Unos suaves toques en el cristal le hicieron volverse hacia la ventana. Había comenzado a nevar de nuevo. Soñoliento, vio los copos caer oblicuamente contra la luz de las farolas, plateados y oscuros. Había llegado el momento de emprender su viaje hacia el oeste. Sí, los periódicos estaban en lo cierto: la nieve caía sobre toda Irlanda. Caía en cada parte de la oscura planicie central, sobre las colinas calvas, caía suavemente sobre las oscuras y turbulentas aguas de Shannon. Caía también sobre cada rincón del solitario cementerio donde yacía Michael Furey enterrado. Se acumulaba sobre la piedra de sus cruces torcidos y sus lápidas, sobre las lanzas oxidadas de su pequeña puerta, sobre las espinas yermas. Su alma se desvanecía al escuchar caer la nieve débilmente sobre el universo, caer débilmente, como el descenso de su último final, sobre todos los vivos y los muertos.
Así termina, en la traducción de Diego Garrido, Los muertos, de James Joyce, uno de los mejores cuentos de la historia de la literatura.
Ese texto cierra Dublineses, el conjunto de quince relatos escritos entre 1904 y 1914, entre Dublín y Trieste, con los que renovó el cuento del siglo XX y de los que Joyce decía que eran “un capítulo en la historia moral de mi país” y “el cristal pulido en el que mis compatriotas podrán mirarse con miedo a reconocerse.”
Dublineses es una de las obras que se recogen en un espléndido tomo publicado por Páginas de Espuma que reúne por primera vez en español toda la obra breve de James Joyce, un autor que -sostiene Garrido- “hoy en día, a 140 años de su nacimiento, es Irlanda como Dante es Italia o Cervantes España.”
Para subrayar esa vinculación de vida y obra, de literatura y experiencia, cada uno de los apartados va presentado por magníficos textos introductorios que son un iluminador rastreo de las claves biográficas de los textos y trazan el desarrollo paralelo de la línea biográfica y de la obra en marcha del artista en París o Dublín, muestran al joven alumno de los jesuitas y el University College de Dublín, al escritor en su taller o en su laberinto y reconstruyen sus últimos años. Un espléndido aparato de notas pertinentes y aclaratorias cierra cada uno de esos apartados en los que se agrupan las piezas cortas de Joyce.
Cierra esta cuidadísima edición un amplio álbum fotográfico que recoge abundantes imágenes del autor y de su entorno familiar, de Nora, su mujer; de los lugares en los que vivió (Dublín, París, Trieste, Zurich), de la Torre Martello, donde Joyce vivió seis días y donde arranca el capítulo inicial del Ulises, de sus laberínticos manuscritos y sus endiabladas correcciones de pruebas, que dan idea del minucioso método de escritura y reescritura que aplicó a toda su obra.
Santos Domínguez