21/2/22

Stendhal. Diarios




Stendhal.

Diario, vol. 1.º (1801-1805)

Introducción de T. S. Norio

Traducción de Olga Novo Presa.

KRK Ediciones. Oviedo, 2015.


Stendhal.

Diario, vol. 2.º (1805)

Edición de Marceliano Acevedo.

KRK Ediciones. Oviedo, 2021.



“Leo con la mayor satisfacción las ciento doce primeras páginas de Tracy con la misma facilidad que si se tratara de una novela. Por la noche tengo un poco de fiebre; el dolor no es grande, leo durante este tiempo todo un volumen de la correspondencia de Voltaire en el gabinete literario de Saint Jorre. Estoy sin dinero, vayamos a Grenoble; pero ayer vi El Filinto, compré el Tracy, mañana pasaré tres horas con Dugazon, Duchesnois y Pacé; sigamos en París. 
Mi situación es, pues, la mejor posible incluso con un padre desalmado que permite que mi maquinaria se arruine con una fiebre cotidiana que se curaría con algunos dineros ¡Y hasta puede que este padre me ame! Si, contra toda apariencia, no es un tartufo y si, en el fondo, sólo es avaro, bonito ejemplo para mostrar en mis carnes los perjuicios que causan las pasiones que yo amo tanto”, escribía Stendhal en su diario el 11 de nivoso del año XIII. 

 Como todos los franceses de la época, en sus anotaciones utilizaba el calendario republicano que estuvo vigente entre 1792 y 1806, por lo que hay que aclarar que esa fecha corresponde al 1 de enero de 1805 Es la primera entrada que aparece en el segundo volumen de los Diarios de Stendhal, que publica KRK Ediciones con una espléndida traducción de Marceliano Acevedo. 

 El primer volumen, aparecido hace seis años, recogía los cuadernos desde 1801 hasta comienzos de 1805, con traducción de Olga Novo e introducción de T. S. Norio, que señalaba que “este primer volumen abarca los cuadernos de los años 1801-1805. En él asistimos a los intentos permanentes y fallidos de Beyle para escribir su obra en curso Los dos hombres, cuentas, chismes militares, esbozos autobiográficos, reseñas de las obras teatrales a las que asiste, planes para cortejar infaliblemente, horarios autoimpuestos para trabajar, posologías a base de quina, sanguijuelas y granos de opio para sus fiebres recurrentes (sífilis, según el dictamen más aceptado), proyectos literarios sin fin, libros, anotaciones de deudas con sastres y postillones y libreros. Están sus intentos siempre frustrados por hacerse poeta […], sus enamoramientos continuos, su temor a ser «demasiado feo», su timidez galopante, […], sus experiencias en el Ejército como funcionario y aprendiz de dandi, sus elucubraciones amatorias, sus frustradas clases de clarinete, sus lecciones de declamación, sus sueños y disgustos, sus ambiciones, su escepticismo razonado, sus ataques de melancolía al modo romántico, la obsesión por analizar las razones de cada uno de sus actos, las mil y unas cosas que llaman su atención durante un minuto o una década a lo largo del periodo en que su destino, como el de Francia, iba ligado al de Napoleón… Como en todos sus escritos íntimos, el diario está lleno de detalles insignificantes, iniciales enigmáticas, seudónimos y alusiones oscuras.” 

 “Emprendo la tarea de escribir la historia de mi vida día por día. No sé si tendré fuerzas suficientes para terminar este proyecto.” Con esas frases, escritas en Milán el 28 de germinal del año IX (18 de abril de 1801), comenzaba Stendhal el primer cuaderno de sus diarios, que mantendría hasta 1818. 

 Beyle no era aún Stendhal, pero parte de las experiencias del joven inquieto, lector infatigable, enamoradizo y curioso que se reflejan en estos diarios, admirablemente editados por KRK, pasarían a su obra. No sólo a los más autobiográficos Recuerdos de egotismo y Vida de Henry Brulard, sino también a sus dos cimas literarias, Rojo y negro y La cartuja de Parma. 

 Es un Henri Beyle algo desorientado aún, lírico y egotista, introvertido y triste que habla en ellos de su carrera militar en Italia en 1801, de su viaje de Grenoble a Ginebra y de Ginebra a París en 1804 y del tercer viaje a París en ese mismo año. 

 Recorren estas páginas una serie de temas constantes: los sueños amorosos y la aspiración a la gloria literaria, las fiebres persistentes como consecuencia de una enfermedad venérea, las deudas y los fracasos sentimentales, el descubrimiento y la celebración de Milán, los salones parisinos, las alusiones al teatro, género en el que intentó encauzar su incipiente carrera literaria con una minuciosa preparación que sin embargo no dio frutos, la observación de su temperamento y la formación de su personalidad, las alusiones a su carácter nervioso y melancólico, violento y tímido, la vida social, la asistencia a representaciones teatrales, los amores diversos, entre los que destaca su relación con la actriz Melanie Guilbert, o reflexiones como estas, del 30 de pradial del año XIII (19 de junio de 1805): 

 Tu verdadera pasión es la de conocer y experimentar. Nunca ha sido satisfecha. 

 Cuando te impones el silencio, encuentras pensamientos; cuando te impones como ley el hablar, no encuentras nada que decir.

 O como esta otra con la que cierra el diario de 1805 el 10 de nivoso del año XIV, el último del año: 

 Me parece que actualmente observo mejor. 

 “Es un lugar común de la crítica -escribe T. S. Norio en su introducción- considerar que a Stendhal lo conocemos mucho mejor que sus contemporáneos. De pocos personajes de la historia, no solo escritores, se conocen tantos ‘detalles exactos’. A lo largo de los últimos cien años, legiones de stendhalianos han investigado cada dato sin llegar, muchas veces, a ninguna conclusión certera. Se discute sobre cuartos de hora, sobre el color de la levita que viste en tal o cual ocasión, sobre la calidad del terciopelo milrayas de sus calzones, sobre el precio de una cena. Pero poco ha de importarle esto al lector. Cambia el ropaje, pero las sensaciones que intenta atrapar este Marie-Henri Beyle cuando se prepara para asistir a un concierto o a una cita amatoria son, doscientos años después, con una exactitud desconcertante, las nuestras, y la naturalidad con que las refiere nos aproxima tanto al personaje que termina convirtiendo casi en un vicio leerle. […] En ese querer poner la vida siempre por delante de la literatura radica precisamente la cercanía adictiva de su literatura.”


Santos Domínguez