25 junio 2013

Juan Ramón Jiménez. Apartamiento




Juan Ramón Jiménez.
Apartamiento.
Edición crítica, introducción y notas 
de Joaquín Llansó Martín-Moreno 
y Rocío Bejarano Álvarez
Linteo. Orense, 2013.

     
Hay una cosa negra, que pudo ser de oro, / que no se borra, que es, como este olor, amargo, escribe Juan Ramón Jiménez en Remordimiento, uno de los cuarenta poemas inéditos de Apartamiento, un libro esencial que Juan Ramón compuso entre 1911 y 1912, en uno de los momentos de mayor creatividad de su trayectoria.

Un libro espléndidamente editado -como Ellos, Libros de amor, La frente pensativa, Arte Menor, Espacio y Tiempo– por la impagable colección de poesía de Linteo, que se ha convertido en una editorial de referencia y sigue recuperando títulos esenciales de Juan Ramón en ediciones críticas ilustradas como esta, de la que se han ocupado dos expertos tan eficientes como Joaquín Llansó Martín-Moreno y Rocío Bejarano Álvarez.

Domingos, El corazón en la mano y Bonanza se titulan las tres secciones de un conjunto disperso e inédito hasta ahora, aunque bastantes de sus poemas habían aparecido en distintas recopilaciones desde las Poesías escojidas de 1917 a la Segunda antología de cinco años después, sobre todo los de Bonanza, que allí parecía un libro exento -así lo concibió en un principio Juan Ramón y llegó a editarse por separado-, aunque acabó formando parte de un proyecto más amplio que tituló Apartamiento.

Pero, aunque ya conocidos en parte, es en el conjunto –las dos primeras partes se publican ahora por vez primera- donde cobran su verdadero sentido esos poemas, porque culminan un trayecto espiritual que se inicia en Domingos y que en Bonanza adquiere una dimensión religiosa.

Es un Juan  Ramón distanciado ya emocionalmente de Moguer -¡Cielo azul de aquel pueblo/ que pudo ser la dicha y sólo fue el cansancio!- que escribe estos poemas en un momento crucial de su obra en marcha, de esa constante búsqueda de belleza y verdad que orienta toda su poesía.

Compuesto al final de su época sensitiva, a la vez que Libros de amor y La frente pensativa y un poco antes de Idiliosen Apartamiento se anuncia el giro poético de Juan Ramón, su camino hacia la desnudez expresiva de una poesía liberada del recargamiento formal modernista y construida con una mirada cada vez más introspectiva a la que cada vez le dice menos la contemplación del paisaje.

De Domingos ("Está desierto el mundo; mi amor es el silencio") a El corazón en la mano y su dolor solitario ("por el dolor hacia la sabiduría") y de ahí a Bonanza, en donde intuye la transcendencia de "un dios posible por la poesía" que anticipa la poesía metafísica de Animal de fondo.

En esa tercera parte se corona un camino de perfección y de búsqueda religiosa cuyo sentido, junto con las claves poéticas del libro, examinan Joaquín Llansó y Rocío Bejarano en una parte importante de la excelente introducción que han escrito para esta edición.

Santos Domínguez

24 junio 2013

Pierre Hadot. La ciudadela interior


Pierre Hadot.
La ciudadela interior.
Prólogo de Arnold I. Davidson.
Traducción de Maria Cucurella Miquel.
Alpha Decay. Barcelona, 2013. 

La contención moral y la coherencia del estoico son los objetivos que definen la ética del presente que dio uno de sus mejores frutos en las Meditaciones, que el emperador Marco Aurelio escribió en griego helenístico en el siglo II.

Marco Aurelio se convirtió así en el eslabón de una cadena de filósofos morales de la que formarían parte también Montaigne y Spinoza que, como él, hicieron de la ética el eje de su pensamiento y sus escritos.

La ecuanimidad, la independencia de juicio, la piedad y la liberalidad, la constancia y la continencia, la frugalidad y la vigilancia sobre sí mismo, la llaneza en el trato y la impasibilidad ante las adversidades, la autosuficiencia, la razón natural y la tolerancia son algunas de las claves de la vida y la obra de quien hizo de la contención su disciplina espiritual y existencial y dejó testimonio de ello en unas Meditaciones que no contienen la propuesta de un sistema filosófico orgánico, pero constituyen –como señaló Stuart Mill- la más alta producción ética del espíritu antiguo.

Sobre ese libro escribió el helenista y filósofo francés Pierre Hadot (1922-2010) un voluminoso tratado que tituló La ciudadela interior aprovechando la metáfora con la que Marco Aurelio se refería al alma y al gobierno de sí mismo.

Traducida por Maria Cucurella Miquel y presentada con un magnífico prólogo de Arnold I. Davidson (La escritura como ejercicio espiritual), acaba de publicarla Alpha Decay, como los anteriores libros de Hadot (Plotino o la simplicidad de la mirada y La filosofía como forma de vida).

Pierre Hadot afianzó su prestigio como investigador, docente y filósofo en la idea de que –como para los antiguos griegos- la filosofía no es la construcción abstracta de un sistema de pensamiento, sino una  elección vital. Como Platón, Hadot sabe que filosofar es aprender a morir; pero, en la  estela de Marco Aurelio y de Montaigne, va un paso más allá y se plantea la experiencia filosófica como experiencia de pensamiento para aprender a vivir, como ejercicio espiritual que permite elevarse por encima del yo individual a la  perspectiva universal de lo que Hadot llama sentimiento oceánico haciendo suya una expresión de Romain Rolland.

Cuando se perfila definitivamente el planteamiento de Pierre Hadot, su  discurso filosófico se concreta en un ejercicio espiritual, un concepto que, más allá de sus connotaciones jesuíticas, entronca con los griegos, con la búsqueda de la sabiduría y con la idea de la filosofía como forma de vida.

Es el modelo del filósofo que enseña a vivir y a morir en una tradición ininterrumpida que va de Sócrates a Foucault , pasa por Marco Aurelio y Montaigne, por Kierkergaard y Nietzsche y llega al existencialismo de Heidegger, Sartre y Camus, que conciben la práctica de la Filosofía como diálogo con la realidad, consigo mismo y con el otro.

Con ese planteamiento consolidado ya en 1992, cuando publicó este libro, Pierre Hadot hace en La ciudadela interior un acercamiento profundo y riguroso a las Meditaciones de Marco Aurelio como parte de esa tradición de ejercicios espirituales en la que se ubica también la concepción del filósofo francés.

Marco Aurelio, el filósofo estoico que escribió sus Meditaciones para sí mismo, estaba construyendo a la vez –aunque lejos de cualquier sistema cerrado y dogmático- una de las obras más imperecederas del pensamiento clásico. Y es que en las Meditaciones, como se encarga de subrayar Hadot, se produce un milagro inusual: Marco Aurelio se habla a sí mismo, pero tenemos la impresión de que se dirige a cada uno de nosotros.

Y esa es probablemente una de las claves que explican la vigencia de un clásico como este: su capacidad de estar por encima de las circunstancias individuales, espaciales o temporales para entablar un diálogo con cualquier hombre de cualquier lugar en cualquier tiempo.

Pero Hadot propone además una lectura que se acerque al mundo intelectual y existencial de Marco Aurelio y a sus circunstancias históricas: las del emperador que sabe que en la raíz del buen gobierno está la serenidad y la contención, que el dominio de sí mismo es el primer paso para el gobierno del imperio.

Dicho de otro modo, Hadot invita al lector a un ejercicio espiritual de aproximación al discurso interior del estoico para acercarse al sentido original de las Meditaciones y entenderlas cabalmente en su contexto.

Un ejercicio de lectura que cierra el círculo abierto por el otro ejercicio espiritual, el que practicó Marco Aurelio con la escritura de estos diálogos consigo mismo, desdoblado –explica Hadot- en un yo psicológico y un verdadero yo que es la Razón universal.

De esa manera, en su lectura –y es otra de las claves de la vigencia de los clásicos- encontramos, no un sistema orgánico de pensamiento, sino a un hombre; no el sermón de un predicador, sino las palabras de un hombre que piensa cómo vivir conscientemente en esa disciplina interior, en esos ejercicios espirituales que prescribe la tradición estoica y en los que desarrolla además una búsqueda estilística de la concisión y el ritmo que convierte sus Meditaciones en un admirable ejercicio de estilo sereno y equilibrado.

