26/10/20

La Edad de Oro

 
 
 Francisco Martínez Cuadrado.
La Edad de Oro.
Renacimiento. Sevilla, 2020.

“Para Martínez Cuadrado, la Edad de Oro comienza con una conversación y finaliza con una muerte”, escribe Juan Lamillar en el prólogo -“Retablo áureo”- que ha escrito para presentar La Edad de Oro, el ensayo de Francisco Martínez Cuadrado que publica Renacimiento en su colección Biblioteca Histórica.

Como “un grandioso retablo”, “erudito y ameno” lo describe acertadamente el prologuista. Un retablo de varios cuerpos -renacentista uno, barroco el otro- en los que se refleja la intrahistoria de la literatura áurea y el entorno social sobre el que desarrollaron su obra “los doce grandes”, de Garcilaso a Gracián, de Santa Teresa a Calderón, pasando por Fray Luis y Herrera, San Juan de la Cruz y Cervantes, Lope y Tirso o Góngora y Quevedo.

Las relaciones con el poder, con instituciones como la Iglesia y la monarquía o el mecenazgo de los nobles son aspectos fundamentales de este panorama global de la literatura del Siglo de Oro que se subtitula Vida, fortuna y oficio de los escritores españoles en los siglos XVI y XVII.

Un libro que aborda la literatura y sus contextos sociales y económicos o su dimensión cultural y estética a través de la importancia de mecenas como el conde de Lemos, el más generoso de todos, que protegió a Cervantes, o del duque de Sessa, que apoyó a Lope o de los varios nobles, sobre todo el duque de Medinaceli, que ayudaron a Quevedo; las academias sevillanas, madrileñas y valencianas y las justas literarias; los procesos de transmisión, publicación y recepción de los textos por un reducido público lector, de la literatura oral al manuscrito y del manuscrito a la imprenta; los decisivos viajes a Italia de autores como Garcilaso, Cervantes, Aldana o Quevedo.

Desde la conversación en Granada de Boscán y Navagero en 1526 a la muerte en 1581 de Calderón, el último gran nombre de la Edad de Oro, seis generaciones de escritores entre el Renacimiento y el Barroco, pasando por la transición manierista, un retablo de ascetas y místicos, pícaros y cortesanos, soldados y eclesiásticos con un fondo de rivalidades entre autores en una época en la que Garcilaso y Fray Luis o Quevedo murieron sin que se hubiera editado sus versos, que circularon manuscritos y se publicaron póstumos.

Una síntesis panorámica en la que junto a esos doce poetas, novelistas y dramaturgos aparecen mujeres escritoras como María de Zayas o sor Juana Inés de la Cruz y junto con la protección de los reyes, la nobleza o la iglesia se analizan los mecanismos de censura y la poderosa sombra de la Inquisición.

Por eso, tras una reconstrucción pormenorizada del proceso inquisitorial contra Fray Luis de León, Martínez Cuadrado cierra su ensayo con estos dos párrafos: 

No quisiera concluir este recorrido por la Edad de Oro con el sabor amargo de los tristes sucesos que acabamos de relatar. Enemigo como soy por igual de leyendas negras y leyendas rosas, he intentado presentar a estos hombres y a los tiempos que les cupo vivir con sus luces y sus sombras. Nada de ello debe empañar el asombroso logro artístico y literario que llevaron a cabo. Medio milenio se cumple del comienzo de aquella era prodigiosa y aún podemos saborear su literatura en la misma lengua en la que se concibió y escribió y que todavía sigue siendo la nuestra en las dos orillas del Océano.
Cierto que no era oro todo lo que brillaba en aquellos años, pero, en lo que a las letras se refiere, podemos afirmar que fue más el metal que la ganga y, si hablamos de literatura, bien que nos atreveríamos a decir con Don Quijote: “Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quienes los antiguos pusieron nombre de dorados…” 
 
Santos Domínguez