17 mayo 2019

Sánchez Robayna. Por el gran mar



Andrés Sánchez Robayna.
Por el gran mar.
Galaxia Gutenberg. Barcerlona, 2019.


Y regresan también, como llevados 
por el viento que mueve las aguas del origen, 
el calor de tu cuerpo, una presencia pura, 
los pétalos, París, el resonante estaño, 
la mañana extendida de las fulguraciones 
y la noche del baile en el salón, a solas, 
tú yo, y el cementerio junto al mar, 
los pasos extraviados en la tarde, 
el fuego bajo el agua y la abubilla, 
el futuro que fluye hasta nosotros 
y poco a poco se hunde en el pasado 
y es el presente, dados en las manos 
de un niño, astros que giran en sus órbitas, 
oleaje sin fin, juego de olas del tiempo.

Con esa estrofa se cierra uno de los treinta y cinco poemas del espléndido Por el gran mar, que Andrés Sánchez Robayna publica en la nueva colección de poesía de bolsillo de Galaxia Gutenberg.

Treinta y cinco poemas atravesados por la memoria y el deseo: una “memoria de los rostros, los días y las noches” y un “deseo sin fin” que articulan este libro en el que el pasado vuelve en una ola desde el origen y “se desliza sin fin desde el mar de la infancia” para devolver la luz del tiempo y la presencia.

Luz del tiempo y presencias que regresan con la vibración del bronce en las campanas:

¿Cómo puede, ahora, el júbilo
de bronce en mí sonar, más interior 
que lo mío más íntimo? 
Habito la campana y el tañido 
igual que ellos me habitan, 
trozo de duración disipado en lo eterno.

Ese tañido de las campanas que suena en todo el libro, “más allá de los astros, / más allá de su oscura / rotación / en lo eterno” es el resorte que impulsa el recuerdo que “me lleva hasta un lugar al que regreso / no en el presente, sino en la presencia.”

Una función parecida cumple el ave que “volaba / en lo más hondo / del no saber”, una evocación sanjuanista que se convierte en símbolo de una poesía contemplativa en la que se unen la luz y la oscuridad, lo visible y lo invisible en el fuego que arde bajo el agua y en el don de la ignorancia previa a la revelación de lo invisible, porque “belleza e ignorancia se funden en nosotros”, “igual que en la ignorancia / sentimos allá arriba la luz, incomprensible.”

Poesía que “atraviesa lo visible /.../ y lo invisible, entonces, muestra su realidad”, indagación en lo oscuro con palabras que “en su solo latido, traspasan la materia del mundo” y son el instrumento de revelación de la armonía, la expresión de “una gota, solamente / de eternidad filtrada por el tiempo.”

Tañidos que “son un fuego en el aire” /..../ “ese fuego que alumbra la oscuridad del mundo” y que suenan insistentes y luminosos en Por el gran mar, sobre el telón de fondo insular y atlántico que cierra el libro:  

Miro el sol en las aguas que destellan, 
la espuma diluida en el azul extenso,
la circunvolución de las nubes de otoño, 
el mar del que venimos y al que regresaremos.

La gaviota solar cruza la tarde, 
hiende el aire errabundo, el cielo yerto.
Y la mirada va con ella, ciega, 
bajo el cielo combado, por el gran mar del tiempo.

Santos Domínguez

15 mayo 2019

Pepo Paz Saz. Las demás muertes


Pepo Paz Saz.
Las demás muertes.
Demipage. Madrid, 2018.

Dieciséis relatos reúne Pepo Paz Saz en su primer libro de ficción, Las demás muertes, que publica Demipage.

Entre la intensa brevedad desolada del cuento que lo abre, Dos pequeñas maletas, y la mirada emocionada al paisaje que rodea la vieja casa familiar y su ciruelo del final Ciruelas en julio, entre la nostalgia y la esperanza, entre el campo y la ciudad, Las demás muertes se construye como un conjunto de relatos atravesados por la memoria personal y familiar, por el sentimiento del tiempo, por viajes exteriores e interiores unidos por la continua emoción de la mirada y el recuerdo cruzados en la escritura de quien sabe que “las palabras construyen la vida.” 

O la reconstruyen literariamente en estos textos narrativos por los que alguna vez se pasean indiferentes los fantasmas y conviven la evocación proustiana, la melancolía y las ensoñaciones por los laberintos de la existencia.

Un conjunto construido como un mosaico unido por vínculos temáticos como la infancia, la nostalgia, las luces y las sombras de la vida, el desengaño y las pérdidas, el amor y el desamor, el olvido y el misterio, el desencanto y hasta la desolación con una fuerte carga e indisimulada carga autobiográfica, por un estilo preciso y directo, limpio y sugestivo, y de acusada eficiencia narrativa.

Y por la muerte de los otros, porque las demás muertes que se nombran en el título de alguna manera son también la muerte propia.  

Santos Domínguez

13 mayo 2019

Luis Landero. Lluvia fina


Luis Landero.
Lluvia fina.
Tusquets. Barcelona, 2019.

Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente. Hay algo en las palabras que, ya de por sí, entraña un riesgo, una amenaza, y no es verdad que el viento se las lleve tan fácilmente como dicen. No es verdad. 

En esas frases, marcadas por la prevención y la desconfianza, están las claves fundamentales de Lluvia fina, la nueva novela de Luis Landero que acaba de publicar Tusquets Editores.

Desde otra perspectiva, en otra situación y con otro significado por tanto, esas frases se retoman en el capítulo final que comienza así:

Así que también Aurora tiene una historia que contar. Una historia que ha permanecido como aletargada hasta hoy. Esperando un estímulo, una súbita brisa que avive las brasas hasta convertirlas en hoguera. Y ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes y que no es verdad que a las palabras se las lleve tan fácilmente el viento. No es verdad.

Lo que era un aviso y un oscuro presagio se convierte ya en una certeza del desastre, porque entre esos dos párrafos se desarrolla un constante cruce de historias y de personajes, de frustraciones, mentiras y secretos, de palabras y miradas que componen el complejo mosaico familiar y el cambiante caleidoscopio humano de versiones que sostiene la estructura de Lluvia fina y de su perspectiva narrativa, articulada en torno a la figura de Aurora, mujer de Gabriel y confidente sentimental del resto de personajes.

Desde el fondo turbio del pasado emergen las historias cruzadas en torno a tres hermanos -Gabriel, Sonia y Andrea- que se reúnen junto con sus parejas para celebrar los ochenta años de su madre. 

Aurora, situada en una posición privilegiada, a la vez cercana y distante, porque no pertenece al problemático pasado familiar que envuelve a los hermanos y a la madre, es el eje en el que confluyen las confesiones y los relatos de las otras vidas y la más consciente de los peligros de remover el fondo de la memoria:

Y como cada cual, además de lo suyo, le cuenta también lo que dicen los otros, todas las versiones de todas las historias terminan confluyendo en Aurora. Ella es en realidad la única dueña absoluta del relato, la que lo sabe todo, la trama y el revés de la trama, porque solo a ella le confían y le cuentan, con todo tipo de detalles, y sin vergüenza ni reparos, todos y cada uno de los implicados en esta historia que empezó siendo trivial y hasta festiva y que ha acabado en ruina y en desastre, como ya intuyó ella desde el primer momento.

Aurora había advertido a Gabriel de que es mejor no remover el pasado, pero en todo caso su perspectiva ajena se proyecta sobre la oscura historia familiar y sobre las distintas versiones de la realidad, sobre la alegría del padre soñador e imaginativo heredada por el hijo, sobre la historia de postergamientos, soledad y abandono de Sonia y Andrea, que repiten la infelicidad y la dureza tenebrosa de la madre, “pesimista, agria y dominante”.

Porque ella era la única que conocía los secretos de todos y cada uno de ellos, y sabía que los pequeños y viejos rencores, por viejos y pequeños que fuesen, estaban latentes en la memoria, al acecho, esperando la ocasión de volver al presente, renovados y recrecidos, rescoldos aún tibios que el menor viento podía avivar en llama, o como esas historias en cuyo planteamiento, inocente o cómico en apariencia, está ya la semilla de un final desdichado. Y también sabía o intuía que, si los rencores y agravios habían permanecido aletargados hasta entonces, es porque apenas hablaban entre ellos, solo de tarde en tarde y por teléfono para felicitarse los aniversarios y las Pascuas, o contarse alguna novedad. Y estaba bien que fuese así, pensaba Aurora, para que el viento no desatase la furia de las brasas, para que la historia no se pusiera en marcha y se precipitase ciega hacia su desenlace.