Y esos dos rasgos, la serenidad y el equilibrio, son también los que definen al clásico.

Santos Domínguez



23 junio 2013

La creatividad literaria


José Antonio Marina. 
Álvaro Pombo.
La creatividad literaria.
Generación creativa. Ariel. Barcelona, 2013.

Un poeta metido a novelista, Álvaro Pombo, y un filósofo metido a pedagogo, José Antonio Marina, mantienen un largo y profundo diálogo sobre la creatividad y el oficio en La creatividad literaria, un volumen que publica Ariel en una nueva colección, Generación creativa, coordinada por José Antonio Marina.

Un diálogo vivo e intenso en el que se cruzan dos perspectivas para abordar la creatividad literaria: como excepcional revelación misteriosa (Pombo) o como método que se puede aprender (Marina). Dos perspectivas que coinciden en una común fascinación por el lenguaje como eje de la creatividad literaria natural o aprendida, inspirada o trabajada.

En ese intercambio se hace una anatomía de la creatividad como búsqueda y un elogio del entrenamiento o se intenta entender cómo funciona el mecanismo que controla el misterio de un texto como este de Álvaro Pombo en Variaciones:

Yo no soy de esta ciudad ni de ninguna
he venido por casualidad y me iré por la noche
aquí no tengo primos ni fantasmas.

Ahora veré los árboles despacio
la calle entre dos casas neutras
que conduce a un parque vacío.

He visto ya en otros sitios cómo el viento
hace huir un papel de periódico
y sé que la lluvia será hermosa desde esta taberna 
de provincia desierta.

Cenaré temprano y antes de que salgan del cine las parejas de novios
habré dejado de ser en la mirada enumerativa
de la estanquera.

Y habrán fregado ya mi taza de café
y mi tenedor y mi cuchillo y mi plato
en la Fonda sustituible

Escrito con una voluntad creativa  que elige una tercera voz narrativa que no es la de ninguno de los dos interlocutores –Llamadme Ismael, en homenaje a Melville- para enhebrar y comentar estas conversaciones, el punto de partida del diálogo es una pregunta elemental: “¿Se puede aprender la creatividad literaria?”

Entre el elogio pindárico del talento y la confianza en el trabajo, entre el desdén por el esfuerzo del poeta inspirado y tocado por el don de las revelaciones y la propuesta de un hábito creativo, parece que se puede encontrar un punto intermedio que admita que se puede aprender a escribir con un aceptable nivel de corrección expresiva.

Pero la pregunta siguiente, la nuclear, es esta: “¿Se puede aprender la excelencia literaria?” 

Y en el caso improbable de que se pueda, "¿cuál es el procedimiento?"

A partir de ahí, de esa pregunta incontestable, la perspectiva del libro se abre a temas más amplios en un recorrido lleno de afluentes y sugerencias: la ética y la estética de la creación a partir de dos situaciones igual de escandalosas: que con buenos sentimientos se haga pésima literatura y lo contrario: que con malos pensamientos pueda hacerse buena literatura.

La escritura como forma de conocimiento  (Escribir es ir descubriendo lo que se quiere decir, decía Max Aub), la bi-biografía lectora de Pombo y Marina, un repaso por su propia obra y por las de aquellos autores que les han marcado un camino a la creación o a la reflexión: Rilke, Eliot, Kant, Rimbaud, Juan Ramón, Thomas Mann...

Es posible que crear sea un hábito. Es mucho menos probable que el talento sea el resultado de un largo entrenamiento. Que el lector piense lo que quiera a la vista de estos dos versos - ¿inspiración o trabajo?- con los que Álvaro Pombo abría sus Protocolos:

Aña hice caca
Nene de nobis ipsis silemus.


Santos Domínguez


22 junio 2013

Leopardi. Las pasiones


Giacomo Leopardi.
Las pasiones.
Edición e introducción de
Fabiana Cacciapuoti.
Traducción del italiano 
y epílogo de Antonio Colinas. 
Siruela. Madrid, 2013.


El sentimiento de la venganza es tan grato que, con frecuencia, uno desea ser injuriado para poderse vengar, escribe Giacomo Leopardi en una de las notas del Zibaldone di pensieri, el monumental diario que escribió el poeta de Recanati entre 1817 y 1832.

Como Schubert en música, Leopardi (Recanati, 1798-Nápoles, 1837) representa en poesía la síntesis de lo clásico y lo moderno en un estilo nuevo. Sus personalidades, atormentadas y complejas, propensas a la huida, crearon obras de asombrosa modernidad de lenguaje y de tono.

En 1827 Leopardi redactó una nota que tituló Tratado de las pasiones. Era un índice temático en el que señalaba los 164 fragmentos del Zibaldone que debían constituir esa unidad temática.

Esos fragmentos, ordenados según la nota autógrafa del poeta, son los que acaba de publicar Siruela en una espléndida edición preparada y prologada por Fabiana Cacciapuoti y traducida por Antonio Colinas, que ha escrito un breve epílogo para la ocasión.

Las pasiones eran un proyecto de libro porque sus temas son uno de los centros de interés del pensamiento y la obra de Leopardi, uno de los ejes vertebrales de las miles de páginas del Zibaldone. En estos fragmentos está el escritor sensible y lúcido, amargo y sutil que escribió algunos de los poemas más memorables del siglo XIX a la luz de una vela en sus noches de insomnio.

La idea central en la que insiste Leopardi es que el hombre moderno es indiferente a las pasiones o las vive con baja intensidad y contención frente al desbordamiento apasionado del hombre natural o a la armonía con la naturaleza del hombre antiguo.

Como en tantas otras zonas de su vida y su obra, Leopardi está en la frontera contradictoria e integradora que separa la actitud del hombre moderno de los comportamientos del hombre antiguo. Él, que no se siente moderno y sabe que sus modelos son anacrónicos, vive apartado del mundo en la biblioteca familiar en una actitud evasiva muy característicamente romántica que en su caso se intensifica por sus problemas físicos y su deformidad

Y desde esa tierra de nadie Leopardi analiza, antes que nada, sus propias pasiones y recorre la literatura y los modelos clásicos para ejemplificar o analizar el amor, el odio, la tristeza o la envidia ( Yo no he probado nunca la envidia en lo que atañe a asuntos  en los que me he creído hábil, como en la literatura, donde,  es más, he sido inclinadísimo a alabar), el miedo, la compasión (la única cualidad y pasión humanas que no posee en  absoluto mezcla alguna de amor propio), el valor o la gloria:

La gloria no es una pasión propia, en absoluto, del hombre primitivo y solitario. Sin embargo, la primera vez que un grupo de hombres se unió para matar a alguna fiera o por cualquier otro motivo en el que hubiese sido necesario un intercambio  de ayuda, aquel que mostró más valor se sintió llamado valiente  de manera sincera, y sin adulación por parte de aquella gente que aún no conocía este defecto. Dicha palabra le complació,  y así él, como cualquier otro espíritu magnánimo que hubiese estado presente, sintió por vez primera el deseo de alabanza. Y así nació el amor por la gloria. 

El de Leopardi, no solo en sus Cantos, también en su prosa, de la que este volumen es una inmejorable muestra, es el Romanticismo más profundo y por eso mismo el menos efímero y el más integrador, el que hace de él un clásico en el que el pesimismo y la angustia encuentran un doble consuelo en la serenidad contemplativa y en la armonía de la palabra. 

Santos Domínguez



21 junio 2013

Ocho ensayos sobre William Blake



Kathleen Raine. 
Ocho ensayos sobre William Blake.
Traducción de Carla Carmona.
Imaginatio vera. Atalanta. Vilaür, 2013.


William Blake (1757-1827) es uno de los poetas más enigmáticos y asombrosos de la tradición occidental. Inclasificable e irrepetible, su intensa poesía fue una isla deslumbrante en el racionalismo del siglo XVIII, una profecía del irracionalismo romántico y de la actitud visionaria del superrealismo.

Grabador y poeta, místico y pintor, visionario y filósofo, excéntrico y astuto, Blake fue un artista total que fundió la palabra y la imagen en una doble actividad que nunca concibió por separado y que dio lugar a libros tan desasosegantes como el Matrimonio del cielo y del infierno o Los cantos de experiencia y de inocencia. 

