Juan Gabriel Vásquez.
El arte de la distorsión.
Alfaguara. Madrid, 2009.
El arte de la distorsión.
Alfaguara. Madrid, 2009.
Con Historia secreta de Costaguana, una de las mejores novelas que se han publicado en español en los últimos años, Juan Gabriel Vásquez (Bogotá, 1973) se instalaba en el territorio ficticio y agitado en el que Conrad ambientó su Nostromo.
Aquella Costaguana tenía como en la Colombia natal de Juan Gabriel Vásquez uno de sus referentes fundamentales. Conrad es a su vez un referente para explicar el mundo literario de este narrador que le dedicó El hombre de ninguna parte, una excelente biografía que se publicó casi a la vez que la Historia secreta de Costaguana.
Y Conrad sigue convocando su atención en la recopilación de artículos literarios que acaba de publicar en Alfaguara con el título de uno de ellos: El arte de la distorsión.
Precedidos de un prólogo –La seriedad del juego-, sus dieciséis ensayos constituyen en conjunto una reflexión sobre la escritura de ficciones, sobre los personajes que habitan en ellas y sobre los mundos autónomos y cerrados que crean esas invenciones.
Esos mundos -escribe Juan Gabriel Vásquez- que, precisamente por haber nacido de la imaginación libre y soberana, dan a la realidad un orden y un significado que ésta, por sí sola, no logrará jamás. Esos mundos donde, precisamente porque no han sucedido nunca, las cosas seguirán sucediendo para siempre.
Desde El coloquio de los perros y Cervantes como creador no sólo de la novela moderna, sino del lector moderno de novelas hasta Philip Roth, que afirmaba que leer novelas es un placer profundo y singular, una apasionante y misteriosa actividad humana que no necesita más justificación moral o política que el sexo, El arte de la distorsión es una reivindicación de la lectura de ficción y de una ética del lector.
¿Cómo y para qué leemos novelas los lectores, hijos de aquel Licenciado Peralta que leía el Coloquio de los perros en El casamiento engañoso? Los lectores modernos somos herederos de aquel Licenciado, del lector ejemplar que defendía la autonomía de los mundos de ficción, por inverosímiles que fueran:
—Señor Alférez, no volvamos más a esa disputa. Yo alcanzo el artificio del Coloquio y la invención, y basta. Vámonos al Espolón a recrear los ojos del cuerpo, pues ya he recreado los del entendimiento.
Es lo que Juan Gabriel Vásquez llama la suspensión de la incredulidad, el ejercicio de la lectura como una subversión de la realidad, como una rebelión frente a las limitaciones y las normas.
Sobre Cien años de soledad y su reflejo de la realidad trata el ensayo que da título al libro. Un título que no es producto del azar, sino de algo más profundo. Porque esa es la idea de la ficción que defiende este libro: un arte de la distorsión que tiene uno de sus más altos ejemplos en la obra de García Márquez y se extiende a Nostromo, a El corazón de las tinieblas, genera una inteligente reflexión sobre el cuento como género moderno en la Apología de las tortugas y expresa su admiración por los cuentos y los diarios de Julio Ramón Ribeyro.
Algunos de estos textos habían aparecido ya en El malpensante o en Letras Libres. Reunidos ahora en este volumen adquieren un nuevo sentido y reflejan la importancia que tiene la lectura de ficciones para un lector como Vásquez. Un lector privilegiado que además es novelista y que hace de esas lecturas una declaración de lealtades e influencias fundamentales en la construcción de su propio mundo novelístico.
Aquella Costaguana tenía como en la Colombia natal de Juan Gabriel Vásquez uno de sus referentes fundamentales. Conrad es a su vez un referente para explicar el mundo literario de este narrador que le dedicó El hombre de ninguna parte, una excelente biografía que se publicó casi a la vez que la Historia secreta de Costaguana.
Y Conrad sigue convocando su atención en la recopilación de artículos literarios que acaba de publicar en Alfaguara con el título de uno de ellos: El arte de la distorsión.
Precedidos de un prólogo –La seriedad del juego-, sus dieciséis ensayos constituyen en conjunto una reflexión sobre la escritura de ficciones, sobre los personajes que habitan en ellas y sobre los mundos autónomos y cerrados que crean esas invenciones.
Esos mundos -escribe Juan Gabriel Vásquez- que, precisamente por haber nacido de la imaginación libre y soberana, dan a la realidad un orden y un significado que ésta, por sí sola, no logrará jamás. Esos mundos donde, precisamente porque no han sucedido nunca, las cosas seguirán sucediendo para siempre.
Desde El coloquio de los perros y Cervantes como creador no sólo de la novela moderna, sino del lector moderno de novelas hasta Philip Roth, que afirmaba que leer novelas es un placer profundo y singular, una apasionante y misteriosa actividad humana que no necesita más justificación moral o política que el sexo, El arte de la distorsión es una reivindicación de la lectura de ficción y de una ética del lector.
¿Cómo y para qué leemos novelas los lectores, hijos de aquel Licenciado Peralta que leía el Coloquio de los perros en El casamiento engañoso? Los lectores modernos somos herederos de aquel Licenciado, del lector ejemplar que defendía la autonomía de los mundos de ficción, por inverosímiles que fueran:
—Señor Alférez, no volvamos más a esa disputa. Yo alcanzo el artificio del Coloquio y la invención, y basta. Vámonos al Espolón a recrear los ojos del cuerpo, pues ya he recreado los del entendimiento.
Es lo que Juan Gabriel Vásquez llama la suspensión de la incredulidad, el ejercicio de la lectura como una subversión de la realidad, como una rebelión frente a las limitaciones y las normas.
Sobre Cien años de soledad y su reflejo de la realidad trata el ensayo que da título al libro. Un título que no es producto del azar, sino de algo más profundo. Porque esa es la idea de la ficción que defiende este libro: un arte de la distorsión que tiene uno de sus más altos ejemplos en la obra de García Márquez y se extiende a Nostromo, a El corazón de las tinieblas, genera una inteligente reflexión sobre el cuento como género moderno en la Apología de las tortugas y expresa su admiración por los cuentos y los diarios de Julio Ramón Ribeyro.
Algunos de estos textos habían aparecido ya en El malpensante o en Letras Libres. Reunidos ahora en este volumen adquieren un nuevo sentido y reflejan la importancia que tiene la lectura de ficciones para un lector como Vásquez. Un lector privilegiado que además es novelista y que hace de esas lecturas una declaración de lealtades e influencias fundamentales en la construcción de su propio mundo novelístico.
Santos Domínguez