11 marzo 2022

James Joyce. Retrato del joven artista


James Joyce.
Retrato del joven artista.
Edición de Damià Alou
 Cátedra Letras Universales. Madrid, 2022.

“La dificultad de explicar el argumento de una novela como el Retrato no es su enrevesamiento ni su complejidad, sino, precisamente, su simplicidad o inexistencia. Como novela de formación y aprendizaje, tiene que desembocar en una consecuencia o catarsis, en algo que refleje el cambio operado por el protagonista en su periplo vital. En el caso de Stephen la consecuencia de toda la novela es la huida, el exilio, el rechazo de todo lo que lo ha conformado a lo largo de la novela” escribe Damià Alou en el estudio introductorio que abre su edición del Retrato del joven artista de James Joyce en Cátedra Letras Universales.

Intermedia entre Dublineses y Ulises, del que a veces se considera un primer volumen, esta fue la primera novela de Joyce. Protagonizada por Stephen Dedalus, un alter ego de Joyce, apareció en veinticinco entregas en la revista londinense The Egoist, entre febrero de 1914 y septiembre de 1915, con el apoyo de Ezra Pound, que detectó en aquella obra el aire más renovador de la literatura inglesa. Se editó ya como libro en Estados Unidos en 1916 y diez años después, en 1926, la tradujo al español Dámaso Alonso, que utilizó el seudónimo Alfonso Donado y tituló su versión Retrato del artista adolescente.

Durante casi un siglo esa ha sido la versión que ha circulado en España e Hispanoamérica de la novela de Joyce. En la nueva traducción de Damià Alou así se lee uno de los episodios más significativos, el de la exaltación religiosa y vital de Stephen Dedalus posterior a su confesión:

Stephen se fue a un rincón de la oscura nave, se arrodilló y dijo su penitencia; y sus plegarias ascendieron a los cielos desde su corazón purificado como asciende el perfume del corazón de una rosa blanca.
Las calles embarradas estaban alegres. Volvió a casa a buen paso, consciente de estar poseído por una gracia invisible que daba ligereza a sus piernas. A pesar de todo lo que había hecho. Había confesado y Dios le había perdonado. Su alma volvía a ser virtuosa y bella, virtuosa y feliz.
Qué hermoso sería morir si Dios lo deseaba. Era hermoso estar poseído por la gracia y llevar una vida de paz, virtud y tolerancia hacia los demás.

Organizada en cinco capítulos que reflejan cinco momentos de la evolución del protagonista en relación conflictiva con el mundo, con la familia, con la religión, con las mujeres y consigo mismo, la novela tiene su culminación en el quinto capítulo, el más largo y el más decisivo de su proceso de formación: el que significa la afirmación de su personalidad tras un proceso que incluye un periodo de ascetismo y religiosidad exaltada tras el que se acabará alejando de la religión y la familia.

Porque -escribe Damià Alou- “Stephen, en cuanto que héroe romántico, es capaz de enfrentarse al discurso de la religión, de la patria, de la familia y del amor, y salir triunfante con su propio discurso.”

Ese quinto capítulo decisivo, que es también el más complejo, es el del descubrimiento de la clave de la creación artística en la renuncia y en la necesidad de superar los límites que imponen la realidad social, la religión, la nacionalidad o la lengua para convertir el mundo en lenguaje, en expresión artística de la conciencia.

Esa voluntad de independencia y de huida se concreta en la salida de Stephen de Irlanda y en ese “¡Vete! ¡Vete!” que anota en su diario el 16 de abril, al final de la novela. Diez días después, el 26 de abril, añade:

Parto para encontrarme por millonésima vez con la realidad de la experiencia y forjar en la herrería de mi alma la conciencia increada de mi raza. 

La literatura de Joyce tiene entre otras características la de su continuidad y su coherencia evolutiva: así como en el Retrato está ya en potencia el Ulises, el Retrato a su vez está claramente conectado con el mundo de Dublineses, en una transición progresiva desde la mirada exterior a la interior, desde el objetivismo heredado de la literatura realista, sobre todo de Flaubert, a la subjetividad del renovador flujo de conciencia proyectado en la figura autobiográfica de un personaje en crecimiento, en un proceso de maduración interior que lo transforma en artista a través de la epifanía de la creación literaria.

Así lo resume Damià Alou: “A los veintiún años, Joyce había descubierto que podía convertirse en un artista escribiendo acerca del proceso de creación artística. En cierto modo, el Retrato es más un poema en prosa que una novela, un texto en el que la evocación tiene, además, la función de indagar en cómo el lenguaje recibido forma a un artista. Su modernidad reside en su técnica de yuxtaposición de escenas sin ilación más lógica que la necesidad narrativa, algo que reclama la complicidad activa del lector, que debe entrar en un juego sin conocer las reglas.”

Santos Domínguez 


09 marzo 2022

James Joyce. Ulises

 

James Joyce.
Ulises.
Edición de Francisco García Tortosa.
Traducción de María Luisa Venegas Lagüéns 
y Francisco García Tortosa.
Cátedra Letras Universales. Madrid, 2022.


Majestuoso, el orondo Buck Mulligan llegó por el hueco de la escalera, portando un cuenco lleno de espuma sobre el que un espejo y una navaja de afeitar se cruzaban. Un batín amarillo, desatado, se ondulaba delicadamente a su espalda en el aire apacible de la mañana. Elevó el cuenco y entonó:

—Introibo ad altare Dei.

Se detuvo, escudriñó la escalera oscura, sinuosa y llamó rudamente: 

—¡Sube, Kinch! ¡Sube, desgraciado jesuita!

Solemnemente dio unos pasos al frente y se subió a la plataforma redonda. Dio media vuelta y bendijo gravemente tres veces la torre, la tierra circundante y las montañas que amanecían. Luego, al darse cuenta de Stephen Dedalus, se inclinó hacia él y trazó rápidas cruces en el aire, barbotando y agitando la cabeza. Stephen Dedalus, molesto y adormilado, apoyó los brazos en el remate de la escalera y miró fríamente la cara agitada barbotante que lo bendecía, equina en exten­sión, y el pelo claro intonso, veteado y tintado como roble pálido.

Buck Mulligan fisgó un instante debajo del espejo y luego cubrió el cuenco esmeradamente.

—¡Al cuartel! dijo severamente.

Añadió con tono de predicador:

—Porque esto, Oh amadísimos, es la verdadera cristina: cuerpo y alma y sangre y clavos de Cristo. Música lenta, por favor. Cierren los ojos, caballeros. Un momento. Un pequeño contratiempo con los corpúsculos blancos. Silencio, todos.

Es el memorable comienzo del ya centenario Ulises de Joyce en la traducción de María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa que publica Cátedra Letras Universales con edición de Francisco García Tortosa.

El 2 de febrero de 1922 era la fecha que Joyce acordó con la librería Shakespeare and Company de París para publicar una novela que cambiaría la historia de la literatura. Cumplía cuarenta años ese mismo día, cuando recibió de manos de su librera y editora Sylvia Beach el primero de los mil  ejemplares que se editaron por suscripciones de ciento cincuenta francos, un precio considerable.

Ambientada en Dublín y centrada en una sola jornada, entre las ocho de la mañana y las dos de la madrugada del 16 de junio de 1904 -el Bloomsday-, es estructuralmente una parodia de la Odisea que Joyce diseñó siguiendo minuciosamente los episodios homéricos en relación con los vagabundeos de Stephen Dedalus y Leopold Bloom. Su humor corrosivo -“no hay en él una sola línea en serio”, decía Joyce-, los constantes juegos narrativos y la reunión de temas y voces, de técnicas y registros lingüísticos producen un efecto desconcertante de integración y desintegraciones, de construcción y deconstrucciones de la tradición literaria. 

El Ulises, un libro capital en la literatura del siglo XX, tiene una inmerecida mala fama de hermetismo que no se corresponde con la realidad, aunque sí sería aplicable a su posterior Finnegans Wake. Cualquier lector atento de novelas puede superar la dificultad que plantea en la novela el uso del tiempo y el espacio para dar sensación de simultaneidad y ubicuidad. 

