21/10/20

Henry James. Hawthorne

 Henry James.
Hawthorne.
Traducción de Justo Navarro.
Pre-Textos. Valencia, 2020.
 
Será necesario, por distintas razones, dar a este breve esbozo la forma del ensayo crítico más que la de una biografía. Los datos para una vida de Nathaniel Hawthorne son todo lo contrario de copiosos y, aunque fueran abundantes, no serían de mucha utilidad para los propósitos del biógrafo. La carrera de Hawthorne quizás sea la más tranquila y sin incidentes que pueda caerle en suerte un hombre de letras. Fue, de un modo casi sorprendente, pobre en acontecimientos y en lo que podríamos llamar calidad dramática. Pocos hombres de igual genio e igual inminencia habrán llevado una vida tan sencilla.

Así comienza Henry James su Hawthorne, que acaba de aparecer espléndidamente editada por Pre-Textos con una estupenda traducción de Justo Navarro.

Lo publicó en 1879, quince años después de la muerte del autor de La letra escarlata. Así resume su trayectoria y su significación como el mejor representante de la literatura norteamericana:

Los acontecimientos literarios tampoco fueron numerosos. Si nos atenemos a la cantidad, Hawthorne produjo poco: su obra consiste en cuatro novelas y el fragmento de otra que no pudo terminar, cinco volúmenes de relatos, una colección de artículos y un par de libros de cuentos para niños. Y, sin embargo, vale la pena hablar del hombre y el escritor. Al margen de su destino personal, importa porque fue el más precioso y eminente representante de una literatura. Quizá sea cuestionable la importancia de esa literatura, pero en todo caso, en el campo de las letras, Hawthorne es el más alto ejemplo del genio americano. Tal genio no ha sido, en su conjunto, de naturaleza literaria; pero Hawthorne fue, dentro de sus limitaciones, un maestro de la expresión.

Desde Europa, a donde había llegado tres años antes, Henry James escribió este ensayo por encargo, pero con indisimulado fervor por la mayor parte de la obra de Hawthorne, cuya influencia es evidente sobre el James más introspectivo y simbólico, que destaca la lucidez y la ironía del biografiado con estas palabras:

Hawthorne es, en gran medida, un escritor irónico, rasgo que constituye parte de su encanto, e incluso, podría decirse, parte de su lucidez; pero no es ni amargo ni cínico, y pocas veces se le podría considerar trágico. Es verdad que han existido narradores de espíritu más alegre y ligero; han existido observadores más divertidos, aunque, en su conjunto, los observaciones de Hawthorne disimulen una sonrisa con más frecuencia de lo que en principio pudiera parecer. Pero pocas veces ha existido un observador más sereno, menos perturbado por lo que ve, menos dispuesto a cuestionar el fondo de las cosas.

Los relatos agrupados en Cuentos narrados dos veces y en Musgos de una vieja casa parroquial, las tres novelas americanas -La granja de Blithedale, La letra escarlata y La casa de los siete tejados-, o los autobiográficos y póstumos Cuadernos americanos y europeos- son analizados de forma tan meticulosa como brillante por el armirable lector Henry James en un ensayo que vincula sutilmente la biografía y la escritura de Hawthorne a través del ambiente de Nueva Inglaterra: “El aire frío y radiante de Nueva Inglaterra –escribe James- parece soplar en las páginas de Hawthorne, que son, en opinión de muchos, el medio más agradable para conocer esa atmósfera tonificante [...] La obra de Hawthorne tiene todo el sabor de su tierra: su aroma remite al sistema social en el que existe.”
 
Hawthorne había nacido en Salem, al lado de una casa de estilo colonial del XVII en la que situaría la acción de una de las mejores novelas del siglo XIX, una casa de siete tejados que acabaría convirtiéndose en el centro de una historia de fantasmas y maldiciones y de una trama en la que se cruzan la ambición, la culpa y la venganza. 
 
Y además de destacar ese sabor local, además de un profundo y perspicaz análisis de las tramas, los ambientes y los personajes de Hawthorne, Henry James pone en primer plano la lección moral de su literatura:

Tiene el mérito de habernos dictado una lección moral: la lección de que el arte sólo florece donde el suelo es profundo, de que se necesita mucha historia para producir una pequeña cantidad de literatura, de que se requiere una maquinaria social compleja para poner en marcha a un escritor.

James escribió sobre Stevenson, Balzac, Flaubert o Zola, pero este es su ensayo más largo en torno a un novelista y sus siete capítulos siguen siendo el mejor acercamiento a la vida y la obra de quien, cuarenta años mayor que él, se había convertido ya en uno de los fundadores de la narrativa norteamericana.
 
No fue el primer narrador que escribió admirativamente sobre Hawthorne. En 1837, cuarenta años antes que Henry James, Poe escribió en el Graham’s Magazine este elogio en una reseña de sus cuentos: “Los relatos de Hawthorne pertenecen a la región más elevada del arte, un arte sometido al genio de un orden sublime.” 

James da en este libro no sólo una lección de crítica. Su Hawthorne es una lección de literatura que cierra con este párrafo:

Fue un genio excepcional, instintivo, original, y su vida, de un modo singular, estuvo exenta de preocupaciones mundanas y de propósitos vulgares. Había sido tan puro, sencillo, tan poco sofisticado como su obra. Dedicó su vida, esencialmente, al cariño hacia los suyos, con una ternura poco usual; y luego -sin ambiciones, pero con una gran devoción- a su delicioso arte. Su obra perdurará; es demasiado original y exquisita para caer en el olvido; siempre tendrá un lugar entre los dedicados a la imaginación. Nadie ha tenido su visión de la vida, y nadie ha encontrado una forma literaria que expresara mejor esa visión. No era un moralista, y no sólo fue un poeta. Los poetas son menos ligeros, más densos, en cierto sentido más ricos. Los poetas son menos tajantes, más responsables. Unía, de manera singular, la espontaneidad de la imaginación y una atención obsesiva a los problemas morales. La conciencia humana fue su tema, pero la veía a través de una fantasía creativa que, por su misma esencia, le añadía interés y, casi me atrevería a decir, importancia.

Santos Domínguez