Aquel poeta iconoclasta y profético, en cuyos versos conviven en raro equilibrio las luces y las sombras, fundó una cosmogonía prometeica propia sobre el hombre anterior a la caída en los Cantos de inocencia y sobre el conocimiento del dolor en los Cantos de experiencia, creó una obra de enorme potencia imaginativa, murió cantando y -como explicó Antonio Rivero Taravillo- dejó una huella importante en Yeats o en el Graves de La diosa blanca, en Cirlot o en Borges.

Atalantaque anuncia para septiembre una edición de los Poemas proféticos prologados por Patrick Harpurpublica en su colección Imaginatio vera Ocho ensayos sobre William Blake, de Kathleen Raine, que dedicó gran parte de sus investigaciones a dilucidar el sentido simbólico y la base mística del mundo de Blake. Un esfuerzo interpretativo sostenido durante cuatro décadas en las que Kathleen Raine iluminó las claves espirituales y artísticas de una obra tan opaca y de tanta fuerza expresiva y en la que las luces y las sombras conviven con tanta naturalidad.

La relación entre ciencia e imaginación en Blake, el tiempo mitológico y la ciudad como tema en sus libros proféticos, la vinculación con el pensamiento de Swedenborg o la expresión del sufrimiento en sus ilustraciones son algunos de los temas que se tratan en estos ocho ensayos que abordan desde distintas perspectivas gráficas y literarias la obra del artista complejo que fue Blake, la convivencia en ella de lo oscuro y lo deslumbrante a la vez, de la inspiración y el caos, de lo disparatado y lo convencional, de un raro equilibrio, de una inusual coexistencia de lucidez y locura que recorre sus textos. 

“Para Blake –explica Kathleen Raine-, vivir según la Imaginación es el secreto de la vida.” Y la Imaginación, “la escalera por la que los ángeles ascienden y descienden eternamente.”

Por eso la obra de Blake, con su fusión de lo plástico y lo verbal, encuentra un espacio propio en el que se conjuntan la poesía y la pintura en el territorio común de la imagen, compartida por dos artes que Blake entiende, igual que las civilizaciones orientales, como una forma de meditación.  

Santos Domínguez

20 junio 2013

Eugenio Fuentes. Si mañana muero


Eugenio Fuentes.
Si mañana muero.
Tusquets. Barcelona, 2013.

Madrid, 17 de julio de 1936. Un comprador paga a un pintor mil pesetas –el doble de su valor inicial- por un cuadro de su primera exposición individual, una Maternidad en llamas a la que prende fuego nada más salir de la exposición. Rubén, el pintor novel y sorprendido, reacciona y quema en respuesta al agravio las mil pesetas. 

Con esa fuerza comienza Si mañana muero, la última novela de Eugenio Fuentes, que publica Tusquets. El torbellino que se desata en España al día siguiente con la sublevación militar arrastra al pintor, al lector y al resto de personajes en una trama con la que el novelista regresa al territorio de Breda en esta novela inolvidable.

Si mañana muero es la cima provisional de una trayectoria novelística creciente que acometía aquí su proyecto más ambicioso y por eso mismo no solo el más trabajado, sino el que más riesgos contenía. Da la impresión de que la obra de Eugenio Fuentes ha ido creciendo en técnica y en hondura en el trazado psicológico de los personajes, matizando su sintaxis, ganando en solvencia narrativa y en capacidad descriptiva del paisaje a la vez que maduraba esta historia.

Y seguramente ha considerado el novelista que este era el momento adecuado para culminar un proyecto que rondaba por su mente desde hace más de veinte años.

Y aunque el telón de fondo sea la guerra civil y la posguerra, esta no es una novela sobre aquel conflicto, ni una clasificación de buenos y malos. Es una novela sobre la dignidad en tiempos de cólera desatada que abarca quince años, de 1936 a 1951, una obra que mira, más que hacia el fondo de llamas y banderas que presagiaba el cuadro incendiado al comienzo de la novela, al interior de unos personajes complejos y muy matizados que son los verdaderos soportes de Si mañana muero.

Además de los abundantes personajes secundarios –como ese barbero frentepopulista que tiene el cuello de Franco bajo el filo de su navaja-, además de otras historias amorosas que funcionan como contrapunto de la trama central, además de un Franco en  persona que ha ido a cazar ciervos a Breda o de las cien vacas que cambian de bando y de hierro, los dos artistas, Rubén, el pintor, y Marta, intérprete de viola, son el eje de la novela: viven la guerra de cerca, sufren sus consecuencias y encuentran en el arte una forma de sobrevivir en ese paisaje de violencia desatada en contraste con personajes que viven anclados en un dolor insuperable, como Jerónimo de las Hoces, el terrateniente coleccionista de arte que quema aquella Maternidad que le perturba porque remueve su pasado.

Esta es una novela que, con sus ágiles cambios de perspectiva y de narrador, no da tregua al lector porque tampoco el autor ha permitido que se produzca el menor desaliento, la menor arritmia en su admirable y sostenido pulso narrativo.


Santos Domínguez

19 junio 2013

Ospina. La serpiente sin ojos



William Ospina. 
La serpiente sin ojos. 
Mondadori. Barcelona, 2013.

Detrás de las selvas cerradas había un reino de agua.  

A ese reino de agua lo llamaban los indígenas la serpiente sin ojos. Y los españoles, que manejaban otra mitología y creyeron ver en sus orillas a mujeres guerreras a caballo, lo llamaron Amazonas.

Allí llegó Pedro de Ursúa en busca de El Dorado en una segunda expedición amazónica, entre 1559 y 1561, en la que encontraría la muerte cuando la cólera de Lope de Aguirre -el déspota lleno de espadas y cuchillos, que controlaba por el terror los campamentos, siempre rodeado por su guardia siniestra- se sublevó contra la corona de Felipe II.

De esta segunda expedición trata La serpiente sin ojos, con la que William Ospina cierra una prodigiosa trilogía sobre la conquista que publica Mondadori, como las dos novelas anteriores, Ursúa y El país de la canela.

Quienes conocen la obra de Ospina saben que es seguramente el más interesante de los escritores latinoamericanos actuales, el equivalente de lo que representaron en sus mejores momentos García Márquez o Vargas Llosa, un escritor consciente de que, como él mismo ha explicado, no puede ignorar que está escribiendo después de Borges y de Rulfo, de Neruda y de García Márquez, y en la lengua riquísima que tenemos después de ellos para interrogar nuestro pasado y nuestro futuro.

Autor de una obra poética memorable en la que destacan El país del viento y ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua?, ensayista lúcido y comprometido con la problemática realidad de su país y del continente, con títulos fundamentales como Las auroras de sangre, sobre Juan de Castellanos, y En busca de Bolívar, se internó en el terreno de la novela cuando ya era un poeta y ensayista reconocido.

Y lo hizo de forma espectacular en 2005, con Ursúa, la primera entrega de una trilogía sobre la conquista a la que siguieron El país de la canela y La serpiente sin ojos.

Si en la primera la guerra y en la segunda el viaje eran los ejes temáticos, en La serpiente sin ojos el centro de interés es el amor apasionado y destructivo por Inés de Atienza:

Para Inés se afanaban las nodrizas indias, para Inés tejían los tejedores, para Inés traían las llamas los cántaros con leche de vaca y los bultos de maíz y de trigo, y ante Inés se inclinaban las filas de indios sujetos en las encomiendas. Veían en ella el poder de los nuevos amos que ahora sometían la cordillera, pero también la dignidad y la imagen de los poderes que se habían desplomado con los truenos de Cajamarca. 

En conjunto, una trilogía que reúne a Homero y a Shakespeare, a los cronistas de Indias y a Cervantes en la construcción de una épica del fracaso y la desmesura, del asombro y la crueldad, de las selvas y la sangre, del viaje y la muerte, el cuento y el canto, la ambición y las cicatrices, la heroicidad y la locura.

Con una rara mezcla de crueldad y maravilla sobre cuyo equilibrio se sostiene el conjunto de la narración de aquellos delirantes excesos, Ospina corona una trilogía monumental y densa que exige una lectura tan lenta y asombrada como pudo ser la travesía de los intrincados laberintos americanos por aquellos aventureros febriles y violentos enloquecidos por la ambición y la naturaleza:

Venían de todas partes y cada uno tenía un pasado. ‘Yo nunca les pregunto por sus orígenes’, me dijo Ursúa en el astillero, ‘puedo presumir que todos guardan una historia turbia, pero aquí llegan buscando la oportunidad de ser valientes, de ser héroes y de ser ricos’. Lo cierto es que casi se veía en sus rostros que no sólo andaban buscando un futuro sino huyendo de recuerdos tortuosos, maquinando la mejor manera de vengarse de su propio pasado.

