Garcilaso de la Vega.
Poesía.
Edición de Ignacio García Aguilar.
Letras Hispánicas Cátedra. Madrid, 2020.
No más de dos o tres poetas tienen el privilegio de erigirse en cada lengua como referencia para los siglos posteriores. Garcilaso es sin duda uno de ellos. Es el primer clásico de la poesía española no sólo porque las tempranas ediciones comentadas del Brocense y de Fernando de Herrera antes de que terminara el siglo XVI le otorgaron esa categoría y equipararon su obra a la de poetas como Horacio y Virgilio como merecedora de comentarios, sino también porque ningún otro poeta ha ejercido una influencia tan duradera y determinante sobre toda la poesía posterior en lengua española.
Su importancia no radica sólo en la decisiva incorporación de las modas italianas a la música de la poesía española con la métrica toscana del endecasílabo y el heptasílabo y sus estrofas asociadas, ni en la recuperación de temas mitológicos con el mismo fervor renacentista con que proyecta su mirada melancólica a un paisaje emocional animado desde la perspectiva petrarquista del amor.
Aun siendo todo eso muy importante, la aportación más importante de Garcilaso es la incorporación de una nueva tonalidad lírica, la construcción de una voz poética que alteraría hacia el futuro el tono de la expresión poética. Por eso hay un antes y un después de las tres Églogas y de algunos de sus sonetos, que abrieron un camino por el que transitaría toda la poesía española desde entonces.
Porque Garcilaso abrió la literatura española a la modernidad y convirtió en poetas anticuados a contemporáneos como Boscán y Castillejo, o enterró en una distancia mayor que los siglos a autores como el marqués de Santillana, definitivamente oscurecidos sus torpes intentos italianistas por el equilibrio de emoción y palabra, de elegancia y naturalidad en la poesía del toledano, que aunó ejemplarmente el ejercicio de las armas y las letras y se convirtió en ejemplo paradigmático del cortesano que reivindicó Castiglione como modelo ideal del hombre renacentista.
La imprenta y el humanismo, el imperio y la conquista de América, la Gramática de Nebrija y el petrarquismo son el telón de fondo cultural de la naciente modernidad que encarna Garcilaso como pocos con la inauguración de una nueva música y una nueva mirada a la naturaleza, con una nueva conciencia estilística que asoma tras la escenografía bucólica que sirve de marco a las voces pastoriles que lamentan el desdén, el abandono o la muerte de la amada.
Y en su biografía sentimental y poética, unas bodas reales entre Sevilla y Granada, una conversación de Boscán y Navagero, Isabel Freire y una desdeñosa dama napolitana, el Emperador y un fructífero y decisivo destierro en Nápoles, el amor y la muerte, Elisa o Galatea y Salicio o Nemoroso, la dulce melancolía y el sereno estoicismo, el dolorido sentir y la autenticidad de la palabra, el Tajo de las églogas y el Danubio de la Canción III, en los que fluye una obra poética breve e intensa, atravesada por el temblor y la armonía, escrita entre la serenidad y el desgarro afectivo y proyectada en la nostalgia y el paisaje.
Por eso, siempre es motivo de celebración una nueva edición de su poesía como la que acaba de publicar en Cátedra Letras Hispánicas, Ignacio García Aguilar, que abre su edición con un amplio estudio introductorio en el que analiza, además de la peripecia editorial del texto, la trayectoria poética de Garcilaso, el alcance de su renovación poética la vocación de modernidad que hay en la construcción de su yo lírico a través de una mirada introspectiva que le permitió “la conquista de un espacio literario, rezumante de modernidad y de novedosas soluciones poéticas.”
Minuciosamente anotada, sus abundantes y certeras observaciones sobre los versos de Garcilaso incorporan tanto la tradición crítica temprana del Brocense y Herrera como las aportaciones de comentaristas contemporáneos como Lapesa, Rivers o Morros.
Su importancia no radica sólo en la decisiva incorporación de las modas italianas a la música de la poesía española con la métrica toscana del endecasílabo y el heptasílabo y sus estrofas asociadas, ni en la recuperación de temas mitológicos con el mismo fervor renacentista con que proyecta su mirada melancólica a un paisaje emocional animado desde la perspectiva petrarquista del amor.
Aun siendo todo eso muy importante, la aportación más importante de Garcilaso es la incorporación de una nueva tonalidad lírica, la construcción de una voz poética que alteraría hacia el futuro el tono de la expresión poética. Por eso hay un antes y un después de las tres Églogas y de algunos de sus sonetos, que abrieron un camino por el que transitaría toda la poesía española desde entonces.
Porque Garcilaso abrió la literatura española a la modernidad y convirtió en poetas anticuados a contemporáneos como Boscán y Castillejo, o enterró en una distancia mayor que los siglos a autores como el marqués de Santillana, definitivamente oscurecidos sus torpes intentos italianistas por el equilibrio de emoción y palabra, de elegancia y naturalidad en la poesía del toledano, que aunó ejemplarmente el ejercicio de las armas y las letras y se convirtió en ejemplo paradigmático del cortesano que reivindicó Castiglione como modelo ideal del hombre renacentista.
La imprenta y el humanismo, el imperio y la conquista de América, la Gramática de Nebrija y el petrarquismo son el telón de fondo cultural de la naciente modernidad que encarna Garcilaso como pocos con la inauguración de una nueva música y una nueva mirada a la naturaleza, con una nueva conciencia estilística que asoma tras la escenografía bucólica que sirve de marco a las voces pastoriles que lamentan el desdén, el abandono o la muerte de la amada.
Y en su biografía sentimental y poética, unas bodas reales entre Sevilla y Granada, una conversación de Boscán y Navagero, Isabel Freire y una desdeñosa dama napolitana, el Emperador y un fructífero y decisivo destierro en Nápoles, el amor y la muerte, Elisa o Galatea y Salicio o Nemoroso, la dulce melancolía y el sereno estoicismo, el dolorido sentir y la autenticidad de la palabra, el Tajo de las églogas y el Danubio de la Canción III, en los que fluye una obra poética breve e intensa, atravesada por el temblor y la armonía, escrita entre la serenidad y el desgarro afectivo y proyectada en la nostalgia y el paisaje.
Por eso, siempre es motivo de celebración una nueva edición de su poesía como la que acaba de publicar en Cátedra Letras Hispánicas, Ignacio García Aguilar, que abre su edición con un amplio estudio introductorio en el que analiza, además de la peripecia editorial del texto, la trayectoria poética de Garcilaso, el alcance de su renovación poética la vocación de modernidad que hay en la construcción de su yo lírico a través de una mirada introspectiva que le permitió “la conquista de un espacio literario, rezumante de modernidad y de novedosas soluciones poéticas.”
Minuciosamente anotada, sus abundantes y certeras observaciones sobre los versos de Garcilaso incorporan tanto la tradición crítica temprana del Brocense y Herrera como las aportaciones de comentaristas contemporáneos como Lapesa, Rivers o Morros.
Santos Domínguez