinaria de la obra que convencionalmente se le atribuyó. En Homero y en Esopo se da la misma paradoja de que, aunque realmente hubieran existido, ni una sola palabra de las transmitidas como suyas puede atribuírseles con certeza”, escribe Bádenas de la Peña en el epílogo -Esópica-, donde analiza la tradición del corpus fabulístico de Esopo y explica algunos de los rasgos estructurales del género: la forma y el estilo, los personajes y el antropomorfismo, el planteamiento y desarrollo de la trama, su dimensión universal y su altura literaria.

Cierra el volumen una breve bibliografía, que “es muy selectiva y se centra en las principales ediciones críticas del texto griego y latino. También se incluyen las principales traducciones al español y un par de monografías importantes sobre la historia de la fabulística griega y latina.” 

Santos Domínguez




 
 

Breviario del olvido

  
 Lewis Hyde.
Breviario del olvido.
Apuntes para dejar atrás el pasado.
Traducción del inglés de Julio Hermoso.
Siruela. Madrid, 2020.

Todo acto de la memoria es un acto del olvido.
Estudiar el yo es olvidarlo.
Soñamos para olvidar.

Son tres de los aforismos que encabezan la primera parte (“Mito. La licuefacción del tiempo”) del Breviario del olvido, de Lewis Hyde, que publica Siruela con traducción de Julio Hermoso.

Subtitulado Apuntes para dejar atrás el pasado, así explica el autor su origen y su sentido:

Hace muchos años, mientras leía sobre las viejas culturas orales donde la sabiduría y la historia no residen en los libros, sino en la lengua, me encontré con un breve comentario que despertó mi curiosidad: «Las sociedades orales», leí, «[conservan] el equilibrio [...] deshaciéndose de los recuerdos que ya no tienen relevancia en el presente». En aquel momento, el objeto de mi interés era la memoria en sí, las maneras tan valiosas en que las personas y las culturas conservan el recuerdo del pasado, pero había aquí una nota en sentido contrario, una nota que incitaba claramente mi propio espíritu de ir a la contra, ya que comencé una serie de álbumes de recortes de otros casos en los que desprenderse del pasado resulta ser, cuando menos, tan útil como preservarlo.
Este libro, fruto tardío de aquellos recortes, ha resultado ser un experimento tanto en el fondo como en la forma. En cuanto al fondo, el experimento pretende poner a prueba la proposición de que el olvido pueda ser más útil que la memoria o, en el ultimísimo de los casos, que la memoria funciona mejor en tándem con el olvido. Alabar el olvido no es, por supuesto, lo mismo que denostar la memoria.

Construida a partir de esos recortes con una enorme variedad de fuentes y multitud de fragmentos de textos desde la antigüedad hasta la modernidad, con meditaciones filosóficas, notas autobiográficas y obras de arte, Hyde explora a través de esta amplia antología textual y gráfica las virtudes de la amnesia como fuerza creativa, su efecto curativo y su valor espiritual.

Y estructura su ensayo en cuatro apartados, en cuatro cuadernos en torno al mito, el yo, la nación y la creación, como él mismo explica: “Las citas, aforismos, anécdotas, relatos y reflexiones que constituyen la materia de este formato episódico las he agrupado en torno a cuatro puntos centrales: la mitología, la psicología personal, la política y el espíritu creativo.”

Imaginación, tiempo y misterio, memoria y olvido, creación y conocimiento recorren las páginas de esta enciclopedia del olvido y la memoria, un libro en el que conviven la tradición occidental y la oriental, los mitos clásicos y el apartheid o textos de Hesíodo y de Borges, de Esquilo y Nabokov:

Memoria y olvido: estas son las facultades de la mente por medio de las cuales somos conscientes del tiempo, y el tiempo es un misterio. Además, hay una larga tradición que sostiene que la mejor manera de concebir la imaginación es hacerlo como algo que funciona mezclando la memoria y el olvido. La creación —la aparición de cosas que antes no había— es también un misterio. Los autores como yo, los que trabajamos muy despacio, hacemos bien en decantarnos por temas de esta índole, temas cuya fascinación tal vez nunca se agote. Estos autores no se limitan a contarnos lo que saben; nos invitan a unirnos a ellos ante los necesarios límites de nuestro conocimiento.

Pessoa lo dijo de esta otra manera a través de Alberto Caeiro en el poema que cierra el libro:

Antes el vuelo del ave, que pasa y no deja rastro,
que el paso del animal, que deja su recuerdo en el suelo.

El ave pasa y se olvida, y así debe ser.
El animal, donde ya no está y por eso de nada sirve,
muestra que ya estuvo, lo que no sirve para nada.
 
Un recuerdo es una traición a la Naturaleza.
Porque la Naturaleza de ayer no es Naturaleza.
Lo que fue no es nada, y recordar es no ver.
 
¡Pasa, ave, pasa, y enséñame a pasar!

Santos Domínguez

06 noviembre 2020

José María Álvarez. Puertas de oro


 José María Álvarez.
Puertas de oro.
Itinerario poético
Edición de Alfredo Rodríguez.
Ars Poética. Oviedo, 2020.

El sueño de la cultura titula Alfredo Rodríguez el prólogo de Puertas de oro, su espléndida antología poética de José María Álvarez que publica Ars Poética. 

Un amplio e intenso prólogo en el que traza una iluminadora “hoja de ruta sobre la persona y la obra de José María Álvarez”. Se leen allí párrafos como este:

 “Este poeta hace suya la escritura como memoria cultural ‒memoria vital y estética‒, con esa voluntad integradora y selectiva de la literatura, en la escala sutil de la belleza. Álvarez se instala en los hitos literarios para volcar en ellos su propia memoria personal en busca de una totalización poética. Es la visión deslumbrada ante el mundo. Porque además, damas bellísimas, ruinas desoladas, noches de Venecia, de Roma o Estambul... desfilan por sus poemas. Hay en Álvarez, siempre, una elección, desde un plano de nobleza, de altura. Los motivos, las pasiones, alusiones, objetos y criaturas de su obra, están marcadas por su sello poético, por su ademán ennoblecedor. La fuerte pasión que como poeta experimenta le lleva a iluminar sus creaciones y, en general toda la realidad, de un esplendor y belleza que las vivifica y exalta. Es esa capacidad de sugestión su poder para descubrirnos y para hacernos descubrir mundos propios y ajenos.”

Memoria cultural y personal, belleza y visión deslumbrada, pasión y excelencia poética son, como destaca ese párrafo, las claves vertebrales de la poesía de José María Álvarez, de la que este volumen ofrece una muestra muy amplia y muy representativa.