Otra cosa es la tarea colosal de traducir un texto complejo que hasta 1945 no tuvo una primera versión en español, la de Salas Subirats, que fue durante décadas la única existente, la que conocimos en la edición argentina de Santiago Rueda Editores, disponible ahora en Galaxia Gutenberg en una estupenda edición ilustrada por Eduardo Arroyo. Después vendría en 1976 la de José María Valverde en Lumen, que se acaba de reeditar, revisada por Andreu Jaume; y esta de María Luisa Venegas Lagüéns y Francisco García Tortosa que apareció por primera vez en 1999 en Cátedra y fue revisada y corregida en 2004.

Tres traducciones admirables, si no entramos en matices menores, que ponen al alcance del lector una obra monumental que entre esa escena inicial en la torre y el desbordante monólogo final de Molly Bloom (cincuenta páginas de un torrente de conciencia sin signos de puntuación) incorpora multitud de citas y guiños literarios y explora la complicada realidad histórica, cultural y social de Irlanda, la religión y la literatura inglesa, la crítica sobre Shakespeare, la música y la mitología, la astronomía y las flores, la cartomancia y la astrología en un portentoso edificio literario de una altura pocas veces lograda en la historia de la literatura.

Como “una novela proteica” la define en su amplio estudio introductorio en Cátedra Letras Universales Francisco García Tortosa, que señala que “Ulises representa un microcosmos en el que se aglomeran referencias a la literatura universal, a la historia, filosofía, matemáticas, astronomía, música, etc., y, por si todo esto fuera poco, estilos y registros diferentes se suceden y entremezclan sin cesar; la información sobre los hechos que se narran se suministra esparcida y casi oculta en distintos pasajes de la novela; y, por añadidura, el vocabulario es en ocasiones anacrónico o de tal precisión que obliga a consultar el diccionario insistentemente. No debe sorprender, por tanto, que proliferen guías, más o menos fiables, con la sana intención de ayudar a entender el libro, aunque, bien mirado, la crítica también debería suponer una orientación.”

“Al lector de Ulises -escribía José María Valverde en el prólogo de su traducción- le conviene conocer una buena parte de la obra anterior de James Joyce, es decir, Dublineses, como estampas de ambiente y presentación de algunas de las figuras de Ulises, y, sobre todo, A Portrait of the Artist as a Young Man, que en la memorable traducción de Alfonso Donado (Dámaso Alonso) se tituló El artista adolescente, pero cuyo título quizá convenga entender poniéndolo dentro de la terminología de la historia del arte, algo así como Retrato del artista joven o Autorretrato juvenil. Casi cabe considerar el Autorretrato como el primer volumen de Ulises: su protagonista, Stephen Dedalus, contrafigura del autor (en su juventud), será protagonista de los tres primeros capítulos y del noveno de Ulises y deuteragonista de algunos de los restantes, en contrapunto con Leopold Bloom, «autorretrato» de un posible y malogrado «artista ya no joven» y ya no artista -autocaricatura, en realidad, del Joyce maduro.”

Al hilo de esas palabras es oportuno recordar que Cátedra acaba de publicar el Retrato del joven artista con edición de Damià Alou y que Páginas de Espuma también publica, con edición de Diego Garrido e ilustraciones de Arturo Garrido, un espléndido volumen que reúne los Cuentos y prosas breves de Joyce, entre ellos los de Dublineses, que reedita también Reino de Cordelia con traducción de Susana Carral e ilustraciones de Javier García Iglesias.

Santos Domínguez 

07 marzo 2022

El factor Borges

  


Alan Pauls.
El factor Borges.
Literatura Random House. Barcelona, 2022.

Como “un ensayo de lectura: un manual de instrucciones para orientarse (o extraviarse sin culpas) en una literatura” describe el escritor y crítico argentino Alan Pauls su magnífico El factor Borges, un libro indispensable para borgeanos que acaba de publicar Literatura Random House.

Enciclopedia heterodoxa, antología breve, mapa conceptual, manual de instrucciones, ensayo de aproximación a una obra inagotable, a la busca de un Borges o varios Borges inesperados… Todo eso y más contiene este breve y enjundioso libro de Alan Pauls.

Porque, como escribe en su prólogo, se trata de “buscar en Jorge Luis Borges el factor Borges, la propiedad, la huella digital, esa molécula que hace que Borges sea Borges y que, liberada gracias a la lectura, la traducción, las múltiples formas de resonancia que desde hace más o menos cuarenta años vienen encarnizándose con él y con su obra, hace también que el mundo sea cada día un poco más borgeano: ése fue el propósito original de este libro.”

Un libro en el que abundan notas al margen sobre conceptos y personajes, sobre obras y nombres propios que vertebran una escritura tan irrepetible como la de Borges. Notas como esta, dedicada a los eucaliptos: “El perfume de los eucaliptos es a Borges lo que el sabor de la magdalena a Marcel Proust: “En cualquier lugar del mundo en que me encuentre, basta el olor de los eucaliptos para que yo vuelva a ese Adrogué perdido que ahora sólo existe en mi memoria.”

Otras notas al margen se centran en sus padres, Jorge Borges y Leonor Acevedo, en escritores como Lugones, Sabato, Abelardo Castillo, Bioy Casares, Macedonio Fernández, en personajes como Pierre Menard o Funes el memorioso, en la invención con Bioy Casares de un complementario como Bustos Domecq, en la importancia de la enciclopedia, las bibliotecas, la imaginación o la lotería en su obra. O en la imagen compleja de un Borges original y polémico, agresivo y discreto, paradójico y humorístico, divulgativo y lateral. Porque -escribe Pauls en otra de esas notas marginales-, “Borges, que caminó y leyó los márgenes como nadie, también los escribió hasta agotarlos. Como sucede con los contratos diabólicos, lo más importante de la prosa borgeana es a menudo lo que está escrito en letra chica.”

En esta exploración minuciosa y desenfadada del universo literario y vital borgeano, Pauls rastrea con perspicacia las huellas de un Borges más cercano, más burlón y menos solemne en busca de “los verdaderos Borges inesperados, capaces de poner a distancia, ironizar o aun refutar buena parte de los estereotipos con los que estamos acostumbrados a confundirlo. Tal vez así, de golpe, el tímido y desinteresado ratón de biblioteca se transforme en un estratega tortuoso; el anglófilo deje su torre de marfil y baje a entintarse los dedos a la arena caliente del periodismo; el escritor para élites abrace la cultura bastarda de la divulgación; y el centinela de la originalidad, sin el menor asomo de rubor, confiese ser ni más ni menos que un consumado artista del robo. Y tal vez así leer vuelva a tener el vértigo de la infracción.”

Santos Domínguez 

04 marzo 2022

Joaquín Márquez. Bromuro de plata


Joaquín Márquez.
Bromuro de plata.
Selección de Juan José Vélez Otero.
Valparaíso Ediciones. Granada, 2022.

SUICIDA EN LA GIRALDA

 Del árbol de la fe, fruto sombrío,
miró a mañana, y de esperanzas falto,
meditó en la hermosura de aquel salto
y nombró emperador a su albedrío.

Nunca se pudo imaginar tan alto,
ni imaginó tan alto escalofrío;
arriba un sol de oro, abajo el río
como una larga sierpe de cobalto.

Quiso apurar la copa de la vida,
y en una silenciosa despedida
atravesó la luz de parte a parte.

Y puso colofón a su tristeza
con el paso fugaz por la belleza,
en la más radical obra de arte.

Ese magnífico soneto de Joaquín Márquez (Sevilla, 1934-Sanlúcar, 2020) de su libro Puente de los suspiros, forma parte de la antología Bromuro de plata, que publica Valparaíso Ediciones.

Una espléndida selección preparada por Juan José Vélez Otero, que recoge una muestra representativa de la voz poética de Joaquín Márquez, en una convivencia natural de diversidad tonal y variedad de metros que se ajustan a los ritmos interiores de la emoción, el recuerdo y la experiencia, nutrientes fundamentales de una poesía brillante y potente.

Del soneto al verso libre, del alejandrino o el endecasílabo al arte menor asonantado de aire tradicional, de la silva a la soleá, conviven en estos versos lo culto y lo conversacional, lo cotidiano y lo universal, la anécdota festiva y la dolorosa evocación elegíaca, el instante detenido en la memoria, la experiencia recreada en el ritmo comedido y en la imagen iluminadora. 

Entre el relámpago de la metáfora y la reflexión severa y honda, entre la cima de la Torre Eiffel y la Giralda, entre lo lírico y lo narrativo, entre el amor y la muerte que están tan presentes en sus libros, por debajo de la variedad recorre estos poemas una corriente continua de verdad cordial y de cuidado de la palabra, de emoción ante la belleza y conciencia del tiempo. 