Una bajada a los infiernos de la violencia en una narración tan exuberante como la selva, tan torrencial como la corriente del Amazonas, que culmina la trilogía amazónica de William Ospina, un autor deslumbrante, heredero de los cronistas de Indias, de Carpentier o de García Márquez, maestros en transmitir su propio asombro al lector.

Santos Domínguez


18 junio 2013

Blas de Otero. Obra completa



Blas de Otero. 
Obra completa (1935-1977). 
Edición de Sabina de la Cruz 
con la colaboración de Mario Hernández. 
Introducción de Mario Hernández 
y Sabina de la Cruz.
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores. Barcelona, 2013. 

Frente al perezoso estereotipo crítico que transmite la imagen fija del poeta existencialista o la del poeta social, Blas de Otero fue un poeta en marcha. Su obra, en constante evolución y sometida a una implacable autocrítica inconformista, tiene por eso un valor añadido: refleja el proceso de evolución que sigue la poesía española a lo largo de cuatro décadas desde el arraigo al desarraigo, desde la poesía desarraigada a la poesía social y de esta, tras una crisis que él percibió de forma lúcida y temprana, a la mayor exigencia formal, al mayor riesgo expresivo de sus últimos libros.

Y es que nada falsifica más la obra de Blas de Otero que la persistencia de esos clichés repetidos por una crítica poco atenta o muy interesada en el desprestigio del compromiso político en literatura. Es verdad que hay un Blas de Otero atormentado al borde del precipicio en Ángel fieramente humano y luego un antifranquista que tenía que publicar sus libros más reivindicativos en París, Cuba o Puerto Rico, porque aquí la censura no se lo permitía.

Pero esas son dos fotos fijas que no reflejan el proceso de una poesía en movimiento perpetuo, alejada de certezas y en constante cuestionamiento de sus límites, de sus obligaciones éticas y estéticas y de su eficacia literaria o política. 

La poesía de Blas de Otero es la de un poeta consciente que no limita su rebeldía al terreno del desamparo existencial o al de la protesta contra la dictadura de Franco. Exigente consigo mismo antes que con nadie, nunca se acomodó en una manera que pudiera degenerar en amaneramiento ni se instaló definitivamente en la comodidad acrítica de ninguna tendencia. Pasó del existencialismo desgarrado de Ancia al coexistencialismo y a la palabra militante de Pido la paz y la palabra. Y desde allí saltó al experimentalismo sereno y controlado de Historias fingidas y verdaderas.

Entre el temprano Cántico espiritual y el póstumo Hojas de Madrid con La galerna transcurren cuatro décadas en las que la poesía de Blas de Otero se convierte en índice, en paradigma inmejorable de la evolución general de la poesía española.

Por ejemplo, en sus últimos poemas –los más de trescientos de Hojas de Madrid- sigue viviendo el Blas de Otero comprometido con su entorno y atento a lo que le rodea, persiste el existencialista (el coexistencialista, prefería decir él) que reflexiona visceralmente sobre el sentido de la vida y la escritura, pero además aparece el poeta más arriesgado con la experimentación verbal, el de expresión más libre, el que reescribe un famoso verso de Neruda para hacerle decir Puedo escribir los tristes más versos esta noche.

La falsa imagen unívoca y monolítica de Blas de Otero desaparece si se tiene en cuenta que en su obra coexisten siempre en tensión -con momentos de mayor relevancia de un registro o de otro- el yo autobiográfico, el yo lírico y el yo histórico.  El complejo equilibrio de esas perspectivas poéticas explica no solo la variedad de metros, temas y tonos, sino las diversas influencias y homenajes que emergen en sus libros: desde Fray Luis a Neruda, desde Machado a Juan Ramón – una presencia constante que descoloca a quienes viven en la pereza del tópico- desde Rubén a Alberti, desde Vallejo a Miguel Hernández.

Porque Blas de Otero se sentía depositario de un legado poético que viene de Manrique y llega a Cernuda, pasa por los místicos y por Whitman, por Aldana y Bécquer, por Quevedo. Pero Otero sabía que ese legado es algo vivo, sometido a nuevas asimilaciones, a relecturas que generan la reescritura actualizada de la tradición, revitalizada en su voz personal, tamizada por su experiencia y su mirada contemporánea sobre la realidad.

La búsqueda y la insatisfacción orientan la palabra viva, “móvil y cambiante” de su poesía, como señala Mario Hernández en la introducción a la Obra completa (1935-1977) de Blas de Otero, que se reúne por primera vez en un volumen editado por Sabina de la Cruz y publicado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

Un volumen con su obra en verso y prosa, en el que se recogen todos los libros que el poeta publicó en vida, más el póstumo Hojas de Madrid con La galerna- editado también en Galaxia Gutenberg en 2010- y tres libros inéditos: Poesía e Historia, Historia (casi) de mi vida y Nuevas historias fingidas y verdaderas.

La edición de la obra total de Blas de Otero es una aportación decisiva que refleja la vitalidad poética de un hombre que no se rindió nunca, el crecimiento de una poesía de profundidad progresiva y en constante búsqueda. 

Una meritoria y compleja labor de edición de Sabina de la Cruz y Mario Hernández, que además de ordenar los inéditos han tenido que recomponer todo aquello -y no fue poco- que mutiló la implacable censura franquista para ofrecer un recorrido completo por sus múltiples registros estilísticos, por su variedad temática y por las distintas propuestas estróficas que exploró en su obra poética, desde el soneto clásico hasta la forma popular y desde el verso libre hasta los poemas en prosa.

En la última sección del libro, Complementos, doscientas páginas recogen los textos inéditos y dispersos ordenados cronológicamente, traducciones de poetas rusos o de Nâzim Himet, un poeta turco que le influyó mucho, y una abundante muestra de declaraciones y entrevistas en las que Blas de Otero –que siempre quiso averiguar cómo se salva la distancia entre la vida y los libros- habla de su vida y su obra fieramente humana, viva, cambiante y variada.

Esa variedad contrasta con la unidad que les otorga a los versos de Blas de Otero la autenticidad de una de las voces imprescindibles de la poesía española del siglo XX.

Santos Domínguez

17 junio 2013

Los años norteamericanos de Luis Cernuda




José Teruel.
Los años norteamericanos de Luis Cernuda.
Pre-Textos. Valencia, 2013.


Sólo podemos conocer la poesía a partir del hombre, escribió Luis Cernuda en un artículo sobre Eluard. Y a esa misma idea responde el brillante ensayo sobre Los años norteamericanos de Luis Cernuda, con el que José Teruel obtuvo el último  Premio de Investigación Literaria Gerardo Diego  que acaba de publicar Pre-Textos.

La siempre conflictiva relación que hubo entre biografía y poesía en Luis Cernuda, su vida errante que desembocó al otro lado del mar, donde los caminos de hierro tienen nombres de pájaro, favoreció el desarrollo y la evolución de su obra, que alcanza una nueva dimensión en esos años americanos que estudia este ensayo: desde que llega a Nueva Inglaterra en septiembre de 1947 hasta su muerte en México en noviembre de 1963.

Unos años decisivos en los que títulos como Desolación de la quimera, Ocnos y Variaciones sobre tema mexicano no solo desmienten el pretendido agotamiento creativo de Cernuda, sino que se alzan como cimas relevantes de toda su obra.

En esos años se centra este estudio ejemplar que une el seguimiento del avatar biográfico al desarrollo de su obra poética y ensayística - un largo y hondo capítulo se dedica a la obra crítica de Cernuda- y al estudio pormenorizado y profundo de textos tan imprescindibles como Mozart Luis de Baviera escucha Lohengrin.

Fue una época decisiva en el giro que dio la obra del poeta, que encontró su tono de voz más auténtico en la  lectura de la poesía inglesa, tan frecuentada en sus diez años de exilio en Inglaterra, y que no abandonó cuando se trasladó a Estados Unidos para acabar instalándose en México.

En pocos poetas del 27 se unen tan intensamente obra y biografía, de manera que La realidad y el deseo, Ocnos o Variaciones sobre tema mexicano contienen la autobiografía del poeta más que el Historial de un libro o que su voluminosa y dispar correspondencia.