Porque, como explica Alfredo Rodríguez, “nunca hasta ahora había dado a la prensa este poeta una antología amplia y rigurosa de toda su obra poética. Los poemas seleccionados en este libro pretenden contagiar el entusiasmo por cuanto late en la vida y en el arte de este poeta auténtico de himno y de hondura.”

Alfredo Rodríguez, que publicó no hace mucho un esclarecedor libro de conversaciones con José María Álvarez, Exiliado en el arte, y conoce como pocos la obra poética del autor de Tósigo ardento, propone en Puertas de oro un Itinerario poético -ese es el subtítulo de esta antología- a través de una significativa selección de textos en los que -como en todos los libros de José María Álvarez- se dan cita las ciudades y los tiempos, los viajes y los días, y el pasado vuelve al presente a través de la evocación y la celebración del placer y de la vida misma

“¿Alguno de los versos que yo he escrito / me sobrevivirá?”, se pregunta el poeta en uno de los poemas finales de esta antología, una generosa recopilación de la que forma parte un poema tan representativo como esta Elegía romana:

 Si alguna vez me pierdo, 
Buscadme en Roma.
Amo tanto Istanbul…
Pero buscadme en Roma.
Deseo más Venezia,
Mi juventud está en París
Y mi corazón es de New York,
Pero buscadme en Roma.
Si alguna vez me pierdo,
Id a Roma, y al atardecer
Salir a pasear sin rumbo fijo.
Me encontraréis mirando la fachada
De algún viejo palacio,
Hablando con cualquiera.
Me alegraré de veros,
Os invitaré a beber
Y recordaremos el pasado.

Porque, como en el aleph borgiano, comparecen en este libro lugares y momentos, personas y personajes, músicos, escritores y pintores, antiguos y modernos, clásicos y postcontemporáneos. Y el culturalismo –nunca decorativo- se hace carne y se convierte en clave cifrada de la elegía, la sátira o la oda, en máscaras y en correlatos metafóricos en los que convergen vida y cultura.

Una fusión de vida y cultura que recorre toda la obra de Álvarez desde las sucesivas ediciones de Museo de cera hasta el más reciente de sus títulos, De una desamparada hermosura, y que sobrevuela también esta magnífica antología en la que se cruzan la naturaleza y la historia, el placer y el tiempo, el culturalismo y el sexo, la ensoñación y el recuerdo, la realidad y la fantasía, la música y el cine, el arte y la literatura.

Con estas palabras resume Alfredo Rodríguez al final de su prólogo la transcendencia de esta poesía: “Excesivo, vehemente, pero siempre capaz de transmitir convicción, Álvarez ha sabido convertir lo que fue un mero decorado prestigioso para una moda literaria fugaz en un mundo propio, desgarrado e intenso. Transporta al lector a ese ámbito de belleza y verdad desde el que la poesía interroga y cuestiona a la realidad. No todos los poetas llegan tan lejos.” 

 Santos Domínguez

 

04 noviembre 2020

David Copperfield

 

 Charles Dickens.
David Copperfield.
Traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez.
Alianza Editorial. Madrid, 2020.

No me resulta fácil distanciarme lo suficiente de este libro, mientras experimento las primeras sensaciones de haberlo terminado, para referirme a él con la compostura que requeriría este encabezamiento formal. Mi interés en el mismo es tan fuerte y reciente, y mi mente está tan dividida entre la satisfacción y el pesar –satisfacción por haber culminado un proyecto tan largo, y pesar por separarme de tantos compañeros que en él quedan–, que corro el peligro de cansar al lector al que tanto estimo con confidencias personales y emociones íntimas.
Además de lo cual, todo lo que podría decir de la historia ya lo he intentado expresar en ella.
Tal vez no interese mucho al lector saber la tristeza con que se deja la pluma al terminar una tarea creativa de dos años de duración, o que un autor siente como si estuviera abandonando una parte de sí mismo en el mundo de las sombras cuando una multitud de las criaturas que pueblan su mente se separan de él para siempre. No obstante, no tengo nada más que decir, a menos que confiese (lo cual podría incluso ser de menos interés) que nadie podrá creer en esta narración al leerla más de lo que yo he creído en ella al escribirla.
Así pues, en lugar de mirar atrás, miraré hacia delante. No puedo cerrar este volumen con mayor agrado que el de desear que llegue el momento en que de nuevo publique mis dos entregas al mes, y con el fiel recuerdo del maravilloso sol y lluvias que han caído sobre estas páginas de David Copperfield y que tan feliz me han hecho.


Con ese prefacio, escrito en Londres en octubre de 1850, se abre la reedición de David Copperfield en El libro de bolsillo de Alianza Editorial con traducción de Miguel Ángel Pérez.

“De todos mis libros, este es el que prefiero. Nadie pondrá en duda que soy un padre afectuoso con todos los hijos de mi imaginación, y que ningún otro progenitor puede querer a su familia con tanta ternura. Pero, como muchos padres afectuosos, tengo un hijo favorito en el fondo de mi corazón. Y su nombre es David Copperfield”, escribía Dickens años después en el prólogo a la edición de 1867 de David Copperfield, la más autobiográfica de sus novelas y la obra que traza una clara línea divisoria en su producción narrativa.

Novela de formación y aprendizaje, narrada en primera persona por un protagonista en el que el autor proyectó algunos recuerdos de su infancia y juventud, plantea el choque entre la inocencia de quien pierde de golpe el paraíso de la infancia y un mundo inhóspito y adverso.

Su mirada al interior del personaje y no sólo a los acontecimientos externos la convierte en un modelo de novela de formación. Y precisamente esa relación entre la forja de la personalidad del joven Copperfield, que tiene que abrirse camino en la vida desde la adversidad, y la trama de los acontecimientos constituye una de las novedades más transcendentales en la forma de escribir novelas de Dickens. Pensando en eso señaló Harold Bloom que con David Copperfield Dickens trazó su retrato del artista adolescente que sirvió de modelo a Joyce y a otros novelistas.

Dickens, que siempre la consideró su novela favorita, la había ido publicando desde mayo de 1849 hasta noviembre de 1850 en diecinueve entregas mensuales ilustradas por "Phiz" que se reunieron revisadas en un volumen a finales de ese mismo 1850. Desde entonces se ha convertido en la obra más celebrada y difundida de Dickens, la más editada y traducida y la que más veces se ha adaptado para el cine y la televisión.