Y al fondo, muy al fondo, detrás de la ironía y la distancia, una mirada dolorida que emparenta a Joaquín Márquez con el Barroco andaluz a través del tema del sueño, una constante vertebral de su poesía, o de la simbología del agua y el espejo, que aparece en este Puente de Triana:

Frustrado Ulises, vengo  
al puente de Triana  
a mirar cómo el agua  
zarpa hacia ayer, sin otra embarcación  
para la travesía  
que la de mi memoria.  
Y el cactus del recuerdo con sus púas  
dolorosas, me apresa;  
consuelo al que me presto  
como quien martiriza  
su corazón con un puñal de oro.

Santos Domínguez 

02 marzo 2022

Landero. Una historia ridícula

  


Luis Landero.
Una historia ridícula.
Tusquets. Barcelona, 2022.

Una historia ridícula. Así se titula la última novela de Luis Landero, que publica Tusquets. Comienza con este párrafo en el que se concentran algunas de las magias verbales y de las estrategias narrativas que Landero ha ido depurando desde su inicial y prodigiosa Juegos de la edad tardía:

No creo pecar de orgullo, como demostraré a lo largo de mi exposición, si comienzo diciendo que soy un hombre con ciertas cualidades. Quizá no resulte especialmente llamativo, pero sí educado, discreto, concienzudo, culto y buen conversador. Todos cuantos me conocen saben, o deberían saber, de mi honradez y rectitud. En otros tiempos tuve un buen puesto de trabajo y un piso en propiedad. ¿Mi visión del mundo y de la vida? Trágica y trascendente. ¿Mi historia? De amor, de odio, de venganzas, de burlas y de ofensas. Me llamo Marcial Pérez Armel, resido en Madrid, y tengo en muy alta estima el viejo concepto del honor.

Desde ese párrafo inicial empieza a perfilarse y autodefinirse en primera persona la figura de Marcial, un desclasado propenso al odio, a la simulación y a la impostura que, como Lázaro a aquella Vuestra Merced anónima y superior, decide escribir a instancias de un tercero, el doctor Gómez, “la historia de mi vida a la vez que un ensayo sobre mí mismo.”

Y lo hace con la pretenciosidad del acomplejado sin estudios, que tiene un oscuro empleo en un matadero y que conoce de oídas la alta cultura, en fragmentos como este, donde reivindica su grotesca formación académica:

En cuanto a mí, antes que letras o ciencias, opté por la formación profesional. Como siempre me ha gustado la naturaleza, el mundo animal y los bellos entornos, cursé un ciclo de Comercialización de productos alimentarios, que culminé con éxito. Luego para ampliar estudios, y siguiendo lo que era ya una vocación, hice algunos módulos y másteres sobre Producción agropecuaria y Elaboración de productos cárnicos y lácteos. Esto, en cuanto a mi formación académica.

Pendiente de proyectar una buena imagen ante la opinión ajena, proclive a la impostura de inventarse unas cualidades que no tiene, propenso a la verbosidad banal de la oratoria y a las digresiones de lo que él llama “la disertación filosófica”, Marcial es un resentido mediocre con mirada trágica, víctima de ofensas y humillaciones desde niño, un activista del odio a primera vista por flechazo, que va desgranando en los breves capítulos de Una historia ridícula sus enfadosas divagaciones logorreicas. 

Y así como Gregorio Olías no era un impostor, sino un personaje cercano y deslumbrante cuando se reinventaba con imaginación quijotesca, en Augusto Faroni en Juegos de la edad tardía, con otra tertulia por medio, este Marcial que rondaba la cabeza de Landero desde hace décadas al parecer, es insuperablemente antipático y despreciable cuando se reinventa penosamente a sí mismo en un puro ejercicio de impostación pretenciosa y sin grandeza que no admite ni siquiera la coartada del heterónimo. 

Este que el narrador protagonista llama “informe o documento narrativo” es el demoledor autorretrato de un simulador insoportable, pagado de sí mismo, autodefinido como “artista y filósofo”. Un autorretrato trazado por Landero con distancia esperpentizadora y con verosimilitud cervantina, porque todos conocemos personas reales como este patético Marcial, pedantes y redichos, empinados sin garbo sobre el inestable pedestal de su vanidad y sus limitaciones, siempre temerosos de que los desnmascaren.

A diferencia de lo que se cuenta en el Lazarillo -el proceso de degradación del narrador protagonista y víctima de un vergonzoso caso-, lo que se cuenta aquí es esa ridícula historia de amor y odio que se anuncia en el título: un lance amoroso que proyecta las pretensiones de Marcial hacia Pepita Núñez de Ayala, una mujer superior que representa todo aquello que él no es: culta, refinada, segura de sí misma. 

Y porque, “en el fondo, tanto las historias de odio como las de amor están expuestas por igual a los desafueros de la imaginación y la locura”, lo demás que lo averigüe el lector. Merece la pena el paseo por esta historia ridícula, entre el orgullo y la cobardía, entre lo cómico y lo trágico, entre la angustia y el rencor que culmina en el discurso Asalto a la casa de la mujer amada, hasta el desenlace con Gil López Navarrete, “el cuarentón ingenioso y el simio ilustrado”, “malabarista de palabras e ilustre comediante” en una tragicómica mezcla de gazpacho y de sangre.

Santos Domínguez 


28 febrero 2022

Santiago Auserón. Arte sonora


Santiago Auserón.
Arte sonora. 
En las fuentes del pensamiento heleno.
Anagrama. Barcelona, 2022.

 Desde tiempos remotos, la música fue una actividad omnipresente en la sociedad griega: este hecho, hoy ampliamente reconocido, ha sido durante largo tiempo poco tenido en cuenta por los estudiosos de la Antigüedad.[…]

El pensamiento heleno surge en ese proceso que asocia indisolublemente una técnica especializada, como la del constructor de navíos –de la cual depende la supervivencia en el mar, el comercio, la colonización de nuevas costas y la suerte de la guerra–, con el soporte musical de la tradición poética; y este, a su vez, con las conveniencias de la argumentación lógica. La música asegura la transmisión entre los extremos de la necesidad perentoria y las artes del intelecto.  […]

Nuestra investigación se apoya en la renovación del helenismo acontecida a lo largo del siglo XX, debida a los descubrimientos arqueológicos, etnográficos y tecnológicos que llevaron a contrastar el legado textual con un conocimiento cada vez más preciso de la tradición oral. Poco a poco, los helenistas han ido haciendo frente a la necesidad de cooperar con la musicología en el estudio de los primeros rastros de Occidente. En lo que toca a la literatura de la Grecia antigua, la musicología es concluyente: «Todos los autores griegos de los que hoy no subsisten más que los textos, y que tenemos tendencia a considerar únicamente como poetas, eran de hecho también músicos, al menos desde la época arcaica hasta el fin de la época clásica.» Aun así, al comienzo de su Ancient Greek Music, publicado en la última década del pasado siglo, Martin L. West se veía forzado a declarar todavía: «Probablemente ningún otro pueblo en la historia ha hecho referencia más frecuente a la música y a la actividad musical en su literatura y en su arte. Pese a ello, el asunto es prácticamente ignorado por casi todos los que estudian esta cultura o enseñan acerca de ella.»

En esos tres párrafos se podría resumir el sentido de Arte sonora, un ambicioso ensayo que Santiago Auserón publica en Anagrama

Subtitulado En las fuentes del pensamiento heleno, es una indagación amplia, profunda y muy documentada que explora la relaciones entre la música, la poesía, el mito, la filosofía y el logos en el proceso de configuración del pensamiento griego entre la época arcaica y la clásica.

“Arte sonora -escribe Santiago Auserón en el Prefacio del libro- es la conjunción de palabra y música en el canto, pero también la música instrumental sin palabras. Juntas comparten las funciones culturales que los griegos antiguos representaron en la fraternidad de las Musas. El curso de la historia dejó a la música reinar en el medio sonoro común, mientras contemplaba a su hermana alejarse y marcar distancias. De modo inevitable, la práctica musical preserva una interrogante callada acerca de las evoluciones de la voz fuera del territorio de origen e incita a considerar si en sus desarrollos escritos y discursivos la palabra es todavía un arte sonora. Sin duda el oficio de cantor y compositor de canciones, practicado en paralelo con el estudio de la filosofía, tiene algo que ver con esta manera de plantear las cosas. La necesidad de escapar de los apremios mercantiles de dicho oficio, el deseo de comprender mejor su propio alcance, dieron nuevo impulso a la inclinación temprana por el pensamiento de los griegos antiguos, reforzándola con la inquietud por conocer el rastro de las sonoridades musicales que asistieron al nacimiento de la filosofía.”

