Lev Tolstói.
Dos húsares.
Traducción de Olga Korobenko.
Hermida Editores. Madrid, 2014.
Todo lo que escribió Tolstói es inconcebiblemente legible, porque el lector tiene siempre la impresión de que es la naturaleza la que se encarga de la escritura, señalaba Harold Bloom.
Esa legibilidad que procede de la impresión de vida que transmiten sus obras es especialmente intensa en la narrativa breve del ruso, que dio una de sus primeras muestras de talento en Dos húsares, una novela corta que publicó en 1856 y que Italo Calvino señaló como un texto representativo de su mundo literario al incorporarlo a los títulos estudiados en Por qué leer a los clásicos.
Con una espléndida traducción de Olga Korobenko, Hermida Editores recupera esta obra cuidadosamente estructurada en 16 capítulos organizados en dos partes simétricas, en las que Tolstói contrasta la figura del conde Turbín con la de su hijo unas décadas después, cuando ya ha heredado el título de su padre.
De hecho, en sus diarios anotaba a mediados de abril de 1856 como título provisional de esta novela corta Padre e hijo. Frente a la grandeza salvaje del militar aristocrático que representa a toda una época, la de Alejandro I, Tolstói coloca la mediocridad de la vida de su hijo, en la época de Nicolás I.
Dos oficiales, dos vidas, dos épocas, dos días y una misma ciudad, K. Y separándolos, un eje central, 1848, un año crucial en la historia europea:
Pasaron unos veinte años. había corrido mucho agua bajo el puente, mucha gente había muerto, mucha había nacido, mucha había crecido y se había hecho vieja, y todavía más numerosas eran las ideas que habían nacido y muerto; muchas cosas bellas y muchas malas de lo viejo habían perecido, muchas cosas jóvenes y feas o inmaduras habían visto la luz.
Veinte años después el hijo pasa por la misma ciudad en la que se nos había mostrado a su padre en los ocho primeros capítulos, se encuentra con los mismos personajes, ya envejecidos, o con sus descendientes. Y esa técnica la usa el narrador para corroborar esa inversión de la realidad en la imagen que devuelve el espejo.
Es el progreso como lo concibe Tolstói, como una forma de decadencia. Porque su indisimulada simpatía por la aristocracia, que va siempre unos pasos más allá de la indulgencia, le permite ensalzar la figura del húsar padre, jugador, mujeriego y bebedor, como la de un superhombre nieztscheano, brutal y poderoso, dotado de un vitalismo activista que está por encima de la moral, más allá del bien y del mal.
Frente a la brutalidad salvaje de un poderoso que es también seductor y generoso, su hijo es el reflejo de un mundo degradado en el que persiste una maldad heredada pero carente de la grandeza que había tenido en su padre.
Concebida con una estructura especular que devuelve una imagen inversa de las dos épocas, las dos vidas y los dos caracteres, Dos húsares es una expresión de la nostalgia de Tolstói ante un mundo que sabe definitivamente clausurado, una celebración del exceso del húsar padre frente a lo que veinte años después es solo degradación, mezquindad y pequeñez en su hijo.
Unos años después, en Guerra y paz, Tolstói volvería sobre estas mismas ideas y exploraría las claves históricas y sociales de la caída de aquel mundo idealizado y salvaje que echaba de menos.
Santos Domínguez