Están en esta novela torrencial todas las claves de la novelística de Dickens: el gusto por el claroscuro en la acción, los sentimientos y los personajes o el difícil y convincente equilibrio de humor y dramatismo. Y a lo largo de sus páginas, magistralmente trabada con episodios en los que se equilibra lo trágico y lo cómico, una galería de personajes inolvidables como la estrafalaria Betsey Trotwoood, la bondadosa Clara Peggoty, el cruel Murdstone y su opresora hermana, el imaginativo Mr. Micawber o la quejosa Mrs. Gummidge, el abogado Mr. Spenlow, el ingenioso y enigmático Steerforth  y su amiga Miss Mowcher o Uriah Heep, el abominable rival amoroso de Copperfield. Y, naturalmente, Agnes:  

Y ahora, al concluir mi tarea, mientras reprimo el deseo de continuar, esto rostros se difuminan. Pero hay otro, un rostro que desprende sobre mí una luz celestial, a través de la cual distingo todos los restantes objetos. Un rostro que está por encima de los demás y más allá de todos ellos. Y que permanece. Vuelvo el rostro y lo veo a mi lado con su belleza serena. La luz de mi lámpara comienza a extinguirse y he escrito hasta muy tarde esta noche, pero esa presencia querida, sin la que nada soy, me hace compañía. 
¡Agnes, alma mía! ¡Que tu rostro esté así a mi lado cuando llegue el verdadero final de mi vida! ¡Que cuando la realidad se desvanezca ante mis ojos, como esas sombras que ahora dejo a un lado, te encuentre todavía a mi lado señalándome el cielo!”

Quedaba abierta con David Copperfield una nueva vía narrativa que daría en los años siguientes obras tan importantes como Casa desolada, Tiempos difíciles, Grandes esperanzas o Nuestro común amigo.

Así comienza su primer capítulo, Nazco:

El que yo resulte ser el héroe de mi propia historia, o ese puesto lo ocupe alguna otra persona, será algo que habrán de mostrar estas páginas. Para comenzar mi vida por el principio, diré que nací, tal y como me han informado y así creo, un viernes a las doce de la noche. Fue de destacar el hecho de que el reloj empezó a dar la hora al mismo tiempo que yo comencé a llorar.
A tenor del día y hora de mi nacimiento, la matrona, así como unas cuantas sabias mujeres del vecindario, que ya sentían un vivo interés por mí meses antes de que hubiese ninguna posibilidad de que llegáramos a conocernos personalmente, afirmaron, en primer lugar, que yo estaba destinado a ser desgraciado en la vida, y, en segundo, que tendría el privilegio de poder ver fantasmas y espíritus, pues creían que ambos dones iban inevitablemente unidos a todos los desdichados infantes de ambos géneros nacidos hacia altas horas de un viernes por la noche.

Releer sus mil doscientas páginas en la magnífica traducción de Miguel Ángel Pérez, que ha acreditado su excelencia como traductor con otras versiones de Dickens y de otros novelistas del XIX como Hardy, Hawthorne o Wilkie Collins, es tarea placentera cuando las noches empiezan a alargarse.

 Santos Domínguez


 

02 noviembre 2020

Lazarillo ilustrado

 
Lazarillo de Tormes.
Ilustraciones de Manuel Alcorlo.
Edición, prólogo y notas de Adrián J. Sáez.
Reino de Cordelia. Madrid, 2020.

Reino de Cordelia sigue ofreciendo estupendas ediciones ilustradas de algunos de los clásicos imprescindibles de la literatura española. Al Quijote, el Buscón, las Sonatas de Valle o Fortunata y Jacinta se suma ahora una cuidada edición del Lazarillo, el texto fundacional de la picaresca, una de las aportaciones de la literatura española a la literatura universal. Y más que eso, probablemente la primera novela moderna, en la que el personaje va evolucionando, aunque aquí sea para mal, en función de los acontecimientos.

Porque el Lazarillo es el relato autobiográfico en forma epistolar (“Y pues Vuestra Merced escribe se le escriba...”) del proceso de degradación de un narrador-personaje que, más que dar “entera noticia de mi persona”, justifica en un alarde de cinismo cómo ha llegado a “la cumbre de toda buena fortuna” como pregonero en Toledo después de casarse con la mujer que estaba amancebada con el arcipreste de San Salvador.

Ese antihéroe degradado, que ha aprendido de sus amos que el motor del mundo es el engaño y la apariencia y ha salido alumno aventajado en esa materia, no era la única novedad que aportaba el Lazarillo al panorama narrativo de mediados del siglo XVI. Había allí también, para sorpresa de sus primeros lectores, una ruptura con el mundo idealizado de las narraciones pastoriles o caballerescas, un tiempo próximo y unos caminos cercanos por los que recordaba haber discurrido el narrador protagonista en su peculiar camino de perdición y de medro entre Salamanca y Toledo, había una visión amarga del mundo, una crítica indisimulada de ciertas formas de religiosidad y una denuncia de los comportamientos y usos sociales de la época.

Y lo más importante desde el punto de vista de la constitución de la novela moderna: había allí un personaje que, a diferencia de los héroes planos de las novelas de caballerías, tan planos como héroes que lo son casi desde antes de nacer, o de los pastores de las églogas, no está hecho al comienzo de su vida narrativa.
 
Más que su humilde origen o los dudosos antecedentes familiares de sus padres poco ejemplares, serán las circunstancias sobrevenidas y vividas las que moldeen el carácter de Lázaro y le conviertan en ese narrador que nada tiene que ver con el niño inocente que dio con su cabeza en el toro de piedra del puente sobre el Tormes y que ahora da explicaciones a un superior sobre los rumores deshonrosos que circulan en Toledo sobre su mujer.

Ese irse haciendo en las páginas del libro supone un cambio decisivo que marca un antes y un después en la historia de la narrativa europea, el comienzo de una nueva forma de concebir la novela. De ahí la importancia y la transcendencia de esta novela a la que le sienta bien el anonimato, casi una exigencia interna del modo autobiográfico que finge en su planteamiento narrativo.

Cerca de medio centenar de ilustraciones de Manuel Alcorlo iluminan algunos de los pasajes esenciales de esta novela imprescindible y corrosiva, que se publica con edición, prólogo y notas de Adrián J. Sáez, que escribe en su introducción.

“La cosa tiene mucho de autobiografía tempranera, Bildungsroman y relato divertido donde los haya, pero quizá una marca de fuego del Lazarillo sea que es una novelita repleta de problemas: el lío comienza con el baile de la autoría, se enreda con una serie de ambigüedades, y, por si fuera poco, se complica con las ediciones del texto, para romperse finalmente en mil pedazos con interpretaciones y lecturas para todos los gustos. Por de pronto, todas estas cuestiones —y muchas otras más— dan fe de la riqueza del mundo que se encierra en una historieta de apariencia tan ligera y simple que está en el origen del género picaresco y ha cautivado a lectores de todo pelo desde el siglo XVI hasta el siglo XXI: baste pensar en Eduardo Mendoza, pícaro por excelencia de la novela española contemporánea que salpimienta sus relatos con toques apicarados.”

Santos Domínguez



30 octubre 2020

Ocnos. Variaciones sobre tema mexicano

 
 Luis Cernuda.
Ocnos.
Variaciones sobre tema mexicano.

