4/9/20

Cartas a un joven poeta

Rainer Maria Rilke.
Cartas a un joven poeta.
Traducción de Miguel Mejía.
La Isla de Siltolá. Sevilla, 2020.

Pregunta usted si sus versos son buenos. Me pregunta usted a mí. Ya les ha preguntado a otros antes. Los envía a usted a revistas. Los compara con otros poemas y se inquieta cuando ciertas redacciones rechazan sus probaturas. Pues ahora, dado que usted me ha autorizado aconsejarle, yo le pido que deje de hacer todo eso. Está usted mirando hacia afuera y eso es lo que, ante todo, no debería hacer ahora. Nadie puede aconsejarle ni ayudarle, nadie. Solo hay un único medio. Entre usted en sí mismo. Analice el motivo que lo llama a escribir; compruebe si este extiende sus raíces en el lugar más profundo de su corazón, confiésese a sí mismo si habría usted de morir en caso de que se le prohibiera escribir. Y esto ante todo: en el momento más tranquilo de sus noches, pregúntese: ¿debo escribir? Ahonde en sí mismo en busca de una respuesta profunda. Y si esta hubiera de ser afirmativa, si hubiera usted de confrontar esta pregunta tan seria con un rotundo y sencillo “Debo hacerlo”, construya entonces su vida a partir de esa necesidad; su vida, hasta en sus horas más anodinas e insignificantes, debe convertirse en prueba y testimonio de ese impulso. Acérquese luego a la naturaleza. Luego intente, como el primer ser humano, decir lo que ve y lo que vive y lo que ama y lo que pierde. No escriba poemas de amor; apártese al principio de aquellas formas que son demasiado comunes y corrientes; esas son las más complicadas, pues se precisa de una grande y madura fortaleza para aportar algo propio allí donde concurren en abundancia tradiciones notables y en parte brillantes. Por ello, líbrese de los motivos genéricos y diríjase a aquellos que le ofrece su propia cotidianeidad; describa sus tristezas y deseos, los pensamientos pasajeros y la fe en alguna belleza; descríbalo todo con íntima, tranquila y humilde franqueza, y utilice para expresarse las cosas de su entorno, las imágenes de sus sueños y los objetos de su memoria. Si su vida cotidiana le parece pobre, no la culpe a ella; cúlpese a sí mismo, dígase que no es usted lo suficientemente poeta para evocar sus riquezas; pues para el creador no existe pobreza ni lugar pobre y anodino. [...] Y si de ese giro hacia su interior, si de esa inmersión en su mundo propio salen versos, entonces no pensará usted en preguntarle a nadie si son buenos versos.

En esas líneas, amables y demoledoras a un tiempo, de la primera de las diez Cartas a un joven poeta resume Rilke su idea de la escritura poética.

Fechada en París, el 17 de febrero de 1903, cuando aún quedaba casi una década para que se iniciase el lento milagro de las Elegías de Duino, ya está claramente perfilada en esa carta la idea casi sacerdotal del ejercicio de la poesía como actividad sagrada.

La vida y la poesía recorren esas diez cartas que La Isla de Siltolá reedita en su colección Levante con traducción de Miguel Mejía. Desde febrero de 1903 al “segundo día de Navidad” de 1908, aunque nueve de ellas las escribe entre 1903 y 1904, Rilke da consejos y reflexiona en estas cartas sobre la memoria y la conciencia, sobre las sensaciones y los instintos, sobre la trascendencia de la creación y del amor, sobre la soledad y los viajes, sobre la actitud paciente y receptiva del artista.

Rilke se las envió al joven austríaco Franz Xaver Kappus, poeta incipiente y cadete en una academia mlitar en Viena, que las editó en 1929, dos años después de la muerte de Rilke, precedidas de una introducción en la que señalaba que esas cartas eran “importantes para entender el mundo en el que Rainer Maria Rilke vivió y creó, e importantes también para muchas personas que se encuentran, hoy y mañana, en crecimiento y desarrollo. Y allí donde habla una persona grande y única, han de guardar silencio las pequeñas.”

Santos Domínguez