La verdadera obra es póstuma. Mientras su creador vive, también la obra se impregna de la ilusión que a todo ser vivo le viene dada con la vida. Porque mientras uno vive únicamente posee la vida, que solo se convierte en destino después de su muerte. Y el tema de la obra es lo cerrado y lo acabado y el destino. Conocemos obras que pueden resultar significativas cinco minutos antes de la muerte de su autor; cinco minutos después ya han desaparecido. Por otra parte, hay obras de las cuales no se sabe nada durante cien años y de repente parecen haber sido creadas hoy mismo. No deben verse las ventajas de aquello en lo que uno ha puesto la vida. No existe diferencia de edad entre las grandes obras. Todas las grandes obras son de una y la misma época. Todas las grandes obras están siempre presentes. Todos los grandes obras son mis coetáneas.
Ese párrafo, casi profético, pertenece al texto “La obra de una vida”, del escritor, filólogo y pensador húngaro Béla Hamvas (1897-1968). Lo escribió al final de su vida, en 1966, y cierra la recopilación de ensayos que con ese mismo título y selección y traducción de Adan Kovacsics publica Ediciones del Subsuelo, que hace cinco años editó La melancolía de las obras tardías.
Represaliado por la dictadura comunista, que le destituyó de su puesto de bibliotecario municipal en Budapest y prohibió durante décadas la difusión de su obra, redescubierta póstumamente en los años ochenta, Hamvas es un autor central en la literatura húngara del siglo pasado, un pensador profundo y deslumbrante, un sabio de inagotable curiosidad intelectual y de vastísima cultural que enlaza con la mejor tradición del espíritu europeo que cimentaron los griegos en el siglo V a. C.
Porque, como recuerda Kovacsics en su prólogo, Hamvas “fundó con el filólogo clásico Karl Kerényi un círculo animado por los ideales griegos clásicos del heroísmo y la belleza […] La colaboración dio pie a la publicación de la revista llamada, como el propio círculo, Sziget (Isla). A ese periodo de los años treinta pertenecen algunos de los textos aquí publicados: los artículos sobre Schumann y Montaigne así como ‘Días dorados’, ‘El huerto’, ‘El templo de Alfaya’ , ‘El platonismo de la escritura’. No es desde luego casual que el círculo se llamara ‘Isla’. La idea motriz era una alianza de pensadores, estudiosos, escritores y artistas reunidos en una isla para mantener encendida la llama del espíritu en un tiempo de crisis profunda, política, social y cultural.”
Y esas aptitudes las proyectó en la enorme variedad de intereses artísticos y culturales que reflejan sus escritos, en la amplitud de sus horizontes vitales, literarios y filosóficos, desde el lugar fronterizo de Montaigne al desgarro doloroso de la música de Schumann, desde “la filosofía de lo verde” en el solitario y místico Wordsworth a la música de Liszt, que “rebosa de mentira”; desde la observación de los ciclos naturales a la crítica de arte, desde el platonismo de la escritura de Hölderlin al orfismo de Dante, desde el teatro de Shakespeare a la pintura de Velázquez, desde Aristófanes a Stravinski.
“La presente recopilación -escribe Adan Kovacsics en el prólogo- procura ofrecer una muestra de la amplitud de sus intereses y conocimientos, en arte, en literatura, en música, en filosofía, en historia de las religiones.”
Esa diversidad de temas la despliega Hamvas con excepcional hondura intelectual y admirable brillantez expositiva, con un estilo transparente y con rasgos constantes como la defensa del legado cultural y espiritual desde la antigüedad frente a la crisis europea de su tiempo, la búsqueda de la vida plena y la esencia trascendente de lo real o la síntesis de la tradición occidental y la oriental en el proyecto universalista que caracteriza su obra, que gira en torno a la unidad del espíritu humano y a la busca del alma primigenia, como en Orfeo, al que dedica un memorable ensayo que escribió entre 1932 y 1942 y que se recoge en esta selección.
Y al fondo de todas estas páginas, frente al paisaje o en la pura meditación, Hamvas proclama una renovada afirmación del vitalismo, como en este párrafo:
El milagro más grande del mundo es la alegría. Y más grande aún es el milagro de que la alegría viva de la melancolía. Esa es la paradoja más sublime de la existencia.
Una magnífica celebración de la inteligencia y la música, de la literatura y la vida, que contiene páginas antológicas sobre la naturaleza, como esta, de ‘Jazmín y olivo’:
El verdadero calendario es el creado por el tránsito del sol a través de los signos del zodíaco. La primavera principia el 21 de marzo. Todos los cambios sustanciales se producen en torno al día 21. Y también cuando el sol se halla en el centro del signo, esto es, alrededor del día ocho. El 8 de marzo es cuando comienzan a cantar los mirlos. El 8 de abril empieza el ruiseñor y florece la almendra. El 8 de junio, san Medardo, es el comienzo de la lluvias veraniegas. El 8 de agosto, la culminación de la canícula, el momento de las fiestas populares ancestrales. El 8 de septiembre se marchan las golondrinas. El 8 de octubre callan los grillos. El calendario gregoriano no vale nada. La naturaleza vive según el calendario de la tradición.
O esta otra, del espléndido ensayo inicial, ‘Arlequín’:
En todas las artes aparece junto al elemento del orden, de la disciplina y de la contención el elemento sugerente. Es el arte mágico que de vez en cuando irrumpe y que casi ha arrasado al orfismo en Europa. El arte mágico no refrena, sino que sugiere. No es racional, sino imaginativo. No vive en la armonía, sino en la ebriedad. No busca la certeza, sino el entusiasmo. Libera las fuerzas que alcanza.
[…]
¿Es la ebriedad del poeta el estado natural de la vida? Sí. ¿Es la pasión del amor el estado natural de la vida? Sí. ¿Es el entusiasmo el estado natural de la vida? Sí. ¿Por qué? Porque la lógica de la existencia es paradójica.
Santos Domínguez