Introducción de Antonio Rivero Taravillo .
Alianza editorial. Madrid, 2020. 

“En paralelo a la obra en verso recogida en La Realidad y el Deseo, que fue nutriéndose de sucesivas entregas, Cernuda fue escribiendo a partir de 1940 y hasta 1961, poco antes de morir, poemas en prosa recogidos en Ocnos y en Variaciones sobre tema mexicano, libros que, como los de verso, deseaba a su vez que se publicaran juntos, confirmando la intención de aglutinar en dos bloques su obra creativa de carácter no narrativo, según esta adoptara una forma u otra”, escribe Antonio Rivero Taravillo en la introducción -”Cernuda y el poema en prosa”- con la que presenta la edición de Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano en El libro de bolsillo de Alianza editorial. 
 
Poco antes de su muerte, Luis Cernuda dejó preparada la tercera edición de Ocnos. Para la contracubierta de aquella edición, que aparecería, ya póstuma, en México, en 1963, escribió estas líneas: 

“Hacia 1940 y en Glasgow (Escocia), comenzó L.C. a componer Ocnos, obsesionado entonces con recuerdos de su niñez y primera juventud en Sevilla, que entonces, en comparación con la sordidez y fealdad de Escocia, le aparecían como merecedores de conmemoración escrita, y al mismo tiempo, quedaran así exorcizados. El librito creció (no mucho), y la búsqueda de un título ocupó al autor hasta hallar en Goethe mención de Ocnos, personaje mítico que trenza los juncos que han de servir de alimento a su asno. Halló en ello cierta ironía sarcástica agradable, se tome al asno como símbolo del tiempo que todo lo consume, o del público, igualmente inconsciente y destructor.”

Este es el fragmento de un artículo de Goethe, que Cernuda incorporó como pórtico, del que toma su título el libro: “Cosa tan natural era para Ocnos trenzar sus juncos como para el asno comérselos. Podía dejar de trenzarlos, pero entonces, ¿a qué se dedicaría? Prefiere por eso trenzar los juncos, para ocuparse en algo; y por eso se come el asno los juncos trenzados, aunque si no lo estuviesen habría de comérselos igualmente. Es posible que así sepan mejor, o sean más sustanciosos. Y pudiera decirse, hasta cierto punto, que de este modo Ocnos halla en su asno una manera de pasar el tiempo.”

El libro fue creciendo -“no mucho”, como señalaba Cernuda- desde la primera edición, que apareció en Londres en 1942, con treinta y un poemas, hasta los sesenta y tres de la edición definitiva. 

Antes de esa versión definitiva, en 1949, había aparecido una segunda edición ampliada en Madrid, con cuarenta y seis poemas. Y entre esa edición y la mexicana de 1963 Cernuda había publicado otro libro de prosa poética, Variaciones sobre tema mexicano, que el autor deseaba reunir en un solo volumen con Ocnos, como se viene haciendo habitualmente desde los años setenta y como se presenta en esta nueva edición. 

Desde la soledad y el malestar del desterrado en un Glasgow desagradable y feo, ese primer Ocnos se trenzaba sobre la evocación del paraíso perdido de la infancia en una Sevilla que Cernuda no nombra, porque pertenece al territorio intemporal del mito, como explicaría en El poeta y los mitos: 
 
Que tú no comprendieras entonces la casualidad profunda que une ciertos mitos con ciertas formas intemporales de la vida, poco importa: cualquier aspiración que haya en ti hacia la poesía, aquellos mitos helénicos fueron quienes la provocaron y la orientaron. Aunque al lado no tuvieses alguien para advertirte del riesgo que así corrías, guiando la vida, instintivamente, conforme a una realidad invisible para la mayoría, y a la nostalgia de una armonía espiritual y corpórea rota y desterrada siglos atrás entre las gentes.

Infancia recreada por la memoria en evocaciones que recuperan el tiempo perdido de la niñez y la juventud. Lo expresaba así el poeta al final de Jardín antiguo, uno de los textos más representativos del conjunto: 
 
Se atravesaba primero un largo corredor oscuro. Al fondo, a través de un arco, aparecía la luz del jardín, una luz cuyo dorado resplandor tenía de verde las hojas y el agua de un estanque. Y ésta, al salir afuera, encerrada allá tras la baranda de hierro, brillaba como líquida esmeralda, densa, serena y misteriosa.
Luego, estaba la escalera, junto a cuyos peldaños había dos altos magnolios, escondiendo entre sus ramas alguna estatua vieja a quien servía de pedestal una columna. Al pie de la escalera comenzaban las terrazas del jardín.
Siguiendo los senderos de ladrillos rosáceos, a través de una cancela y unos escalones, se sucedían los patinillos solitarios, con mirtos y adelfas en torno de una fuente musgosa, y junto a la fuente el tronco de un ciprés cuya copa se hundía en el aire luminoso.
En el silencio circundante, toda aquella hermosura se animaba con un latido recóndito, como si el corazón de las gentes desaparecidas que un día gozaron del jardín palpitara al acecho tras de las espesas ramas. El rumor inquieto del agua fingía como unos pasos que se alejaran.
Era el cielo de un azul límpido y puro, glorioso de luz y de calor. Entre las copas de las palmeras, más allá de las azoteas y galerías blancas que coronaban el jardín, una torre gris y ocre se erguía esbelta como el cáliz de una flor.
***
Hay destinos humanos ligados con un lugar o con un paisaje. Allí en aquel jardín, sentado al borde de una fuente, soñaste un día la vida como embeleso inagotable. La amplitud del cielo te acuciaba a la acción; el alentar de las flores, las hojas y las aguas, a gozar sin remordimientos. Más tarde habrías de comprender que ni la acción ni el goce podrías vivirlos con la perfección que tenían en tus sueños al borde de la fuente. Y el día que comprendiste esa triste verdad, aunque estabas lejos y en tierra extraña, deseaste volver a aquel jardín y sentarte de nuevo al borde de la fuente, para soñar otra vez la juventud pasada.


A ese mismo lugar regresaría Cernuda en El patio, de Variaciones sobre tema mexicano, para afirmarse en la infancia no como vía huida de la realidad, sino como clave explicativa del presente. Por eso Rivero Taravillo resalta el carácter revelador de este párrafo: 

El hombre que tú eres se conoce así, al abrazar ahora al niño que fue, y el existir único de los dos halla su raíz en un rinconcillo secreto y callado del mundo. Comprendes entonces que al vivir esta otra mitad de la vida acaso no haces otra cosa que recobrar al fin, en la presente, la infancia perdida, cuando el niño, por gracia era ya dueño de lo que el hombre luego, tras no pocas vacilaciones, errores y extravíos, tiene que recobrar con esfuerzo.