Historias y secretos que remueven los rencores, odios y heridas abiertas de unas problemáticas relaciones que irán preparando meticulosamente el trágico desenlace de esta Lluvia fina, quizá el libro más sombrío y amargo de Luis Landero.

Porque las palabras nunca son inocentes, como saben Aurora y los lectores de esta novela.

Santos Domínguez

10 mayo 2019

Whitman. Canto de mí mismo


Walt Whitman.
Canto de mí mismo y otros poemas.
Traducción y selección de Eduardo Moga.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.

Yo me celebro y me canto, 
y cuanto hago mío será tuyo también 
porque no hay átomo en mí que no te pertenezca.

Escribía Walt Whitman al comienzo del Canto de mí mismo, el núcleo duro de sus Hojas de hierba, su obra más ambiciosa y fecunda.

La primera de las nueve ediciones con las que ese libro fue creciendo como un organismo vivo que se abría al mundo apareció en 1855, casi a la vez que Baudelaire exploraba en Las flores del mal los límites de su territorio expresivo.

De aquella primera edición escribe Eduardo Moga en la Presentación de su traducción de Canto de mí mismo y otros poemas, la selección de Hojas de hierba que publica Galaxia Gutenberg en su espléndida colección de bolsillo de poesía:

Cuando en 1855 apareció Nueva York un opúsculo de apenas doce poemas y un prólogo, sin el nombre del autor en la cubierta ni indicación del editor, botánicamente titulado Hojas de hierba, casi nadie dio un duro por él. Antes bien, los pocos críticos que lo evaluaron emitieron veredictos inclementes: "Whitman", decía un anónimo reseñista londinense, "conoce tanto el arte como un puerco las matemáticas. Sus poemas -convengamos en llamarlos así- (...) desconocen la rima, y a nada se parecen tanto como a los gritos de guerra de los pieles rojas."

Ese reseñista no llegó a comprender que esa voz que desde la otra orilla del Atlántico se cantaba a sí misma y consigo al resto de los hombres inauguraba un nuevo mundo poético, que la poesía auroral y profética de Whitman traía un soplo de brisa fresca que acabó convirtiéndose en un maremoto que llegó a Europa para dejar su huella en poetas españoles como León Felipe, Lorca o Cernuda. 

Whitman es uno de esos pocos poetas que mantienen una juventud perenne. Poderosa y auténtica, transparente y dulce, como él mismo decía de su alma y del mundo, su voz puso la semilla de la que surgen el verso libre y la materia poética americana de Pound a Eliot o de Williams a Neruda y a Ashbery.

En el poema 24 del Canto de mí mismo, que no podía faltar en esta selección, se perfila definitivamente ese yo poético: 

Walt Whitman, un cosmos, el hijo de Manhattan, 
turbulento, carnal, sensual, comedor, bebedor y procreador, 
ni sentimental, ni superior a hombres y mujeres, ni alejado de ellos, 
tan modesto como inmodesto.

Respira en estos textos la inagotable voz lírica de Whitman, sutil y llena de matices, la voz de la inocencia joven e instintiva de un poeta que no envejece porque, como dijo Nietzsche de Emerson, “no sabe lo viejo que es ni lo joven que será.” Y es que en los poemas del Canto de mí mismo habla un personaje poético dueño de una voz que nos viene de mañana, no de hace siglo y medio. 

No me cansaré de repetirlo -escribía Whitman sobre su obra-: Hojas de hierba ha sido, en esencia, el aflorar de mi naturaleza emocional y de otros aspectos de mi personalidad: un intento, de principio a fin, de dejar constancia de una Persona, un ser humano, yo, en la segunda mitad del siglo XIX, en América, y de hacerlo con libertad, completa y fidedignamente. 

Ecléctica y ambigua, proteica y visionaria, luminosa y hermética, fruto de la rara mezcla de delicadeza emocional y potencia física, la de Whitman es una poesía que habla –como todas- de la vida y de la muerte. Pero con su celebración del presente, que superpuso a la angustia ante el futuro e impuso sobre la melancolía por el pasado, trazó una frontera indeleble con la poesía vieja y dibujó su autorretrato literario, más cerca del deseo que de la realidad, con la compleja cartografía psíquica de la que habló Harold Bloom.

Místico y masturbador, religioso y pagano, extrovertido e introvertido, culto y coloquial, íntimo y patriótico, Whitman es más que un poeta, es un universo completo cuyas hojas de hierba siguen tan verdes y tan frescas como el primer día de la creación de este libro y del mundo.

Lo dejó reflejado inmejorablemente en estas estrofas del tercer poema del Canto de mí mismo:

Nunca ha habido más principio que ahora, 
ni más juventud o vejez que ahora, 
y nunca habrá más perfección que ahora,
ni más cielo o infierno que ahora.

Impulso, impulso, impulso:
siempre el impulso procreador del mundo. 

De la penumbra surge lo opuesto e igual, siempre la sustancia y la multiplicación, siempre el sexo, 
siempre una identidad entretejida, siempre lo que difiere, siempre el brotar de la vida. 

De nada sirve trabajar con esmero: lo saben tanto los ignorantes como los instruidos. 

Santos Domínguez

08 mayo 2019

Sor Juana Inés de la Cruz. La resistencia del deseo


Francisco Ramírez Santacruz.
Sor Juana Inés de la Cruz.
La resistencia del deseo.
Cátedra  Biografías. Madrid, 2019.

La resistencia del deseo es el significativo subtítulo de la espléndida biografía de Sor Juana Inés de la Cruz, la monja jerónima que vivió y escribió en la Nueva España de la segunda mitad del XVII, que publica en Cátedra el hispanista mexicano y profesor en la Universidad Autónoma de Puebla Francisco Ramírez Santacruz.

Sor Juana, autora del memorable Primero sueño, uno de los poemas imprescindibles del Barroco en español, o de la Respuesta a sor Filotea, en la que defendía su determinación de escribir poesía ante las presiones de sus superiores, “después de convertirse en la autora más afamada del Imperio español, abandonó las letras y se dedicó a la mortificación”, explica Ramírez Santacruz.

A ella le dedicó Octavio Paz su monumental Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. Y esta nueva biografía “propone una exégesis lo más objetiva posible de todos los datos que se conocen de sor Juana hasta el día de hoy” para completar una imagen compleja de la escritora y la persona. 

Compaginando lo biográfico con lo literario, Francisco Ramírez Santacruz ofrece un documentado recorrido por la vida de sor Juana, desde las circunstancias familiares hasta los días previos a su muerte en 1695; pero también por su temperamento y su obra.

Hija ilegítima, demostró desde muy joven un enorme autocontrol y una disciplina que proyectó en su curiosidad, en su ímpetu perfeccionista y en una asombrosa capacidad para el estudio y la elocuencia. 

Antes de ingresar en el convento tuvo una relación privilegiada con la corte virreinal, donde asombró su potencia intelectual, propia de una persona superdotada con una dedicación constante al estudio. Sor Juana vivió intensamente no sólo una admirable libertad de criterio, sino una escisión emocional entre su condición de monja y de escritora, a la vez censurada y celebrada, aplaudida y calumniada.

Dos pasiones, el estudio y la poesía, marcaron la vida de sor Juana y la conflictiva compaginación entre su actividad literaria e intelectual y la vida conventual. Su atractivo físico e intelectual, la fragilidad de su salud, la vida en el convento, la amplia biblioteca privada que reunió en su celda, el aislamiento y la dedicación al estudio en un ambiente poco propicio y muy limitado, las reuniones literarias en el locutorio, la relación decisiva con la virreina María Luisa, que le dio protección y ejerció sobre ella un generoso mecenazgo o su relación conflictiva con el confesor son algunos de los asuntos más significativos de esta biografía que aborda también la importancia de sus obras maestras, El divino Narciso y el Primero sueño, una de las cimas del Barroco español, la polémica por su valiente Carta atenagórica, la ironía de la Respuesta a sor Filotea de la Cruz o la crisis poética del final de su vida.

