Jean Cocteau.
La gran separación.
Traducción e introducción de
Montserrat Morales Peco.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2009.
La gran separación.
Traducción e introducción de
Montserrat Morales Peco.
Cabaret Voltaire. Barcelona, 2009.
Poeta, dramaturgo, novelista, pintor, cineasta, coreógrafo, Jean Cocteau escribió La gran separación en 1923, inmediatamente después de Thomas el impostor, cuya traducción publicó también Cabaret Voltaire con edición de Monserrat Morales.
Editada con las ilustraciones originales de Cocteau, La gran separación es una de las obras más genuinas de un artista poliédrico que defendía lo radicalmente singular frente a lo plural y practicaba la transgresión y la insubordinación, lo que le llevaba a huir también de las capillas vanguardistas y de las sociedades literarias y artísticas.
Cocteau pertenecía a una casta de solitarios como Orfeo o Antígona y asumió la individualidad hasta sus últimas consecuencias. Y esa soledad que es a la vez elección y destino, ejercicio de libertad y marginaciones, se proyecta con mucha claridad en Jacques Forestier, el protagonista adolescente de La gran separación.
Como Cocteau, Forestier se enfrenta a los dogmas y las normas, desprecia lo común y elige los márgenes como territorio propicio para ejercer su singularidad. Pero ese no es más que el planteamiento inicial, porque en la novela hay un choque más dramático que el conflicto entre el individuo y la sociedad: es la escisión entre el yo profundo y el superficial, entre la esencia y la apariencia, en un juego de máscaras y disfraces que acaba haciendo invisible al protagonista.
La ambigüedad sexual del adolescente sobre el fondo ambiguo de una Venecia que es a la vez ciudad y decorado, refleja la doble naturaleza del personaje, pero el triunfo de los instintos sobre la represión moral desemboca en la fatalidad y condena a Forestier al malestar y a la derrota, al desencanto y a la resignación.
Y es entonces cuando cobran sentido la cita que abre el libro (Todo era fatal regocijo) o esta afirmación de la fatalidad que sirve para introducir una versión del cuento del jardinero persa y el príncipe: Creemos que elegimos, pero no tenemos elección.
Cocteau pertenecía a una casta de solitarios como Orfeo o Antígona y asumió la individualidad hasta sus últimas consecuencias. Y esa soledad que es a la vez elección y destino, ejercicio de libertad y marginaciones, se proyecta con mucha claridad en Jacques Forestier, el protagonista adolescente de La gran separación.
Como Cocteau, Forestier se enfrenta a los dogmas y las normas, desprecia lo común y elige los márgenes como territorio propicio para ejercer su singularidad. Pero ese no es más que el planteamiento inicial, porque en la novela hay un choque más dramático que el conflicto entre el individuo y la sociedad: es la escisión entre el yo profundo y el superficial, entre la esencia y la apariencia, en un juego de máscaras y disfraces que acaba haciendo invisible al protagonista.
La ambigüedad sexual del adolescente sobre el fondo ambiguo de una Venecia que es a la vez ciudad y decorado, refleja la doble naturaleza del personaje, pero el triunfo de los instintos sobre la represión moral desemboca en la fatalidad y condena a Forestier al malestar y a la derrota, al desencanto y a la resignación.
Y es entonces cuando cobran sentido la cita que abre el libro (Todo era fatal regocijo) o esta afirmación de la fatalidad que sirve para introducir una versión del cuento del jardinero persa y el príncipe: Creemos que elegimos, pero no tenemos elección.
Santos Domínguez