Esa prosa evocadora, limpia y transparente, marca el estilo de Ocnos desde el texto inicial, La poesía: 
 
En ocasiones, raramente, solía encenderse el salón al atardecer, y el sonido del piano llenaba la casa, acogiéndome cuando yo llegaba al pie de la escalera de mármol hueca y resonante, mientras el resplandor vago de la luz que se deslizaba allá arriba en la galería, me aparecía como un cuerpo impalpable, cálido y dorado, cuya alma fuese la música.
¿Era la música? ¿Era lo inusitado? Ambas sensaciones, la de la música y la de lo inusitado, se unían dejando en mí una huella que el tiempo no ha podido borrar. Entreví entonces la existencia de una realidad diferente de la percibida a diario, y ya oscuramente sentía cómo no bastaba a esa otra realidad el ser diferente, sino que algo alado y divino debía acompañarla y aureolarla, tal el nimbo trémulo que rodea un punto luminoso.
Así, en el sueño inconsciente del alma infantil, apareció ya el poder mágico que consuela de la vida, y desde entonces así lo veo flotar ante mis ojos: tal aquel resplandor vago que yo veía dibujarse en la oscuridad, sacudiendo con su ala palpitante las notas cristalinas y puras de la melodía.


Poesía y música unidas en ese texto inicial, que abre un círculo que se cierra con el texto final de Ocnos, El acorde, donde “el instante queda sustraído al tiempo, y en ese instante intemporal se divisa la sombra de un gozo intemporal, cifra de todos los gozos terrestres, que estuvieran al alcance. Tanto parece posible o imposible (a esa intensidad del existir qué importa ganar o perder), y es nuestro o se diría que ha de ser nuestro. ¿No lo asegura la música afuera y el ritmo de la sangre adentro?”

Meditación y memoria, evocación y pensamiento, autobiografía mítica y sentimiento transfigurado en mito. Esas son algunas de las claves tonales y compositivas de un libro que articulan dos motivos centrales, el agua y la luz. 

Construido según la pauta musical del tema y las variaciones, Variaciones sobre tema mexicano, con idéntico número de textos -treinta y uno- que la primera edición de Ocnos, representa la recuperación de lo perdido, es la feliz consecuencia del reencuentro de Cernuda con el sur y con la lengua española, a la que dedica la primera de las variaciones: 
 
-Tras de cruzada la frontera, al oír tu lengua, que tantos años no oías hablada en torno, ¿qué sentiste?
-Sentí como sin interrupción continuaba mi vida en ella por el mundo exterior, ya que por el interior no había dejado de sonar en mí todos aquellos años.
*
La lengua que hablaron nuestras gentes antes de nacer nosotros de ellos, ésa de que nos servimos para conocer el mundo y tomar posesión de las cosas por medio de sus nombres, importante como es en la vida de todo ser humano, aún lo es más en la del poeta. Porque la lengua del poeta no sólo es materia de su trabajo, sino condición misma de su existencia.
Y si la primera palabra que pronunciaron tus labios era española, y española será la última que de ellos salga, determinadas precisa y fatalmente por esas dos palabras primera y postrera, están todas las de tu poesía. Que la poesía, en definitiva, es la palabra.


“Así soldadas ambas obras en este libro dual pero único escrito a lo largo de veintiún años -concluye Rivero Taravillo su introducción-, la vida de Cernuda cobra sentido de manera admirable no solo por el valor intrínseco de los poemas en prosa, sino por la hondura de su meditación y la altura de su estilo transparente, exacto, que, lejos de eludir el sentimiento, lo refuerza, tiñéndolo además de reflexiones como en la mejor poesía metafísica.”

Santos Domínguez


 

28 octubre 2020

Poder del sueño. Relatos antiguos y modernos

 

 
Poder del sueño.
Relatos antiguos y modernos
reunidos y presentados por Roger Caillois.
Traducción de Mauro Armiño.
Atalanta. Gerona, 2020.

“El misterio del sueño nace del hecho de que esta fantasmagoría, en la que el durmiente no puede nada, ha salido sin embargo por entero de su imaginación”, escribía Roger Caillois en el prólogo de Poder del sueño, la antología de relatos antiguos y modernos en torno al tema del sueño que publicó en 1962 que publicó en 1962 y que permanecía inédita en castellano hasta ahora.

Antaño, cuenta Zhuangzi, fui una noche una mariposa que revoloteaba contenta con su destino. Luego me desperté siendo Zhuangzi. ¿Quién soy en realidad? ¿Una mariposa que sueña que es Zhuangzi? ¿O Zhuangzi que imagina que fue mariposa?

Ese relato -El filósofo-mariposa- de alcance metafísico, de Zhuangzi, escritor taoísta que murió hacia el 275 a. C., es uno de los textos que forman parte de la primera de las dos secciones -Dialécticas chinas- en las que Roger Caillois organizó su espléndida antología de relatos oníricos antiguos y modernos que se abre con esos textos orientales porque “la inagotable literatura china [..] parece haber explorado de forma sistemática los problemas planteados por el sueño.”

Como en el sueño del rey mendigo, de la leyenda de Buda o en el cambio de actitud de Segismundo en La vida es sueño, tan característica de la mentalidad barroca que hizo del sueño una de sus imágenes del mundo, lo soñado se confunde allí con la realidad porque a veces es una línea muy fina la que separa el sueño de la vigilia. 
 
Así lo explicaba Caillois en el prólogo: “Dado que en todo momento del sueño el durmiente no sabe que sueña e incluso está convencido de estar despierto, es evidente que no hay ningún momento en el que quien se cree despierto no deba dejar subsistir en él la sospecha de que tal vez está soñando.”

Aunque no forman parte de la antología, Caillois reproduce en el prólogo textos como la Historia de los dos que soñaron, de Las mil y una noches, otros de carácter profético como el sueño mesopotámico de Asurbanipal o sueños hipnóticos, como el del Deán de Santiago y don Illán de Toledo, el magistral cuento de don Juan Manuel.

Porque -afirma Caillois- “desde la más alta antigüedad las imágenes de los sueños han parecido ocultar un sentido a la vez misterioso y accesible, que un intérprete competente debía ser capaz de elucidar. De ahí las innumerables «claves de sueños», léxicos destinados a descifrar sus mensajes insólitos y desconcertantes.”

De esas imágenes se nutre esta antología, que en su segunda parte reúne textos sobre El sueño en la literatura, veinte relatos de la tradición occidental desde Apuleyo hasta el siglo XX para completar un largo recorrido a lo largo de dos mil quinientos años y un itinerario por diversas épocas y culturas, desde las antiguas narraciones chinas hasta Borges o Cortázar pasando por Poe y Nabokov.

