José María Álvarez.
Museo de cera.
Editorial Balduque. Cartagena, 2022.
PRÍNCIPE DE LAS TINIEBLAS
«¡Maldición, estamos rodeados!», de ALGÚN LIBRO
El limpio cielo
Del Sur El calor de una copa
Mientras escucho a Mozart
Las telas de Velázquez o Rousseau
Estas playas en calma que contemplo
Y aquellas que en Homero
O con Virgilio he divisado tantas veces
Quienes me amaron y yo amé
La lealtad que mi alma
Guarda a determinados
Paisajes rostros libros
La luz de la cabecera de mi cama
Y en ella Stevenson Montaigne
Cervantes Tácito Stendhal
Shakespeare o Borges
Mi cuerpo y mi destino
Que acepto
Eso es todo
Es uno de los poemas iniciales de la edición en dos volúmenes de Museo de cera, de José María Álvarez, en la Editorial Balduque. Una obra en marcha que, desde su primera aparición en 1971, con el título 87 poemas, hasta esta que es la novena y definitiva edición, se ha convertido en una de las aventuras poéticas más ambiciosas y brillantes del último medio siglo.
Articulado en tres libros (Otium, Fabulario, Le rêve), subdivididos en abundantes capítulos, Museo de cera es un aleph en el que confluyen luces y sombras, tiempos y lugares, nombres y libros, que componen -entre la oda y la elegía- un mosaico de la cultura universal o proponen una imagen hímnica del mundo.
Una imagen hecha de memoria y sueño, de lectura y escritura, de vida y arte en un proceso de construcción y de depuración poética que refleja la evolución personal de José María Álvarez, que justifica con Museo de cera “toda / una vida que no ha tenido otro sentido / que escribir.”
Un poeta que -como señaló Alfredo Rodríguez- “hace suya la escritura como memoria cultural ‒memoria vital y estética‒, con esa voluntad integradora y selectiva de la literatura, en la escala sutil de la belleza. Álvarez se instala en los hitos literarios para volcar en ellos su propia memoria personal en busca de una totalización poética. Es la visión deslumbrada ante el mundo. Porque además, damas bellísimas, ruinas desoladas, noches de Venecia, de Roma o Estambul... desfilan por sus poemas. Hay en Álvarez, siempre, una elección, desde un plano de nobleza, de altura. Los motivos, las pasiones, alusiones, objetos y criaturas de su obra, están marcadas por su sello poético, por su ademán ennoblecedor. La fuerte pasión que como poeta experimenta le lleva a iluminar sus creaciones y, en general toda la realidad, de un esplendor y belleza que las vivifica y exalta. Es esa capacidad de sugestión su poder para descubrirnos y para hacernos descubrir mundos propios y ajenos.”
Memoria cultural y personal, belleza y visión deslumbrada, pasión y excelencia poética son, pues, las claves vertebrales de la poesía de José María Álvarez. Una poesía anclada a los nombres de la memoria -de Stevenson a la Ilíada, de Dante a Borges, de Shakespeare a Hölderlin, de Velázquez a Mozart, de Borges a Virgilio, de Montaigne a Kavafis- y a los escenarios del sueño: de Alejandría a Venecia o a París, de Sevilla a Siracusa, de Londres a La Habana, de Estambul a Roma, donde ubica esta espléndida ‘Elegía romana’:
Si alguna vez me pierdo,
Buscadme en Roma.
Amo tanto Istanbul…
Pero buscadme en Roma.
Deseo más Venezia,
Mi juventud está en París
Y mi corazón es de New York,
Pero buscadme en Roma.
Si alguna vez me pierdo,
Id a Roma, y al atardecer
Salir a pasear sin rumbo fijo.
Me encontraréis mirando la fachada
De algún viejo palacio,
Hablando con cualquiera.
Me alegraré de veros,
Os invitaré a beber
Y recordaremos el pasado.
Como en el aleph borgiano, comparecen en Museo de cera lugares y momentos, personas y personajes, músicos, escritores y pintores, antiguos y modernos, clásicos y postcontemporáneos. Y el culturalismo -nunca decorativo, siempre intensamente vivido- se hace carne y se convierte en clave cifrada de la elegía, la sátira o la oda, en máscaras y en correlatos metafóricos en los que convergen y se funden la vida y la poesía. Así lo resumía en ‘¡Sin prisioneros!’, un monólogo rebelde e intenso puesto en boca de Rimbaud:
Lo importante es la vida,
su trallazo.
Y la Poesía es un destino en carne viva.
El tiempo fugitivo y la belleza efímera se conjuran en Museo de cera desde las confluencias del lirismo y la narratividad para resumir la intensidad vital y literaria de una obra total que cierra Signifying nothing, un largo poema que termina con estos versos:
Enciendo un cigarro. Sobre mí se mueve
la silenciosa noche, el cerco suntuoso
de la Luna. Siento
cómo mi ser se
petrifica.
El viejo,
misterioso,
inescrutable, amado
fluir
de la vida.
Y es como si en la
cima de mi desasimiento
se rompiera el último hilo.
Y
ya
sólo
un vaho de
carne,
animal,
despiadado,
arrogante,
feliz.
Santos Domínguez