Caminar la vida.
La interminable geografía del caminante.
Traducción de Hugo Castignani.
Siruela. Madrid, 2022.
“Uno no se cansa ni de caminar ni de hacer correr su pluma por la página. Yo no pensaba escribir un tercer libro sobre el caminar; tras Elogio del caminar (2000) y Caminar. Elogio de los caminos y de la lentitud (2012), he aquí uno más. Me cuesta entender que el tiempo pase tan rápido. Pero mi gusto por andar no ha cesado de avivarse a lo largo de estos años y, desde hace veinte, el caminar viene experimentando un éxito planetario que contrasta con los valores más asentados en nuestras sociedades. Esta pasión contemporánea conlleva significados diferentes para cada caminante: deseo de reencontrar el mundo a través del cuerpo, de romper con una vida demasiado rutinaria, de llenar las horas vacías con descubrimientos, de abstraerse de las preocupaciones de la vida cotidiana; deseo de renovación, de aventura, de reencuentro... La vida ordinaria está hecha de una acumulación de urgencias que no dejan apenas tiempo para uno mismo. Las agendas se encuentran a menudo llenas. Pero existen también otras razones que hacen del camino un recurso, e incluso una resistencia, contra las tendencias del mundo contemporáneo que nos alienan a todos y nos sustraen a cada uno una parte de nuestra soberanía y de nuestro placer de ser nosotros mismos”, escribe David Le Breton en ‘Ponerse en marcha’, el capítulo con el que abre Caminar la vida, que acaba de publicar Siruela con traducción de Hugo Castignani.
Entre ese primer capítulo y el que lo cierra (‘Melancolía del retorno’), Caminar la vida, que lleva como subtítulo La interminable geografía del caminante, es una nueva incursión del profesor de Sociología y Antropología de la Universidad de Estrasburgo en el significado placentero y en las virtudes terapéuticas del caminar, un ejercicio de sanación que, frente a la alternativa sedentaria, permite romper con la rutina y con las preocupaciones para redescubrir el mundo y redescubrirse a uno mismo en los paisajes vivos de la naturaleza o en la ciudad, desde que el caminar es un proyecto hasta que es un recuerdo que incluye no sólo su memoria y su relato, sino también las sorpresas o el cansancio, los incidentes y las inconveniencias que surgen en el transcurso del camino, a las que dedica un espléndido capítulo.
Le Breton ha escrito un nuevo elogio de la lentitud, porque “caminar es una experiencia del tiempo tanto como del espacio”, en trece breves capítulos, pródigos en referencias literarias y filosóficas, en anécdotas y evocaciones de paseantes como Walser, Rousseau y Stevenson, Thoreau o Kerouac, Bashō y Borges en un jugoso diálogo con la tradición cultural del caminar. Y sobre todo una invitación a redescubrir con el placer de caminar el placer de vivir, frente al ruido y la velocidad, porque “la experiencia del caminar es una inversión en otro mundo, en otro tiempo, en otro espacio, en otro uso de la vida.”
Y por eso, añade Le Breton, “en nuestras sociedades materialistas, el caminar es una inmersión en sí mismo por el espacio de unas horas o de unas semanas, una desconexión de las inquietudes cotidianas que reconcilia la vida contemplativa con el movimiento, el pensamiento con el esfuerzo, la interioridad con el cuidado constante del terreno, la atención al medio con la preocupación por los demás.”
Toda una filosofía del caminar, un ejercicio de libertad del homo caminans, “un artista de las circunstancias”, en palabras de Le Breton, que explica que “en otra época se caminaba para llegar a un sitio, por necesidad, porque no podía uno comprarse una bicicleta, una moto o un automóvil. Caminar no era un privilegio, sino una necesidad. El camino importaba poco; solo contaba el destino. Todavía hoy, para muchos habitantes del planeta, desplazarse es propio de pobres o migrantes que no tienen otra opción. En nuestras sociedades, desde los años ochenta del pasado siglo, caminar es una afición cada vez más valorada en todo el mundo. En las grandes rutas, como la del Camino de Santiago de Compostela o la Vía Francígena de Italia, nos cruzamos con hombres o mujeres del mundo entero, de todas las edades y clases sociales. Hoy se camina para viajar, descubrir un país, saborear las horas sin otra preocupación que la de dar un paso tras otro, y vivir un tejido de sorpresas y muestras de aprobación. Como escribió Leslie Stephen, gran paseante inglés del siglo XX y padre de Virginia Woolf, «el verdadero caminante es aquel que se deleita en el camino, que no presume ni se jacta de la fuerza física necesaria para ello».”