En los prados sembrados de ojos.
Siruela. Madrid, 2020.
Tú que hiciste de la ciudad muerta una oración.
Tú que ofrendaste a la mar que mira hacia Grecia
la nieve azul de tus ojos
para borrar definitivamente de tu alma
la historia de los bárbaros.
Tú que al final ofrendaste el silencio de tus palabras
para que solo hablase la música de los templos,
¿ahora para qué hablar en un tiempo vacío?
[...]
Cegado por excesiva luz huiste de la vida
hacia el horizonte de los manicomios criminales.
¿Y ahora estás contemplando las tinieblas moradas
o acaso otra luz que es más luz?
Miro la turbulenta mar verde y rabiosa,
la sembrada de diamantes adriáticos,
la que pudre la carne de los cuerpos más bellos.
Y detrás de los palacios moribundos,
de la sabiduría moribunda de este tiempo,
me responde una sublime música
que todavía no muere,
que todavía no muere.
Esas son las estrofas que abren y cierran la Ofrenda a Ezra Pound que aparece en el último libro de Antonio Colinas, En los prados sembrados de ojos, que acaba de publicar Siruela.
Organizado en seis partes que responden a seis mundos, a seis culturas, a seis miradas que se extienden desde el Extremo Oriente hasta el Mediterráneo, sus versos surgen de la indagación en lo trascendente y en el fulgor de la belleza y reafirman el diálogo renovado con la tradición que ha caracterizado la trayectoria poética de Antonio Colinas.
Una trayectoria que se proyecta sobre un diálogo entre sus raíces leonesas (el paisaje y las tradiciones de Castra Petavonium), el mundo mediterráneo (Italia, Grecia, Ibiza) y el pensamiento oriental a través de una palabra que es búsqueda y deseo de ir más allá en el conocimiento de la realidad y de sí mismo, hacia las cimas de profundidad y de transcendencia de la palabra inspirada.
En los prados sembrados de ojos es una nueva etapa de ese largo viaje hacia la armonía y la luz, hacia la desnudez expresiva y la depuración de un lenguaje esencial, hacia el conocimiento a través de la razón poética que se produce en la última etapa de la poesía de Colinas, a la que pertenecen obras esenciales como el Libro de la mansedumbre, Desiertos de la luz o Canciones para una música silente.
Son libros en los que se resuelve en síntesis poética la armonía de sentimiento y pensamiento, de tradición oriental y humanismo, de clasicismo y romanticismo, de ética y estética, de filosofía y mística a través de un diálogo cada vez más resuelto con lo sagrado y con ese alto voltaje emocional que Pound le exigía a la palabra poética.
Escritura y vida, emoción y reflexión, música y mirada, misterio y armonía, se armonizan en una poesía que explora el tiempo y su símbolos, ahonda en la dimensión moral de la estética y aspira a la revelación de una realidad superior a través de la palabra poética inspirada y de una concepción a la vez órfica y meditativa de la poesía como forma privilegiada de conocimiento.
Así lo explicaba el propio Colinas en La plenitud consciente, el volumen de conversaciones con Alfredo Rodríguez:
“La poesía trasciende la realidad que los ojos ven. Puede poetizarse sobre la realidad evidente, pero al poeta le está destinado el metamorfosearla e ir más allá de ella. Por eso, hablamos de testimoniar sobre una “realidad trascendida”. Lo dicho: hay tantas Poéticas auténticas como poetas auténticos, pero el grado o afán de trascendencia es algo imprescindible en la mejor poesía de siempre.”
Lo sagrado y lo profano, el amor y el tiempo, la oda y la elegía, el arte y la naturaleza son los temas y las actitudes en que se encauza la intensidad verbal y emocional de una poesía serena que nace de una mirada cada vez más profunda, más interior, más despojada y verdadera, de un viaje hacia el hondo centro de sí mismo, como el poeta Li Bai al que el emperador le regala un caballo:
Al fin sabrás que solo tus amigos
serán las nubes, los ríos, tu cabaña
al claro de la luna.
Toma esta daga, toma
esta flecha y toma este cuchillo.
Son armas de luz pura, son
para que te defiendas de la envidia
de tantos enemigos.
Daga, flecha, cuchillo
tan solo son este caballo negro
que yo te ofrezco ahora.
Es para que a lomos de él
puedas huir
de esa fama por la que los demás
te adoran o difaman.
Es para que huyas
cabalgando hacia el centro,
hacia lo más hondo de ti mismo,
donde habita la paz
que ya no te da el vino.
Santos Domínguez