15 mayo 2008

Jack el destripador

Jack el Destripador.
Obra selecta.
Edición al cuidado de
Javier Terrisse y Gonzalo Torné.
Elipsis. Barcelona, 2008.



A los ciento veinte años del primero de los crímenes quirúrgicos de Jack el Destripador, hoy, 15 de mayo, se inaugura en Londres, en el Museo de los Docklands, una exposición con muchos de los documentos policiales del caso.

Y a la vez Elipsis ediciones publica en España, en una edición preparada por Gonzalo Torné y Javier Terrisse, la Obra selecta de aquel personaje hábil y macabro: una selección de veinte cartas, entre amenazantes y jactanciosas, que envió a la policía.

En el barrio londinense de Whitechapel se desata en 1888 una ola de crímenes sin móviles. Un asesino estrangula a sus víctimas femeninas y se ensaña con sus cadáveres. Tras eviscerarlos, los deja en la calle y no deja rastros. Aquellos asesinatos en el barrio pobre de Whitechapel alimentaron el imaginario colectivo, tal vez porque no se aclararon nunca, y dieron lugar a todo tipo de morbos y especulaciones.

Escritas con sangre, con tinta y con otros líquidos, y con distinta caligrafía, las dirige a la Agencia Central de Noticias, a las comisarías y al hospital de Withechapel. El destripador se permite desvelar en ellas sus planes criminales y lanza un reto a Scotland Yard (Atrápeme cuando pueda, les dice), como si en el fondo estuviese deseando que descubriesen su identidad y le detuviesen.

Además de ese material documental, Javier Terrisse y Gonzalo Torné han reconstruido los diferentes crímenes atribuidos al misterioso asesino en un amplio prólogo, una excelente introducción narrativa a la materia epistolar espeluzante que recoge esta Obra selecta, cuidadosamente editada y con ilustraciones muy interesantes.

Esa introducción es una reconstrucción de la atmósfera que rodeaba aquellos crímenes, de la reacción desorientada e inhábil de la policía, de los métodos insuficientes de la investigación, los informes de los forenses o las vidas de aquellas pobres víctimas.

Y en ese terreno se conjuntan de forma envidiable el rigor investigador de un experto riperólogo como Terrisse y la destreza narrativa de Gonzalo Torné, de la que dejó una excelente muestra en su novela Lo inhóspito, una de las más interesantes de las que aparecieron el año 2007.


Santos Domínguez


12 mayo 2008

El jardín dorado


Gustavo Martín Garzo.
El jardín dorado.
Lumen narrativa. Barcelona, 2008.


Mi hermano era un ser extraordinario, no importa lo que luego se dijera de él. Bruno, ese fue el nombre que le di. Desde que era niña me gustó inventarme los nombres. A un esclavo muy dulce, cuyo aliento recordaba el aroma de las guirnaldas, le llamé Azafrán; a un viejo chambelán, con la barba pulida y blanca, Tiempo; a una criada ladrona, cuya boca se abría como una bolsa vacía, Morral. No me gustan los nombres propios porque nos separan del mundo, nos hacen creer que somos distintos a las cosas y a los seres que viven en él. Y eso no es cierto. Todos los animales tienen su lengua secreta, y hasta los objetos más minúsculos, la cuchara, por ejemplo, con que tomamos la sopa, o el toro de cristal que las muchachas llevan al cuello y que consideran su talismán, están llenos de vida. Y eso hago yo, dar a hombres y mujeres los nombres de las cosas. Recoger esa vida que no nos pertenece y transformarla en palabras que podemos guardar u ofrecer.

A lo largo de su ya extensa trayectoria, Gustavo Martín Garzo ha venido dando muestras de una excepcional capacidad para aprovechar el material narrativo tradicional, los cuentos, los textos bíblicos o la mitología, y extraer de ellos la fuente del relato, la memoria en la que vive la oscuridad de la vida y del corazón de los hombres, una indagación en lo más hondo de sus deseos y sus frustraciones.

El jardín dorado, su última novela, que publica Lumen, aborda la historia del minotauro desde un punto de vista inédito: el de la mirada femenina de Ariadna, la hermana del monstruo en su laberinto, emparentada con otras contadoras de historias como Sherezade.

Una narradora que empieza por despojar a sus personajes de los nombres propios para bautizarlos con metonimias significativas: el minotauro Bruno; Artífice, el constructor del laberinto, o Nómada, el hombre sin cuerpo, el contador de cuentos.

El jardín dorado es una novela sobre el amor y sobre el dolor, sobre la llama y la oscuridad. Es la memoria de la felicidad y de la plenitud en la Isla de Creta, una narración sobre la casa del deseo y la abundancia, sobre un jardín en el que no existe el tiempo, sobre la Edad de Oro.

En ese reino secreto, en ese jardín separado del mundo y pensado para la felicidad del minotauro y las cinco hermanas que lo acompañan, la materia órfica del canto y la literatura se transforman en instrumento para vencer a la muerte, en un conjuro verbal para derrotar con el amor y con la palabra a lo que vive en lo oscuro .

Porque esta es una novela sobre la palabra, el amor y la piedad. El jardín dorado, hecho de espacio y de tiempo, es el lugar en donde se oficia la lenta liturgia de la palabra y se anula el tiempo. Como las Sherezade, las palabras de Ariadna derrotan a la muerte y al olvido, y son esas palabras el verdadero hilo que nos guía por el laberinto, por esa imagen secreta del mal. La narración transforma la casa muerta del dolor, de lo desconocido o del horror, en la casa de la memoria, en el bosque de los cuentos, en una evocación del jardín perdido del paraíso:

Ahora sabes que hubo un tiempo de felicidad. Dormíamos tan poco como los ruiseñores. Nos levantábamos al alba para comer uvas con vino y corríamos hacia los bosques mientras palidecían las estrellas. A veces, en las cumbres solitarias veíamos a los osos apartándose vacilantes de nosotras. Les hacíamos señales y ellos se detenían un momento para mirar por debajo de sus frentes pesadas. Después nos tumbábamos en la hierba, al sol, y hablábamos sin parar. Aprendíamos la lengua de los pájaros y de los animales, que imitábamos entre risas. Y desde las rocas observábamos las manadas de caballos que parecían enjambres de hormigas en la distante llanura. Sí, deberíamos habernos quedado en ese tiempo, no haberlo abandonado jamás.

Martín Garzo visita el mito para hablar del mundo, para devolvernos una imagen reinterpretada donde conviven la luz y la sombra, el amor y el dolor, la vida y la muerte, el pasado y el presente, la fantasía y la realidad, el sueño y la vigilia, el jardín que es el lugar de la palabra y el laberinto donde reina el silencio.

Lo explica Ariadna en esta reflexión sobre el sentido de la vida y el significado del laberinto:

No es verdad que la vida nos pertenezca. No somos dueños de ella, porque en cada uno de nosotros resuenan las vidas de los demás. Somos los ecos de esas vidas, el entrecruzarse de los caminos que recorremos con nuestros propios pies y de los caminos que siguen los que amamos. Es eso lo que significa el laberinto: todos los caminos en uno.

Santos Domínguez

10 mayo 2008

Memoria y deseo de Manuel Vázquez Montalbán


Manuel Vázquez Montalbán.
Poesía completa 1963-2003.
Memoria y deseo.

Península. Barcelona, 2008.


Con ese subtítulo eliotiano, Península publica la Poesía completa (1963-2003) de Manuel Vázquez Montalbán. Doce años después de la edición anterior de Memoria y deseo, se reúne la totalidad de la obra poética de Vázquez Montalbán en un volumen que incorpora, además de Ciudad, un libro inédito (Rosebud) y otro (Construcción y deconstrucción de una teoría de la Almendra de Proust complementaria de la construcción y deconstrucción de una teoría de la magdalena de Benet Rosell) que circuló muy poco en una edición de bibliófilo.

Esta edición definitiva va precedida de un estudio preliminar de Manuel Rico (La poesía de MVM, un decálogo y una coda), en el que traza un panorama de conjunto sobre las claves temáticas, ideológicas y técnicas de la poesía de Vázquez Montalbán, y de una introducción de J. M. Castellet, que ha actualizado la que escribió en 1986 con un apéndice y un epílogo.