En esta intensa reconstrucción del medio en que nació la filosofía occidental, Auserón aborda cuestiones  como la relación de la música con lo sagrado, el comercio del hombre con lo sagrado a través de la canción y el mito, la lógica musical del hexámetro y los ritmos homéricos, el proceso de separación de la poesía y la música, la escisión consiguiente de las artes verbales y musicales, la restauración de la lógica del ritmo o las correspondencias simbólicas entre la palabra y la música, hasta llegar a una conclusión -‘La música del lógos’- después de un completo y deslumbrante  recorrido por la cultura arcaica y clásica en la antigua Grecia.

Arte sonora propone un recorrido luminoso por “la dualidad cultural de las artes sonoras -palabra y música-“, por el equilibrio entre la representación verbal y la invisibilidad sonora, por las relaciones de reciprocidad entre palabra y música y sus valores simbólicos como expresión de lo sagrado, por las armonías y las consonancias,  por la tradición mistérica en la que conviven los ritos y la poesía, por el paso de la tradición oral a la escrita, de la poesía a la filosofía, del mito al logos y por la evolución del pensamiento filosófico, que “heredó de la épica la idea de lo divino como principio del que deriva una valoración de los comportamientos humanos, junto con la capacidad de idealizar un origen remoto, y de la lírica aprendió la libertad individual para contradecir esas mismas creencias.”

Santos Domínguez 


25 febrero 2022

Joyce. Cuentos y prosas breves


James Joyce.
Cuentos y prosas breves.
Traducción de Diego Garrido.
Páginas de Espuma. Madrid, 2022.

 Unos suaves toques en el cristal le hicieron volverse hacia la ventana. Había comenzado a nevar de nuevo. Soñoliento, vio los copos caer oblicuamente contra la luz de las farolas, plateados y oscuros. Había llegado el momento de emprender su viaje hacia el oeste. Sí, los periódicos estaban en lo cierto: la nieve caía sobre toda Irlanda. Caía en cada parte de la oscura planicie central, sobre las colinas calvas, caía suavemente sobre las oscuras y turbulentas aguas de Shannon. Caía también sobre cada rincón del solitario cementerio donde yacía Michael Furey enterrado. Se acumulaba sobre la piedra de sus cruces torcidos y sus lápidas, sobre las lanzas oxidadas de su pequeña puerta, sobre las espinas yermas. Su alma se desvanecía al escuchar caer la nieve débilmente sobre el universo, caer débilmente, como el descenso de su último final, sobre todos los vivos y los muertos.

Así termina, en la traducción de Diego Garrido, Los muertos, de James Joyce, uno de los mejores cuentos de la historia de la literatura. 

Ese texto cierra Dublineses, el conjunto de quince relatos escritos entre 1904 y 1914, entre Dublín y Trieste, con los que renovó el cuento del siglo XX y de los que Joyce decía que eran “un capítulo en la historia moral de mi país” y “el cristal pulido en el que mis compatriotas podrán mirarse con miedo a reconocerse.” 

Dublineses es una de las obras que se recogen en un espléndido tomo publicado por Páginas de Espuma que reúne por primera vez en español toda la obra breve de James Joyce, un autor que -sostiene Garrido- “hoy en día, a 140 años de su nacimiento, es Irlanda como Dante es Italia o Cervantes España.”

Organizado en seis partes, se recogen en este volumen desde las iniciales Epifanías, cuarenta prosas breves, hasta los cuentos lúdicos de Finn’s Hotel, primera aproximación de Joyce a su hermético Finnegans Wake, pasando por el Retrato del artista, que Garrido define como “autobiografía autoapologética redactada en tercera persona” y “ensayo de ese primer Joyce arrogante y alucinado que dará pie inmediatamente a la redacción de Stephen Hero y muchos años después tendrá su justificación en el Retrato del artista adolescente”; siguiendo por Dublineses o por la brevísima novela o poema en prosa  Giacomo Joyce, que prefigura su obra posterior porqueconserva todavía la delicadeza de Dublineses y tiene ya la fuerza expresiva de Ulises.”

La última de las seis partes es un Anexo que rescata los cuadernos de París, de Pola y de Trieste; algunos fragmentos de un borrador del Retrato del artista adolescente; dos cuentos infantiles que escribió para su nieto y el Diario de Dublín de Stanislaus Joyce. 

“La obra y la vida de James Joyce -explica Garrido- se confunden como una mitología. Los personajes de sus libros son la gente que conoció y de la que oyó hablar, y las cosas que les pasan a aquellos son las cosas que les pasaron a estos y a él. Algunos ambiciosos (entre ellos el propio Joyce) hablan de inmortalizarse ejerciendo su arte; no dejan de engañarse: con los muchos años este escritor, elevado o reducido a clásico, deja de ser el hombre de carne y hueso que vivió y escribió y pasa a ser una especie de símbolo o resumen de sus coetáneos. La realidad de su tiempo se diluye en la realidad de su arte, y los hombres y mujeres que como él vivieron y padecieron se diluyen en los que fueron apenas combinaciones de palabras.”

Para subrayar esa vinculación de vida y obra, de literatura y experiencia, cada uno de los apartados va presentado por magníficos textos introductorios que son un iluminador rastreo de las claves biográficas de  los textos y trazan el desarrollo paralelo de la línea biográfica y de la obra en marcha del artista en París o Dublín, muestran al joven alumno de los jesuitas y el University College de Dublín, al escritor en su taller o en su laberinto y reconstruyen sus últimos años. Un espléndido aparato de notas pertinentes y aclaratorias cierra cada uno de esos apartados en los que se agrupan las piezas cortas de Joyce.

Cierra esta cuidadísima edición un amplio álbum fotográfico que recoge abundantes imágenes del autor y de su entorno familiar, de Nora, su mujer; de los lugares en los que vivió (Dublín, París, Trieste, Zurich), de la Torre Martello, donde Joyce vivió seis días y donde arranca el capítulo inicial del Ulises, de sus laberínticos manuscritos y sus endiabladas correcciones de pruebas, que dan idea del minucioso método de escritura y reescritura que aplicó a toda su obra.

Santos Domínguez 


23 febrero 2022

Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad

  


 José Antonio Millán.
Antonio de Nebrija 
o el rastro de la verdad.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2022.

Galaxia Gutenberg se suma a las conmemoraciones del quinto centenario de la muerte de Antonio de Nebrija con la publicación de una magnífica biografía del humanista lebrijano, Antonio de Nebrija o el rastro de la verdad, escrita por José Antonio Millán, que explica en su Introducción la orientación de la obra:

Ésta es –y no podía ser de otra manera– una biografía intelectual. Si los corsarios hubieran hecho cautivo a Nebrija cuando volvía de Italia, si en Salamanca hubiera tenido pendencias amorosas por dedicar unos hexámetros a la mujer de un colega, si en Burgos la hubiera emprendido a «coces y puñadas» con el dominico provocador, o si la Inquisición hubiera dado con sus huesos en la cárcel, tal vez podría haber resultado una vida más animada, pero nada de eso (que sepamos) ocurrió. Lo que sí sabemos da lugar, desde luego, a una biografía apasionante, pero que se desenvuelve en los terrenos del saber: una biografía intelectual, como hemos dicho.

A lo largo de una vida que bien podemos calificar de fértil, Antonio de Nebrija se dedicó básicamente a escribir y publicar sobre cosas muy variadas −aunque manteniendo una coherencia−, pero hay que advertir que lo que más se aprecia hoy (fuera de unos pocos investigadores) no era lo que más fama tuvo en su tiempo, ni probablemente lo que más le importaba. Asimismo, sus palabras más recordadas probablemente no tenían el sentido que hoy comúnmente se les atribuye. Ésta es la tragedia de Nebrija, y el fin de este libro (y de los varios y muy valiosos que le precedieron) puede ser poner de relieve, para un público amplio, sus logros de todo tipo, las luchas de un temperamento orgulloso y bien dotado por que resplandecieran muchas verdades que la sociedad de su época no quería ver.

