“La dificultad de explicar el argumento de una novela como el Retrato no es su enrevesamiento ni su complejidad, sino, precisamente, su simplicidad o inexistencia. Como novela de formación y aprendizaje, tiene que desembocar en una consecuencia o catarsis, en algo que refleje el cambio operado por el protagonista en su periplo vital. En el caso de Stephen la consecuencia de toda la novela es la huida, el exilio, el rechazo de todo lo que lo ha conformado a lo largo de la novela” escribe Damià Alou en el estudio introductorio que abre su edición del Retrato del joven artista de James Joyce en Cátedra Letras Universales.
Intermedia entre Dublineses y Ulises, del que a veces se considera un primer volumen, esta fue la primera novela de Joyce. Protagonizada por Stephen Dedalus, un alter ego de Joyce, apareció en veinticinco entregas en la revista londinense The Egoist, entre febrero de 1914 y septiembre de 1915, con el apoyo de Ezra Pound, que detectó en aquella obra el aire más renovador de la literatura inglesa. Se editó ya como libro en Estados Unidos en 1916 y diez años después, en 1926, la tradujo al español Dámaso Alonso, que utilizó el seudónimo Alfonso Donado y tituló su versión Retrato del artista adolescente.
Durante casi un siglo esa ha sido la versión que ha circulado en España e Hispanoamérica de la novela de Joyce. En la nueva traducción de Damià Alou así se lee uno de los episodios más significativos, el de la exaltación religiosa y vital de Stephen Dedalus posterior a su confesión:
Organizada en cinco capítulos que reflejan cinco momentos de la evolución del protagonista en relación conflictiva con el mundo, con la familia, con la religión, con las mujeres y consigo mismo, la novela tiene su culminación en el quinto capítulo, el más largo y el más decisivo de su proceso de formación: el que significa la afirmación de su personalidad tras un proceso que incluye un periodo de ascetismo y religiosidad exaltada tras el que se acabará alejando de la religión y la familia.
Porque -escribe Damià Alou- “Stephen, en cuanto que héroe romántico, es capaz de enfrentarse al discurso de la religión, de la patria, de la familia y del amor, y salir triunfante con su propio discurso.”
Ese quinto capítulo decisivo, que es también el más complejo, es el del descubrimiento de la clave de la creación artística en la renuncia y en la necesidad de superar los límites que imponen la realidad social, la religión, la nacionalidad o la lengua para convertir el mundo en lenguaje, en expresión artística de la conciencia.
Esa voluntad de independencia y de huida se concreta en la salida de Stephen de Irlanda y en ese “¡Vete! ¡Vete!” que anota en su diario el 16 de abril, al final de la novela. Diez días después, el 26 de abril, añade:
Parto para encontrarme por millonésima vez con la realidad de la experiencia y forjar en la herrería de mi alma la conciencia increada de mi raza.
La literatura de Joyce tiene entre otras características la de su continuidad y su coherencia evolutiva: así como en el Retrato está ya en potencia el Ulises, el Retrato a su vez está claramente conectado con el mundo de Dublineses, en una transición progresiva desde la mirada exterior a la interior, desde el objetivismo heredado de la literatura realista, sobre todo de Flaubert, a la subjetividad del renovador flujo de conciencia proyectado en la figura autobiográfica de un personaje en crecimiento, en un proceso de maduración interior que lo transforma en artista a través de la epifanía de la creación literaria.
Así lo resume Damià Alou: “A los veintiún años, Joyce había descubierto que podía convertirse en un artista escribiendo acerca del proceso de creación artística. En cierto modo, el Retrato es más un poema en prosa que una novela, un texto en el que la evocación tiene, además, la función de indagar en cómo el lenguaje recibido forma a un artista. Su modernidad reside en su técnica de yuxtaposición de escenas sin ilación más lógica que la necesidad narrativa, algo que reclama la complicidad activa del lector, que debe entrar en un juego sin conocer las reglas.”
Santos Domínguez