15/4/08

Narciso Fin de Siglo


Manuel Segade.
Narciso Fin de Siglo.
Melusina. Barcelona, 2008.


El tema del Fin de Siglo es el de la voluntad de ser empecinada en este espacio del ya no. El dibujante decadente Aubrey Beardsley dijo en un banquete, después de atraer la atención general golpeando su copa con un cubierto: «Quiero hablar de un tema interesante: de mí mismo». Stéphane Mallarmé le explicaba en una carta a su amigo Aubanel: «Acabo de gestar el plan para toda mi obra, después de haber hallado la clave de mí mismo». Odilon Redon tituló su diario: À soi-même: journal (1867-1915). Hugo Von Hofmannsthal, en la Carta de Lord Chandos, pone en boca de su alter ego el deseo de escribir una obra inmensa en la que hablar de los mitos con el don de lenguas: «La obra entera se titularía Nosce te ipsum», el «conócete a ti mismo» del mandato délfico. Los creadores del Fin de Siglo asumieron la autoconciencia como requisito previo al acto creador. Todos se miraron dentro, como Narciso contemplaba su reflejo sobre la superficie del agua.

Las palabras son de Manuel Segade y pertenecen a su Narciso Fin de Siglo, que publica Melusina. Un ensayo de historia de la cultura que recorre con rigor y en profundidad la crisis finisecular en la que está la génesis del pensamiento posmoderno.

La literatura, el arte, la filosofía o el teatro fueron algunos de los campos en los que se manifestó esa crisis que cambiaría la cultura contemporánea; Walter Benjamin, Strindberg o Baudelaire son los nombres de sus mejores representantes y en París estuvo el epicentro de aquel profundo terremoto que – como todos los procesos culturales- afectó también a la vida cotidiana, desde la percepción de la autoconciencia en los diarios íntimos a la decoración o las modas indumentarias pasando por la sexualidad, lo esotérico o el consumo de estupefacientes.

La crisis de la razón objetiva y del método naturalista dejó la puerta abierta a un subjetivismo crítico que coincidía con una crisis de la conciencia del sujeto, cada vez más opaco. El irracionalismo, la ensoñación evasiva, la mirada ensimismada en el espejo, el sensorialismo y el yo exhibicionista de este segundo romanticismo son algunas de las actitudes cuyos antecedentes se rastrean en la tradición previa del movimiento romántico. Y sobre todo, aportan claves fundamentales para entender el presente, porque aquel fin de siglo es una parte esencial del discurso de la modernidad.

Entre un Baudelaire que revitalizó el Romanticismo y un Mallarmé que entendió la literatura como instrumento para una explicación órfica del mundo, el espacio cultural donde se produce esa explosión de subjetividad problemática contiene figuras como la de Sarah Bernhardt, Wilde o Alfred Jarry, los dibujos de Aubrey Beardsley o el diario de André Gide, que convierte al personaje mitológico de Narciso y su mirada en el agua en una metáfora del artista.

Subrayadas con un interesantísimo material gráfico que resume aquella sensibilidad, las páginas de este Narciso Fin de Siglo completan un excelente panorama de la cultura finisecular. En ese panorama, descrito con vigor y lucidez por Manuel Segade, los árboles dejan ver el bosque de aquella crisis que presagiaba ya el irracionalismo de entreguerras y los procesos de la posmodernidad.

Santos Domínguez