Desarrollada con rigor, con agilidad narrativa y con especial interés en reconstruir el marco ambiental en el que transcurre su vida, esta “biografía intelectual” de Nebrija, el primer humanista español, propone un recorrido desde sus años infantiles en Lebrija y los estudios filológicos en Salamanca y Bolonia, donde estuvo cinco años y conoció de cerca los studia humanitatis, una de las manifestaciones más pujantes del Renacimiento italiano. Allí había estudiado también Petrarca.

Y a partir de su regreso a España en 1470 como preceptor del sobrino del arzobispo Fonseca, se reconstruye en los capítulos de las tres partes restantes -El retorno, Las obras y Las escrituras- más de medio siglo de itinerario intelectual como gramático del latín y el castellano, como traductor, catedrático y lexicógrafo, como exégeta bíblico, cosmógrafo y editor. 

Se suceden en sus páginas episodios como la vuelta a Salamanca como profesor en 1475, el traslado en 1487 a Alcántara como profesor de latín de don Juan de Zúñiga, maestre de la Orden que reunió a su alrededor una corte de sabios. Allí concluyó la redacción de la Gramática sobre la lengua castellana, la primera dedicada a una lengua romance, que presentó a la reina y publicó en agosto de 1492. Figuraba en su prólogo  esta famosa afirmación: “que siempre la lengua fue compañera del imperio.”

Tras la recuperación de su cátedra salmantina en 1505, Nebrija centra su dedicación en los estudios bíblicos bajo la vigilancia de la Inquisición, que le envió cartas amenazantes y llegó a procesarle por sus discrepancias con la traducción de la Vulgata. De esos cargos se defendería con los argumentos que acabó publicando en su Apología.

Un ambiente tan conservador como el de la universidad salmantina de aquellos años, quizás explica aquella “tropelía tan universitaria” que evoca Luis Alberto de Cuenca en un poema escrito para el quinto centenario de Nebrija, en el que señala también que “cuando reina el talento, surge siempre la envidia.”

Se produce en ese tiempo su salida de Salamanca, invitado por Cisneros a participar en la Biblia Políglota Complutense, un proyecto que finalmente abandonó por discrepancias con el equipo de traductores, aunque la protección de Cisneros se prolongaría en sus años de enseñanza en la nueva Universidad de Alcalá, que reunió a los más acreditados humanistas de la época. 

El Cardenal había ordenado al rector “que lo tratase muy bien […] y que leyese [‘enseñase’] lo que él quisiese, y si no quisiese leer que no leyese; y que esto no lo mandaba dar por que trabajase, sino por pagarle lo que le debía España.’ Pero a la vez, según un testimonio directo, “estaba concertado el Cardenal con su mujer que entre día no le dejase beber vino.”

No sabemos cuál era la razón de esa medida, aunque no es difícil suponer algún exceso pasado de Nebrija, que murió en Alcalá hace ahora quinientos años.

Quedan perfiladas así la figura y la obra de un Nebrija que representa la pasión renacentista por el conocimiento y la búsqueda de la verdad, la amplitud de sus intereses intelectuales, su insobornable espíritu crítico en defensa de la libertad de expresión y de pensamiento, pareja de su crítica de la ignorancia, el dogmatismo y la intolerancia.

José Antonio Millán ha desarrollado en este libro una brillante biografía que se cierra con estos párrafos en los que resume la importancia de lo que hizo Nebrija y desmiente algunas exageraciones que se atribuyeron  a su trayectoria:

En paralelo a la suerte de sus obras, la fama póstuma de Nebrija como sabio creció y al tiempo se fue desdibujando. El erudito de mediana estatura y nariz aguileña, el hombre sensual, pero también trabajador infatigable, el escritor celoso de su remuneración, y orgulloso luchador contra la ignorancia de sus coetáneos, el arrogante estudioso que no dudó en enmendar la plana a las tradiciones más respetadas, el fervoroso defensor de la libertad de pensamiento y de conciencia pasó a la memoria de las generaciones posteriores no como ejemplo de estas virtudes, sino como paradigma del sabio universal que quizás no había sido.

La posteridad recogió y amplificó la fama de sabio de Nebrija, llevándolo incluso a terrenos que él nunca había pisado. Así, se le atribuyó la creación de la primera imprenta salmantina, su presencia en la comisión que examinó a Colón, la forja del lema de los Reyes Católicos “Tanto monta…”. Fue calificado de médico, de botánico, de pedagogo, y se le atribuyó incluso la primera medida del meridiano sobre el terreno… Aparte de sabio latinista, su fama de poeta e historiador persistió largo tiempo, pero sus trabajos de filología bíblica, aquellos a los que dedicó la parte última de su vida, que le procuraron innumerables disgustos y que se adelantaron a los trabajos críticos de la Reforma protestante, fueron cayendo en el olvido en un país, el suyo, que no ofreció espacio para el pensamiento libre en materia religiosa.

Ojalá que esta biografía, que ha intentado recorrer sus logros en el contexto de los saberes de su época, contribuya al conocimiento de su figura y de su obra.

Así será, con toda seguridad. Y quedará en la memoria del lector la voluntad de Millán de reconstruir los detalles que rodearon la vida personal y profesional de Nebrija. Valgan estos dos ejemplos:

Otra forma de conseguir apuntes era (como hoy) comprarlos, y entre la población estudiantil que, como veremos, podría estar sujeta a todo tipo de estrecheces, no faltaría quienes los vendieran. De hecho así debió de conseguir Antonio un volumen que reunía una serie de textos y en cuyo canto inferior escribió su nombre: ANTONIUS LEBRIXA. Esta fue la primera de las metamorfosis de su nombre: abandonando los apellidos paterno y materno, Antonio adopta el nombre de su patria chica. Sabemos bien que estaba orgulloso de ella y de su antigüedad, pero también debía de ser fruto del medio. Los estudiantes se agrupaban en naciones, según su procedencia, para ayudarse y defenderse entre sí, y el sobrenombre que adoptó declaraba patentemente la suya.

****

Desde medio siglo antes de la llegada de Antonio a Salamanca, la universidad contaba con una biblioteca, que estaba abierta dos horas por la mañana y otras dos por la tarde, excepto los domingos. Si parece un horario restringido, bueno será recordar que (como era normal en la época) la biblioteca tenía un escasísimo número de obras: la que vio Nebrija no tendría más allá de  doscientos volúmenes, y un siglo después solo se había multiplicado por seis.

¿Cómo serían los condiscípulos de Antonio? Tampoco aquí tenemos datos concretos, pero sí que podemos esbozar una situación general. Los que se preparaban para el Bachillerato de Artes eran la mayoría de la población estudiantil, dado que era un grado con el que muchos se contentarían, mientras que para otros era necesario para proseguir otros estudios. Podía llegar a ser el 50 % del total de estudiantes. Además, como sabemos, eran los más jóvenes y por tanto podemos pensar que los más bulliciosos.

Santos Domínguez 

21 febrero 2022

Stendhal. Diarios




Stendhal.

Diario, vol. 1.º (1801-1805)

Introducción de T. S. Norio

Traducción de Olga Novo Presa.

KRK Ediciones. Oviedo, 2015.


Stendhal.

Diario, vol. 2.º (1805)

Edición de Marceliano Acevedo.

KRK Ediciones. Oviedo, 2021.



“Leo con la mayor satisfacción las ciento doce primeras páginas de Tracy con la misma facilidad que si se tratara de una novela. Por la noche tengo un poco de fiebre; el dolor no es grande, leo durante este tiempo todo un volumen de la correspondencia de Voltaire en el gabinete literario de Saint Jorre. Estoy sin dinero, vayamos a Grenoble; pero ayer vi El Filinto, compré el Tracy, mañana pasaré tres horas con Dugazon, Duchesnois y Pacé; sigamos en París. 
Mi situación es, pues, la mejor posible incluso con un padre desalmado que permite que mi maquinaria se arruine con una fiebre cotidiana que se curaría con algunos dineros ¡Y hasta puede que este padre me ame! Si, contra toda apariencia, no es un tartufo y si, en el fondo, sólo es avaro, bonito ejemplo para mostrar en mis carnes los perjuicios que causan las pasiones que yo amo tanto”, escribía Stendhal en su diario el 11 de nivoso del año XIII. 

