20/4/08

Castilla y otras islas


Jesús del Campo.
Castilla y otras islas.
Editorial Minúscula. Barcelona, 2008


Sus días se han perdido, pero los vio esta niebla.Vigilantes en el bosque que ahora cruzo se ocultaron bandoleros que acariciaban cuchillos sucios de musgo y de barro y de sangre. Y susurraban viejas canciones de burdel reclinados contra troncos de roble, o agazapados entre las frondas de los helechos. Y esquivaban las trochas de los jabalíes, los lobos y los osos con la prisa resuelta de quien tiene que ganarse la vida matando viajeros incautos que hace siglos, y con poca suerte, me precedieron en esta ruta cuando los silencios de la tierra eran un grito de caza, cuando aún no estaba claro si ya había terminado el descanso divino posterior a los ajetreos de la creación.

Voy hacia Castilla con un mapa y un cuaderno y dos manzanas en la mochila que hoy no serían botín respetable para ningún salteador digno de tal nombre, y medito que hay un orden secreto en el arte de oír música mientras se recorre el mundo. Está, de un lado, la que se ajusta al paisaje y lo realza porque le pertenece; del otro, la que choca con él y le otorga una dimensión desconocida.


Con esa alusión a la música y al paisaje comienza Castilla y otras islas, de Jesús del Campo, que publica la Editorial Minúscula en su colección Paisajes narrados.

Los Rolling Stones y la guitarra barroca de Gaspar Sanz, Bruce Springsteen y una pavana de Luis de Milán subrayan o contrastan con el espíritu de lugares como Tordehumos o San Cebrián de Mazote igual que Pedro el Cruel con Falstaff en Ávila con las campanadas a media noche al fondo.

Entre las llanuras bélicas y los páramos de asceta, entre ruinas de torreones y claustros sombríos, Jesús del Campo ha escrito un libro de viajes poliédrico. No una guía turística, sino un itinerario caprichoso unido por la mirada del viajero y por su espléndida prosa, el relato de un recorrido que no sigue otra hoja de ruta que la que le marca el vagabundeo, la única forma digna de recorrer Castilla.

Con una mirada más narrativa que pictórica, Jesús del Campo se centra, más que en la mera descripción del paisaje, en la evocación de los personajes que lo habitaron. Reales o ficticios, mayores o menores, algunos de esos nombres, como Quevedo o Santa Teresa, funcionan como hilos conductores del viaje por un territorio que es el marco de la historia con mayúsculas oficiales y de la anécdota intrahistórica o apócrifa, tal vez más significativa y elocuente.

Andan por sus páginas Lázaro y Manrique, Casanova y Bocherini, Enrique V y Bob Dylan; Paredes de Nava y Escalona, Oña y Astudillo, Toro y Roa en una relación constante entre geografía e historia, entre el lugar y el recuerdo.

Convocados por esa mirada del narrador viajero, se reúnen en sus páginas nombres y paisajes, Castilla la Vieja y La Mancha, Puerto Lápice y Villacastín, Ávila y Toledo, épocas y músicas entre un ayer y un ahora que une la vihuela y el rock, evoca en otros desiertos al Che Guevara o a Janis Joplin o junta a Velázquez con Wellington, y al Empecinado con el conde duque de Olivares en una visión irrepetible de Castilla, por individual y subversiva, porque

Viajar es un acto subversivo, una llamada a las armas. A mi alrededor hay campos en los que hombres a caballo se inclinaron un día para recoger una flor, prenderla en su cota de malla y llevársela a un amor que, como la mujer de Tordehumos, les esperaba detrás de una ventana. Campos en los que reinas ojerosas pasearon maridos muertos. En los que segadores y marqueses y pastores y capitanes y mendigos se dejaron la piel un día, perpetuando ese misterio de la vida que inquieta más por su fin que por su principio. Para poblar el mundo con todos esos rostros que ahora son solo sombras hizo siempre faíta que se acoplaran una mujer y un hombre, de tal suerte que mencionar el nombre simple de un rey o de un verdugo incluye a los padres que se aplicaron a la tarea de engendrarlos. (...)
Somos lo que vemos, y al mismo tiempo lo transformamos con nuestra mirada.


El de Jesús del Campo es el primer nombre español en el catálogo de una colección que supera ya los veinte títulos. Ni la calidad indiscutible de su prosa ni la profundidad de su mirada desmerecen del resto de los paisajes narrados en Editorial Minúscula.


Santos Domínguez