Memoria y Deseo - escribía el autor a propósito de aquella primera edición que recogía su poesía hasta el año 90- deberá ser leído, por quien quiera leerlo, como un ultimado viaje poético que se muerde la cola, como un ouroboros eliotiano que encadena el fin con el principio.

Y en el principio, este texto que es una declaración de afinidades y deudas:

Agradezco
a Quintero, León y Quiroga,
Paul Anka, Françoise
Hardy, Vicente Aleixandre,
Ausiàs March, Gabriel
Ferrater, Rubén
Darío, Jaime
Gil de Biedma, Gustavo
Adolfo Bécquer, Thomas
Stearn Eliot, Glenn
Miller, Cernuda, Truman
Capote, Modugno, Lorca,
José Agustín Goytisolo, Brecht,
Lionel Trilling, Antonio
Machín, Jorge
Guillén, Joan Vinyoli, Quevedo,
Leo Ferrer, Carlos
Marx, Adam Smith, Miguel
Hernández,
Ovidio Nason
palabras,
versos enteros por mí robados.

P. D.- Y al Dúo Dinámico, Jorge Borges,
y Birkhoff &MacLane (matemáticos).

Hay en este texto, pórtico de Memoria y deseo, además de una nómina de influencias, un resumen del mundo poético propio que Vázquez Montalbán fue construyendo con rigor a lo largo de cuatro décadas y diez libros, desde Una educación sentimental hasta Rosebud.

Su poesía representó la conciencia crítica ante la realidad frente al neomodernismo culturalista, incorporó la realidad como materia poética sin que practicase estrictamente una estética realista; experimentó con el lenguaje sin que eso le llevara a la poesía experimental; reflejó la cultura sin caer en el culturalismo superficial, y su experiencia personal sin que su poesía sea estrictamente poesía de la experiencia.

Heterodoxo y francotirador, dueño de una de las voces más singulares de la poesía española contemporánea, las características anteriores le aproximan, más que a los novísimos, a poetas de la llamada generación del lenguaje, como Félix Grande, Claudio Rodríguez o Diego Jesús Jiménez, que practicaron una integración poética semejante entre ética y estética.

De entre los poetas de los setenta y los ochenta, Vázquez Montalbán fue el más abierto a todo tipo de influencias. Como en un collage, su obra integró lo culto y lo popular, la radio y el cine con la literatura, el irracionalismo y la denuncia, la memoria personal y la colectiva, un mestizaje múltiple que se explica por el tema central de su poesía, que es la búsqueda de las raíces. De manera bien significativa, los títulos del primero y el último de sus libros aluden explícitamente a esa búsqueda radical de la identidad en la memoria.

vida, historia, rosa, tanque, herida, escribió Vázquez Montalbán en un verso de Pero el viajero que huye. Y en torno a esas cinco palabras, por ese orden, organiza Castellet la explicación de su poesía. Una poesía que no siempre mira hacia el pasado de la memoria o al presente de la insatisfacción, la denuncia o la derrota.

En el mismo Pero el viajero que huye, uno de sus libros más maduros, hay un texto estremecedor, un raro presentimiento de las circunstancias de su muerte:

El cartero ha traído el Bangkok Post
el Thailandia Travel
una carta sellada
la muerte de un ser querido
para la muchacha de mi American Breakfast
cada mañana

aunque he pedido mi carta
no estaba
o no me la han dado compasivos
con el extranjero que espera vida o muerte
ignorado en un rincón de Asia

el cartero nunca llama dos veces
viaja en una Yamaha
y sonríe en la ignorancia
de que la distancia
permite a la memoria cumplir nuestros deseos.

Trece años después de publicar ese poema, que unía memoria y deseo en el último verso, Vázquez Montalbán, viajero y solo en el aeropuerto de Bangkok, lo protagonizaría. Y una vez más -también para lo malo- la vida imitaría al arte.

Santos Domínguez

09 mayo 2008

Manual de urbanidad en la Red


José Antonio Millán.
Manual de urbanidad y buenas maneras en la Red.
Melusina sic. Barcelona, 2008.

Soy un usuario avanzado y temprano (empecé a hacer uso del correo electrónico hace quince años), que escribe unos seis mil correos al año, y recibe otros tantos, sin contar el spam. Tengo página web desde hace doce años, y mantengo blogs desde hace cinco. Aunque tengo formación como lingüista y he publicado algún libro sobre la comunicación por escrito, no escribo en calidad de tal, sino más bien como espectador —y actor— constante en esta fiesta de la comunicación que es Internet.

A medio camino entre el manual de urbanidad y el libro de estilo de internet, José Antonio Millán ha elaborado en este volumen que publica la editorial Melusina un manual dirigido a un tipo de personas que quedan delimitadas en la introducción:

No es una obra para los que no escriben un correo, no han creado en su vida una página web ni un simple blog. Ellos no la necesitan... Tampoco es un libro para quienes han nacido y crecido mandando sms, chateando y alimentando foros sobre sus ídolos musicales y de manga. Ellos ya se montarán (ya se están montando) sus propios códigos de relación, y no voy a ser yo quien les diga cómo hacerlo. Sencillamente, éste es un manual para las personas que, habiendo nacido o habiéndose formado en el mundo predigital, se ven hoy en la necesidad de moverse en el nuevo medio, tanto a nivel personal como empresarial o institucional.

José Antonio Millán, experto ocupante del ciberespacio, enumera algunas de las situaciones que, tan incómodas como frecuentes, justifican la necesidad de un código que regule las buenas maneras en internet:

Al final de una conferencia sobre Internet, una señora me pregunta: «¿Por qué hay que escribir los correos electrónicos con abreviaturas y sin puntuación?»

Entro en la web de una poderosa empresa para averiguar su teléfono, y tras soportar movimientos y musiquitas, descubro que no hay forma humana de encontrarlo.

Un sitio web de postales me escribe un correo para decirme que tengo un regalo de un amigo. El spam en mi buzón crece y crece.


Llamo a la sede de una empresa de comunicación y pido el correo del director: no me lo pueden dar, dicen; que escriba a su secretaria...


En la web de un banco por línea me preguntan, si cada vez que hago un transferencia quiero que me avisen por sms. Setenta veces transfiero, y otras tantas me lo preguntan...

¡UN CONOCIDO ME ESCRIBE TODO UN CORREO ASÍ, EN MAYÚSCULAS!

Menganito no contesta a los correos.


Entro en un blog, leo una interesante entrada, y al llegar a los comentarios de los lectores tengo que sortear querellas, insultos, y escritos que hablan de otra cosa, hasta leer los que realmente son pertinentes.


La gestión adecuada del correo personal, desde el asunto hasta la firma pasando por el encabezamiento, los adjuntos o el cuerpo del mensaje; los estilos que conviene usar según la situación, el tema y el destinatario; el mantenimiento de un blog, el uso de la Wikipedia; la descortesía o la privacidad de los mensajes son algunos de los capítulos de este manual de cortesía en la Red, un espacio de interrelación cada vez más extendido e imprescindible:

El contacto por medios electrónicos no suprime la necesidad de determinadas formas de comportamiento, que con frecuencia tienen sus raíces en el pasado.
La asombrosa reactivación de la comunicación escrita que ha venido de la mano de la Web y el correo electrónico hace necesario recordar algunos elementos clásicos de la comunicación escrita, y también pensar en los nuevos. Muchas de las convenciones comunicativas, y muy especialmente epistolares, que estaban en vigor en el pasado tienen una razón de ser, que es garantizar la calidad del proceso y la presencia de todos los elementos necesarios. Hemos de conservar lo mejor, aunque también cambiar lo que haga falta.

Tan imprescindible como debería ser este volumen.
Santos Domínguez


07 mayo 2008

Botchan


Natsume Soseki.
Botchan.
Traducción de José Pazó.
Introducción de Andrés Ibáñez.
Impedimenta. Madrid, 2008.



Natsume Soseki (Tokio, 1867- 1916) es uno de los escritores que más influyeron en la modernización de la literatura japonesa y uno de sus clásicos indiscutibles desde hace más de un siglo. En su literatura, el conflicto entre tradición y modernidad o el problema de la identidad personal y cultural encuentran una serie de respuestas que abrieron la puerta de la contemporaneidad en Japón.

