18/9/20

Billy Collins. La lluvia en Portugal


Billy Collins.
La lluvia en Portugal.
Traducción de Juan José Vélez.
Prólogo de Santos Domínguez.
Valparaíso Ediciones. Granada, 2020.


INVITACIÓN AL VIAJE *

“¿No es la poesía un megáfono pegado/ a los susurrantes labios de la  muerte?”, escribe Billy Collins en uno de los poemas de La lluvia en Portugal. Y es que la conciencia del tiempo y una mirada suavemente elegiaca recorren muchos de los poemas de este libro que se suma en los catálogos españoles a los dos que aparecieron casi simultáneamente en 2007 -Lo malo de la poesía y otros poemas (Bartleby) y la amplia antología Navegando a solas por la habitación (DVD) y a la reciente traducción de otra selección de sus Poemas por Juan José Vélez Otero en esta misma editorial.

Billy Collins (Nueva York, 1941) es el poeta más popular de Estados Unidos y ha cimentado su poesía en un tono confesional y en una voz afable que busca la complicidad del lector y da testimonio de la vida humilde y diaria, de la trivialidad de lo cotidiano, del misterio cercano de la existencia.

Y ante ese misterio, la actitud del poeta es la de quien hace un elogio de la ignorancia de los perros de Mineápolis, “que no tienen ni idea de que están en Mineápolis”; la de quien evoca una hormiga en una “nublada mañana de un día laborable” o resume la vida en “el retrato / de una familia anónima holandesa / pintada por una artista anónimo holandés.”

Humildad, precisión y fuerza expresiva son los tres ejes que definen la tonalidad y el timbre emocional de los poemas de Collins, un poeta de interiores que enlaza con la tradición de los poemas conversacionales de Coleridge, otro poeta del domicilio, para hablar de la pintura y del amor, de la soledad y la muerte, del tiempo y los viajes.

Vinculado a la poesía de Frost, Larkin o Lowell y a su desnudez expresiva, como todos ellos Collins convierte la escritura aparentemente circunstancial de sus poemas acogedores en poesía meditativa que se remonta desde el objeto cotidiano en la habitación, la calle o el bar a una profundización en su interior.

Se ha hablado con frecuencia de la vinculación de la poesía de Collins con el jazz, música de la que se ha declarado seguidor y que está presente también, desde el inicial, en algunos de los poemas de este libro. Más allá de la pura referencia, se trata de una influencia compositiva que vincula la improvisación en el jazz a la improvisación en parte de la poesía contemporánea y que en Collins incide en un cierto tono sincopado, pero sobre todo en la técnica de construcción del poema, que suele tener un comienzo suave para terminar en una explosión de fuerza expresiva.

Y así están dosificados los elementos de su poesía: con un punto de partida en la descripción de un escenario doméstico, una anécdota intranscendente o una situación trivial para sacar de allí revelaciones llenas de matices o intuiciones de gran intensidad emocional.

Porque la poesía se plantea en Collins como viaje de un lugar a otro de la mente, desde la realidad a la imaginación, una imaginación lúcida y divagadora que lleva al poema, al autor y al lector a terrenos desconocidos desde una poesía tan doméstica como los perros que aparecen con frecuencia en sus libros.

Lo que rodea al poeta en su vida cotidiana, las turbulencias en un vuelo con Shakespeare al lado, un bodegón o un embotellamiento con sirenas, una veleta o un gato en acecho se convierten así en la puerta de acceso a una realidad más amplia, más profunda, más abstracta que Collins enfoca entre el ingenio y la ironía, entre la meditación y la evocación.

Los objetos humildes, los tiempos y los paisajes, las situaciones triviales e irrepetibles del presente dan lugar a una celebración de lo cotidiano y del instante que se revela como expresión de una aguda conciencia del tiempo y que enlaza esta poesía, como la de otros norteamericanos contemporáneos vinculados a la generación beat como Rexroth, a la tradición poética del haiku japonés, en el que sólo existe el presente, lo que ocurre en el preciso instante del poema:

El problema del presente
es que está siempre desapareciendo.
Atrapa el segundo que se tarda
en acabar esta frase con un punto. Ya se ha ido.

Convencido de que cada sustantivo cuenta una larga historia, de que cualquier palabra encierra toda un épica, Collins huye de la grandilocuencia metafórica o de la sorpresa del adjetivo y dirige su esfuerzo poético a conseguir que el poema sea claro, articulado e inteligible, aunque de una hondura tan inquietante como la de este breve Predador:

Se tarda solo un minuto
en enterrar un pájaro.
Dos paladas de tierra
y ya está.

El gato, sentado a la puerta,
se queda dudando
si quedarse allí,
o si salir.

Comparaciones, imágenes o metáforas de sentido común, apoyadas en una lógica que entiende cualquier lector, son los instrumentos que utiliza el poeta en la exploración poética del mundo que afrontan cada uno de sus libros y cada uno de sus poemas, apoyados en su narratividad y en un coloquialismo que permite pasar de la aparente inocencia de una mirada naïf a la irracionalidad limitada que emerge a veces en ellos.

Cada poema de Collins es una invitación al viaje, una transición de estados de ánimo entre la elegía y la alabanza. No es una casualidad que el libro se cierre con un poema titulado Alegría en el que se lee esta afirmación de la vida:

¡Qué maravilla estar vivo sobre la tierra
entre toda esa maquinaria de la traslación!

Santos Domínguez 

* Este es el prólogo que abre La lluvia en Portugal