En muchos de esos relatos conviven el sueño y lo fantástico, que comparten un territorio común de irracionalidad y misterio, de solitaria experiencia intransitiva, porque “nada más personal que un sueño, nada que encierre más a un ser en la soledad irremediable, nada más reacio a ser compartido. En la realidad, todo es experimentado en común. El sueño, por el contrario, es una aventura que el soñador ha vivido solo y del que únicamente él puede acordarse: mundo estanco, impermeable, que excluye la menor comprobación. De ahí la tentación de imaginar a dos o a varias personas, o incluso a una multitud, soñando el mismo sueño, o sueños paralelos, o sueños complementarios. Entonces los sueños se corroboran, se ajustan como piezas de un puzle, adquieren así la misma densidad, la misma estabilidad que las percepciones de la vigilia, son verificables como éstas, mejor que éstas, crean vínculos entre los seres, unos vínculos extraños, secretos y estrechos, decisivos.”

Sobre uno de esos sueños paralelos y simétricos se construye el relato de Kipling (El chico de los matojos) que recoge esta antología junto con clásicos del cuento como La muerta enamorada, de Théophile Gautier; Un incidente en el puente del Owl Creek, de Ambrose Bierce, o Everything and nothing, de Borges.

Casi sesenta años después de su primera edición en 1962, cuidada por Roger Caillois, Atalanta rescata este Poder del sueño y lo publica por primera vez en castellano con traducción de Mauro Armiño.

Santos Domínguez

26 octubre 2020

La Edad de Oro

 
 
 Francisco Martínez Cuadrado.
La Edad de Oro.
Renacimiento. Sevilla, 2020.

“Para Martínez Cuadrado, la Edad de Oro comienza con una conversación y finaliza con una muerte”, escribe Juan Lamillar en el prólogo -“Retablo áureo”- que ha escrito para presentar La Edad de Oro, el ensayo de Francisco Martínez Cuadrado que publica Renacimiento en su colección Biblioteca Histórica.

Como “un grandioso retablo”, “erudito y ameno” lo describe acertadamente el prologuista. Un retablo de varios cuerpos -renacentista uno, barroco el otro- en los que se refleja la intrahistoria de la literatura áurea y el entorno social sobre el que desarrollaron su obra “los doce grandes”, de Garcilaso a Gracián, de Santa Teresa a Calderón, pasando por Fray Luis y Herrera, San Juan de la Cruz y Cervantes, Lope y Tirso o Góngora y Quevedo.

Las relaciones con el poder, con instituciones como la Iglesia y la monarquía o el mecenazgo de los nobles son aspectos fundamentales de este panorama global de la literatura del Siglo de Oro que se subtitula Vida, fortuna y oficio de los escritores españoles en los siglos XVI y XVII.

Un libro que aborda la literatura y sus contextos sociales y económicos o su dimensión cultural y estética a través de la importancia de mecenas como el conde de Lemos, el más generoso de todos, que protegió a Cervantes, o del duque de Sessa, que apoyó a Lope o de los varios nobles, sobre todo el duque de Medinaceli, que ayudaron a Quevedo; las academias sevillanas, madrileñas y valencianas y las justas literarias; los procesos de transmisión, publicación y recepción de los textos por un reducido público lector, de la literatura oral al manuscrito y del manuscrito a la imprenta; los decisivos viajes a Italia de autores como Garcilaso, Cervantes, Aldana o Quevedo.

Desde la conversación en Granada de Boscán y Navagero en 1526 a la muerte en 1581 de Calderón, el último gran nombre de la Edad de Oro, seis generaciones de escritores entre el Renacimiento y el Barroco, pasando por la transición manierista, un retablo de ascetas y místicos, pícaros y cortesanos, soldados y eclesiásticos con un fondo de rivalidades entre autores en una época en la que Garcilaso y Fray Luis o Quevedo murieron sin que se hubiera editado sus versos, que circularon manuscritos y se publicaron póstumos.

Una síntesis panorámica en la que junto a esos doce poetas, novelistas y dramaturgos aparecen mujeres escritoras como María de Zayas o sor Juana Inés de la Cruz y junto con la protección de los reyes, la nobleza o la iglesia se analizan los mecanismos de censura y la poderosa sombra de la Inquisición.

Por eso, tras una reconstrucción pormenorizada del proceso inquisitorial contra Fray Luis de León, Martínez Cuadrado cierra su ensayo con estos dos párrafos: 

No quisiera concluir este recorrido por la Edad de Oro con el sabor amargo de los tristes sucesos que acabamos de relatar. Enemigo como soy por igual de leyendas negras y leyendas rosas, he intentado presentar a estos hombres y a los tiempos que les cupo vivir con sus luces y sus sombras. Nada de ello debe empañar el asombroso logro artístico y literario que llevaron a cabo. Medio milenio se cumple del comienzo de aquella era prodigiosa y aún podemos saborear su literatura en la misma lengua en la que se concibió y escribió y que todavía sigue siendo la nuestra en las dos orillas del Océano.
Cierto que no era oro todo lo que brillaba en aquellos años, pero, en lo que a las letras se refiere, podemos afirmar que fue más el metal que la ganga y, si hablamos de literatura, bien que nos atreveríamos a decir con Don Quijote: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados…” 
 
Santos Domínguez




23 octubre 2020

Antonio Colinas. En los prados sembrados de ojos

 
Antonio Colinas.
En los prados sembrados de ojos.
Siruela. Madrid, 2020.


Tú que hiciste de la ciudad muerta una oración.
Tú que ofrendaste a la mar que mira hacia Grecia
la nieve azul de tus ojos
para borrar definitivamente de tu alma
la historia de los bárbaros.
Tú que al final ofrendaste el silencio de tus palabras
para que solo hablase la música de los templos,
¿ahora para qué hablar en un tiempo vacío?
[...]
Cegado por excesiva luz huiste de la vida
hacia el horizonte de los manicomios criminales.
¿Y ahora estás contemplando las tinieblas moradas
o acaso otra luz que es más luz?
Miro la turbulenta mar verde y rabiosa,
la sembrada de diamantes adriáticos,
la que pudre la carne de los cuerpos más bellos.
Y detrás de los palacios moribundos,
de la sabiduría moribunda de este tiempo,
me responde una sublime música
que todavía no muere,
que todavía no muere.

 Esas son las estrofas que abren y cierran la Ofrenda a Ezra Pound que aparece en el último libro de Antonio Colinas, En los prados sembrados de ojos, que acaba de publicar Siruela.

Organizado en seis partes que responden a seis mundos, a seis culturas, a seis miradas que se extienden desde el Extremo Oriente hasta el Mediterráneo, sus versos surgen de la indagación en lo trascendente y en el fulgor de la belleza y reafirman el diálogo renovado con la tradición que ha caracterizado la trayectoria poética de Antonio Colinas.