Así resume el sentido de la obra el biógrafo en el prólogo:

Mi sor Juana es un personaje paradójico; se suele hablar de la poetisa como si durante toda su vida ella hubiese defendido siempre la misma idea, o como si la mujer que ingresó al convento de dieciséis o diecinueve años fuese la misma que murió veintisiete años después. Esto no fue así: a lo largo de tres décadas dentro de San Jerónimo, sor Juana cambió, evolucionó y buscó con desesperación una solución a su conflicto existencial, a saber, cómo conjugar su personalidad de letrada con su vida monjil. En suma, esta biografía pretende mostrar el complejo y diversificado contexto cultural que hizo posible que sor Juana fuese, por una parte, censurada, pero, por otra, ampliamente celebrada. Hay que decir que ella no fue monja y poetisa profana pese a su época, sino precisamente gracias a las circunstancias de dicha época, en la que prevaleció una excesiva porosidad entre corte y convento.

Santos Domínguez

06 mayo 2019

Un viaje al jardín



Byung-Chul Han.
Loa a la tierra.
Un viaje al jardín.
Ilustraciones de Isabella Gresser.
Traducción de Alberto Ciria.
Herder. Barcelona, 2019.

“Un día sentí una profunda añoranza, e incluso una aguda necesidad de estar cerca de la tierra. Así que tomé la resolución de practicar a diario la jardinería. Durante tres primaveras, veranos, otoños e inviernos, es decir, durante tres años, estuve trabajando en un jardín, que bauticé con el nombre de Bi-Won, que en coreano significa Jardín secreto, escribe Byung-Chul Han (Seúl, 1959) en el prólogo a su Loa a la tierra. Un viaje al jardín, que publica Herder con traducción de Alberto Ciria y espléndidas lustraciones de Isabella Gresser.

Es una delicada meditación, una incursión en el silencio y la lentitud a través del contacto con la tierra y los ciclos naturales de la vida lo que refleja este libro hecho de “plegarias, confesiones, incluso declaraciones de amor a la tierra y a la naturaleza.

Loa de la tierra empieza con un viaje de invierno en el jardín berlinés del autor para trazar una metafísica del jardín en el que se convocan la poesía y la filosofía, la música y la meditación en el ánimo templado del autor.

La vivencia intensa de los ritmos estacionales, la percepción del tiempo lento y distinto del jardín tienen su proyección musical, filosófica o poética en Schubert, Hölderlin, Lao Tsé, Novalis o Heidegger y su resumen en palabras como estas:

Hoy hemos perdido toda sensibilidad para la tierra. Ya no sabemos qué es. Solo la concebimos como una fuente de recursos que, en el mejor de los casos, hay que tratar sosteniblemente. /.../ Desde que trabajo en el jardín me acompaña una extraña sensación, una sensación que antes no conocía y que también siento corporalmente con mucha fuerza. Es una sensación de la tierra, que me hace dichoso. Quizá la tierra sea un sinónimo de la dicha que hoy se aleja cada vez más de nosotros. Regresar a la tierra significa, por tanto, regresar a la dicha. La tierra es fuente de dicha. Hoy la abandonamos, sobre todo como consecuencia de la digitalización del mundo. Ya no recibimos esa fuerza vivificante de la tierra que nos hace dichosos. La tierra es reducida al tamaño de una pantalla de ordenador.

Jardín invernal, lugar romántico en floración con las flores azules del heliotropo, las blancas del cerezo de invierno o las amarillas del jazmín de invierno en el silencio y la mirada a los colores de las margaritas silvestres,  el acónito o las forsitias que engendran “una pequeña primavera en pleno invierno.” 

Schumann, Nietzsche, Rilke o Basho y la explosión verde de la primavera, la morera y el ciruelo como proyección de la dicha del jardinero, una de las palabras fundamentales de este libro, porque “cada día que paso en mi jardín es un día de dicha. Este libro podría haberse titulado también Ensayo sobre el día logrado que me hizo feliz. A menudo anhelo trabajar en el jardín. Hasta ahora desconocía esa sensación de dicha. También es algo bastante corporal. Jamás fui tan activo corporalmente. Jamás toqué la tierra con tanta intensidad. Me parece que la tierra es una fuente de dicha. A menudo me ha asombrado su extrañeza, su alteridad, su vida propia. Solo gracias a este trabajo corporal he llegado a conocerla con intensidad. Regar las flores mientras las contemplamos nos colma de una dicha silenciosa y nos llena de calma.”

Y así también el verano berlinés en el jardín con insectos y pájaros y las flores otoñales, como los narcisos de otoño.

Cierra el volumen un amplio e intenso diario del jardinero que entre el 31 de julio de 2016 y el 20 de noviembre de 2017 refleja los ciclos del jardín y celebra el instante vegetal en fragmentos como este:

Me embriaga la visión de las hortensias que florecen con exuberancia. Amas la lluvia. Las llamas de la hortensia sargentiana tienen primero una forma protuberante. Luego se abren con un soberbio esplendor. Parecen explotar realmente, como fuegos artificiales a cámara lenta. Su belleza es indescriptible.

Santos Domínguez


03 mayo 2019

Mario Campaña. Poesía reunida


Mario Campaña.
Poesía reunida
1988-2018.
Editorial Festina Lente. Quito, 2018.

EN EL PRÓXIMO MUNDO

En el próximo mundo podremos más. 
También ahora podemos más,
Pero las huellas del desastre 
Y la falta de sueño
Nos impiden creer que podemos más.

En el próximo mundo no será tarde
Para poder más. Nunca será tarde
En el otro mundo. 
Y por eso podremos más.

Cuando hagamos otro mundo 
Las piezas que hoy no encajan 
Encajarán sin falta.

Música y mundo, por ejemplo, 
Irreconciliables ahora,
Volverán a armonizarse. 

Tendrá derecho a existir el delirante.
El que cree y el que no cree.
El que vive de la esperanza 
Y quien se despoja de toda ilusión 
Para seguir vivo al día siguiente.

En el próximo mundo lo viejo será joven y lo joven 
Primero existirá en su pura belleza,
Luego madurará y será aún más joven.

Sólo el vencedor se quedará sin sitio
En las galerías de nuestro próximo mundo.
Sólo la reina de la fiesta se quedará sin bailar.
Y sólo el que duerme, sin soñar.
Pero a la casa del próximo mundo 
Entraremos todos. 

Porque en el próximo mundo los puentes 
Serán más largos y no unirán sólo orillas
Sino islas que flotan en nosotros,
Y más allá de nosotros. 

Ni la fuerza ni la astucia 
(Del escorpión que esconde su ponzoña) 
Tendrán espacio allí:
Todos mostraremos nuestros males, cada uno
Sabrá en dónde está cada veneno 
Y conocerá el antídoto.
El próximo mundo estará lejos de éste,
Y hasta allí llegaremos vagueando,
Girando y girando sobre nuestras cabezas,
Porque el próximo mundo cambiará siempre de lugar:
Ni el amigo ni el enemigo serán nunca estables.

En ese tiempo nuestro pobre mundo
Ya habrá aprendido a vivir con la penumbra.
No nos engañará la luz, artificiosa, 
Como a los peces,
Cazados por lamparillas que ocultan 
La sabiduría de la noche.

De ese poema que lo cerraba tomaba su título En el próximo mundo, uno de los cinco libros de Mario Campaña (Ecuador, 1959) que se recogen en su Poesía reunida (1988-2018), publicada por la editorial ecuatoriana Festina Lente. 

A propósito de la obra de Mario Campaña, desde los Cuadernos de Godric (1984-1988) hasta el reciente Pájaro de nunca volver (2013-2018), pasando por Días largos (1992-1994), Aires de Ellicott City (2000-2005) y el ya mencionado En el próximo mundo (2007-2010), habría que hablar de ciclos poemáticos más que de libros propiamente dichos, que en todo caso configuran lo que Américo Ferrari definió como “una poesía fuerte y dolorosa”. 

Ciclos poéticos que tienen como hilo conductor el personaje de Godric que aparece en el título inicial y en quien Mario Campaña proyecta y resume “las diversas experiencias del viaje, el ir, el volver, la mera errancia, el simple estar, hasta descubrir o conquistar la inmovilidad: el medievo, la modernidad temprana, nuestro siglo XXI.”

