Ignacio Carrión.
India, vagón 14-24.
Ilustraciones de Alfredo.
Rey Lear. Madrid, 2008.
India, vagón 14-24.
Ilustraciones de Alfredo.
Rey Lear. Madrid, 2008.
Yo tenía muchas ganas de recorrer la India en tren. Había leído a los grandes viajeros ingleses. Había visto documentales sobre aquélla ex colonia británica. Había estudiado la personalidad de Gandhi. Y antes incluso de hacer el viaje en un vagón de ferrocarril tal como relato en este libro, había visitado en otras ocasiones algunas ciudades indias para familiarizarme, hasta donde fuera posible, con un pueblo que no se parece a ningún otro.
Se publicó originalmente en 1977, aunque una serie de problemas editoriales y de distribución impidieron que este India, vagón 14-24 de Ignacio Carrión circulara entonces adecuadamente. Ahora lo recupera Rey Lear en una cuidada edición ilustrada por Alfredo.
Su calidad narrativa se sobrepone, como en los mejores libros de viaje, a la mera reseña de un itinerario para transmitir una imagen de la realidad y del viajero. Porque no sólo lo mirado, sino quien mira, se convierte en eje del libro.
Y es que, como señala el propio Ignacio Carrión en el prólogo que ha escrito para esta reedición, lo más placentero de un viaje es contarlo /.../ Pero un libro de viajes es siempre parcial y subjetivo, pues tal como yo lo entiendo es ante todo un libro del viaje interior que escribes al recorrer el mundo exterior.
Nueva Delhi, el Ganges, Benarés, Madrás, Bombay o Calcuta son algunas de las etapas por una India inmutable llena de mendigos, vacas y excrementos, con ciudades ruidosas de tráfico caótico, con el calor y la humedad como compañeros de viaje.
Y ahora recuerdo cómo ha surgido este viaje. De casualidad. Por un anuncio muy pequeño que vi en un periódico de Londres. Decía, vuelta a la India en tren por ochenta libras. Menos de diez mil pesetas. Una risa. Mes y medio. Y entonces llamé al teléfono y una señorita me dijo que no había error. Hay un tipo que se llama Jim Glossop, un tipo de Yorkshire, que ha alquilado un vagón de ferrocarril y lo tiene en la estación de Delhi. Espera reunir doce o catorce viajeros. Y en seguida engancharán el vagón a los trenes ordinarios indios para dar la vuelta al país. Despacio, como hay que hacerlo todo en la India. Locomotoras a vapor. En contacto siempre con el pueblo. Nada de autocares refrigerados con guía intérprete que hace chistes. De lujos nada. A dormir en el suelo. Y a comer lo que se encuentre. El vagón lleva retrete y cocina.Y barrotes en las ventanillas. Lo indispensable.
Pero no hay aquí sólo nombres de ciudades. De ese paisaje también forman parte nombres de personas como Indira Gandhi o Teresa de Calcuta, el organizador del viaje Glossop, los viajeros ingleses que le acompañan (Bill, Eroll, Katty) o un jesuita que vive en Bombay enloquecido, apocalíptico y milagrero.
Con ese material aportado por un país en el que todo es excesivo, desde la población a la pobreza pasando por los dos mil templos de Benarés, Ignacio Carrión hace de India, vagón 14-24 mucho más que un libro de viajes: una reunión de historias y de vidas en un espacio mágico por el que no parece pasar el tiempo.
Se publicó originalmente en 1977, aunque una serie de problemas editoriales y de distribución impidieron que este India, vagón 14-24 de Ignacio Carrión circulara entonces adecuadamente. Ahora lo recupera Rey Lear en una cuidada edición ilustrada por Alfredo.
Su calidad narrativa se sobrepone, como en los mejores libros de viaje, a la mera reseña de un itinerario para transmitir una imagen de la realidad y del viajero. Porque no sólo lo mirado, sino quien mira, se convierte en eje del libro.
Y es que, como señala el propio Ignacio Carrión en el prólogo que ha escrito para esta reedición, lo más placentero de un viaje es contarlo /.../ Pero un libro de viajes es siempre parcial y subjetivo, pues tal como yo lo entiendo es ante todo un libro del viaje interior que escribes al recorrer el mundo exterior.
Nueva Delhi, el Ganges, Benarés, Madrás, Bombay o Calcuta son algunas de las etapas por una India inmutable llena de mendigos, vacas y excrementos, con ciudades ruidosas de tráfico caótico, con el calor y la humedad como compañeros de viaje.
Y ahora recuerdo cómo ha surgido este viaje. De casualidad. Por un anuncio muy pequeño que vi en un periódico de Londres. Decía, vuelta a la India en tren por ochenta libras. Menos de diez mil pesetas. Una risa. Mes y medio. Y entonces llamé al teléfono y una señorita me dijo que no había error. Hay un tipo que se llama Jim Glossop, un tipo de Yorkshire, que ha alquilado un vagón de ferrocarril y lo tiene en la estación de Delhi. Espera reunir doce o catorce viajeros. Y en seguida engancharán el vagón a los trenes ordinarios indios para dar la vuelta al país. Despacio, como hay que hacerlo todo en la India. Locomotoras a vapor. En contacto siempre con el pueblo. Nada de autocares refrigerados con guía intérprete que hace chistes. De lujos nada. A dormir en el suelo. Y a comer lo que se encuentre. El vagón lleva retrete y cocina.Y barrotes en las ventanillas. Lo indispensable.
Pero no hay aquí sólo nombres de ciudades. De ese paisaje también forman parte nombres de personas como Indira Gandhi o Teresa de Calcuta, el organizador del viaje Glossop, los viajeros ingleses que le acompañan (Bill, Eroll, Katty) o un jesuita que vive en Bombay enloquecido, apocalíptico y milagrero.
Con ese material aportado por un país en el que todo es excesivo, desde la población a la pobreza pasando por los dos mil templos de Benarés, Ignacio Carrión hace de India, vagón 14-24 mucho más que un libro de viajes: una reunión de historias y de vidas en un espacio mágico por el que no parece pasar el tiempo.
Santos Domínguez