 Como todos los franceses de la época, en sus anotaciones utilizaba el calendario republicano que estuvo vigente entre 1792 y 1806, por lo que hay que aclarar que esa fecha corresponde al 1 de enero de 1805 Es la primera entrada que aparece en el segundo volumen de los Diarios de Stendhal, que publica KRK Ediciones con una espléndida traducción de Marceliano Acevedo. 

 El primer volumen, aparecido hace seis años, recogía los cuadernos desde 1801 hasta comienzos de 1805, con traducción de Olga Novo e introducción de T. S. Norio, que señalaba que “este primer volumen abarca los cuadernos de los años 1801-1805. En él asistimos a los intentos permanentes y fallidos de Beyle para escribir su obra en curso Los dos hombres, cuentas, chismes militares, esbozos autobiográficos, reseñas de las obras teatrales a las que asiste, planes para cortejar infaliblemente, horarios autoimpuestos para trabajar, posologías a base de quina, sanguijuelas y granos de opio para sus fiebres recurrentes (sífilis, según el dictamen más aceptado), proyectos literarios sin fin, libros, anotaciones de deudas con sastres y postillones y libreros. Están sus intentos siempre frustrados por hacerse poeta […], sus enamoramientos continuos, su temor a ser «demasiado feo», su timidez galopante, […], sus experiencias en el Ejército como funcionario y aprendiz de dandi, sus elucubraciones amatorias, sus frustradas clases de clarinete, sus lecciones de declamación, sus sueños y disgustos, sus ambiciones, su escepticismo razonado, sus ataques de melancolía al modo romántico, la obsesión por analizar las razones de cada uno de sus actos, las mil y unas cosas que llaman su atención durante un minuto o una década a lo largo del periodo en que su destino, como el de Francia, iba ligado al de Napoleón… Como en todos sus escritos íntimos, el diario está lleno de detalles insignificantes, iniciales enigmáticas, seudónimos y alusiones oscuras.” 

 “Emprendo la tarea de escribir la historia de mi vida día por día. No sé si tendré fuerzas suficientes para terminar este proyecto.” Con esas frases, escritas en Milán el 28 de germinal del año IX (18 de abril de 1801), comenzaba Stendhal el primer cuaderno de sus diarios, que mantendría hasta 1818. 

 Beyle no era aún Stendhal, pero parte de las experiencias del joven inquieto, lector infatigable, enamoradizo y curioso que se reflejan en estos diarios, admirablemente editados por KRK, pasarían a su obra. No sólo a los más autobiográficos Recuerdos de egotismo y Vida de Henry Brulard, sino también a sus dos cimas literarias, Rojo y negro y La cartuja de Parma. 

 Es un Henri Beyle algo desorientado aún, lírico y egotista, introvertido y triste que habla en ellos de su carrera militar en Italia en 1801, de su viaje de Grenoble a Ginebra y de Ginebra a París en 1804 y del tercer viaje a París en ese mismo año. 

 Recorren estas páginas una serie de temas constantes: los sueños amorosos y la aspiración a la gloria literaria, las fiebres persistentes como consecuencia de una enfermedad venérea, las deudas y los fracasos sentimentales, el descubrimiento y la celebración de Milán, los salones parisinos, las alusiones al teatro, género en el que intentó encauzar su incipiente carrera literaria con una minuciosa preparación que sin embargo no dio frutos, la observación de su temperamento y la formación de su personalidad, las alusiones a su carácter nervioso y melancólico, violento y tímido, la vida social, la asistencia a representaciones teatrales, los amores diversos, entre los que destaca su relación con la actriz Melanie Guilbert, o reflexiones como estas, del 30 de pradial del año XIII (19 de junio de 1805): 

 Tu verdadera pasión es la de conocer y experimentar. Nunca ha sido satisfecha. 

 Cuando te impones el silencio, encuentras pensamientos; cuando te impones como ley el hablar, no encuentras nada que decir.

 O como esta otra con la que cierra el diario de 1805 el 10 de nivoso del año XIV, el último del año: 

 Me parece que actualmente observo mejor. 

 “Es un lugar común de la crítica -escribe T. S. Norio en su introducción- considerar que a Stendhal lo conocemos mucho mejor que sus contemporáneos. De pocos personajes de la historia, no solo escritores, se conocen tantos ‘detalles exactos’. A lo largo de los últimos cien años, legiones de stendhalianos han investigado cada dato sin llegar, muchas veces, a ninguna conclusión certera. Se discute sobre cuartos de hora, sobre el color de la levita que viste en tal o cual ocasión, sobre la calidad del terciopelo milrayas de sus calzones, sobre el precio de una cena. Pero poco ha de importarle esto al lector. Cambia el ropaje, pero las sensaciones que intenta atrapar este Marie-Henri Beyle cuando se prepara para asistir a un concierto o a una cita amatoria son, doscientos años después, con una exactitud desconcertante, las nuestras, y la naturalidad con que las refiere nos aproxima tanto al personaje que termina convirtiendo casi en un vicio leerle. […] En ese querer poner la vida siempre por delante de la literatura radica precisamente la cercanía adictiva de su literatura.”


Santos Domínguez 


 

18 febrero 2022

Kiko Amat. Los enemigos


Kiko Amat.
Los enemigos. 
O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad. 
Nuevos Cuadernos Anagrama. Barcelona, 2022.


“La premisa fundamental de este pequeño libro es de una simplicidad pasmosa: tener enemigos puede resultar útil. Yo los tengo, vivo entre ellos desde que desarrollé el uso primigenio de mi conciencia, y no me ha ido mal del todo. Mi vida entera ha transcurrido, desde mi más tierna mocedad, con la percepción clara de que el mundo estaba polarizado en friend or foe, gente a quien amar y gente a quien odiar (con un océano de humanidad irrelevante, o simplemente desconocida, entre ambos continentes). Esta visión, esta (a menudo ingrata) Weltanschauung, era para mí certeza, no conjetura o abstracción: dichos enemigos tenían nombres y apellidos (aunque su enemistad estuviese definida por mi paranoia o traumas o neuras, más que por actos demostrables empíricamente y realizados, desde su lado, por ellos). Dicho de otro modo: existían, y no en la forma de demonios folclóricos abstractos, productos hiperbólicos de la paranoia y el pánico social. 

 La certeza de que siempre existía un opuesto, un enemigo, contra el que enfrentarse o en quien reflejarse, ha marcado mi comportamiento y destino y relaciones sociales y la forma en que crecí, y por consiguiente también mi oficio y mi obra literaria. La mayoría de mis creaciones, también la mayoría de mis acciones en general, han estado sujetas a la contraposición con un antípoda. Mi blanco existe porque siempre he creído que al otro lado estaba el negro, y viceversa. Soy lo que soy porque no soy eso. Hago esto porque no es aquello: lo contrario de mi esencia. 

 Este librito es, así, un intento de comprender la enemistad, la obsesión con lo antipódico, las acciones por despecho y el odio (con ocasional elevación) que acompaña a la mencionada posición vital”, escribe Kiko Amat en el prólogo de Los enemigos. O cómo sobrevivir al odio y aprovechar la enemistad, que publica en Nuevos Cuadernos Anagrama. 

Desde los opuestos naturales que “irradian desaprobación” hasta los enemigos estériles o evaporados, este es un manual de uso inteligente y punzante para entender conductas como la simulación y la impostura, el narcisismo y la adulación, y algunas claves de la condición humana, de la amistad transitoria y de la enemistad irreconciliables, las reacciones de despecho y el ejercicio del odio como fuerza motriz, la venganza constructiva y el desquite, “pues los enemigos son útiles, y pueden emplearse para el progreso creativo y personal.”

Y es que, aunque hay un evitable odio puramente destructivo, entre las ventajas más aprovechables de tener enemigos destacan el fomento de la autocrítica y la vigilancia para no darles oportunidades de satisfacción. Por eso, explica Kiko Amat, excepto en la enemistad estéril que anula la reacción y no sirve como “combustible para un objetivo concreto”, “los enemigos mejoran tu obra, […] te endurecen, te hacen más aplicado.”

Escrito con una mezcla explosiva de humor y rabia, Los enemigos es una aguda reflexión sobre “la utilidad del rencor y la venganza (la tirria indeleble como eficaz motor vital y artístico)” y una divertida taxonomía que distingue entre “los enemigos equivocados, los enemigos usables, los enemigos naturales, los enemigos invisibles (enemigos con piel de amigo), los enemigos instantáneos y más.”

Porque “lo cierto es que necesitamos a los enemigos, incluso cuando les hemos mantenido cerca por las razones equivocadas, tomándoles por lo contrario de lo que eran.”