Es la poesía como viaje interminable a los límites del mundo y del conocimiento en un barco de palabras con unos instrumentos de navegación que le han prestado los simbolistas con los que Mario Campaña ha conversado tanto en los viejos puertos nocturnos de la literatura.

La potencia de la iluminación verbal que nos enseñaron los simbolistas es la brújula más exacta del poeta en esta travesía llena de paronomasias e imágenes visionarias que convocan las relaciones secretas que tienen las palabras, sus revelaciones.

Con el astrolabio de ese lenguaje que fluye libre y levanta su entidad a base de asociaciones y relámpagos, se emprende un viaje que es el de la palabra, el del conocimiento mediante la poesía, esa travesía nocturna con el lenguaje nocturno de la imagen irracional que ilumina el periplo, como la voz del nigromante que sonaba en los Cuadernos de Godric.

Es este un viaje a una frontera extremada de la que no se vuelve. Se habla del espacio para hablar del tiempo, que es el verdadero sentido del viaje que desarrolla Mario Campaña en sus distintos libros. 

Un viaje por las pérdidas y las esperanzas en el que se confunden la ida y el regreso y dialogan la mirada y el sueño, lo individual y lo colectivo, el yo y el nosotros, las presencias y los vacíos.

Como los muertos antiguos se ha iniciado el viaje con una moneda en la boca, y si se vuelve se vuelve siendo otro. O es otro el que vuelve después de haber estado al otro lado, como Ulises en el infierno:

He venido aquí a perfeccionar la muerte, se leía en Aires de Ellicott City.

La voz del poeta asume en los poemas de Mario Campaña la potencia oracular del visionario que habla más allá de la noche y la convoca con imágenes secretas y turbias, trabadas en un tono de conjuro precolombino o con el ritmo de un recitativo barroco en una ceremonia verbal en la que el poeta se convierte en oficiante y en el intermediario que comunica los dos lados de la frontera. 

Y el medio de expresión de ese proceso es una poesía construida sobre potentes imágenes en las que se funden el pasado y el presente, la historia y el mito, los tiempos y los espacios, lo mediterráneo y lo americano.

Entre la reconstrucción del pasado, la representación del presente y la propuesta de expectativas, hay en la poesía de Mario Campaña un movimiento circular que permite que la esperanza se levante sobre los cimientos firmes de la memoria, como en estos versos que cerraban su Pájaro de nunca volver:

ardan ya casa y ciudad 
cielo 
corazón y memoria 
todo puede cambiar 

Santos Domínguez


01 mayo 2019

El laberinto de la soledad



Octavio Paz.
El laberinto de la soledad.
Postdata.
Vuelta a “El laberinto de la soledad”.
Fondo de Cultura Económica. México, 2018.

“La crítica es, para mí, una forma libre del compromiso. El escritor debe ser un francotirador, debe soportar la soledad, saberse un ser marginal. Que los escritores seamos marginales es más una condenación que una bendición. Ser marginales puede dar validez a nuestra escritura. Y debo decir algo más sobre la crítica: para mí la crítica es creadora”, explicaba Octavio Paz en la conversación con Claude Fell que con el título Vuelta a 'El laberinto de la soledad' se publicó en la revista Plural en noviembre de 1975.

Ese diálogo completa la edición de este libro emblemático del Octavio Paz ensayista, junto con Posdata, que apareció en 1969 como consecuencia de la reflexión que en Paz suscitaron los sucesos del año anterior. Así lo justificaba en la Nota introductoria a la primera edición del libro:

Su tema es una reflexión sobre lo que ha ocurrido en México desde que escribí El laberinto de la soledad y de ahí que haya llamado a este ensayo Posdata. Es una prolongación de ese libro pero, apenas si es necesario advertirlo, una prolongación crítica y autocrítica; Posdata no solamente por continuarlo y ponerlo al día sino por ser una nueva tentativa por descifrar la realidad.

En esa misma nota, fechada en Austin en diciembre de 1969, Paz explicaba también el sentido último de El laberinto de la soledad:

Tal vez valga la pena aclarar (una vez más) que El laberinto de la soledad fue un ejercicio de la imaginación critica: una visión y, simultáneamente, una revisión. Algo muy distinto a un ensayo sobre la filosofía de lo mexicano o a una búsqueda de nuestro pretendido ser. El mexicano no es una esencia sino una historia. Ni ontología ni psicología. A mí me intrigaba (me intriga) no tanto el “carácter nacional” como lo que oculta ese carácter: aquello que está detrás de la máscara. Desde esta perspectiva el carácter de los mexicanos no cumple una función distinta a la de los otros pueblos y sociedades: por una parte es un escudo, un muro. Y, por la otra, un haz de signos, un jeroglífico.

Y a descifrar ese jeroglífico de lo mexicano, a explicar “qué somos y cómo realizamos eso que somos” se orientan capítulos imprescindibles de El laberinto de la soledad: Máscaras mexicanas; Todos Santos, Día de Muertos o La ‘inteligencia’ mexicana son ya textos clásicos del ensayo en español y son parte sustancial de un libro que con esta alcanza la decimocuarta reimpresión de su cuarta edición en la Colección Popular del Fondo de Cultura Económica, con una tirada de 25.000 ejemplares.

Antes de integrarse orgánicamente en el libro, los ocho ensayos de El laberinto de la soledad se fueron publicando en la revista Cuadernos Americanos hasta formar un conjunto de reflexiones sobre el pasado y el presente o la psicología del pueblo  mexicano: de la Nueva España a México, de la conquista a la independencia y a la revolución. 

Está en El laberinto de la soledad, el libro más difundido de Octavio Paz, la semilla de libros futuros que de alguna manera se prefiguran o se esbozan en esta colección de ensayos que remataba en apéndice una meditación final sobre la dialéctica de la soledad que termina con este párrafo: 

El hombre moderno tiene la pretensión de pensar despierto. Pero este despierto pensamiento nos ha llevado por los corredores de una sinuosa pesadilla, en donde los espejos de la razón multiplican las cámaras de tortura. Al salir, acaso, descubriremos que habíamos soñado con los ojos abiertos y que los sueños de la razón son atroces. Quizá, entonces, empezaremos a soñar otra vez con los ojos cerrados.

Santos Domínguez



29 abril 2019

Andrés Trapiello. Diligencias

Andrés Trapiello.
Diligencias.
Pre-Textos. Valencia, 2019.

“Nos trajo la asistenta el periódico con la reseña de X publicada hace días, tan puntual como todas las suyas. Si ese hombre tuviera que juzgar a ciegas la Ilíada o Hamlet también les pondría pegas. Tal vez sea la misma que la del año pasado. Nada que objetar: también mi libro es el mismo que el del año anterior, y yo soy el mismo que el que tenía diez años, y el que tenía diez años, el que soy ahora. Vuelve a repetir que este libro es una miscelánea de la que el lector ha de leer lo que le apetezca, saltándose el resto, cosa que por lo demás no afecta a la calidad del libro, ya que no se trata de ninguna novela. En esto insiste mucho, parece que le importa el nombre que se le dé”, escribe Andrés Trapiello en Diligencias, la nueva entrega de su Salón de pasos perdidos, una novela en marcha que es, como la vida que refleja, siempre igual y siempre distinta, y que naturalmente plantea una dificultad a quien cada año reseña sus nuevos capítulos.

Entre la lechuza de Hegel que levanta el vuelo en Nochevieja en el olivar oscuro de Las Viñas y las primeras violetas del final de año sobre la repisa de la chimenea, estas páginas que reflejan el transcurso imparable de la vida se refieren al año 2008 y en ellas, escritas diez años después, como el resto de las entregas, la distancia emocional que pone el tiempo suaviza las aristas del pasado o las resalta con la cercanía afectiva. 

Conviven aquí los retratos al minuto, el ámbito doméstico y el público, la vida social del escritor, el campo y la ciudad, la intrahistoria y lo insignificante, los temas de siempre de esta obra en marcha: los libros viejos y los descubrimientos en el Rastro, los análisis clínicos y el mundillo literario, con el morbo añadido de las iniciales descifrables y episodios que hacen una propuesta de complicidad al lector, convertido en espectador privilegiado de un carnavalesco baile de máscaras al que le invita cada año Andrés Trapiello, que huye de la literatura con una afirmación de la vida que pasa:

Yo no quiero hacer literatura. La literatura es sólo para los que no creen en la vida y sí, en cambio, en los suplementos literarios.