Porque frente a la hipocresía de la pareja Salinas – Guillén (¿Qué tenemos nosotros que ver con este marica? No me es antipático, me repugna), Cernuda era incapaz de simulaciones en su vida y en su obra. Y esa actitud, que en sí misma no le añade valores literarios al texto, permite leer su poesía en clave autobiográfica, y además la mantiene viva, porque sigue circulando por ella la sangre de lo verdadero y su voz nunca parece la de un impostor.

Y, sobre todo, esa verdad radical y esa severa falta de autocomplacencia que recorre su obra justifica que se ofrezcan nuevos acercamientos a la vida y la poesía, nuevas perspectivas de la biografía poética y crítica de Cernuda, uno de los poetas más poderosos y decisivos del siglo XX en España y América.


Porque, más allá de su dolorosa historia personal, más allá del escepticismo de Vivir sin estar viviendo y del hastío de Con las horas contadas -que contiene esa espléndida elegía del presente que son los dieciséis Poemas para un cuerpo- libros como Las nubes o Desolación de la Quimera y su relación entre mito y circunstancia, acabarían marcando el rumbo de la poesía en español a ambos lados del Atlántico.

Santos Domínguez



16 junio 2013

Eric Hobsbawm. Un tiempo de rupturas


Eric Hobsbawm.
Un tiempo de rupturas.
Sociedad y cultura en el siglo XX.
Traducción de Cecilia Belza y Gonzalo García.
Crítica. Barcelona, 2013.

Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX, que publica Crítica, es la obra póstuma de Eric Hobsbawm (1917-2012), uno de los grandes historiadores contemporáneos. 

Es su testamento no sólo porque es el último libro que escribió, sino porque en sus páginas se resume su concepción de la Historia y se concentra la sabiduría y la capacidad de análisis que recorre el pensamiento de un autor cuya obra ha ido editando en España la Editorial Crítica.

Un tiempo de rupturas es un apretado y lúcido ensayo de interpretación de la cultura y el arte en el siglo XX y en los primeros años del XXI, una era de la historia que ha perdido el norte y que, en los primeros años del nuevo milenio, mira hacia delante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible, con más perplejidad e inquietud de lo que yo recuerdo en mi larga vida.

Esas palabras de Hobsbawm en el Prefacio de los veintidós capítulos del libro contienen algunas de las claves esenciales de este ensayo que es una reflexión sobre el presente, una mirada interpretativa que explica el proceso histórico que nos ha traído hasta hoy y una declaración de incertidumbre sobre el futuro.

En línea con la declaración de Cervantes que Pierre Menard matizó desde su perspectiva contemporánea como aclaró Borges, aquí también es la Historia émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo por venir.

Y desde esa perspectiva, las conferencias de Hobsbawn que se recopilan en este libro analizan las relaciones complejas y problemáticas entre arte, cultura y sociedad, hacen un diagnóstico crítico del presente que atiende a los antecedentes históricos que lo explican y establece un pronóstico nada complaciente del futuro.

Elaborado a lo largo de medio siglo, entre 1964 y 2012, se inicia con lo que Hobsbawn llama irónicamente una fanfarria incrédula sobre los manifiestos del siglo XX y da un salto de un siglo desde las vanguardias históricas para analizar la situación y las perspectivas del arte y la cultura a comienzos de este nuevo milenio:

La relación entre política, sociedad y cultura, el sentido de festivales de música clásica como el de Salzburgo, de música étnica como el Womad, o de muchos festivales de jazz, de poesía o de teatro; el futuro del libro, la pintura, la arquitectura, la música o la escultura en medio de la avalancha de palabras, sonidos e imágenes que inunda el hábitat universal que antes se había llamado arte; la movilidad de la humanidad actual y sus consecuencias, marcadas por la globalización y el mestizaje que afectan no sólo a la alta cultura tradicional, sino a la cocina o al fútbol:

“Feliz la tierra que, como Francia, se ha abierto a la inmigración y no cuestiona la identidad étnica de los ciudadanos. Feliz la tierra que se siente orgullosa de poder escoger en su equipo nacional a africanos, afrocaribeños, bereberes, celtas, vascos y a los hijos de inmigrantes ibéricos y de la Europa del Este. Felices, no solo porque esto les ha permitido ganar la Copa del Mundo, sino porque hoy los franceses (...) han declarado que Zinedine Zidane, su mejor jugador, un hijo de inmigrantes musulmanes de Argelia, es simplemente el mejor de los franceses.”

Hobsbawn explora las raíces decimonónicas y burguesas del canon artístico contemporáneo, la descomposición después de la Primera Guerra Mundial de esa civilización burguesa, cuya lógica la destinaba a destruir sus cimientos elitistas, con lo que llega al final de su camino ya con Dadá, el urinario de Marcel Duchamp y el cuadrado negro de Malévich.

Y llegado a ese punto se plantea si queda algo de ese pasado irreversible de la Mitteleuropa política y del patrimonio cultural de esa burguesía tradicional para acabar mirando con incertidumbre el futuro de la ciencia, para interrogarse sobre la función social de los intelectuales en un mundo en el que una pluma nunca valió lo que una pistola o una espada, para asombrarse de la creciente presencia pública de las religiones, para analizar la relación entre el poder y el arte o entre las vanguardias y la revolución.

Los dos capítulos finales, agrupados en la sección Del arte al mito, son quizá los más llamativos del volumen. Contienen un análisis del paso de arte al mito con el pop y una explicación certera y detallada de los motivos por los que los cowboys, unos personajes desarraigados, errantes y pobres, se han convertido en un mito heroico contemporáneo y de fortuna universal.

La inteligencia y la capacidad analítica de Hobsbawn brillan con especial intensidad en esos dos capítulos que cierran una obra imprescindible para entender la cultura actual, sus perspectiva y sus contradicciones.

Santos Domínguez

15 junio 2013

La lluvia amarilla


Julio Llamazares.
La lluvia amarilla. 
Edición conmemorativa.
Seix Barral. Barcelona, 2013.

Cuando se cumple un cuarto de siglo de la aparición de un clásico contemporáneo como La lluvia amarilla, de Julio Llamazares, Seix Barral publica una edición conmemorativa enriquecida con un prólogo del autor y con un DVD que contiene el documental Anielle, de Eduardo de la Cruz, sobre el pueblo del Pirineo aragonés donde se ambienta esta novela, la más leída y traducida de todas las suyas, como señala Llamazares en el prólogo.

Fue una novela, la segunda de su autor, que se había dado a conocer con Luna de lobos, que superó todas las expectativas y que acabó por convertirse en símbolo de los paraísos perdidos evocados por la memoria. Tuvo un enorme éxito de crítica y público, a lo que contribuyó no solo su evidente valor literario, sino la lectura sociológica, una de las posibles que admite un texto tan rico en matices,  que se hizo de sus páginas. 

En el duro paisaje de ese lugar despoblado por el éxodo rural, el monólogo interior de Andrés, su último habitante moribundo en su última noche, tiene una potencia literaria y una tensión estilística que lo coloca en muchos momentos cerca del lenguaje poético: Pronto llegó noviembre con su pálido aliento de lunas y hojas muertas.

El documental Anielle que recoge el DVD incluido en esta edición se rodó a partir de la novela en los paisajes en los que transcurre y aporta también fotografías de un Anielle aún habitado, lo que permite conocer los escenarios reales en los que aún suena el melancólico y febril monólogo de Andrés en soledad.

Porque la soledad y la ruina del paisaje son también las del personaje, de la misma manera que su abandono es también el del barranco en sombra sobre el que cuelga Anielle con su silencio torturado por el viento.

Y así el paisaje habla por boca de su último habitante, terminal en la noche de su agonía y fundido ya definitivamente con los restos arruinados de las piedras caídas y las maderas podridas de las casas vacías.

Los bosques de ortigas y los zarzales que invaden las calles, los tejados desmoronados, la herrumbre que tiñe el ambiente, los muros caídos, el musgo y los pájaros negros son punzantes metáforas del abandono y el olvido, como esa niebla que desdibuja el paisaje y la memoria.

La lluvia amarilla de las hojas secas, los pájaros muertos, el viento bíblico, la nieve y la escarcha compartidas por el paisaje y el corazón, la memoria con fiebre que convoca a los espectros de los muertos... 