Santos Domínguez 


16 febrero 2022

Anthony Powell. Una danza para la música del tiempo


 

Anthony Powell.
Una danza para la música del tiempo. 
I. Primavera. II. Verano.
III. Otoño. IV. Invierno.
Traducción de Javier Calzada.
Compactos Anagrama. Barcelona, 2022.

Una danza para la música del tiempo se titula este cuadro que Nicolas Poussin  pintó entre 1634 y 1636 por encargo de Giulio Rospigliosi, el futuro papa Clemente IX, que al parecer indicó al pintor su iconografía.

Esa pintura se conserva en la Colección  Wallace de Londres y de ella toma su nombre el monumental ciclo de doce novelas que el escritor inglés Anthony Powell (1905-2000) reunió en cuatro volúmenes (Primavera, Verano, Otoño, Invierno), que responden al título con que también fue conocido el alegórico cuadro de Poussin: La danza de las estaciones o La imagen de la vida humana. 

Cuatro figuras que representan la pobreza, el trabajo, la riqueza y el placer bailan en corro al amanecer y al son de la lira que toca el tiempo a la derecha de la composición. Los cuatro danzantes son también una representación circular de la vida humana simbolizada en la sucesión de los cuatro estaciones.

 Así evoca ese cuadro, cuyo sentido podría aplicarse también al impresionante ciclo narrativo de Powell, el narrador Nick Jenkins en la primera novela, Un problema de formación:
 
Por alguna razón, el espectáculo de la nieve cayendo sobre el fuego siempre me hace evocar el mundo antiguo —legionarios envueltos en pieles de oveja calentándose junto a una fogata: improvisados altares en los montes donde las ofrendas resplandecen entre columnas en la intemperie invernal; centauros con antorchas en las manos, galopando por la orilla de un mar helado—, formas dispersas, inconexas, de un pasado fabuloso e infinitamente alejado de la vida real, y que sin embargo traen consigo recuerdos de cosas reales e imaginadas. Estas proyecciones clásicas, y algo en las actitudes físicas de los propios hombres al alejarse del fuego, me sugirieron de pronto aquella escena pintada por Poussin en la que las Estaciones, dándose la mano y mirando hacia fuera, danzan al ritmo de las notas de la lira que toca el viejo alado y desnudo de la barba gris. Y esta imagen del Tiempo me hizo pensar en la mortalidad, en unos seres humanos con las manos unidas mirando hacia fuera como las Estaciones y moviéndose a un intrincado ritmo: despacio, a veces, y metódicamente; torpes y tímidos otras, pero con evoluciones de perceptible traza; o bien lanzándose a giros y giros de incomprensible significación, con parejas que desaparecen y reaparecen como única constante del espectáculo: incapaces de controlar la melodía…, incapaces tal vez de dominar los pasos de la danza. Todas estas asociaciones clásicas me hicieron pensar también en mis tiempos escolares, donde tantas fuerzas hasta entonces desconocidas habían acabado por manifestarse, en su momento, con una claridad meridiana.
 





Escrita durante tres décadas y publicada entre 1951 y 1975, la serie narrativa que Powell agrupó en las cuatro trilogías estacionales es un apabullante e irónico fresco de la sociedad británica. Estas son las doce novelas:

 Un problema de formación (1951), Un mercado de compradores (1952), El mundo de la aceptación (1955), En casa de Lady Molly (1957), El restaurante chino Casanova (1960), Los bondadosos (1962), El valle de los huesos (1964), El arte del soldado (1966), Los filósofos militares (1968), Los libros sí amueblan una habitación (1971), Reyes temporales (1973) y Escuchando armonías secretas (1975).

Con una equilibrada combinación de de autobiografía y ficción, de profunda introspección y agudo reportaje social, el ambicioso ciclo novelístico, ambientado entre 1921 y el otoño de 1971, está narrado con humor sutil, distancia irónica y mirada retrospectiva por su protagonista, Nicholas Jenkins, un alter ego de Powell, y se sostiene sobre un portentoso despliegue de más de trescientos personajes.

Entre ellos sobresalen unas cuantas figuras inolvidables que se perfilan con mayor entidad en un conjunto narrativo que, entre la evocación y el presente, aborda las costumbres de la alta burguesía urbana inglesa, las conflictivas relaciones entre el individuo y la sociedad y los vínculos entre los personajes sobre un cambiante fondo humano, político y cultural.

Así resume Powell por boca del narrador Jenkins el enfoque adecuado para la escritura de estas novelas: 

Y empecé a reflexionar sobre la complejidad de escribir una novela sobre la vida inglesa, un tema de suficiente dificultad como para tener que abordarlo con la autenticidad del más crudo naturalismo, y mucho más aún si se pretende expresar la verdad íntima de las cosas observadas. […] Las intrincadas complejidades de la vida social hacen que las costumbres inglesas no sean susceptibles de simplificación, en tanto que el doble sentido y la ironía -presentes en la conversación de todas las clases sociales de la isla- trastornan el énfasis normal del lenguaje escrito.

Personajes como el obeso antihéroe Kenneth Widmerpoll, un arribista despreciable con cuya muerte se cierra la última novela; el compañero y amigo de Nick, Peter Templer, y su hermana Jean, los Tolland, los Stringham, Pamela Flitton, Hugh Moreland o el doctor Trelawney, integran una parte sustancial del poderoso universo narrativo de Una danza para la música del tiempo, que tuvo una excelente acogida de público y crítica.

Quizá sea un exceso equiparar este ciclo con A la busca del tiempo perdido. Comparten ambición y potencia narrativas, ficción y autobiografía, aunque artísticamente están a mucha distancia. Pero eso no debería provocar el desprecio de estas novelas que son también alta literatura y figuran sin duda entre las imprescindibles de la literatura inglesa contemporánea.
 
“Mientras los lectores devotos lamentan su muerte, nuestros pensamientos deben ser de gratitud por todo el placer que nos ha dado”, escribió Anthony Curtis, crítico del Financial Times, a la muerte de Anthony Powell.

Compactos Anagrama recupera esta obra fundamental de la literatura inglesa del siglo XX con las magníficas traducciones de Javier Calzada en los cuatro volúmenes que llegan hoy a las librerías.

 Santos Domínguez 


14 febrero 2022

Béla Hamvas. La obra de una vida

 


Béla Hamvas.  
La obra de una vida.
Selección y traducción de Adan Kovacsics.
Ediciones del Subsuelo. Barcelona, 2022.

La verdadera obra es póstuma. Mientras su creador vive, también la obra se impregna de la ilusión que a todo ser vivo le viene dada con la vida. Porque mientras uno vive únicamente posee la vida, que solo se convierte en destino después de su muerte. Y el tema de la obra es lo cerrado y lo acabado y el destino. Conocemos obras que pueden resultar significativas cinco minutos antes de la muerte de su autor; cinco minutos después ya han desaparecido. Por otra parte, hay obras de las cuales no se sabe nada durante cien años y de repente parecen haber sido creadas hoy mismo. No deben verse las ventajas de aquello en lo que uno ha puesto la vida. No existe diferencia de edad entre las grandes obras. Todas las grandes obras son de una y la misma época. Todas las grandes obras están siempre presentes. Todos los grandes obras son mis coetáneas.

Ese párrafo, casi profético, pertenece al texto “La obra de una vida”, del escritor, filólogo y pensador húngaro Béla Hamvas (1897-1968). Lo escribió al final de su vida, en 1966, y cierra la recopilación de ensayos que con ese mismo título y selección y traducción de Adan Kovacsics publica Ediciones del Subsuelo, que hace cinco años editó La melancolía de las obras tardías.

Represaliado por la dictadura comunista, que le destituyó de su puesto de bibliotecario municipal en Budapest y prohibió durante décadas la difusión de su obra, redescubierta póstumamente en los años ochenta, Hamvas es un autor central en la literatura húngara del siglo pasado, un pensador profundo y deslumbrante, un sabio de inagotable curiosidad intelectual y de vastísima cultural que enlaza con la mejor tradición del espíritu europeo que cimentaron los griegos en el siglo V a. C.