O intercala meditaciones y aforismos como estos dos, de tono muy distinto:

Por años que haya cumplido uno y se haga viejo, la nieve cae siempre en el corazón del niño.
Desgraciadamente, quien hace un aforismo hace ciento.

Esa diversidad tonal recorre las páginas de este libro, en las que la melancolía convive con un refinado sarcasmo para evocar episodios tan esperpénticos como este : 

No les convencía, porque se veía que tenían todos ellos ya formada una idea en la cabeza. Y si me atrevo con alguien, añadí, suele ser con alguien que puede más que yo. “No es verdad”, me refutó JR. Se hizo un gran silencio. Me recordó que en cierta ocasión había hecho el retrato de un amigo suyo, un buen hombre que se ganaba la vida ocupándose, a cargo de una mancomunidad de pueblos cordobeses, de organizar las actividades literarias de la comarca; temió que si los políticos que lo contrataban leían aquello, le quitarían las sinecura. Me acordaba. No siempre se acuerda uno de la gente a la que ha retratado. Al parecer, aquel retrato, bastante humorístico, le sumió en pesares y aflicciones. Vaya, lo siento..., me disculpé? ¿Pero perdió el trabajo?, pregunté. Ahora el apesarado y afligido era yo. No, me respondió JR., lo ascendieron, ha ganado premios y goza de la mayor consideración literaria y humana en aquella alegre región cordobesa. Respiré tranquilo, porque no es plato de gusto llevar la desgracia y el hambre a una familia. 
(...)
Siguió contando JR: aquel día, en el coloquio, como nadie se atrevía a romper el hielo, aquel hombre del que yo había hecho al parecer un retrato algo cruel, se decidió, para justificar al menos su sueldo:
- Sr. A., usted es seguramente el mejor guionista que ha dado el cine español...
A. aceptó el elogio con una somera cabezada, pero sin entrar en el regateo. 
-...y ahora una pregunta: el guión de Los santos inocentes...
A. dio un pequeño respingo. Había escrito unos quinientos guiones de cine, pero no ese. 
-... es probablemente uno de sus mejores guiones de la historia del cine español. ¿Cómo se sintió al adaptarlo de una gran novela? ¿Le representó especiales dificultades? 
A., que al parecer era un hombre tímido y educado, dijo en un murmullo apenas audible:
-Los santos inocentes es una gran película, me gusta muchísimo el guión, pero he de decir que no es mío, no lo escribí yo. 
La expresión de sorpresa y contrariedad del preguntante fue grandísima. Carraspeó un poco, se azaró algo, se puso un poco colorado, temió sin duda que si llegaba a oídos de las autoridades mancomunadas le quitaran, esa vez sí, aquel trabajo y se cerniera sobre su hogar la desgracia, el hambre, pero investido de la autoridad que le daba el haberle pagado el viaje y los emolumentos al entrevistado, encontró fuerzas para contraatacar:
- ¿Está usted seguro?

Santos Domínguez


26 abril 2019

Fragmentos de un libro futuro


José Ángel Valente. 
Fragmentos de un libro futuro.
Galaxia Gutenberg.
Barcelona, 2019.

Cima del canto.
El ruiseñor y tú
ya sois lo mismo.

Ese haiku, fechado el 25 de mayo de 2000, menos de dos meses antes de la muerte de José Ángel Valente, es el último poema de Fragmentos de un libro futuro, el libro póstumo que cierra la trayectoria poética de un escritor total, de trayectoria tan personal como decisiva para la poesía española contemporánea.

Con ese libro crucial, culminación de la trayectoria de Valente y su testamento poético, inaugura Galaxia Gutenberg su espléndida colección de poesía en formato de bolsillo. 

Descenso al limo originario o ascensión mística a la ingravidez aérea del pájaro, ese poema es también la cima del canto del poeta, el reflejo de la destilación extrema de una obra en la que el poeta se funde con la naturaleza en la figura del pájaro solitario del que habló San Juan de la Cruz y al que volvió Valente para explicar sus virtudes.

En ese ruiseñor que remonta su vuelo hasta Keats se proyecta el tema central de este libro: el vacío del yo y la fusión con el mundo a través de la poesía descarnada y otoñal de un poeta disuelto en la palabra y resuelto en la desmaterialización y el desasimiento, en una serena mirada crepuscular al acabamiento y la disolución “en el dorado reino de las sombras.”

La melancolía y la contención expresiva, la sobriedad verbal, la desnudez y la depuración del canto atraviesan estos poemas que Valente compuso entre 1991 y 2000. En ellos lo tenue y lo sutil son las tonalidades elegidas sobre un fondo elegíaco para hablar del amor y del tiempo, del dolor y la muerte con la serenidad de la luz agonizante y la plenitud del silencio y de la sombra.

Fragmentos de un libro futuro tiene su raíz en el último de los Treinta y siete fragmentos que Valente había publicado en 1972:

Supo, 
después de mucho tiempo en la espera metódica 
de quien aguarda un día 
el seco golpe del azar,
que sólo en su omisión o en su vacío 
el último fragmento llegaría a existir. 

La inminencia de la muerte y la memoria, la entrada en lo no visible y la intensidad verbal ante “el ritual aciago del adiós” recorren un libro barrido por el viento de otoño que arrastra las hojas doradas y secas del tiempo hacia el vacío, la disolución y la ausencia y nos deja versos como estos en los que se funden la luz y la sombra, la existencia y la nada:

Entrar ahora en el poniente, 
ser absorbido en luz 
con vocación de sombra.

y la naturaleza madre me reduce, 
me asume en sí, me devuelve a la nada. 

Un libro escrito con la conciencia de los límites, en el aún frágil y luminoso de versos como estos:

Sombra.
Pero tú aún ardes luminoso.

Santos Domínguez

24 abril 2019

Ednodio Quintero. Cuentos salvajes


Ednodio Quintero.
Cuentos salvajes.
Atalanta. Gerona, 2019.

“¿Debo confesarles que para mí vida es sinónimo de escritura? O viceversa. Ah, también debo decirles que los vientos que me sostienen en el aire, o enraizado a la memoria agreste donde nací, no son otros que la memoria y el deseo”, escribe Ednodio Quintero (Trujillo, Venezuela, 1947) en uno de los textos que abren la recopilación de sus cuentos completos en un espléndido volumen titulado Cuentos salvajes que publica Atalanta en su colección Ars brevis. 

La abre a manera de prólogo un artículo de Enrique Vila-Matas que publicó El País el 24 de julio de 2017 al que pertenecen estas líneas:

Quintero es uno de esos “escritores de antes”, y es posible que, a la larga, haber estado tan alejado de los focos mediáticos le haya beneficiado, porque le ha permitido acceder al ideal de ciertos narradores de raza: ser puro texto, ser estrictamente una literatura.

Cuentos salvajes recoge todos sus cuentos, desde los brevísimos de La muerte viaja a caballo hasta los que ha incluido en la última sección, Lazos de familia, en los que se funden ficción y autobiografía. Cierra el volumen el cuento Viajes con mi madre, “el más reciente, extenso y mi predilecto por su carácter lírico, sugestivo, íntimo y personal.”

“Mi vocación y mi destino se funden en un único lugar posible: la escritura. Escribo con pasión, incluso con rabia. Trazo signos enrevesados en los cuales, alguna vez, acaso en las proximidades de mi muerte, descubriré mi rostro verdadero”, explica en Autorretrato, un relato personal, “un fotomatón de 1992”, según sus propias palabras.

Ese es uno de los dos pórticos narrativos que abren esta edición. El otro es Kaikousé, “un intento de ars narrativa, de 1993, donde en un apartado que se titula La noche boca arriba en homenaje a Cortázar, escribe: “en un plazo breve, y como si se hubieran puesto de acuerdo para vapulearme, cayeron en mis manos, y de ahí pasaron a mis ojos y a mi cerebro enfebrecido, textos de Borges, Marcel Schwob, Ambrose Bierce, Kafka y Cortázar”, autores que orientarán su narrativa junto con Beckett y con varios narradores japoneses, de Mishima a Kawabata o Murakami.