Todo eso ocurre bajo la presencia constante y fantasmagórica de una luna mortal en una noche que queda para quien es en la última, misteriosa e inolvidable frase de la novela.

Santos Domínguez

14 junio 2013

Basho. Por sendas de montaña


Matsuo Basho.
Por sendas de montaña.
Edición de 
Fernando Rodríguez-Izquierdo.
Satori. Gijón, 2013.


Por sendas de montaña, de Basho, y Sueño de la libélula, de Soseki, dos autores fundamentales en la configuración y el desarrollo del haiku japonés, inauguran la bellísima colección Maestros del Haiku que ha empezado a publicar Satori, la editorial gijonesa especializada en la cultura del Japón. Esos dos volúmenes inaugurales –se anuncian otros títulos de Shiki o Akutagawa-, editados en un delicado y manejable formato en octavo menor, han sido preparados por Fernando Rodríguez-Izquierdo, que se ha ocupado de la selección, traducción, introducción  y notas de dos títulos que resumen el canon del haiku.


La intuición del instante, eternizado por encima del tiempo en unos versos intemporales, la mirada espiritual a la naturaleza, el paisaje como proyección de los estados de ánimo, la concentración expresiva, la sugerencia sutil, la leve melancolía hacen de estos haikus una de las manifestaciones más estilizadas de la poesía universal.


Poco importa ante estos textos saber que Basho vivió en el XVII, porque parece un contemporáneo en su ironía autocrítica o en la contemplación de la naturaleza, o que Soseki, más conocido como narrador, abandonara este tipo de literatura cuando se le diagnosticó una úlcera gástrica que acabaría deteriorando su organismo.

Más allá del artificio poético, lo importante, lo que queda para siempre de estos haikus es la hondura lírica de su expresión ligera, la soledad en la percepción aguda del mundo, que en ellos se sigue oyendo el ladrido de un perro en la noche lluviosa y el ruiseñor sigue cantando en un sauce dormido en una fiesta en la que se unen los sentimientos y las sensaciones para crear una poesía imperecedera.

Matsuo Bashō (1644-1694), fue víctima de sus vagabundeos y sus travesías de montañas escarpadas. Es el poeta japonés más traducido en español, por lo que el editor, Fernando Rodríguez-Izquierdo, ha obviado en la selección de estos setenta haikus los más conocidos por las traducciones de Octavio Paz o de Antonio Cabezas.

En esta antología, de todos modos, está su mundo vital y literario: la niebla del sueño y un jardín abandonado, la primera nieve sobre las hojas del narciso y el rocío sobre el trébol, la luna sobre las ramas con gotas de lluvia, la fragancia de un árbol desconocido en flor, los pájaros que vuelan hacia islas remotas sobre la bruma del otoño, la naturaleza agitada a veces por las tormentas o los tifones, el viento que se esconde entre los bambúes, el canto de cuclillo al amanecer o la luna brillando sobre los cerezos.

Y la mirada de Basho que establece una lógica poética sobre la naturaleza en el haiku del que toma título la selección:

Al olor del ciruelo,
sale de pronto el sol
por sendas de montaña.

O esta abarcadora sinestesia en la que el relámpago encadena la sombra y  el grito de una garza:

Brilla un relámpago
y entra en la sombra el grito
de la garza nocturna.

Santos Domínguez

13 junio 2013

Trotsky. Una vida revolucionaria


Joshua Rubenstein.
León Trotsky.
Una vida revolucionaria.
Ediciones Península. Barcelona, 2013.


Aunque no aparece ninguna referencia en su edición española, publicada por Península en su colección Atalaya, esta biografía de Trotsky se inicia por un encargo de una prestigiosa editorial norteamericana como parte de una colección de semblanzas sobre conocidos personajes de religión judía. Por eso, casi rozan lo cómico los diversos intentos del autor por cumplir su compromiso y acercarse al personaje desde un punto de vista judío: de manera implacable y casi desde su infancia, Trotsky, ateo confeso, se niega a que le identifiquen con ningún credo.

Resulta imposible escribir una biografía aburrida de Trotsky, un hombre de pensamiento y de acción que vivió en Odessa, Viena, París, Londres, San Petersburgo, Estambul, Nueva York y acabó asesinado en México; que participó en la Revolución de 1905, que pasó por las cárceles del Zar, estuvo al frente del aparato de propaganda comunista en la clandestinidad, dirigió la Revolución de Octubre, organizó el Ejército Rojo, sufrió la persecución de Stalin en forma de exilio en Siberia, y luego vagó por un mundo que no quería ofrecer asilo a alguien con su historial, mientras buena parte de su familia caía víctima del fuego amigo estalinista.

Esta biografía tiene como virtudes su concisión y que está concebida desde un punto de vista bastante neutral, lejos de otras escritas desde el anticomunismo visceral o desde el rencor estalinista, pero también a distancia de los relatos hagiográficos que proponen a Trotsky como un ser casi angelical que podría haber traído a la Tierra el paraíso comunista ahorrándonos las atrocidades estalinistas.

Esta última idea ha formado parte de las creencias de quienes se hicieron trotskistas, pensando que la democracia y el respeto por los derechos humanos y las libertades individuales eran compatibles con el comunismo, cuando el propio Trotsky, convertido ya en víctima, no dudó en justificar hasta el último de sus días cualquier medio que sirviese para extender el comunismo por el mundo.

Quizás quien mejor resolvió esta cuestión fue uno de los intelectuales más sagaces del siglo XX, George Orwell, del que Rubenstein recoge esta opinión sobre Trotsky escrita en 1939: “no hay certidumbre de que hubiera sido un dictador preferible a Stalin, aunque sin duda tiene un intelecto mucho más interesante. Lo esencial -concluía Orwell- es el desprecio a la democracia; es decir a los valores subyacentes a la democracia; una vez que se ha pronunciado uno en otra dirección, Stalin o, en todo caso, alguien igual que Stalin, está ya en ciernes.”

Jesús Tapia

García Márquez. Todos los cuentos


Gabriel García Márquez.
Todos los cuentos.
Debolsillo. Barcelona, 2013.

Desde La tercera resignación, un cuento de 1947, hasta El avión de la bella durmiente, de 1982, los relatos que Gabriel García Márquez fue escribiendo a lo largo de treinta y cinco años los agrupó en cuatro volúmenes: Ojos de perro azul, Los funerales de la Mamá Grande, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y Doce cuentos peregrinos.

Esos cuentos no alcanzan probablemente la altura descomunal de novelas como Cien años de soledad, El otoño del patriarca o El amor en los tiempos del cólera, pero contienen una parte fundamental del legado literario del colombiano, que dedicó a la técnica del género una serie de artículos teóricos imprescindibles.

De hecho, con sus primeros cuentos García Márquez empieza a construir un universo muy personal que pone los cimientos de El coronel no tiene quien le escriba o de Cien años de soledad. La imaginación, el realismo mágico, el decorado del trópico caribeño y los personajes desolados o excesivos contienen la semilla de su obra mayor y ponen los fundamentos técnicos y temáticos sobre los que se construirían sus novelas.

Fue así como nació Macondo en el Monólogo de Isabel viendo llover en Macondo o en los funerales de quien fue soberana absoluta de aquel lugar, y, sobre todo, fue en esos primeros cuentos donde García Márquez encontró el tono de voz que le permitiría acometer empresas narrativas de más largo aliento: es la voz del demiurgo, del contador de historias que en cada relato parece estar fundando el mundo, nombrando las cosas por vez primera.

Esta teoría y práctica de vasos comunicantes entre sus novelas y sus cuentos explican La increíble y triste historia..., un relato posterior a Cien años de soledad que desarrolla un episodio esbozado en la novela.

Lo culto y lo popular, la tradición oral y la lectura de Faulkner, la realidad cotidiana y la irrupción natural de lo fantástico, la narrativa clásica y las aportaciones contemporáneas... Todo eso integra la argamasa con la que García Márquez crea el prodigioso edificio de su literatura, hecha de una difícil mezcla de arcilla y mármol que da lugar a un milagro creativo en cada uno de los cuarenta y un cuentos de este volumen.

Porque cada uno de estos cuentos es una pequeña obra de arte que tiene valor por sí misma y constituye una pieza fundamental e imprescindible en el pasmoso universo literario de García Márquez.