Fue el novelista más popular de su tiempo. También el más atormentado e inestable. Un escritor que en una época de crisis estableció en sus novelas un diálogo problemático entre la tradición oriental y la creciente influencia occidental. Buen conocedor de la literatura europea del XIX, de sus años ingleses le quedó como marca indeleble una profunda antipatía por Inglaterra y su literatura.

Con Soseki la novela japonesa alcanza su primera madurez con unos protagonistas que son intelectuales desgarrados entre los valores anacrónicos de una tradición inservible y una sociedad que se basa en el éxito material. El reflejo de ese conflicto, que fue el del Japón de su época, le permitió conectar con las preocupaciones de su entorno y convertirse en su portavoz fecundo, en un novelista de éxito que en los últimos diez años de su vida publicaba una obra al año.

Botchan, la novela que publica Impedimenta con traducción de José Pazó e introducción de Andrés Ibáñez, se publicó en 1906 y desde entonces es un clásico de la literatura japonesa moderna. Es la narración, con un cierto fondo autobiográfico, que hace en primera persona un joven profesor enviado a un instituto rural.

Desdichas de un niño mimado titula Andrés Ibáñez un prólogo en el que sitúa la figura del autor en el contexto de transformaciones que modernizaron la sociedad y la cultura de Japón a finales del XIX y comienzos del XX.

Relato de un impertinente incorregible, novela cómica sobre un niño mimado (eso significa literalmente Botchan en japonés), inadaptado e impulsivo hasta un extremo inverosímil que presagia el humor amarillo, como revela este comienzo desquiciado con el que hace su presentación el personaje:

Desde niño, he tenido una impulsividad innata que me viene de familia y que no ha hecho más que crearme problemas. Una vez, en la escuela primaria, salté desde la ventana de un primer piso y no pude andar durante una semana. Alguien se preguntará por qué hice semejante tontería. Pero la verdad es que no hubo ninguna razón especial. Simplemente estaba un día asomado a una de las ventanas del nuevo edificio de la escuela, cuando uno de mis compañeros de clase comenzó a meterse conmigo diciéndome que, por mucho que me hiciera el gallito, en realidad no era más que un cobarde y que no sería capaz de saltar. El bedel tuvo que llevarme esa misma noche a cuestas a mi casa. Cuando mi padre me vio, se enfadó muchísimo y me dijo que no podía comprender cómo alguien se podía quedar sin caminar simplemente por haber saltado desde la ventana de un primer piso. Le respondí que la siguiente vez que saltara no me volvería a ocurrir.

Ingenuo y antipático, áspero e incorruptible, la figura pesimista y antiheroica de Botchan conecta con la picaresca española a través de la novelística inglesa del los siglos XVIII y XIX. No es el relato de una construcción personal de la conciencia, sino la crónica de una pertinacia hecha desde una perspectiva inusual, de una rebelión contra el yo que parece estar en las raíces más profundas de la cultura japonesa.

Más que una novela de formación, Botchan es la crónica de una inadaptación y el relato del fracaso social del protagonista. Expulsado ya del paraíso de la infancia e incapaz de integrarse en el mundo adulto, el narrador se burla de las tradiciones y desmiente los tópicos seculares de la sociedad japonesa: la mentira, la hipocresía, la pequeñez moral son las normas que imperan en una sociedad que se refleja en el microcosmos del centro educativo y del ambiente rural que padece Botchan.

Obra maestra y experiencia de lectura inolvidable, el choque del inconformista Botchan con el ambiente renuncia a planteamientos melodramáticos y enfoca el conflicto desde la inteligente distancia del sarcasmo y el desengaño de Soseki, con una carga de fondo que destaca Andrés Ibáñez al final de su espléndido prólogo:

Uno se pregunta si las cosas sucederían realmente así en el Japón de hace cien años, pero la pregunta, seguramente, no es correcta. La pregunta debería ser si la vida humana es realmente así, tan ridicula, tan absurda, tan miserable, tan irrisoria. Porque eso es, precisamente, lo que logra Soseki en Botchan: a través del relato humorístico de las desventuras de un joven profesor en una escuela rural, traza un mapa del mundo. Y si nos hace reír tanto es, sin duda, porque también está hablando de nosotros.

Santos Domínguez

05 mayo 2008

La mujer de nadie


Luis Artigue.
La mujer de nadie.
Linteo. Orense, 2008.



En su colección de narrativa, la editorial Linteo publica La mujer de nadie, la novela de Luis Artigue que completa una trilogía sobre la bohemia y la vanguardia que iniciaba con El viajero se ha ido, como es lógico y continuó con Las perlas del loco Ventura.

La mujer de nadie es una recreación imaginativa de la figura de Remedios Varo, una pintora surrealista que vivió con libertad e intensidad el superrealismo, la efervescencia cultural de los años de entreguerras, de la España republicana y la explosión artística del exilio en México.

Junto con la recreación de ese momento histórico creativo, de los ambientes artísticos y literarios de la época, Artigue reivindica la audacia de Remedios Varo, su libertad vital y artística, su pionera rebeldía feminista, su carácter doblemente transgresor, la coherencia de su actividad artística y sus sexualidad desinhibida.

Luis Artigue es poeta además de novelista y con esa doble condición practica la escritura en La mujer de nadie, una novela en la que la calidad de página no se convierte en un factor antinarrativo.

Con una meditada estructura circular, Artigue enmarca la novela entre dos intervenciones de un narrador que evoca la acción como un espectador privilegiado que cuenta la acción desde el mundo de los muertos, en el que las palabras adquieren su libertad más radical y expresan las pulsiones a la que aspiraban superrealistas como Benjamin Peret, uno de los referentes fundamentales del libro:

Has muerto; ahora te has convertido en tus palabras. Como ves la muerte nos libera de miedos, elimina trabas, intensifica pulsiones y genera un diálogo continuo. ¡Sí, a los muertos el ataúd nos hace de diván de psicoanalista! De hecho ahora tu cuerpo y tu conciencia han desaparecido y queda sólo el inconsciente.

De esa atmósfera superrealista del mundo de los muertos proceden los títulos de cada capítulo, un despliegue metafórico de imágenes visionarias que acaban invadiendo la realidad desde el territorio del sueño o el delirio irracional de la fiebre con su palabra en libertad:

Sobre el ojo de la aguja penetrado por un pez espada sobre un charco de niños y sobre quienes viajan con prisa en el transporte púbico.

Este es sólo un ejemplo. Hay otros cincuenta y tres a lo largo de un libro que termina con esta reflexión distanciada del narrador desde su inusual punto de vista:

He aquí la historia de una mujer brillante como un trastorno mental. Yo la he contado así pero si ustedes lo desean pueden recontársela a quien quieran de otra forma, aunque con toda certeza cuando cambien el modo de narrar modificarán también el argumento, ya lo verán, y por tanto podrán añadir sin remordimientos que se han inventado ustedes esto. De hecho, al pensar en ello tras leerlo, todo es ya por completo de ustedes. Seguramente cada página estaría escrita de otro modo si hubiera sobrevivido, si al menos hubiera sido un personaje secundario, si me hubiera hallado del todo allí. Y no es que eche nada de menos. De todas formas, en caso de que no hubiera recibido aquel balazo, ahora no leerían con la misma atención de quienes, al avanzar entre la niebla de estas páginas, descubren que un muerto es un espectador privilegiado.

Y aunque se admita el consejo, tiene el lector la sensación de que ninguna otra perspectiva mejoraría el texto.

Santos Domínguez

03 mayo 2008

Lope Burguillos


Lope de Vega.
Rimas humanas y divinas
del Licenciado Tomé de Burguillos.

Edición de Macarena Cuiñas Gómez.
Cátedra Letras Hispánicas. Madrid, 2008.


Cuando se publicaron las Rimas humanas y divinas del Licenciado Tomé de Burguillos, a finales de 1634, Lope de Vega tenía a sus espaldas setenta y tres años de una bien aprovechada existencia de escritor y amante.

Fabulador de su ajetreada biografía, inventor de máscaras previas, poeta de sorprendente modernidad, Lope se convierte en poeta casi contemporáneo a través de Burguillos, una genialidad nacida en sábado. Con Tomé de Burguillos, Lope de Vega inventa el primer heterónimo de la literatura española y se anticipa en casi tres siglos a los creados por Machado y Pessoa.