Alimentados de la sustancia de los sueños, delirantes y enigmáticos, magistrales y opacos, estos cuentos proponen al lector un viaje asombroso en el que se difumina la realidad en la ficción, en una narrativa levantada sobre una prosa intensa, sutil y llena de matices y calidades poéticas que brillan en fragmentos como este, el final de El combate:

Escuchaba la risa burlona del enemigo, escudado detrás de la máscara de hierro, y aquella risa endemoniada era preferible al silencio pues opacaba su irritante respiración, silbante y persistente como el zumbido de un moscardón. Y cuando al fin cesaban la risa y el silencio, en algún lugar de mi memoria surgía nítida una figura familiar –cuyos rasgos habría reconocido entre una multitud–. Se incorporaba en su tumba y me increpaba con palabras terribles, que llegaban a mí desfiguradas por la lejanía, astilladas por el viento de la eternidad, y que hacían vibrar mis oídos como una maldición. ¿Estaría yo condenado a oscilar el resto de mis días entre carcajadas de burla y voces muertas? A través de aquel odioso contrapunto se filtraba, débil –e inconfundible–, un sollozo. Yo había traspasado no sé cuántos umbrales del sufrimiento, pero el sonido de mi propio llanto no lo iba a soportar. Arranqué un puñado de hierba seca mezclada con tierra y taponé mi boca para sofocar mi voz. Y reanudé la marcha dispuesto a no dejarme arrebatar por ninguna imagen del pasado, pues sabía que en aquel territorio de cenizas, y no en mi cuerpo desvalido, se centraba mi debilidad.

En dos recopilaciones cronológicas previas -Ceremonias y Combates- publicadas por Candaya se había podido acceder a los cuentos de Ednodio Quintero, situados al margen de lo cotidiano para instalarse en una actitud experimental y en una mirada alucinada a lo insólito, lo abismático y lo desconcertante. 

Un ejemplo de esa escritura, el cuento Tatuaje:

Cuando su prometido regresó del mar, se casaron. En su viaje a las islas orientales, el marido había aprendido con esmero el arte del tatuaje. La noche misma de la boda, y ante el asombro de su amada, puso en práctica sus habilidades: armado de agujas, tinta china y colorantes vegetales dibujó en el vientre de la mujer un hermoso, enigmático y afilado puñal.
La felicidad de la pareja fue intensa, y como ocurre en esos casos: breve. En el cuerpo del hombre revivió alguna extraña enfermedad contraída en las islas pantanosas del este. Y una tarde, frente al mar, con la mirada perdida en la línea vaga del horizonte, el marino emprendió el ansiado viaje a la eternidad. En la soledad de su aposento, la mujer daba rienda suelta a su llanto, y a ratos, como si en ello encontrase algún consuelo, se acariciaba el vientre adornado por el precioso puñal.
El dolor fue intenso, y también breve. El otro, hombre de tierra firme, comenzó a rondarla. Ella, al principio esquiva y recatada, fue cediendo terreno. Concertaron una cita. La noche convenida ella lo aguardó desnuda en la penumbra del cuarto. Y en el fragor del combate, el amante, recio e impetuoso, se le quedó muerto encima, atravesado por el puñal. 

Como ese puñal tatuado, los cuentos de Ednodio Quintero son hermosos, enigmáticos y afilados. Construyen un mundo narrativo propio e inconfunduble y están elaborados desde la poética del vértigo con que la crítica ha calificado la esencia narrativa de esta escritura sólida y exigente, imaginativa y perturbadora de la que dejo aquí otra muestra, La muerte viaja a caballo:

 Al atardecer, sentado en la silla de cuero de becerro, el abuelo creyó ver una extraña figura, oscura, frágil y alada volando en dirección al sol. Aquel presagio le hizo recordar su propia muerte. Se levantó con calma y entró a la sala. Y con un gesto firme, en el que se adivinaba, sin embargo, cierta resignación, descolgó la escopeta.
A horcajadas en un caballo negro, por el estrecho camino paralelo al río, avanzaba la muerte en un frenético y casi ciego galopar. El abuelo, desde su mirador, reconoció la silueta del enemigo. Se atrincheró detrás de la ventana, aprontó el arma y clavó la mirada en el corazón de piedra del verdugo. Bestia y jinete cruzaron la línea imaginaria del patio. Y el abuelo, que había aguardado desde siempre este momento, disparó. El caballo se paró en seco, y el jinete, con el pecho agujereado, abrió los brazos, se dobló sobre sí mismo y cayó a tierra mordiendo el polvo acumulado en los ladrillos.
La detonación interrumpió nuestras tareas cotidianas, resonó en el viento cubriendo de zozobra nuestros corazones. Salimos al patio y, como si hubiéramos establecido un acuerdo previo, en semicírculo rodeamos al caído. Mi tío se desprendió del grupo, se despojó del sombrero, e inclinado sobre el cuerpo aún caliente de aquel desconocido, lo volteó de cara al cielo. Entonces vimos, alumbrado por los reflejos ceniza del atardecer, el rostro sereno y sin vida del abuelo.

Santos Domínguez

22 abril 2019

Chantal Maillard. La compasión difícil



Chantal Maillard.
La compasión difícil.
Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.

Lejos de mí el hipócrita que dice amar la vida y rechaza la violencia. Lejos de mí el lírico, el ingenuo, el hacedor de bienes, el complaciente, el de las melodías fáciles, el mercader de espíritus, el ecológico, el bueno. Porque la vida es todo menos eso, la vida es la dentellada, las fauces cerrándose en la llaga, la sangre que alimenta, la necesaria astucia del predador. Venga a mí no el doméstico animal de cuna y cama sino la bestia indomada orgullosa y fiera, la que duerme a la escucha, la que habita a la intemperie y conoce el ciclo de la savia. Venga a mí, en la hora de mi muerte, la que pueda enseñarme, por última vez, la inocencia que sin juicio consagra la rueda. Venga a mí la fiera, la sin doblez, la inocente. Venga a mí la que fui, el animal-en- mí.

Con fragmentos tan intensos como este compone Chantal Maillard La compasión difícil, que aparece en la colección de ensayo de Galaxia Gutenberg.

Organizado en tres libros -El hambre, Mérmeros o la compasión y las Conversaciones con Medea en tres actos-, en sus páginas se dan cita la poesía y la filosofía, el desgarro afectivo y la interrogación existencial, la hondura reflexiva y la intensidad de la palabra.

Y desde el comienzo, desde el primer fragmento (Dioses), todo lo preside la ausencia de la divinidad y la orfandad del hombre:

Huyeron. Ante el gran despropósito, huyeron los dioses llevándose consigo al niño que, jugando a ser como ellos, dejó escapar de entre sus dedos el universo.

Todo lo que vives se sostiene sobre el hambre.

Y a partir de ahí empieza a crecer el tema vertebral del libro, la compasión, “la parte que heredamos de los ángeles caídos” y la culpa, “la parte que heredamos de los dioses.” 

La rebeldía, el desamparo, el sentido de la vida y de la muerte, la radical voluntad de conocimiento, la vinculación con lo animal, el dolor, la conciencia existencial, el cuerpo y el suicidio, el relato y la imaginación, el daño y el miedo se van sucediendo en las páginas de La compasión difícil y se convierten en objeto de la mirada lúcida e implacable de Chantal Maillard. 

Leer y contar, pensar y escribir articulan una reflexión radical sobre el sentido de la vida y la ética de la compasión que acaba centrándose en el personaje de Medea y en el gesto de su hijo Mérmeros. En ese gesto, con la mano sobre el hombro de su madre en la versión cinematográfica de Lars von Trier, ve Chantal Maillard el más acabado símbolo de la compasión:

La mano de Mérmeros en el hombro de Medea. 
La mano del hijo. La mano del inocente. 
Mérmeros. El hijo sacrificial. 
El que comprende. 
El que comparece. 
                           El que accede. 

Porque, escribe en otro fragmento, “la compasión que busco no se apiada. Acompaña.”  Y “el gesto de Mérmeros nos conduce al lugar donde la compasión es posible.”

Santos Domínguez

19 abril 2019

Pablo Andrés Escapa. Fábrica de prodigios


Pablo Andrés Escapa.
Fábrica de prodigios.
Páginas de Espuma. Madrid, 2019.


Esta es una ciudad extraña, una fábrica de prodigios inseguros, difíciles de aceptar: calles que no van a ningún sitio, negocios que cambian de lugar en unas horas, pobres que piden de espaldas y perros sin sombra, tardes de sol frío en las que acaba nevando serrín...