Un año después de que Mondadori reuniera por primera vez en un solo volumen en tapa dura la totalidad de la narrativa breve de García Márquez, que escribió estos textos a la vez que algunas de sus obras mayores o como preparación en cuanto a tono, ambientes, enfoques o personajes, aparecen ahora en un formato más asequible, pero con el mismo cuidado editorial, en Debolsillo.

Santos Domínguez

12 junio 2013

Chaves Nogales. A sangre y fuego


Manuel Chaves Nogales. 
A sangre y fuego. 
Edición de María Isabel Cintas. 
Prólogo de Andrés Trapiello.
Espuela de Plata. Sevilla, 2013.


En este libro Chaves Nogales no necesitó ni siquiera desplegar los discursos ideológicos. Ya no era momento de peroratas. Todo el mundo sabía lo que tenía que saber. Si el 19 de julio de 1936 el país dejó atrás la política, casi siempre a la fuerza, aprestándose a aniquilarse en la guerra, eso hizo Chaves como narrador: hechos escuetos, contados con brío en una prosa vibrante que tiene lo mejor del Baroja de las Memorias de un hombre de acción y lo mejor del Valle-Inclán del Ruedo Ibérico, con los ecos al fondo de La caballería roja de Babel. Al lector sólo le queda asistir atónito y consternado al triunfo de la barbarie. Y tras su prólogo, volvemos a encontrar a Chaves en todos estos relatos en un segundo plano, el que le gustaba: cerca, pero no encima.

Es uno de los párrafos de Historia de un infortunio, el prólogo con el que Andrés Trapiello presenta la nueva edición completa e ilustrada de A sangre y fuego, de Manuel Chaves Nogales, un libro imprescindible en la narrativa sobre la guerra civil española que acaba de publicar en un cuidadísimo volumen Espuela de Plata.

Manuel Chaves Nogales, periodista y narrador sevillano muerto en Londres en los primeros años de exilio, es conocido sobre todo como autor de un libro esencial en la literatura taurina: su Juan Belmonte, matador de toros es para muchos la cima literaria de un tema que es casi una provincia de la literatura.

Intelectual comprometido y periodista brillante en el momento más brillante del periodismo español del siglo XX, se refugió en Francia y allí escribió las nueve  alucinantes novelas, según su propia definición, los nueve relatos que agrupa en A sangre y fuego, aparecido en 1937, del que Espuela de Plata acaba de publicar la que puede considerarse la definitiva y primera edición completa, pues se añaden aquí dos nuevos relatos centrados en los bombardeos sobre Vizcaya y Bilbao. 

Son dos textos inéditos en España – El refugio y Hospital de sangre- que han sido recuperados por María Isabel Cintas para esta edición definitiva, con abundantes ilustraciones que responden a la concepción de Chaves Nogales de estos relatos que se publicaron por entregas ilustradas con fotografías y dibujos que se reproducen en este volumen.

Héroes, bestias y mártires de España se subtitula esta serie narrativa que tiene como hilo conductor y como marco ambiental y temporal la guerra civil, con un enfoque imparcial. Chaves Nogales suele partir de situaciones reales sobre las que, sin caer en el partidismo ni en la simplificación maniquea, proyecta una mirada dolorida, una reflexión lúcida y piadosa sobre aquel desastre en el que se conjuraron los viejos fantasmas del odio cainita, los intereses económicos y el fanatismo.

Aquella carnicería brutal conmovió profundamente a Europa, hasta el punto de que ha generado una gran cantidad de literatura. La guerra civil española es casi un subgénero narrativo en la literatura contemporánea y en ese panorama A sangre y fuego es una de las referencias ineludibles, una de las más interesantes obras sobre la guerra civil, sus raíces y sus consecuencias, que el periodista y narrador sevillano sufrió en carne propia. Pese a eso, pese a que podía reivindicar para sí el papel de la víctima, Chaves Nogales fue fiel a su pensamiento liberal y tolerante para situarse en la equidistancia del extremismo de izquierdas y derechas, para mostrar el lado humano de un conflicto que se aborda desde la intrahistoria del sufrimiento y del desgarro antes que desde el enfoque político o desde la propaganda.

Escritos con la agilidad incisiva del periodista, estos nueve relatos tienen su punto de partida en situaciones reales aunque inverosímiles y su lugar de destino, su verdadera vocación, es la denuncia de una realidad desoladora: los bombardeos sobre un Madrid asediado, los señoritos caballistas que hacen batidas de obreros por los pueblos andaluces, la resistencia de los milicianos, los quintacolumnistas, la columna de hierro que dejó su huella de muerte en los pueblos de Valencia, los moros y la legión, los italianos y los anarquistas, la guardia civil y los falangistas en un aquelarre de destrucción y salvajismo que los iguala moralmente por abajo.

No hay en estos cuentos vencedores. Todos, estén en un bando o en otro, son del bando de los vencidos. Todos forman parte de dos ejércitos devorados por las raíces absurdas de la crueldad y el odio y su afloramiento más ominoso: el de una guerra civil.

Y en ella estos personajes, estos hombres y mujeres que comparten su doble condición de víctimas y verdugos, de seres dominados por el odio, aniquilados por la indignidad del miedo y la venganza sobre el fondo de una España sangrante y calcinada.

Santos Domínguez

11 junio 2013

Francisco Brines y su mundo poético

Huésped del tiempo esquivo. 
Francisco Brines y su mundo poético. 
Edición de Sergio Arlandis.
Renacimiento. Sevilla, 2013.

En su colección Iluminaciones, Renacimiento publica Huésped del tiempo esquivo. Francisco Brines y su mundo poético, un homenaje que reúne en este amplio volumen un conjunto de veinticinco ensayos que iluminan desde perspectivas muy variadas una de las obras poéticas más importantes e influyentes desde los años sesenta hasta hoy. 

Una parte considerable de la poesía que se escribe en España en las últimas décadas –Luis Antonio de Villena, Carlos Marzal, Vicente Gallego…- se alimenta de la lectura de los libros de Brines, y esos nombres figuran entre los veinticinco críticos y poetas que Sergio Arlandis ha convocado en torno a la obra de una de las voces poéticas imprescindibles que en el último medio siglo ha ido creando una sólida poesía contemplativa marcada por un constante tono elegiaco matizado a veces con algún acento hímnico o con impulsos epicúreos cuya huella rastrea Juan Carlos Abril. 

La soledad, la fugacidad de la vida, el sentido de la existencia constituyen ese centro espiritual, en el que hay un constante equilibrio entre lo físico y lo ético, lo que le ha hecho afirmar: El conjunto de mi obra es una extensa elegía.

Entre Las brasas y La última costa, con libros intermedios tan fundamentales como Insistencias en Luzbel o El otoño de las rosas, la reflexión sobre el tiempo constituye el eje temático de la poesía de Brines, que agrupó en 1997 su poesía completa bajo el título Ensayo de una despedida.

Planteada como forma de conocimiento y como lamento de las pérdidas, la poesía de Brines se levanta como una expresión depurada en el distanciamiento que supone la elaboración verbal de la materia existencial, en la sentimentalidad objetivada y en las sensaciones tamizadas por la inteligencia. Así lo explica el propio autor:

La poesía surge del mundo personal y de las obsesiones del poeta, pero yo no puedo escribir desde la plenitud ni desde el dolor, necesito un distanciamiento con respecto a la experiencia. La poesía desvela una visión del mundo, una cosmovisión de la vida como pérdida, que me ha concedido la poesía, y así surgen los poemas: del amor y de la pérdida, de la luz y de la sombra. La poesía, secretamente da a conocer aquello que está en uno y no se conoce y, además, es un retrato opaco del escritor.

Guillermo Carnero, Alejandro Duque Amusco, Gabriele Morelli, Antonio García Berrio, Ángel Luis Prieto de Paula, Ricardo Senabre, David Pujante, Fernando Ortiz, José Luis Gómez Toré o Ángel Luis Prieto de Paula son algunos de los autores que proponen los distintos acercamientos temáticos, el estudio de sus influencias o los análisis de textos que articulan este libro que se completa con un abundante material gráfico que recorre la vida de Francisco Brines y que refleja también lo que este volumen quiere ser: una reunión de amigos del poeta y un reconocimiento a su poesía, como señala Sergio Arlandis en su prólogo, Cuando yo aún soy la vida. Francisco Brines en su insistencia. 