Este Burguillos es Lope y no es Lope, es el poeta irónico y distanciado ante los poderosos a los que halagó y que le defraudaron, irónico ante el amor e indiferente al tiempo, estoico y humorístico, cristiano y pagano, despectivo y dolido, escindido entre la realidad y el deseo, contradictorio como todo lo barroco.

A través de Burguillos, Lope establece un diálogo conflictivo con la tradición poética: por un lado reivindica la herencia petrarquista; por otro, realiza una parodia que ridiculiza o mira con ironía esa poética idealista en la que había sustentado gran parte de su obra. Y así puede describir un monte sin qué ni para qué y terminar diciendo:

Y en este monte y líquida laguna,
para decir verdad como hombre honrado,
jamás me sucedió cosa ninguna.

Cátedra Letras Hispánicas acaba de incorporar a su catálogo estas Rimas humanas y divinas del licenciado Tomé de Burguillos, con edición de Macarena Cuiñas Gómez, que ha escrito un excelente prólogo para situar esta obra en el ciclo de senectute que estudió Juan Manuel Rozas y para desentrañar su sentido, su forma, su estructura.

La homogeneidad de su tono paródico; la unidad temática en torno a las relaciones entre Burguillos y Juana, la lavandera del Manzanares; la armonía estilística entroncada con la elegante naturalidad renacentista son objeto de un análisis tan esclarecedor como las notas – ni pocas ni muchas: las imprescindibles- que aclaran el sentido de cada uno de los textos de un Lope desengañado, más barroco que nunca y a la vez más moderno que ninguno de sus contemporáneos.

Un Lope de asombrosa juventud en su desolada vejez, que ponía en la pluma del Conde Claros – otra máscara- este terceto en elogio de Burguillos:

Viva vuestra merced, señor Burguillos,
que más quiere aceitunas que laureles,

y siempre se corona de tomillos.



Santos Domínguez


01 mayo 2008

El asombroso viaje de Pomponio Flato


Eduardo Mendoza.
El asombroso viaje de Pomponio Flato.
Seix Barral. Barcelona, 2008.


Que los dioses te guarden, Fabio, de esta plaga, pues de todas las formas de purificar el cuerpo que el hado nos envía, la diarrea es la más pertinaz y diligente. A menudo he debido sufrirla, como ocurre a quien, como yo, se adentra en los más remotos rincones del Imperio e incluso allende sus fronteras en busca del saber y la certeza. Pues es el caso que habiendo llegado a mis manos un papiro supuestamente hallado en una tumba etrusca, aunque procedente, según afirmaba quien me lo vendió, de un país más lejano, leí en él noticia de un arroyo cuyas aguas proporcionan la sabiduría a quien las bebe, así como ciertos datos que me permitieron barruntar su ubicación. De modo que emprendí viaje y hace ya dos años que ando probando todas las aguas que encuentro sin más resultado, Fabio, que el creciente menoscabo de mi salud, por cuanto la afección antes citada ha sido durante este periplo mi compañera más constante y también, por Hércules, la más conspicua. Pero no son mis infortunios lo que me propongo relatar en esta carta, sino la curiosa situación en que ahora me hallo y la gente con la que he trabado conocimiento.

Así comienza Pomponio Flato su epístola policial a Fabio. Con ese tono ampuloso narra en el siglo I su peripecia este flatulento probador de líquidos, fisiólogo de profesión y filósofo de vocación, un contradictorio científico sin fe que busca las aguas milagrosas, un descreído en tierra de superstición al que su búsqueda de las fuentes salvíficas le han provocado aerofagia y meteorismo crónicos. Entre las detonaciones de su propio cuerpo, se cae del caballo como un San Pablo pagano sin remedio y con flato.

Mezclando La vida de Brian con El nombre de la rosa, los Evangelios apócrifos con los viajes de Estrabón, a Conan Doyle con Shakespeare in love y a Astérix con los manuscritos del Mar Muerto, Eduardo Mendoza ha escrito en El asombroso viaje de Pomponio Flato, que publica Seix Barral, poco más que una parodia divertida de la novela histórica de detectives, tan de moda desde hace unos años.

Frente a la pretenciosidad del modelo parodiado, una mezcla de falsificaciones históricas y anacronismos diversos mal hilvanados y peor escritos, Eduardo Mendoza ha ideado un divertimento provocador, una novela evidentemente menor, una obra sin pretensiones, pero –y eso también forma parte de la diferencia y de la parodia, como en el Quijote- muy bien escrita. Una novela en la que las incorrecciones son políticas, no históricas, y sitúan la crítica religiosa en el terreno del humor sarcástico, en lo políticamente incorrecto, cercano a la escatología de la picaresca o de Quevedo.

Con el telón de fondo de la tierra santa de Nazaret, el niño Jesús, hijo de José el carpintero, requiere los servicios de Pomponio Flato para que investigue el crimen del que se acusa a su padre, amenazado de inminente muerte de cruz y condenado por haber matado al rico Epulón. Un asesinato de biblioteca que cuenta con ilustres precedentes.

A partir de ahí, con el esquema tradicional de un detective y un divino ayudante, se suceden situaciones que tienen como fondo la especulación inmobiliaria en tierra levantisca, las recalificaciones de unos terrenos cercanos al templo de Nazaret. Puede parecer un exceso anacrónico, pero no lo es: con otro nombre, claro, esas prácticas están documentadas por la historiografía romana clásica.

Un mosaico nutrido de personajes (el legionario fortachón llamado Quadrato, veterano de la batalla de Farsalia, Apio Pulcro y el Bautista, la niña María Magdalena y los Reyes Magos, Orfeo y Ben-Hur, Apolo y Mateo, Apio Claudio y Lázaro, la samaritana y Ulises) se dan cita como figurantes en esta intriga policiaca de risa y milagros en la que conviven epítetos épicos y sintagmas propios de parábola bíblica, en un relato salpicado de un humor lleno de guiños cultos y sacrílegos, continuador del Mendoza - menor, artesanal, pero eficiente- de la cripta embrujada y el laberinto de las aceitunas, de Gurb y el tocador de señoras.

Santos Domínguez

30 abril 2008

Cuentos de la Gran Guerra


Cuentos de la Gran Guerra.
Edición de Juan Gabriel López Guix.
Alpha Decay. Barcelona, 2008.


En su colección de narrativa Alfanhuí, Alpha Decay edita una espléndida antología de veinte relatos que se publicaron en los veinte años siguientes al inicio de la Primera Guerra Mundial que hasta el periodo de 1939 a 1945 se llamó la Gran Guerra.

De la edición, la selección y el prólogo se ha encargado Juan Gabriel López Guix, que ha restringido el campo de la antología a la producción literaria en inglés, con relatos de escritores de los países anglófonos que ofrecen la imagen literaria múltiple de quienes vivieron el conflicto, lo sufrieron con mayor o menor cercanía y reflejaron en sus textos sus reacciones ante la guerra.

Arthur Machen, Rudyard Kipling, Vernon Lee, Saki, Conan Doyle, Conrad, Lord Dunsany, Edith Wharton, D.H. Lawrence, Katherine Mansfield o Somerset Maugham son algunos de los veinte nombres que firman estos
Cuentos de la Gran Guerra.

Una guerra de una crueldad sin precedentes que provocó casi veinte millones de muertos y cambió de forma radical el panorama político y cultural de Europa, ya muy agitado en los años previos al conflicto. Las repercusiones de aquellos encarnizamientos quedan resumidas en estos veinte relatos, uno por cada millón de muertos civiles o militares, que reflejan también diversas tendencias estilísticas, entre lo clásico y lo nuevo. Porque en aquellos años moría un mundo y nacía otro también en el terreno de la literatura.

Musil, Broch, Roth, Svevo vieron aquella guerra y sufrieron sus consecuencias desde el otro lado del campo de batalla y para ellos la ruptura fue más violenta. Pero en el campo aliado y entre los autores recogidos en esta antología también hubo variedad de situaciones y diversas maneras de enfocar la guerra y sus secuelas en los relatos: desde la propaganda bélica de Kipling y su testamento de odio a la terapia que busca en la literatura la curación de las heridas morales, más traumáticas que las de la carne, en Wyndham Lewis o Richard Aldington, pasando por el alegato pacifista de Vernon Lee en una actualización de las danzas de la muerte que se titula El ballet de las naciones.