Así comienza El diablo consentido, el último de los tres relatos que Pablo Andrés Escapa reúne en el volumen Fábrica de prodigios, que publica Páginas de Espuma en su colección Voces / Literatura. 

De la primera línea de ese primer párrafo toma su título el conjunto de las tres espléndidas novelas cortas -las otras son Pájaro de barbería y Continuidad de la musa- que se encomiendan en su viaje entre la fantasía y la realidad a esta cita de Cervantes que abre el libro:

Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que facilitando los imposibles y suspendiendo los ánimos, anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe.

Esas palabras del discreto canónigo toledano con el que se encuentra la comitiva de regreso de don Quijote al final de la primera parte presiden la mirada perpleja y la vocación narrativa de los personajes de esta prodigiosa Fábrica de prodigios, en la que Pablo Andrés Escapa vuelve a demostrar su talento narrativo y la excelencia de su prosa, de la que deja muestras constantes en todo el libro y en este espléndido colofón que dejo aquí para que no pase inadvertido a ningún lector atento:

A ti, lector sentido, te digo lo restante: Estas tres historias peregrinas, echadas alegremente a correr mundo, hallaron, al fin, donde reposar en una imprenta. A doce de febrero diéronse en poner de molde y de la mano. Mas con eso, paciente amigo, no creas que el hilo de la tinta alcance a sujetarlas al papel. Nacieron para vivir su peripecia yéndote fieles a los pasos y en esa confianza habrán de seguir tiempo adelante, sin celda que contenga su fábula y su verdad: la de un pájaro que no canta, que es el misterio de la voz; la de un poeta de versos escondidos, que es novela de los afanes secretos; la de un hombre que, como Ulises, nunca acaba de llegar a su destino, que es vivir para el asombro. Quédate, lector amable, con estas tres venturas y llévalas por donde vayas para nunca errar tú solo. Así también lo hiciera Santo Ludano Peregrino, que un doce de febrero supo confundir el rumbo y las palabras para oír, echándose a la sombra de un tilo, un parlamento de campanas que lo llamaban con voz clara de cristal a seguir soñando confiadamente en otro mundo. Y de esta suerte partió, abandonado y dichoso, con una fábula vibrante en los oídos.

El “misterio insensato” del pájaro exótico enjaulada en una barbería, “un mundo erigido sobre los pilares de la intemporalidad y del silencio” es el motor de la primera novela, Pájaro de barbería, narrada por un viajante de comercio atraído por la inmovilidad muda del pájaro triste, que comparte ascetismo con su dueño, un silencioso barbero de pasado misterioso. Todo es silencio inmóvil en esa barbería, en contraste con la profesión de charlatán del narrador. Y en torno a esas figuras, unidas misteriosamente por el destino, se desarrolla la historia de un secreto que cambia la vida del viajante y se cierra con un sorprendente desenlace.

Continuidad de la musa se inicia con “el momento lírico más inexplicable” de Hilario Luna, el poeta provincial y paronomásico que el siete de enero de 1959, a sus 81 años, se sube a la muralla romana de la ciudad para hacer una declamación grotesca con un queso en la cabeza. La novela recoge la asombrosa indagación del narrador, que revisa una entrada biográfica de enciclopedia sobre Hilario Luna. Ese es el punto de partida para el descubrimiento decisivo de otro secreto: el de un desconocido poeta de principios de siglo, Porfirio Aldama Estienne.

La última novela, El diablo consentido, la narra un anciano que hace frente a una realidad en “extravío permanente”, una realidad al margen de la lógica en “una ciudad extraña, una fábrica de prodigios inseguros, difíciles de aceptar: calles que no van a ningún sitio, negocios que cambian de lugar en unas horas, pobres que piden de espaldas y perros sin sombra, tardes de sol frío en las que acaba nevando serrín...”, como se anunciaba en el texto inicial. Aquí se confunden la realidad y el sueño, como el aullido del sol y la sirena de una fábrica en la percepción de ese anciano narrador quijotesco y alucinado al que se le aparece el diablo, el desorientado narrador de espejismos que recorre calles laberínticas y busca edificios que desaparecen. Hay en ese relato otra figura crucial, un perro que completa la vida asombrada del narrador, que apunta en su diario párrafos que parecen dictados por un desconocido. 

Los tres relatos de Fábrica de prodigios tienen una serie de rasgos que los vinculan: la constante huella cervantina en su reivindicación de la ambigüedad del mundo; la mirada perpleja de los tres narradores y su perspectiva, limitada por subjetiva, a las zonas de sombra de la realidad; el humor -también cervantino- o el medido equilibrio entre imaginación y verosimilitud .

Y un diseño similar en todos ellos, unidos también por comienzos llamativos e intrigantes y finales sorprendentes. Y en el camino, un ejercicio narrativo magistral, lleno de perplejidades y giros inesperados, de vértigos y juegos de espejos y espejismos, de secretos y miradas extrañadas como las de los tres narradores, que utilizan la escritura como una forma de recomponer la realidad y dar respuestas a sus incertidumbres.

Un edificio narrativo levantado además con el cuidado de poeta con que Escapa elabora su admirable prosa.
Santos Domínguez



17 abril 2019

Naufragios


Álvar Núñez Cabeza de Vaca. 
Naufragios.
Edición de Eloísa Gómez-Lucena y Rubén Caba.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2018.

Y sobre todo lo dicho había sobrevenido viento norte, de suerte que más estábamos cerca de la muerte que de la vida. Plugo a Nuestro Señor que, buscando tizones del fuego que allí habíamos hecho, hallamos lumbre, con que hicimos grandes fuegos; y así, estuvimos pidiendo a Nuestro Señor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, mas de todos los otros, que en el mismo estado veían. Y a hora de puesto el sol, los indios, creyendo que no nos habíamos ido, nos volvieron a buscar y a traernos de comer; mas cuando ellos nos vieron así en tan diferente hábito del primero y en manera tan extraña, espantáronse tanto que se volvieron atrás. Yo salí a ellos y llamélos, y vinieron muy espantados; hícelos entender por señas cómo se nos había hundido una barca y se habían ahogado tres de nosotros, y allí en su presencia ellos mismos vieron dos muertos, y los que quedábamos íbamos aquel camino. 
Los indios, de ver el desastre que nos había venido y el desastre en que estábamos, con tanta desventura y miseria, se sentaron entre nosotros, y con el gran dolor y lástima que hubieron de vernos en tanta fortuna, comenzaron todos a llorar recio, y tan de verdad, que lejos de allí se podía oír, y esto les duró más de media hora; y cierto ver que estos hombres tan sin razón y tan crudos, a manera de brutos, se dolían tanto de nosotros, hizo que en mí y en otros de la compañía creciese más la pasión y la consideración de nuestra desdicha.

Ese es uno de los momentos más intensos de los Naufragios, de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, que publica Cátedra Letras Hispánicas con edición de Eloísa Gómez-Lucena y Rubén Caba.

Más que una crónica de Indias, los Naufragios don la crónica de un desastre y de una supervivencia en condiciones extremas, el relato del extravío, el cautiverio y la huida desesperada de cuatro personajes a lo largo del Río Grande entre el sur de los Estados Unidos y el norte de México.

Los cuatro supervivientes, el jerezano Cabeza de Vaca, el salmantino rubio Alonso del Castillo, el bejarano afincado en Gibraleón Andrés Dorantes y Estebanico, su esclavo negro, habían salido de Sanlúcar de Barrameda a mediados de junio de 1527 en una expedición mandada por el gobernador Pánfilo de Narváez.

De aquella desastrosa armada a la Florida, que había sido descubierta en 1513, solo sobrevivieron ellos y a la vuelta Álvar Núñez Cabeza de Vaca escribió estos Naufragios, que publicó en 1542, la crónica de un infortunio con el relato de algunos hechos tan increíbles que en el Proemio de la obra, dirigiéndose a Carlos V, que tiene que advertirle:

Lo cual yo escribí con tanta certinidad que aunque en ella se vean algunas cosas muy nuevas y para algunos muy difíciles de creer, pueden sin duda creerlas: y creer por muy cierto, que antes soy en todo más corto que largo, y bastará para esto haberlo ofrecido a Vuestra Majestad por tal. A la cual suplico la reciba en nombre del servicio, pues este solo es el que un hombre que salió desnudo pudo sacar consigo.