Una trayectoria que se proyecta sobre un diálogo entre sus raíces leonesas (el paisaje y las tradiciones de Castra Petavonium), el mundo mediterráneo (Italia, Grecia, Ibiza) y el pensamiento oriental a través de una palabra que es búsqueda y deseo de ir más allá en el conocimiento de la realidad y de sí mismo, hacia las cimas de profundidad y de transcendencia de la palabra inspirada.

En los prados sembrados de ojos es una nueva etapa de ese largo viaje hacia la armonía y la luz, hacia la desnudez expresiva y la depuración de un lenguaje esencial, hacia el conocimiento a través de la razón poética que se produce en la última etapa de la poesía de Colinas, a la que pertenecen obras esenciales como el Libro de la mansedumbre, Desiertos de la luz o Canciones para una música silente.

Son libros en los que se resuelve en síntesis poética la armonía de sentimiento y pensamiento, de tradición oriental y humanismo, de clasicismo y romanticismo, de ética y estética, de filosofía y mística a través de un diálogo cada vez más resuelto con lo sagrado y con ese alto voltaje emocional que Pound le exigía a la palabra poética.

Escritura y vida, emoción y reflexión, música y mirada, misterio y armonía,  se armonizan en una poesía que explora el tiempo y su símbolos, ahonda en la dimensión moral de la estética y aspira a la revelación de una realidad superior a través de la palabra poética inspirada y de una concepción a la vez órfica y meditativa de la poesía como forma privilegiada de conocimiento.

Así lo explicaba el propio Colinas en La plenitud consciente, el volumen de conversaciones con Alfredo Rodríguez:

“La poesía trasciende la realidad que los ojos ven. Puede poetizarse sobre la realidad evidente, pero al poeta le está destinado el metamorfosearla e ir más allá de ella. Por eso, hablamos de testimoniar sobre una “realidad trascendida”. Lo dicho: hay tantas Poéticas auténticas como poetas auténticos, pero el grado o afán de trascendencia es algo imprescindible en la mejor poesía de siempre.”

Lo sagrado y lo profano, el amor y el tiempo, la oda y la elegía, el arte y la naturaleza son los temas y las actitudes en que se encauza la intensidad verbal y emocional de una poesía serena que nace de una mirada cada vez más profunda, más interior, más despojada y verdadera, de un viaje hacia el hondo centro de sí mismo, como el poeta Li Bai al que el emperador le regala un caballo:

Al fin sabrás que solo tus amigos
serán las nubes, los ríos, tu cabaña
al claro de la luna.
Toma esta daga, toma
esta flecha y toma este cuchillo.
Son armas de luz pura, son
para que te defiendas de la envidia
de tantos enemigos.

Daga, flecha, cuchillo
tan solo son este caballo negro
que yo te ofrezco ahora.
Es para que a lomos de él
puedas huir
de esa fama por la que los demás
te adoran o difaman.
Es para que huyas
cabalgando hacia el centro,
hacia lo más hondo de ti mismo,
donde habita la paz
que ya no te da el vino.

Santos Domínguez



21 octubre 2020

Henry James. Hawthorne

 Henry James.
Hawthorne.
Traducción de Justo Navarro.
Pre-Textos. Valencia, 2020.
 
Será necesario, por distintas razones, dar a este breve esbozo la forma del ensayo crítico más que la de una biografía. Los datos para una vida de Nathaniel Hawthorne son todo lo contrario de copiosos y, aunque fueran abundantes, no serían de mucha utilidad para los propósitos del biógrafo. La carrera de Hawthorne quizás sea la más tranquila y sin incidentes que pueda caerle en suerte un hombre de letras. Fue, de un modo casi sorprendente, pobre en acontecimientos y en lo que podríamos llamar calidad dramática. Pocos hombres de igual genio e igual inminencia habrán llevado una vida tan sencilla.

Así comienza Henry James su Hawthorne, que acaba de aparecer espléndidamente editada por Pre-Textos con una estupenda traducción de Justo Navarro.

Lo publicó en 1879, quince años después de la muerte del autor de La letra escarlata. Así resume su trayectoria y su significación como el mejor representante de la literatura norteamericana:

Los acontecimientos literarios tampoco fueron numerosos. Si nos atenemos a la cantidad, Hawthorne produjo poco: su obra consiste en cuatro novelas y el fragmento de otra que no pudo terminar, cinco volúmenes de relatos, una colección de artículos y un par de libros de cuentos para niños. Y, sin embargo, vale la pena hablar del hombre y el escritor. Al margen de su destino personal, importa porque fue el más precioso y eminente representante de una literatura. Quizá sea cuestionable la importancia de esa literatura, pero en todo caso, en el campo de las letras, Hawthorne es el más alto ejemplo del genio americano. Tal genio no ha sido, en su conjunto, de naturaleza literaria; pero Hawthorne fue, dentro de sus limitaciones, un maestro de la expresión.

Desde Europa, a donde había llegado tres años antes, Henry James escribió este ensayo por encargo, pero con indisimulado fervor por la mayor parte de la obra de Hawthorne, cuya influencia es evidente sobre el James más introspectivo y simbólico, que destaca la lucidez y la ironía del biografiado con estas palabras:

Hawthorne es, en gran medida, un escritor irónico, rasgo que constituye parte de su encanto, e incluso, podría decirse, parte de su lucidez; pero no es ni amargo ni cínico, y pocas veces se le podría considerar trágico. Es verdad que han existido narradores de espíritu más alegre y ligero; han existido observadores más divertidos, aunque, en su conjunto, los observaciones de Hawthorne disimulen una sonrisa con más frecuencia de lo que en principio pudiera parecer. Pero pocas veces ha existido un observador más sereno, menos perturbado por lo que ve, menos dispuesto a cuestionar el fondo de las cosas.

Los relatos agrupados en Cuentos narrados dos veces y en Musgos de una vieja casa parroquial, las tres novelas americanas -La granja de Blithedale, La letra escarlata y La casa de los siete tejados-, o los autobiográficos y póstumos Cuadernos americanos y europeos- son analizados de forma tan meticulosa como brillante por el armirable lector Henry James en un ensayo que vincula sutilmente la biografía y la escritura de Hawthorne a través del ambiente de Nueva Inglaterra: “El aire frío y radiante de Nueva Inglaterra –escribe James- parece soplar en las páginas de Hawthorne, que son, en opinión de muchos, el medio más agradable para conocer esa atmósfera tonificante [...] La obra de Hawthorne tiene todo el sabor de su tierra: su aroma remite al sistema social en el que existe.”
 
Hawthorne había nacido en Salem, al lado de una casa de estilo colonial del XVII en la que situaría la acción de una de las mejores novelas del siglo XIX, una casa de siete tejados que acabaría convirtiéndose en el centro de una historia de fantasmas y maldiciones y de una trama en la que se cruzan la ambición, la culpa y la venganza. 
 