Siete de estos cuentos, más de la tercera parte, se traducen por primera vez al castellano. Y entre esos inéditos, uno de los más interesantes es El prisionero alemán, de James Hanley, que fue quemado en público en 1933 y estuvo prohibido en Inglaterra hasta 1997. Es un intenso relato que denuncia los impulsos criminales de dos soldados británicos, un desmentido explícito de la heroicidad civilizadora de los vencedores, que parecen presagiar en su brutalidad lo peor de Abu Ghraib.

No hay héroes en estos relatos, como no hay héroes en las guerras, pero el volumen contiene narraciones inolvidables, como la que elabora la mirada irónica y distante de un Saki que fija su atención en las repercusiones de la guerra en las especies ornitológicas; un inquietante y prekafkiano cuento de Lord Dunsany o
Gustav, una narración de Somerset Maughan de la que arranca la novela moderna de espías.

Santos Domínguez

28 abril 2008

Dama Sarashina


Dama Sarashina.
Sueños y ensoñaciones de una Dama de Heian.
Prólogo de Carlos Rubio.
Traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio.
Atalanta. Gerona, 2008.


Nació en Japón hace justamente mil años, en 1008, pero su sensibilidad delicada, la matización sentimental de su mirada nos permiten leerla como a una contemporánea próxima.

No sabemos su nombre, no puso título a esta autobiografía evocadora que publica por primera vez en español Atalanta con traducción de Akiko Imoto y Carlos Rubio, que ha escrito también un prólogo en el que sitúa a la autora y su obra en el contexto de creencias y costumbres de la época Heian.

Estos Sueños y ensoñaciones de una Dama de Heian forman parte de una tradición muy arraigada en la literatura japonesa: la de la escritura femenina, refinada e intimista, introspectiva y sincera.

Escritos como un diario en el que se diluyen, difuminados por el recuerdo, los límites entre lo narrativo y lo lírico, en sus capítulos se intercalan 89 poemas que funcionan como contrapunto, como subrayado y como hilo conductor del conjunto.

No es la única frontera que se borra en el libro: también el interior y el exterior se funden aquí ejemplarmente, igual que se anula el paso del tiempo en unos textos intemporales y de sorprendente modernidad en los que confluyen el verso y la prosa en el lenguaje común de la emoción.

Diario impreciso que elude lo cotidiano y se levanta sobre los materiales del recuerdo y la elaboración del sentimiento y la memoria, la actitud de su autora busca más la reconstrucción del pasado que la anotación circunstancial del presente.

La adolescencia, la plenitud y la decadencia los tres momentos que se unen desde la evocación. Y en las descripciones de la realidad evocada, la melancolía es a la vez la fuente y el resultado de una mirada contemplativa que se proyecta sobre el mundo y sobre la soñadora Dama Sarashina.

Las lágrimas, los libros, los sueños anotados al despertar recorren como temas sucesivos estos textos en los que la imprecisión de la realidad, el claro de luna de un otoño del siglo XI, una rama de ciruelo o las flores fugaces del almendro, la espesura del bosque o las cimas de los montes son el fondo o el objeto de la confidencia o la reflexión, de la celebración de la amistad o el lamento de la separación.

La edición, cuidada hasta el mínimo detalle, incorpora a la calidad del texto el valor añadido de las xilografías de una edición ilustrada de 1704.

Santos Domínguez

27 abril 2008

Kilómetro 43



Abel Murcia.
Kilómetro 43.
Prólogo de Justo Navarro.
Bartleby Poesía. Madrid, 2008.


Abel Murcia identifica tiempo y espacio: el tiempo es nuestro espacio, nuestras experiencias son nuestro destino, explica Justo Navarro al comienzo del prólogo que ha escrito para presentar este Kilómetro 43 de Abel Murcia que acaba de publicar Bartleby Poesía.

Traductor de Wislawa Szimborska y de Kapuscinski, que han dejado su huella en el tono y el fraseo de su poesía, la escritura de Abel Murcia en este libro es una forma privilegiada del recuerdo, un diálogo temporal con el que fue, con lo que fue a la vez que él, con una memoria que tiene siempre una inevitable dimensión espacial:

Y si miras atrás,
no verás otra mar que la de Ulises

De esa manera, a la altura del kilómetro 43, el poeta mira el retrovisor para llenar con palabras el vacío que dejamos atrás. Para llenarlo o para explicarlo, para entenderlo y entenderse hoy en la ausencia del que fuimos y de los que no están.

Meditación, memoria y experiencia y una pausada respiración del verso para conducir la emoción por un cauce de ríos manriqueños hacia el mar, por una carretera que a estas alturas ya ha dejado en el poeta las heridas de 43 kilómetros de viaje.

La bicicleta de la infancia ha cambiado sus ruedas por las de una rueca que deshila el destino. Las playas, los calendarios, los veranos o las cigüeñas son las referencias con las que se evoca un tiempo que no existe (Cuánta nada he encontrado en estos doce meses), un yo que sólo persiste en los sueños (Mirarse en el espejo y sentirse mirado/ por el que nunca fuimos) o lugares que ya no existen más que en la memoria (Ya no existen las playas desiertas de mi infancia).

Lo resume Abel Murcia en un verso espléndido que recoge el sentido del libro, su origen y la justificación de su escritura:

Sucede con los reinos, el mío ya no existe.

Santos Domínguez



26 abril 2008

Sacrificiales





Rómulo Bustos.
Sacrificiales.
Veintisiete letras. Madrid, 2007.


Veintisiete letras inaugura su colección de poesía, Ajuar de frontera, con una magnífica obra: Sacrificiales, el último libro del colombiano Rómulo Bustos (1954) prologado por Samuel Serrano.

Si, como se ha dicho alguna vez, ser poeta en Colombia es una de las maneras de ser anónimo, en el caso de Rómulo Bustos la invisibilidad compartida con otros poetas de su edad es aún mayor, por su resistencia a participar en encuentros o lecturas públicas. Afortunadamente, su Oración del impuro, una recopilación de su obra que publicó hace pocos años la Universidad Nacional de Colombia, permitió una difusión algo mayor de sus textos.

En lo que se refiere a la arquitectura y al andamiaje verbal de los poemas, esa condición invisible es un rasgo que caracteriza su propia práctica poética, alejada por igual del exceso barroco de la imaginería recargada o del coloquialismo que lastra una parte de la última poesía hispanoamericana.

Una poesía que asume riesgos y es un ambicioso salto en el vacío que Samuel Serrano relaciona en su prólogo con la empresa prometeica de crear un nuevo espacio sagrado que Octavio Paz destacaba en El arco y la lira como rasgo impulsor de la poesía moderna. Es la imaginación sacralizante a la que el prologuista se ha referido en otra ocasión para caracterizar la poesía de Bustos.

Profunda, exigente, interrogativa, a menudo irónica y distante o atravesada por una aguda conciencia del tiempo, la poesía de Rómulo Bustos es un ejercicio de armonía que transmite la imagen problemática de la “monstruosa inocencia” del mundo: el vuelo purísimo sustentado en las alas del mal; la realidad conflictiva del raro animal de dos cabezas o “la torva beatitud” con que ejerce su oficio un carnicero transformado en Abraham o la indolencia con que tararea mientras afila sus cuchillos.

De esa suma de perplejidades que se dan cita en la materia pardójica y oscura de la vida, de esa lucha de contrarios surge el poema, como la luz de la sombra o la sombra de la luz.

De eso trata el poema Sufí:

Como un perro que inútilmente
intenta morder su cola
giro en sentido inverso del movimiento de los astros
para alcanzar mi sombra

Sólo ella puede darme noticias de mi luz.
Sacrificiales, que es casi un ejercicio alquímico de integración de contrarios en la armonía del poema, es en gran medida una reflexión sobre la actividad poética, sobre la misión de la escritura.

Una reflexión que estaba ya perfilada en esta Poética de Oración del impuro:

Encender el misterio
de una lámpara ciega
cuya luz imposible
acaso nos haya sido prometida

He aquí el terrible regalo de los dioses

Exigente y profunda en su temática, precisa y depurada en su expresión, la poesía de Rómulo Bustos aspira a unir reflexión y sugerencia, pensamiento y emoción alrededor del impulso transcendente y de la idea de la poesía como revelación de lo secreto y como afinada forma de conocimiento:

a mí la mayoría de los poemas me los dicta Gabriel el ángel de la palabra
(...)
Lo que quiero decir es que no sé cómo escribo o por qué
El arcángel tampoco lo sabe. A él también le dictan.