Desnudos y descalzos recorrieron a pie casi 10000 kilómetros durante diez años, se perdieron en una naturaleza hostil habitada por indígenas agresivos, fueron esclavizados por los indios, huyeron y siempre caminando hacia el oeste sufrieron el frío, el hambre y todo tipo de privaciones, enfermedades y calamidades. 

La edición de Eloísa Gómez-Lucena y Rubén Caba ofrece un mapa del itinerario y una cronología de los diez años que transcurren desde la salida de Sanlúcar el 17 de junio de 1527 hasta el regreso a Lisboa desde Veracruz el 9 de agosto de 1537.  

Pero además de la crónica del desastre y la supervivencia, los Naufragios contienen abundante información sobre la vegetación y los animales que vieron, sobre los indígenas y sus lenguas, sobre sus costumbres y poblados. Por eso destacan los editores en su introducción que “su relato se asemeja más al texto de un antropólogo o de un historiador que al de un conquistador, no sólo por el análisis que hace de las tribus con las que trató, de la flora y de la fauna, sino también por la singularidad de llamar ‘personas’ a los indígenas amigos.”

Santos Domínguez

15 abril 2019

Cioran. Soledad y destino


Emil Cioran.
Soledad y destino.
Traducción de Christian Santacroce.
Hermida Editores. Madrid, 2019.

“Las revelaciones del dolor son las revelaciones de la nada”, escribía Emil Cioran en un artículo que publicó en febrero-marzo de 1933 en la revista rumana Azi.

Es uno de los ochenta textos reunidos en el volumen Soledad y destino, que Hermida Editores publica por primera vez en español. Se recogen en él, con traducción de Christian Santacroce, los artículos escritos por un joven Cioran para distintas publicaciones periódicas rumanas. 

Se empieza a perfilar el Cioran posterior en estos textos en los que el autor reflexiona sobre la cultura y la vida, la filosofía y la sexualidad, la crisis de Rumanía, la condición del hombre, el amor o la soledad que se evoca en el título como un tema central de estos escritos. Así en Nadie existe, casi un epílogo, en el que escribe Cioran:

Nunca hay nadie a quien dirigirte. Por eso no pueden amarse sino las montañas, el mar y la música. ¡Vivir rodeado por miles de individuos y no percibir que giran en torno a un nadie multiplicado, inútil y repulsivo!

La escritura como medio de liberación, el arte (Kokoschka, Rodin, Hokusai, Durero), la música de Mozart, la filosofía de Nietzsche y Jaspers o la lejanía de Dios son algunos de los centros de interés sobre los que se proyecta la mirada lúcida de un Cioran polémico y paradójico, nihilista y utópico que escribe desde París un estupendo texto, Fragmentos del Barrio Latino, fechado el 15 de enero de 1938, que termina con este párrafo: 

Cada rincón del barrio lleva las huellas de los fracasados, de las almas desprovistas de música y de poesía, que ya no escuchan sino el vacío y su fúnebre llamada. Mientras resistes la vampírica absorción de París mediante tus reservas de música y poesía, añades también tú un acento a su patetismo crepuscular. ¿Te has secado interiormente? París deviene entonces el marco ideal de una agonía, de cuyas voces postrimeras Rilke no se ha hecho sino el eco.

Poco más de un año antes, el 27 de septiembre de 1936, en plena Guerra Civil, Cioran publicaba un artículo en el que reflexionaba desde la distancia sobre la realidad histórica de España:

Ante España he experimentado siempre un sentimiento equívoco, cuya fuente podría derivar del equívoco de su sustancia: amo a España apasionadamente, pero no puedo tomarla en serio.

Santos Domínguez

12 abril 2019

Antonio Colinas. Sobre María Zambrano


Antonio Colinas.
Sobre María Zambrano.
Misterios encendidos.
Siruela. Madrid, 2019.

¿De dónde nace en el creador auténtico esa necesidad de soledad de la que brota la necesidad de escribir, la palabra que es revelación, la palabra nueva? Probablemente nazca del padecimiento de los humanos, obligado o consciente, del malestar de los enfrentamientos sociales, de la experiencia histórica que en ella fue especialmente perturbadora. Padecimiento revelado sobre todo por su partida obligada hacia el exilio. Porque María Zambrano dejará España al finalizar la Guerra Civil para emprender un peregrinaje por varios países de América y de Europa. Partida, sin rencor en el fondo, también tras su retorno, porque «solo en la soledad se siente la verdad». Y esa verdad primera y última es por la que siempre ha apostado su creación, su pensamiento. Búsqueda, pues, de lo oculto, de cuanto está más allá de lo que los ojos ven, pero en la medida en que esa soledad nos entrega y refleja lo verdadero, la realidad que metamorfosea lo provisional, incluso las más duras heridas del existir.
Estamos, por tanto, ante dos tipos de viajes —el obligado y el consciente— hacia el centro de sí misma. Dos viajes desesperados, un doble viaje, el interior y el físico, este último en distintas etapas: Cuba, México, Puerto Rico, París, Roma, La Pièce (Jura), Ferney-Voltaire, Ginebra. María Zambrano parece encontrarse concretamente en Roma con una soledad poblada y sonora, la que solo comunican las ciudades abiertas y con una rica tradición cultural universalizada, la de Europa; concepto este, como el de España, al que ella siempre fue fiel en vida y obra. Es obvio que, para el que sabe mirar hacia su interior y a la vez contemplar (templarse-con, decía fray Luis de León), también en una gran ciudad se puede encontrar una soledad fértil.

A descubrir ese viaje interior de María Zambrano hacia el centro se dirigen los veintiún ensayos que Antonio Colinas ha reunido en Sobre María Zambrano, el libro que publica Siruela en su colección Libros del Tiempo. 

Misterios encendidos es el significativo subtítulo de este volumen que explora la poética radical de María Zambrano y su concepción de la razón poética y de la palabra esencial como un itinerario hacia el conocimiento, en un viaje interior hacia la soledad y hacia el fondo de sí misma.

Lecturas y conversaciones jalonan el recorrido de Colinas por la obra de María Zambrano, por su voz órfica e inspirada, que creció en torno a la unión de pensamiento y sentimiento, de música y palabra, de razón y poesía como formas de conocimiento: desde la experiencia imborrable de la lectura de El hombre y lo divino a hitos como La tumba de Antígona, Claros del bosque o Filosofía y poesía.

Pero además de esa aproximación intelectual al pensamiento de María Zambrano, Colinas evoca en estas páginas su relación personal con ella. Porque ese viaje exterior tuvo en Italia una de sus más decisivas estaciones de paso, antes de instalarse en Ginebra, donde la conoció el poeta unos meses antes de que regresara a España a finales de 1984. 

Sobre esa relación personal escribe Antonio Colinas: 

El haber conocido a María Zambrano personalmente fue una experiencia insustituible en mi vida. La suya supuso ese tipo de presencia que nos permite decir que nuestra vida fue diferente porque hubo un antes y un después de nuestro encuentro con ella; de ese primer encuentro en el que pudimos apreciar la angustia del que vive en los límites. Su preocupación y sus dudas no se hallaban entonces, antes del retorno, en el pasado, sino en ese presente de la desposesión en los límites y de la lucidez mental.

Esa proximidad intelectual y amistosa le da una dimensión más intensa y profunda al recorrido de Antonio Colinas por algunas de las claves del pensamiento de María Zambrano: desde la experiencia de lo sagrado a una conversación de 1986 sobre la iniciación, pasando por la vinculación de su pensamiento poético con la escritura de San Juan de la Cruz, Machado y Unamuno, los lugares del exilio, su concepción de la razón poética como vía de conocimiento o su ejemplo intelectual:

Lo que María Zambrano persigue con esta actitud es una palabra esencial que testimonie sobre la realidad de siempre y, a la vez, sacie la sed de ser, de saber más; una palabra que conduzca a la esperanza. Para ello, la escritura debe abrir secretos, y cristalizará gracias a la perfección formal y a un contenido que resumirá unidades de saber esenciales. Aquí otra vez nos encontramos con los símbolos, con los de siempre, que el autor inspirado de cada época tiene obligación de revelar e interpretar. Ella necesita de los símbolos porque estos son los únicos que pueden abrir ‘el lenguaje de los misterios’. 

Santos Domínguez