Y además de destacar ese sabor local, además de un profundo y perspicaz análisis de las tramas, los ambientes y los personajes de Hawthorne, Henry James pone en primer plano la lección moral de su literatura:

Tiene el mérito de habernos dictado una lección moral: la lección de que el arte sólo florece donde el suelo es profundo, de que se necesita mucha historia para producir una pequeña cantidad de literatura, de que se requiere una maquinaria social compleja para poner en marcha a un escritor.

James escribió sobre Stevenson, Balzac, Flaubert o Zola, pero este es su ensayo más largo en torno a un novelista y sus siete capítulos siguen siendo el mejor acercamiento a la vida y la obra de quien, cuarenta años mayor que él, se había convertido ya en uno de los fundadores de la narrativa norteamericana.
 
No fue el primer narrador que escribió admirativamente sobre Hawthorne. En 1837, cuarenta años antes que Henry James, Poe escribió en el Graham’s Magazine este elogio en una reseña de sus cuentos: “Los relatos de Hawthorne pertenecen a la región más elevada del arte, un arte sometido al genio de un orden sublime.” 

James da en este libro no sólo una lección de crítica. Su Hawthorne es una lección de literatura que cierra con este párrafo:

Fue un genio excepcional, instintivo, original, y su vida, de un modo singular, estuvo exenta de preocupaciones mundanas y de propósitos vulgares. Había sido tan puro, sencillo, tan poco sofisticado como su obra. Dedicó su vida, esencialmente, al cariño hacia los suyos, con una ternura poco usual; y luego -sin ambiciones, pero con una gran devoción- a su delicioso arte. Su obra perdurará; es demasiado original y exquisita para caer en el olvido; siempre tendrá un lugar entre los dedicados a la imaginación. Nadie ha tenido su visión de la vida, y nadie ha encontrado una forma literaria que expresara mejor esa visión. No era un moralista, y no sólo fue un poeta. Los poetas son menos ligeros, más densos, en cierto sentido más ricos. Los poetas son menos tajantes, más responsables. Unía, de manera singular, la espontaneidad de la imaginación y una atención obsesiva a los problemas morales. La conciencia humana fue su tema, pero la veía a través de una fantasía creativa que, por su misma esencia, le añadía interés y, casi me atrevería a decir, importancia.

Santos Domínguez

19 octubre 2020

Antonio Pau. Herejes

 
Antonio Pau.
Herejes.
Trotta. Madrid, 2020.


“En una época como la nuestra, en que hay temor de expresar lo que se salga del pensamiento único y en que la conducta se procura mantener en el cauce de lo políticamente correcto, los herejes son un modelo. Un auténtico modelo de comportamiento social. Herejía deriva del griego haíresis, que significa opinión, creencia, criterio. Todas esas cosas las tuvieron los herejes. Y además tuvieron el valor de decir lo que pensaban y de morir por sus ideas. A muchos de ellos les hubiera resultado fácil retractarse en el último momento y librarse de la cárcel o la muerte, pero no lo hicieron, porque lo que pensaban lo pensaban con honradez, y no se traicionaron a sí mismos”, afirma Antonio Pau en el prólogo de Herejes, el volumen publicado por Trotta que reúne veintidós perfiles de disidentes descritos por la prosa precisa y elegante del admirable humanista y polígrafo que ha dejado en esta misma editorial memorables traducciones de la poesía de Rilke, sobre el que ha escrito la biografía más completa que existe en español.

Y precisamente sobre la relación profunda entre Rilke y uno de estos herejes, el Maestro Eckhart, gira uno de los capítulos centrales de este volumen, “El Maestro Eckhart, inspirador de Rilke”, donde se lee este párrafo:

“Eckhart fue un místico, aunque un místico sin visiones. El lenguaje místico es escandaloso, porque habla de Dios con la lengua de los poetas. Sometida la palabra poética al rigor conceptual de los teólogos, el resultado es nefasto: solo ven disparates. Sin embargo, a los místicos los entienden muy bien los poetas. Eso sucedió sucedió con Rilke respecto de Eckhart.”

De Marción de Sínope, fundador de una iglesia asentada sobre su idea de un Dios bueno neotestamentario, a Janet Horn, la bruja que se calentaba las manos en su propia hoguera, pasando por Miguel Servet cuando sube a la colina de Champel o por Miguel de Molinos en la oficina de la nada, veintidós viñetas narrativas en las que -anuncia Pau en su prólogo- “se esboza la vida y el pensamiento de veintidós herejes. ¿Por qué veintidós? Quizá porque veintidós fueron las vidas imaginadas por Marcel Schwob, con las que este libro está remotamente emparentado. Sólo remotamente: aunque parezcan fantásticas e inverosímiles, las vidas de estos veintidós herejes son absolutamente reales. Pero de esa realidad que, como tantas veces, se aproxima la ficción.”

Vidas como la de Valentín el Gnóstico y su existencialismo en medio de un mundo hostil, en un abismo desde el que levanta la mirada hacia la bóveda estrellada; la de Joviniano, monje casamentero, o la de Pelagio con su confianza en el libre albedrío. 

Herejes como Vigilancio, que criticó el culto a las reliquias, de quien San Jerónimo, que lo llamó burlescamente Dormitancio, decía que escribió sus libros borracho; Arnau de Vilanova, médico y teólogo, que estuvo en la cabecera del moribundo Pedro III de Aragón. También médico y teólogo era Miguel Servet, sentenciado a la hoguera por Calvino.

Vidas calladas y secretas, como la del jerónimo judío fray Diego de Marchena, que “una tórrida tarde de agosto de 1485 subió, en alma y humo, a los cielos”, o la culta costurera toledana Isabel de la Cruz y su práctica del dejamiento, que la aproxima al desapego y la contemplación del quietismo de Molinos.

Vidas vagantes y extravagantes, como la del rector Bodenstein, que abandonó la universidad para trabajar como mozo de cuerda; o la del visionario Jacob Böhme, que influyó en los románticos alemanes, en especial en el Novalis de los Himnos a la noche

Personajes que fueron un paso más allá de la mera heterodoxia o por su activismo militante o por la radicalidad de sus propuestas. Así destaca Antonio Pau su importancia:

Los herejes, los disidentes del pensamiento común, obligan a poner en duda las ideas generalmente admitidas que sobreviven en muchos casos por inercia. Los disidentes mejoran el pensamiento del que disienten. Quizá por esa razón escribió san Pablo: “Conviene que haya herejes.” [...] Es bueno que haya rebeldes, que haya contradictores, que haya disconformes, que haya discordantes, que haya insatisfechos, que haya discrepantes. Porque hacen mejorar a la sociedad entera.


Santos Domínguez