Santos Domínguez

24 abril 2008

Conrad. Entre mareas


Joseph Conrad.
Entre mareas.
Traducción de Sonia y Gloria Ayerra.
El olivo azul. Sevilla, 2008.

El 24 de febrero de 1915 se publicaba en Londres Entre mareas, un volumen de relatos de Joseph Conrad. Sería el último que apareció en vida del autor y contenía cuatro novelas cortas escritas entre 1911 y 1914: El socio, La posada de las dos brujas, Por culpa de los dólares y El hacendado de Malata.

Tuvieron un enorme éxito comercial, le reportaron seis veces más ingresos que El corazón de las tinieblas, pero Conrad, siempre autocrítico y exigente consigo mismo, era consciente de su carácter menor y alimenticio. Sabía que había antepuesto en ellas la comercialidad a cualquier otro criterio y que en consecuencia eran “no tanto arte como una operación financiera.”

Escritas en arranques de inspiración que interrumpían momentáneamente la redacción de obras mayores o aliviaban los momentos en los que las novelas encontraban algún escollo, con ellas buscaba Conrad un rendimiento económico rápido o un reconocimiento público que se le resistía. Hacía más de quince años que había publicado El corazón de las tinieblas y ni esa obra magistral ni las posteriores Lord Jim y Nostromo tuvieron el éxito que le proporcionarían El hacendado de Malata y las otras tres novelas que aparecieron en este volumen que rescata Narrativas del Olivo Azul con nuevas traducciones de Sonia y Gloria Ayerra.

El lector se va a encontrar aquí con un Conrad menor, pero absorbente e inolvidable, dueño de los resortes de la intriga, del manejo de los personajes y la gestión de las situaciones:

La pasión amorosa no correspondida combinada con una historia de fantasmas en El hacendado de Malata; el relato de enredos y asesinatos de estirpe dickensiana en Por los dólares; una historia truculenta y gótica, la de La posada de las dos brujas, ambientada en Asturias en la guerra de la Independencia con manuscrito encontrado; o la historia familiar con barco mercante y estafas de El socio.

Es un Conrad todo lo comercial que se quiera, pero en estos relatos está el inconfundible mundo narrativo (el misterio, la maldad, la intriga, las situaciones límite) de un Conrad que deja su impronta incluso cuando asimila modelos como los de Dickens o Wilkie Collins.

Santos Domínguez

23 abril 2008

Moralistas franceses



Moralistas franceses.
Edición y traducciones de
José Antonio Millán Alba y Salustiano Masó.
Introducción de Alicia Yllera.
Biblioteca de Literatura Universal.
Almuzara. Córdoba, 2008.



En la Biblioteca de Literatura Universal la editorial Almuzara publica una espléndida recopilación de textos de Moralistas franceses en una edición preparada por José Antonio Millán Alba.

Más de siglo y medio de máximas y pensamientos que se mueven entre el apunte y el aforismo, en las formas breves y abiertas. Literatura del fragmento y de la conciencia de unos moralistas que no se dedican a dar lecciones de moral, sino a reflexionar críticamente sobre la condición humana y las costumbres y son los autores más representativos de un género literario que tiene su antecedente más directo en Montaigne, se configura a mediados del XVII bajo la influencia determinante de Gracián y su Oráculo manual y se desarrolla con fuerza hasta la restauración borbónica del XIX.

Se recogen aquí los Pensamientos de un Pascal, riguroso y matemático o teólogo especulativo, que encarna en su propia obra inacabada y en su pensamiento las contradicciones que él mismo destacó como propias de la naturaleza humana:

La naturaleza del hombre no consiste en ir siempre. Tiene sus idas y venidas. La fiebre tiene sus escalofríos y ardores, y el frío muestra tanto la grandeza del ardor de la fiebre cuanto el mismo calor.

Las Máximas y reflexiones de La Rochefoucauld, pesimista y barroco en su denuncia y desenmascaramiento de las apariencias engañosas: Son necesarias mayores virtudes para soportar la buena fortuna que la mala.

Los Caracteres de La Bruyère, con su estilo recortado, su admirable prosa exacta y su acritud incisiva frente a la sociedad: Un hombre noble se siente pagado por la diligencia con que cumple su deber, por el placer que siente al hacerlo, y se desinteresa de los elogios, la estima y la gratitud que a veces le faltan.

Los aforismos tajantes de un Chamfort desilusionado y amargo, de corazón a veces roto y a veces endurecido: Amistad de Corte, fe de zorros y sociedad de lobos.

El marqués de Vauvenargues, que representa el paso del pesimismo barroco a la racionalidad del siglo de las luces. Más que optimismo, lo que hay en él es una comprensión benévola e indulgente: La enfermedad extingue en algunos hombres el valor, en otros el miedo, y hasta el apego a la vida.

O un Joubert que está en la transición del Neoclasicismo a la sensibilidad prerromántica y que en este aforismo es un profeta del pesimismo existencial de Schopenhauer: Se es desdichado casi únicamente por obra de la reflexión.

Confundidos a menudo con filósofos, estos moralistas no aspiran a crear un sistema cerrado de pensamiento, sino que prefieren habitar en el fragmento, en la intuición abierta, en lo concreto y la experiencia de lo vivido.

Con antecedentes en la sentencia escueta y didáctica, en este tipo de literatura importa mucho la concisión, pero más aún el ingenio, la subjetividad y la agudeza de su mirada profunda sobre el hombre y la sociedad.

Su pensamiento fragmentado y la percepción de un sistema en crisis los convierte en bisabuelos de Cioran y otros padres de la posmodernidad. Tal vez eso explique no sólo el número creciente de lectores actuales de Gracián, cuyas páginas frecuentaron estos moralistas franceses, sino el interés que despiertan estos autores. Sus formas breves, su fragmentarismo, su visión del hombre han sido reivindicados por la posmodernidad, que los sigue leyendo como materiales contemporáneos de su sensibilidad y su visión del mundo.

Santos Domínguez


22 abril 2008

Fiebre de guerra



J. G. Ballard.
Fiebre de guerra.
Traducción de
Javier Fernández y David Cruz.
Contemporáneos Berenice. Córdoba, 2008.


Casi a la vez que James Graham Ballard (1930) publica su autobiografía, la editorial Berenice ofrece la primera traducción al español de Fiebre de guerra, un libro de relatos del autor británico que está considerado como uno de los más renovadores e interesantes escritores de literatura fantástica.

Ha sido elogiado por Ray Bradbury, Susan Sontag o Martin Amis y cuenta con muchos lectores también en España, en donde se han editado traducciones de la mayor parte de su obra. Dos de sus mejores novelas (El imperio del sol y Crash) han sido adaptadas al cine con éxito y polémica.

La suya es una narrativa desolada y perturbadora, una exploración por el terreno de lo desconocido y lo inquietante que ha renovado el género de la ciencia ficción y le ha dado un sesgo crítico y testimonial. Profeta de las catástrofes ecológicas derivadas del calentamiento global, su mirada ácida se ha dirigido a revelar los peligros de la civilización con excelente prosa y relatos muy bien armados, naturalezas muertas creadas por un equipo de demolición, según las define el propio Ballard.

No es una casualidad ni un dato trivial que su vocación literaria surgiera en una sala de disección de cadáveres. Allí se moldeó su imaginación y se educó su mirada:

Sin duda, toda mi ficción es una disección de una grave patología que presencié en Shanghai y más tarde en el mundo de posguerra: desde la amenaza de la guerra nuclear hasta el asesinato del presidente Kennedy, desde la muerte de mi esposa hasta la violencia que subyace a la cultura del entretenimiento de las últimas dos décadas del siglo XX.

En la ciencia ficción halló un tipo de narrativa sobre el presente, y con frecuencia tan ambigua y elíptica como Kafka. Reconocía un mundo dominado por la publicidad y el consumo, de un gobierno democrático que mutaba en uno de relaciones públicas Este era un mundo de autos, oficinas, autopistas, aerolíneas y supermercados donde en realidad vivíamos, pero que estaba completamente ausente de casi toda la ficción seria Ningún personaje de las novelas de Virginia Woolf le cargaba nafta al auto. Nadie en las novelas de Sartre o Thomas Mann pagaba por un corte de pelo. Nadie en las novelas de posguerra de Hemingway se preocupaba por los efectos de una exposición prolongada a la amenaza de la guerra nuclear.