Porque, como recuerda Kovacsics en su prólogo, Hamvas “fundó con el filólogo clásico Karl Kerényi un círculo animado por los ideales griegos clásicos del heroísmo y la belleza […] La colaboración dio pie a la publicación de la revista llamada, como el propio círculo, Sziget (Isla). A ese periodo de los años treinta pertenecen algunos de los textos aquí publicados: los artículos sobre Schumann y Montaigne así como ‘Días dorados’, ‘El huerto’, ‘El templo de Alfaya’ , ‘El platonismo de la escritura’. No es desde luego casual que el círculo se llamara ‘Isla’. La idea motriz era una alianza de pensadores, estudiosos, escritores y artistas reunidos en una isla para mantener encendida la llama del espíritu en un tiempo de crisis profunda, política, social y cultural.”

Y esas aptitudes las proyectó en la enorme variedad de intereses artísticos y culturales que reflejan sus escritos, en la amplitud de sus horizontes vitales, literarios y filosóficos, desde el lugar fronterizo de Montaigne al desgarro doloroso de la música de Schumann, desde “la filosofía de lo verde” en el solitario y místico Wordsworth a la música de Liszt, que “rebosa de mentira”; desde la observación de los ciclos naturales a la crítica de arte, desde el platonismo de la escritura de Hölderlin al orfismo de Dante, desde el teatro de Shakespeare a la pintura de Velázquez, desde Aristófanes a Stravinski.

“La presente recopilación -escribe Adan Kovacsics en el prólogo- procura ofrecer una muestra de la amplitud de sus intereses y conocimientos, en arte, en literatura, en música, en filosofía, en historia de las religiones.”

Esa diversidad de temas la despliega Hamvas con excepcional hondura intelectual y admirable brillantez expositiva, con un estilo transparente y con rasgos constantes como la defensa del legado cultural y espiritual desde la antigüedad frente a la crisis europea de su tiempo, la búsqueda de la vida plena y la esencia trascendente de lo real o la síntesis de la tradición occidental y la oriental en el proyecto universalista que caracteriza su obra, que gira en torno a la unidad del espíritu humano y a la busca del alma primigenia, como en Orfeo, al que dedica un memorable ensayo que escribió entre 1932 y 1942 y que se recoge en esta selección.

Y al fondo de todas estas páginas, frente al paisaje o en la pura meditación, Hamvas proclama una renovada afirmación del vitalismo, como en este párrafo:

El milagro más grande del mundo es la alegría. Y más grande aún es el milagro de que la alegría viva de la melancolía. Esa es la paradoja más sublime de la existencia.

Una magnífica celebración de la inteligencia y la música, de la literatura y la vida, que contiene páginas antológicas sobre la naturaleza, como esta, de ‘Jazmín y olivo’:

El verdadero calendario es el creado por el tránsito del sol a través de los signos del zodíaco. La primavera principia el 21 de marzo. Todos los cambios sustanciales se producen en torno al día 21. Y también cuando el sol se halla en el centro del signo, esto es, alrededor del día ocho. El 8 de marzo es cuando comienzan a cantar los mirlos. El 8 de abril empieza el ruiseñor y florece la almendra. El 8 de junio, san Medardo, es el comienzo de la lluvias veraniegas. El 8 de agosto, la culminación de la canícula, el momento de las fiestas populares ancestrales. El 8 de septiembre se marchan las golondrinas. El 8 de octubre callan los grillos. El calendario gregoriano no vale nada. La naturaleza vive según el calendario de la tradición.

O esta otra, del espléndido ensayo inicial, ‘Arlequín’: 

En todas las artes aparece junto al elemento del orden, de la disciplina y de la contención el elemento  sugerente. Es el arte mágico que de vez en cuando irrumpe y que casi ha arrasado al orfismo en Europa. El arte mágico no refrena, sino que sugiere. No es racional, sino imaginativo. No vive en la armonía, sino en la ebriedad. No busca la certeza, sino el entusiasmo. Libera las fuerzas que alcanza.

[…]

¿Es la ebriedad del poeta el estado natural de la vida? Sí. ¿Es la pasión del amor el estado natural de la vida? Sí. ¿Es el entusiasmo el estado natural de la vida? Sí. ¿Por qué? Porque la lógica de la existencia es paradójica.

Santos Domínguez 


11 febrero 2022

Percy B. Shelley. Donde están los Eternos


 Percy B. Shelley.
 Donde están los Eternos. 
Poesía selecta. 
Edición bilingüe. 
Traducción y prólogo de José Luis Rey. 
Reino de Cordelia. Madrid, 2021.


Él se alzó por encima de las sombras
nocturnas; la calumnia, la envidia, el odio, nada
de aquella angustia que llamamos goce,
nada puede tocarlo ni torturarlo ya.
Ahora ya está a salvo; la vida no lo mancha;
no será viejo el corazón y no
serán canosos sus cabellos nunca;
e incluso al extinguirse el fuego del espíritu
su apagada ceniza reposará en la urna
por la que nadie más ya llorará.


Esa estrofa de Percy B. Shelley (1792-1822) forman parte de su Adonais, la memorable elegía que dedicó a Keats en 1822. Terminaba con estos versos:

…Y ya soy absorbido,
arrastrado por esa misma fuerza
hacia la oscuridad y hacia el temor.
Pero, ardiendo a través de ese último velo
del Cielo hay un alma que me guía:
la de Adonais, que brilla como estrella,
y como un faro alumbra desde aquella morada
donde están los Eternos.


De ese último verso, que cierra los casi quinientos de la larga composición fúnebre, toma su título la magnífica edición bilingüe de la Poesía selecta de Shelley que publica Reino de Cordelia con traducción y prólogo del poeta y traductor José Luis Rey, que la define como “la antología más extensa y abarcadora de Shelley en nuestro idioma” y confiesa que “desde mi adolescencia he amado la poesía de Shelley (su maravilloso ‘Himno a la belleza intelectual’ fue la primera obra suya que me deslumbró) y he sido un ferviente admirador también de la persona, no solo del poeta. Él lo escribió: «el eterno universo de las cosas». Quién sabe si ese universo eterno no acabará siendo, también, el del espíritu.”

No podía imaginar Shelley que pocos meses después de escribir esa elegía él mismo sería enterrado -tras una extraña muerte, ahogado en el Golfo de los Poetas-, en Roma, junto a la tumba de Keats, a quien dedicó estas palabras en el Prefacio que presentaba su Adonais: “John Keats murió en Roma de tuberculosis a la edad de veinticuatro años, en 1821; y fue sepultado en el romántico y solitario cementerio de los protestantes de Roma, bajo la pirámide que es la tumba de Cestio y los fuertes muros y torres, ahora en ruinas y desolados, que conformaban el recinto de la antigua Roma. En medio de la ruinas está el espacio abierto del cementerio, cubierto en invierno de violetas y margaritas. Caería uno enamorado de la muerte solo de pensar en ser enterrado en un lugar tan dulce.”

Rebelde y esquivo, cultivador de un malditismo satánico, agitador y provocador, combinó el escepticismo, el materialismo y el idealismo platónico que alcanzó su cima en el magnífico Himno a la belleza intelectual, una emocionada exaltación de la poesía y la belleza, en el que ocupa un lugar central esta estrofa, en la espléndida traducción de José Luis Rey:

Esperanza y Amor, y la Autoestima,
pasan como las nubes, prestadas un momento,
como si el hombre fuera inmortal, poderoso,
pero Tú,
a quien no conocemos y tememos,
con gloria te has sentado allí en su corazón.
¡Oh Mensajera de la compasión,
que crece y que decrece en los amantes,
Tú, nutrición del pensamiento humano,
como la oscuridad a una vela apagándose!
No te vayas de aquí como vino tu sombra,
no te vayas, no sea que la tumba
como el miedo y la vida llegue a ser
la oscura realidad.


Creador de una poesía de paisajes mentales abstractos e interiores, Shelley combinó en la intensidad lírica de su escritura el pensamiento y el sentimiento, la imaginación visionaria y la búsqueda de la belleza, la espiritualidad, la rebeldía y el ímpetu revolucionario. Desarrolló lo mejor de su obra entre 1816 y 1822, desde el memorable Montblanc y el Himno a la belleza intelectual hasta Adonais y los tercetos alegóricos y visionarios del inacabado, ambicioso y profundo El triunfo de la vida, quizá la cima de su poesía y su pensamiento.

Shelley es -las palabras son de Harold Bloom- “ un poeta único, uno de los más originales que haya en la lengua inglesa, y en muchos aspectos es el poeta propiamente dicho, tanto como el que más en el idioma.”

Santos Domínguez