2/4/08

La fórmula preferida del profesor


Yoko Ogawa.
La fórmula preferida del profesor.
Traducción de
Yoshiko Sugiyama y Héctor Jiménez Ferrer.
Postfacio de León González Sotos.
Funambulista. Madrid, 2008.



Mi hijo y yo le llamábamos profesor. Y el profesor llamaba a mi hijo «Root», porque su coronilla era tan plana como el signo de la raíz cuadrada. —Vaya, vaya. Parece que aquí debajo hay un corazón bastante inteligente —había dicho el profesor mientras le acariciaba la cabeza sin preocuparse de que se le despeinara. Mi hijo, que llevaba siempre una gorra para que sus amigos no se burlasen de él, metió la cabeza entre los hombros, a la defensiva. —Utilizándolo, se puede dar una verdadera identidad a los números infinitos, así como a los imaginarios. Y dibujó el signo de la raíz cuadrada con el dedo índice en el borde de su escritorio, sobre el polvo acumulado.

Yoko Ogawa (1962) es la escritora más famosa y de más éxito en el Japón actual. Funambulista, la misma editorial que publicó recientemente la traducción de El embarazo de mi hermana, edita en la misma colección, Literadura, La fórmula preferida del profesor, que se ha convertido en un fenómeno social en Japón con sus dos millones de ejemplares vendidos.

Además del éxito que refleja la pura estadística editorial y de la obtención del Premio Librerías Japonesas o el de la Sociedad Nacional de Matemáticas “por haber mostrado la belleza de esta disciplina”, de esta obra se han realizado adaptaciones al cine, al cómic y al formato digital del CD.

Yoko Ogawa ha desplegado altas dosis de talento literario, inteligencia y sensibilidad para escribir la hostoria de una humilde madre soltera, la narradora anónima de la novela, que trabaja como asistenta de un viejo profesor de matemáticas que pierde la autonomía de su memoria en un accidente de coche, de tal manera que sólo le dura 80 minutos.

Entre el profesor, la asistenta y su hijo de 10 años se establece una honda relación humana en la que, como señala en el postfacio el profesor León González Sotos, asistimos al emocionado ajetreo, de venerable filiación platónica, entre la anónima doméstica, el también —¿innombrable?— Profesor y el pupilo Root. Entre idas y venidas, tareas caseras y cuidados piadosos a su muy especial cliente, éste va desvelando las arcanas relaciones numéricas que los datos cotidianos más anodinos pueden encerrar.

Una novela de formación, una celebración de la amistad, la inteligencia y la sensibilidad que tiene uno de sus mejores momentos en este pasaje que reúne a los tres personajes para demostrar, entre otras cosas, que la sabiduría deductiva y la inteligencia especulativa es patrimonio de todas las personas:

—Ejem, los deberes que nos puso eran: cuál es la suma de todos los números naturales del 1 al 10...
Root se puso más serio que nunca. Carraspeó una vez y escribió en el bloc de dibujo que yo sujetaba, en un renglón horizontal, los números del 1 al 9, antes de escribir el 10 un poco apartado, tal y como habíamos ensayado la noche anterior.

—Sabemos cuál es la solución. Es 55. La conseguí sumando todas las cifras, pero no te ha convencido la respuesta.
Con los brazos cruzados, el profesor prestaba oídos muy atentamente, para no perder ni una sola palabra.

—En primer lugar sólo tendremos en cuenta hasta el 9. De momento nos olvidaremos del 10. La mitad, entre el 1 y el 9 está en el 5. Es decir, el 5 es el... eh...

—El promedio —le soplé.
—Ah, sí. Es el promedio. Como en el colegio todavía no me han enseñado a encontrar el promedio, mamá me lo ha explicado. Si sumamos los números del 1 al 9 y dividimos entre 9, tenemos 5, y ... 5 × 9 = 45, y ésta es la suma de las cifras de 1 a 9. Y ahora recordemos el 10, que habíamos dejado de lado.

Root volvió a agarrar el rotulador y escribió la fórmula.

5 × 9 + 10 = 55
El profesor se quedó inmóvil durante un rato. Contemplaba la fórmula con los brazos cruzados, sin pronunciar palabra.

Mayra Vela