Una declaración como esa da las claves de las narraciones de J. G. Ballard, que van más allá de la pura corteza de lo fantástico y de sus límites para profundizar en las claves de la crueldad y en la crítica de las atrocidades del mundo:

Quería interiorizar la ciencia ficción, buscar la patología que yacía bajo la sociedad de consumo, el paisaje de la televisión y la carrera por las armas nucleares, un vasto y virgen continente de posibilidades ficcionales. O eso pensaba, mirando el silencioso campo de vuelo con sus pistas vacías que se extendían hacia una blanca inmensidad nevada.

Fiebre de guerra, el último libro de cuentos de Ballard, que permanecía inédito en español, es un conjunto espléndido de textos que se mueven entre la crítica social y la ficción, entre el Beirut bélico y caótico del relato que da título al libro y la historia secreta de la Tercera Guerra Mundial, que dura sólo cuatro minutos y pasa desapercibida.

Son sólo dos ejemplos. A lo largo del libro la variedad de estilos, de técnicas y de enfoques es una constante e intensa lección de narrativa que culmina en el último texto, El índice, un relato prodigioso que arma una historia exclusivamente con los datos de un índice imaginario. Ese índice es el único resto de la supuesta autobiografía inédita de Henry Rhodes Hamilton, un personaje fundamental en la historia del siglo XX cuya figura ha desaparecido sin dejar más huella que el índice onomástico y analítico.

El de ese relato es un ejercicio de virtuosismo técnico que está al alcance sólo de unos pocos privilegiados como Ballard. Un texto como El índice bastaría para reconocer en él la mano de uno de los escritores más importantes de la literatura inglesa contemporánea.

Sus adictos están de enhorabuena y los que no lo conozcan tienen en este libro una puerta de entrada a un altísimo edificio literario, lleno de imaginación y de talento.

La traducción que han preparado Javier Fernández y David Cruz está a la altura de las circunstancias y hace justicia a la excelente prosa del original.

Santos Domínguez

21 abril 2008

Bolaño salvaje



Bolaño salvaje.
Edición de
Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón.
Candaya. Barcelona, 2008.



Un Bolaño salvaje y cercano es el eje del segundo volumen de la colección Candaya Ensayo, dedicado a Roberto Bolaño (1953-2003), un acercamiento intenso y extenso al mundo personal y literario del último gran escritor latinoamericano.

Bolaño salvaje, el volumen preparado por Edmundo Paz Soldán y Gustavo Faverón Patriau, recoge 25 ensayos sobre la vida y la obra de quien asumió su existencia y su literatura como riesgo y como inconformismo.

Bolaño cercano es el título del documental dirigido por Erik Haasnoot y recogido en el DVD que incorpora el libro con el testimonio de sus amigos escritores, de Carolina López, su viuda, y de su hijo Lautaro.

Enmarcados por dos capítulos que abren y cierran el libro con las palabras de Bolaño (el memorable discurso de Caracas cuando recogió el Rómulo Gallegos y una entrevista inédita hasta ahora), los artículos se ocupan de la visión del mundo de Bolaño, de su evolución y sus ideas políticas, de sus planteamientos estéticos y otras genealogías.

En ellos, diferentes críticos y escritores españoles, latinoamericanos y estadounidenses abordan las claves del universo vital y narrativo de Bolaño, de su escritura total, de su creciente influencia.

Las palabras del autor y las de sus lectores trazan en este medio millar de páginas un recorrido completo por su obra, un itinerario lleno de iluminaciones sobre su producción narrativa, su actividad poética o los planteamientos críticos de un Bolaño que practicó con intensidad la hibridación de distintos géneros, formas y enfoques de la realidad en los que se entrelazan también, como señala Enrique Vila-Matas, sueño profundo, muerte y caligrafía.

Entrañable y huraño, como en la última entrevista, su obra es una indagación en lo oscuro, un salto en el vacío que lo convierte en un autor fractal y extraterritorial, como explica Ignacio Echevarría.

Escribe Jorge Volpi en uno de los artículos del libro: Roberto Bolaño murió el 14 de julio de 2003. Ese mismo día, cerca de la medianoche, se volvió inmortal.

Para los lectores de Bolaño esas palabras contienen una obviedad; para sus amigos, aunque de vez en cuando hablan de él en presente, es una dolorosa metáfora.

Su presencia y su recuerdo atraviesan el documental que acompaña al libro. En él, además de su mujer y su hijo, sus amigos escritores (Vila-Matas, Rodrigo Fresán, Juan Villoro y Antoni García Porta) evocan su amistad y hablan de su geografía – Blanes, México, Barcelona- y su historia, de su vida de escritor, de sus aislamientos de francotirador y sus entusiasmos, de su biblioteca y de esas dos cimas de la literatura en castellano que se titulan Los detectives salvajes y 2666.

Tan imprescindibles como esta excepcional reunión de asedios y afectos.

Santos Domínguez

Manuel Longares. Romanticismo


Manuel Longares.
Romanticismo.
Cátedra Letras Hispánicas.
Madrid, 2008.


En una edición preparada por Juan Carlos Peinado, que ha realizado un minucioso análisis de la obra, Cátedra Letras Hispánicas incorpora a su catálogo a un clásico contemporáneo: Romanticismo, la monumental novela en la que Manuel Longares hace de la Transición española del franquismo a la democracia materia narrativa de alta calidad. 

Con el barrio de Salamanca, ámbito de la alta burguesía franquista, como eje espacial y sociológico, con la inconfundible brillantez estilística del excelente prosista que es Manuel Longares, en quien se actualizan la voz y la mirada de Quevedo, Galdós o Valle, Romanticismo es un análisis lúcido del posfranquismo y una novela fundamental en el panorama narrativo de los últimos cincuenta años.
Santos Domínguez


20 abril 2008

Castilla y otras islas


Jesús del Campo.
Castilla y otras islas.
Editorial Minúscula. Barcelona, 2008


Sus días se han perdido, pero los vio esta niebla.Vigilantes en el bosque que ahora cruzo se ocultaron bandoleros que acariciaban cuchillos sucios de musgo y de barro y de sangre. Y susurraban viejas canciones de burdel reclinados contra troncos de roble, o agazapados entre las frondas de los helechos. Y esquivaban las trochas de los jabalíes, los lobos y los osos con la prisa resuelta de quien tiene que ganarse la vida matando viajeros incautos que hace siglos, y con poca suerte, me precedieron en esta ruta cuando los silencios de la tierra eran un grito de caza, cuando aún no estaba claro si ya había terminado el descanso divino posterior a los ajetreos de la creación.

Voy hacia Castilla con un mapa y un cuaderno y dos manzanas en la mochila que hoy no serían botín respetable para ningún salteador digno de tal nombre, y medito que hay un orden secreto en el arte de oír música mientras se recorre el mundo. Está, de un lado, la que se ajusta al paisaje y lo realza porque le pertenece; del otro, la que choca con él y le otorga una dimensión desconocida.


Con esa alusión a la música y al paisaje comienza Castilla y otras islas, de Jesús del Campo, que publica la Editorial Minúscula en su colección Paisajes narrados.

Los Rolling Stones y la guitarra barroca de Gaspar Sanz, Bruce Springsteen y una pavana de Luis de Milán subrayan o contrastan con el espíritu de lugares como Tordehumos o San Cebrián de Mazote igual que Pedro el Cruel con Falstaff en Ávila con las campanadas a media noche al fondo.

Entre las llanuras bélicas y los páramos de asceta, entre ruinas de torreones y claustros sombríos, Jesús del Campo ha escrito un libro de viajes poliédrico. No una guía turística, sino un itinerario caprichoso unido por la mirada del viajero y por su espléndida prosa, el relato de un recorrido que no sigue otra hoja de ruta que la que le marca el vagabundeo, la única forma digna de recorrer Castilla.