Santos Domínguez

10 junio 2013

Mal Lara. La Philosophía vulgar

 
Juan de Mal Lara.
La Philosophía vulgar.
Edición de Inoria Pepe Sarno
y José-María Reyes Cano.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2013

Cuando se cumplen los cuarenta años de su imprescindible colección de clásicos hispánicos, Cátedra edita La Philosophía vulgar, que el sevillano Juan de Mal Lara publicó en 1568, tres años antes de su muerte prematura.

Es uno de los grandes monumentos del Renacimiento español, lo que en la segunda mitad del XVI es tanto como decir una obra esencial del humanismo europeo. En la línea de Erasmo y sus Adagia, Mal Lara reunió en él una colección de 1001 refranes glosados, a los que habría que sumar otros trescientos que cita en sus comentarios.

Ya en su título funde esta Philosophía vulgar lo culto y lo popular, la tradición escrita y la oral, la erudición y la sabiduría tradicional para construir un libro en el que, como en la Anatomía de la melancolía de Burton, cabe el mundo entero. Porque en las glosas de los refranes Mal Lara habla de la religión y de los cornudos, de la familia y la mujer, de la sociedad y la pobreza, de los ambientes estudiantiles y de la vida urbana en aquella Sevilla que era puerto de Indias y moderna Babilonia, ciudad del comercio, patio de Monipodio y capital del crimen.

Aquel maestro sevillano –Menandro bético lo llamó Juan de la Cueva- que tuvo cátedra en la Alameda, algún encontronazo con la Inquisición y murió a los 44 años, tres años después de imprimir su Philosophía vulgar en la calle de la Sierpe, escribía en la dedicatoria a Felipe II:

Materia me pareció conveniente para ofrecer a reyes la Filosofía y escogí la vulgar que los vasallos de S. M. usan con la libertad concedida en sus casas, huertos y heredamientos, según se les deja gozar con la pacífica vida y defensión inexpugnable, contra todos los que se atreven a pensar de enojar al menor de los que debajo de la bandera de V. M. viven. Esta Philosophía vulgar saqué yo de los refranes castellanos, los cuales no creo serán tan peregrinos a los oídos del rey que no lo haya alguna vez oído, y aun usado en su lugar y tiempo, para allanarse enre los suyos y hacerles merced hablando en su lenguaje, que se usa en las tierras propias y heredadas con tan merecido título.

Y un libro tan monumental como este solo admite una edición como la que acaba de publicar Cátedra Letras Hispánicas, que es el brillante resultado de cuatro años de trabajo exclusivo de Inoria Pepe Sarno y José-María Reyes Cano.

Con más de mil quinientas páginas y un aparato crítico de más de cuatro mil quinientas notas a pie de página, este es un libro imprescindible para quien quiera adentrarse en la literatura y la visión del mundo del Siglo de Oro español.

Porque como Fray Luis de León y el resto del humanismo renacentista, Mal Lara maneja en sus glosas fuentes bíblicas, literatura clásica grecolatina, tradiciones orales y autores modernos españoles e italianos. Fuentes que analizan los editores en su arduo y espléndido estudio introductorio a partir del escrutinio de la librería de Mal Lara, vendida en almoneda.

Y si importante es conocer las fuentes de la Philosophía vulgar, aún más lo es destacar la influencia que esta obra tuvo en la literatura posterior. No se detienen los autores de esta edición a valorar esa irradiación, pero es seguro que de Cervantes a Tirso de Molina, de Góngora a Calderón, de Lope a Quevedo, los autores del segundo Renacimiento y del Barroco tienen una deuda impagable con este libro de Mal Lara y con esa síntesis fructífera de lo culto y lo popular que daría sus mejores resultados en la novela cervantina, en la poesía conceptista y en la comedia nacional.

Entrar en un libro como este es también entrar en una selva, por lo cual Mal Lara elaboró seis índices, seis Tablas que son brújulas para orientarse en esa densidad exuberante. A esas seis Tablas originales se suman en esta edición otros cuatro índices utilísimos que han elaborado los editores para facilitar la consulta rápida, el cruce de perspectivas distintas o el puro merodeo por el millar y medio de páginas de este volumen impresionante.

Santos Domínguez

08 junio 2013

Desahuciados. Crónicas de la crisis



Desahuciados. 
Crónicas de la crisis.
Selección a cargo de Rafa Caumel y J. A. López.
Ediciones Traspiés. Granada, 2013.

En su colección Vagamundos, Ediciones Traspiés reúne una selección de microrrelatos ilustrados en los que casi un centenar de narradores e ilustradores reflejan su visión de la crisis en Desahuciados. Crónicas de la crisis, cuyos beneficios irán destinados a la Plataforma de Afectados por la Hipoteca.

Nombres como los de Ángel Olgoso, Care Santos o José Antonio Masoliver, que respondieron a una convocatoria del Taller Paréntesis de Málaga que se ha concretado en este volumen en el que la palabra y la imagen en blanco y negro se conjuntan para ofrecer desde distintas perspectivas una misma mirada crítica que se mueve entre la desolación y la resistencia, entre la rebeldía y la denuncia.

Entre la ironía y la reflexión, desde la desesperación del suicida al nuevo pobre, vagabundean por estos relatos en fuga y a la deriva por calles hostiles bajo la lluvia en busca no de empleo, sino de los contenedores de basura en donde hurgar entre las esperanzas perdidas.


Santos Domínguez

07 junio 2013

Antonio Colinas. La tumba negra


Antonio Colinas.
La tumba negra.
Edición y estudio
de Francisco Aroca.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2011

Como un poema de poemas define el profesor José Enrique Martínez La tumba negra en el prólogo de su imprescindible edición de En la luz respirada en Cátedra Letras Hispánicas, un volumen que reunía tres libros canónicos de Antonio Colinas: Sepulcro en Tarquinia, Noche más allá de la noche y Libro de la mansedumbre.

La tumba negra, tercera parte de esta obra central en la madurez de Colinas, tiene su génesis en la necesidad estructural de cerrar el Libro de la mansedumbre, pero también tiene un sentido autónomo, lo que justifica que La Isla de Siltolá le dedique una edición exenta como esta, en la que el texto va iluminado por un profundo estudio crítico de de Francisco Aroca.

Los casi quinientos versos de La tumba negra contienen la cifra del mundo poético de Antonio Colinas: el viaje, el arte, la música, el amor y la armonía construyen su esqueleto y sus articulaciones en una constante y creativa lucha de contrarios de la que surge la propuesta de una vida más alta.

La visita a la tumba de acero de Bach en la iglesia de Santo Tomás de Leipzig –Hay tumbas que en silencio hablan del mundo es un verso de Rilke que Colinas convierte en lema de La tumba negra- es el desencadenante del poema y de un primer contraste entre la tumba negra de Bach y su música blanca: Calla la tumba negra de la música blanca. Esa es la primera estación de un viaje por varias ciudades de la antigua Alemania del Este que acaba convirtiéndose en un viaje interior.

La vida y la muerte, la música y el silencio, la civilización y la barbarie, la armonía y la inarmonía se suceden en los versos de La tumba negra  en una dualidad de música y espinos que analiza Aroca como eje del poema.

Desde el verso inicial –Yo había abierto mi ser a la mansedumbre- hasta los versos finales, a través del revoltijo de huesos, de dolor y de ideas de la historia reciente, el poeta viaja por la duda, por la inarmonía y por el dolor al centro de sí mismo a través del orfismo y de la armonía de la música y el amor frente a los muros de la historia, los totalitarismos o las agresiones al medio ambiente:

¿Hasta cuándo tendrá que rodar la cabeza de Orfeo
sobre los pedregales de la Historia?

De ese triple impulso órfico –amor, música y poesía- que nutre gran parte de la poesía de Colinas se alimenta el entramado simbólico de un poema en el que la imagen se convierte, a la manera de María Zambrano y su razón poética, en el lenguaje con el que se expresa el misterio, en una sucesión que recuerda en su estructura el diseño musical de las fugas y las variaciones.

Desbrozados por Francisco Aroca y por José Enrique Martínez, esos símbolos desarrollan el sentido de ese viaje interior que resumen estos versos:

La tumba negra fue
(“¡oh, lámparas de fuego!”)
al fin como una hoguera musical.

Creí haber sentido agujas en las sienes,
algo muy parecido a un desesperado y espinoso
combate de contrarios,
cuando, en realidad, me hallaba en lo profundo
del centro de mí mismo.


Santos Domínguez