El ruido eterno.
Escuchar al siglo XX
a través de su música.
Traducción de Luis Gago.
Seix Barral. Barcelon, 2009.
Es uno de los libros de los que más se ha hablado en los últimos tres años. Su título original, The Rest is Noise (Lo demás es ruido), es una parodia del hamletiano The rest is silence y es el resultado del trabajo de una década de Alex Ross, crítico musical del New Yorker desde 1996, que recuerda en el texto estas palabras de John Cage: Dondequiera que estemos lo que oímos es fundamentalmente ruido. Es el mismo ruido, por cierto, que oyen muchos cuando suena la música clásica del siglo XX.
Entre la crítica periodística y el análisis académico, sus reseñas, ensayos y perfiles de compositores han convertido a Alex Ross en una referencia para muchos lectores. Y el espíritu lúcido de Hamlet recorre este libro en el que se cuenta la historia del siglo XX a través de la música. Clásica o ligera, académica o popular -porque la música para Alex Ross no debe llevar adjetivos-, la historia de la música contemporánea es un reflejo de la complejidad del siglo XX. Su relación con el poder va más allá de que Hitler y Stalin practicaran la crítica musical y la experimentación con las disonancias la llevaran más allá de lo extraño que caracteriza a las tendencias artísticas del mundo contemporáneo.
Frente al estereotipo de la música clásica como un arte de los muertos, con un canon que inaugura Bach y clausura Mahler, Alex Ross aborda la música contemporánea y sus características - la disonancia, la música atonal o el minimalismo- a través de los compositores que la escribieron, a través de los políticos, dictadores, patronos y empresarios que intentaron controlarla en provecho propio, de los intelectuales que quisieron ser árbitros del estilo, de los escritores y pintores de vanguardia que compitieron en exploraciones con los músicos o del público que los rechazó o los aplaudió. Y todo eso sobre el fondo histórico y social de un siglo problemático.
Pero Ross no trata sólo de la música clásica. Su libro dirige la mirada también la otro lado de la frontera que separa la clásica de otras músicas tan características del XX como la de Duke Ellington, Miles Davis o los Beatles. Y esa mirada se hace siempre desde múltiples ángulos: la biografía, la descripción técnica, la historia política, social y cultural, el relato de los protagonistas o las evocaciones de lugares.
La música dodecafónica de Schoenberg y la república de Weimar, Prokofiev y la Rusia de Stalin, Copland y la música radiofónica de Estados Unidos, las bandas sonoras de Hollywood, el bebop y el rock son otras estaciones de paso, antes de concluir en el epílogo:
En los comienzos del siglo XXI, el afán de enfrentar la música clásica a la cultura pop ha dejado ya de tener sentido intelectual o emocional. Los compositores jóvenes han crecido con la música pop resonando en sus oídos, y se valen de ella o la ignoran según lo exija la ocasión.
Y es que la música contiene – escribe Ross- lo elevado y lo bajo, lo imperial y lo subterráneo, la danza, la oración, el silencio y el ruido.