Con una mirada más narrativa que pictórica, Jesús del Campo se centra, más que en la mera descripción del paisaje, en la evocación de los personajes que lo habitaron. Reales o ficticios, mayores o menores, algunos de esos nombres, como Quevedo o Santa Teresa, funcionan como hilos conductores del viaje por un territorio que es el marco de la historia con mayúsculas oficiales y de la anécdota intrahistórica o apócrifa, tal vez más significativa y elocuente.

Andan por sus páginas Lázaro y Manrique, Casanova y Bocherini, Enrique V y Bob Dylan; Paredes de Nava y Escalona, Oña y Astudillo, Toro y Roa en una relación constante entre geografía e historia, entre el lugar y el recuerdo.

Convocados por esa mirada del narrador viajero, se reúnen en sus páginas nombres y paisajes, Castilla la Vieja y La Mancha, Puerto Lápice y Villacastín, Ávila y Toledo, épocas y músicas entre un ayer y un ahora que une la vihuela y el rock, evoca en otros desiertos al Che Guevara o a Janis Joplin o junta a Velázquez con Wellington, y al Empecinado con el conde duque de Olivares en una visión irrepetible de Castilla, por individual y subversiva, porque

Viajar es un acto subversivo, una llamada a las armas. A mi alrededor hay campos en los que hombres a caballo se inclinaron un día para recoger una flor, prenderla en su cota de malla y llevársela a un amor que, como la mujer de Tordehumos, les esperaba detrás de una ventana. Campos en los que reinas ojerosas pasearon maridos muertos. En los que segadores y marqueses y pastores y capitanes y mendigos se dejaron la piel un día, perpetuando ese misterio de la vida que inquieta más por su fin que por su principio. Para poblar el mundo con todos esos rostros que ahora son solo sombras hizo siempre faíta que se acoplaran una mujer y un hombre, de tal suerte que mencionar el nombre simple de un rey o de un verdugo incluye a los padres que se aplicaron a la tarea de engendrarlos. (...)
Somos lo que vemos, y al mismo tiempo lo transformamos con nuestra mirada.


El de Jesús del Campo es el primer nombre español en el catálogo de una colección que supera ya los veinte títulos. Ni la calidad indiscutible de su prosa ni la profundidad de su mirada desmerecen del resto de los paisajes narrados en Editorial Minúscula.


Santos Domínguez

19 abril 2008

Tomás Segovia. Siempre todavía


Tomás Segovia.
Siempre todavía.
Pre-Textos. Valencia, 2008.


Siempre todavía (Pre-Textos), la última entrega poética de Tomás Segovia, de título temporal y machadiano (Hoy es siempre todavía), es una celebración del presente y su persistencia.

Escritos a lo largo de diez meses, entre noviembre de 2006 y septiembre de 2007, los textos de sus tres partes (Fin del túnel, Hoy es siempre y Gestos de amor) son el diario de una resurrección, la crónica de un descubrimiento, el festejo de la luz al final del túnel, la conciencia vitalista del presente. Así, en El convaleciente:

El gladiolo se yergue bajo el viento frío
Nosotros aquí dentro protegidos
Nos inquietamos por su ornato
Su salud
Su precaria belleza amenazada

Y mientras
él prosigue en su lucha obstinada
ignorada y sombría
Su lucha a solas por sobrevivir

Y desde mi butaca
Todo lo entiende mi convalecencia.

Sus poemas hablan de la subida a la luz desde la penumbra, son una celebración del sol del invierno, muestran el deslumbramiento ante la hierba, los pájaros o los árboles, recuperan el asombro agradecido ante el sucederse de las estaciones. Estaciones que en la secuencia temporal del libro se organizan en torno a una luz creciente: desde la penumbra o la soledad del invierno al frío bueno, a la lluvia de primavera, al paraíso del verano, al ahora de Esta hora:

Esta hora tan pura tan sin mancha
Tan viva toda esta hora tan sana
Se la mire por donde se la mire

Donde hasta las rarezas

Toman su sitio y son brillo y encanto

Y la belleza misma es toda simpatía

Esta hora tampoco en sí se cumple

Ninguna hora está sola no hay plenitud cerrada
Tampoco esta preciosa hora

Quiere ser huérfana

También ella interroga su pasado

Quiere fundirse en un río de horas

Que viene de muy lejos y que arrastra su fuerza
No le basta ser ella

La verdad toda del ahora
No le basta reinar aquí — quisiera

Haber sido verdad toda mi vida.

En Siempre todavía, como en sus últimos libros, en los que la contemplación desaloja a la angustia y la sensorialidad es el motor de la reflexión, Tomás Segovia construye el poema como un diálogo jubiloso con la naturaleza humanizada en la que se proyecta la mirada afirmativa del poeta, sobre la flora o el viento insistente de la noche marítima, desde la Atalaya del verano:

El verano y el mar no han cesado un instante
De acometerse mutuamente

Absorto cada uno en sus propios embates

Y sordo a los del otro

Y han ido levantando entre los dos así

Una inmensa atalaya contra el tiempo

Construida a retumbos

Sostenida con ímpetus gigantes

Para que una marea de mansos chapoteos

La diluya al final obtusamente

Igual que los predestinados castillos en la arena.



Santos Domínguez

18 abril 2008

Fin de siglo en Palestina


Miguel-Anxo Murado.
Fin de siglo en Palestina.
Lengua de Trapo. Madrid, 2008.


Sí, había vivido allí, unos años atrás. Pero entonces el City Inn era algo muy distinto, no esta ruina a punto de caerse, esta anomalía en un paisaje lleno de ellas. También entonces había sido una metáfora y un símbolo, pero de otra cosa: de «Oslo», de la esperanza de paz. Pensé que no era extraño que el mismo edificio se hubiese convertido en metáfora de las dos cosas, de la paz y de la guerra. En Palestina ambas están tan enredadas que en el fondo han acabado por ser indistinguibles, como nudos en los cordones de los zapatos que no se pueden desatar. Puede que no sólo fuesen indistinguibles; quizá guerra y paz no eran sino la misma cosa con distinto nombre, las dos caras de una misma moneda. —¿Aquí? ¿Viviste aquí? Lourdes estaba asombrada. Aquel lugar, efectivamente, parecía ahora tan extraño como la cara oculta de la luna. Y entonces decidí recordar. Fue en ese momento cuando empecé a escribir este libro en mi cabeza. Es la nostalgia la que me ha hecho escribirlo, el simple deseo de no olvidar. Trata de los años finales de lo que se llamó la paz y no lo era, y de lo que luego se llamó la guerra y quizá no lo era tampoco. Trata de lugares, de algunas personas, de algunas cosas que no quería borrar tan pronto de la memoria. Habla sin duda de Palestina y de Israel, y del conflicto entre ambos; pero también del sabor de la menta en el té caliente, de los paisajes y los escombros de Cisjordania, de los sonidos y los ruidos. Algunos amigos me dicen que este mundo ya no existe, que ha cambiado en los últimos años. Razón de más para escribir sobre él. Empiezo, pues, por el principio...

Entre el diario de viaje, la crónica periodística y el retablo narrativo, Miguel-Anxo Murado, enviado en 1998 por las Naciones Unidas para colaborar con la Autoridad Palestina, ofrece en Fin de siglo en Palestina, que publica Lengua de Trapo en su colección Desórdenes, un vivo relato descriptivo de la situación que conoció en aquella tierra antigua, a la vez santa y maldita, elegida como cuna de religiones y víctima de todas las plagas bíblicas, lugar sagrado e infierno cotidiano.

Un ejercicio de memoria, de análisis lúcido y de denuncia moral escrito por Miguel-Anxo Murado, que estuvo cinco años allí, fue jefe de comunicación de Belén 2000, participó en la organización de la visita de Juan Pablo II a Tierra Santa y fue testigo de la expectación de los acuerdos de Oslo y la segunda intifada, de una burocracia caótica, de episodios grotescos como la visita de Demis Roussos, que exigía trato protocolario de figura internacional en un Belén en ruinas o desituaciones trágicas como los bombardeos de población civil.

Narrada con mucha soltura y un estilo vivo, directo e irónico, sus capítulos abordan - a veces con distancia, a veces con indignación- las distintas estrategias de supervivencia en aquellos territorios desolados. Y lo hacen con una mezcla de compromiso y de precisión, de escepticismo y de rabia, tomando partido y dando voz a los que no la tienen y asumiendo el deber ético de contar lo que ha visto, al dictado moral de la memoria.


Luis E. Aldave